Título original: Le réchauffement climatique ne m’intéresse pas. Parlez-moi d’autre chose
Texto publicado el 29 de octubre de 2022 y tomado de Aquí
Traducido por: Alejandro Balentine.
Al tiempo que los objetivos establecidos en materia de reducción de los gases de efecto invernadero siguen ridiculizando a sus promotores y que se multiplican las alarmas científicas —junto con los fenómenos climáticos extremos o preocupantes, como las temperaturas de este otoño—, abundan también los informes que muestran a la comunidad internacional el espejo donde están las soluciones «al alcance de la mano», siempre que haya «voluntad política».
Uno de ellos es el Informe de la brecha de adaptación 2022: Progresos insuficientes y excesivamente lentos – La incapacidad de adaptarse al cambio climático pone al mundo en peligro, de la ONU[1]. Este informe —que también forma parte de la literatura catastrofista de nuestro tiempo— comienza mostrando que la trayectoria actual nos lleva a 2,8° de calentamiento a finales de siglo, y que el cumplimiento de los compromisos adquiridos «sólo» nos llevaría a un rango de 2,6 a 2,8° de calentamiento. La primera conclusión que hay que sacar es que con o sin compromisos, condicionales o incondicionales, no hay mucha diferencia. Resulta difícil ver por qué no habríamos de seguir por el mismo camino si la enormidad de los esfuerzos requeridos «a nivel de todo el sistema» (en palabras del informe), promete un resultado tan mediocre. Pero, ¿qué experto puede sentirse satisfecho con semejante conclusión?
Aquí es donde entran inevitablemente las habituales recomendaciones para alcanzar los llamados «objetivos» fijados por el Acuerdo de París. Entre las soluciones previstas, encontramos las siguientes perlas: electrificación de la industria y del parque automovilístico, promoción del hidrógeno verde, mejora de la eficiencia energética, implantación de «flujos de materiales circulares», «combustibles sostenibles» para la aviación, modificación de la dieta, transformación del sistema financiero, etc. Según el informe, la suma de todas estas mejoras sectoriales conduciría a un cambio «a nivel de todo el sistema», es decir, a que se mantengan todos sus postulados fundamentales. Esto lleva a una curiosa figura retórica en la que la llamada novedad es en realidad la conservación de lo mismo.
¿Qué sentido tiene embarcarse una vez más en la refutación de este despropósito, que es idéntico a tantos otros, y que equivale a proponer la conservación precisamente de lo que debería ser abolido? Hay que admitir que tales refutaciones también han fracasado. Resulta igual de imposible convencer de lo absurdo de este discurso a quien quiera creer en él, que convencer a un fetichista de lo absurdo de su fetiche. Porque el fetiche, según Freud, no es un error de gusto, sino una construcción elaborada para mantener unidas dos percepciones opuestas[2]. Como este fetiche sostiene toda la construcción psíquica, sus efectos no pueden ser borrados.
Freud distingue a lo largo de su obra varias figuras de negación en función de las estructuras involucradas. Uno de sus ejemplos paradigmáticos fue el mecanismo que opera en la constitución psíquica del fetichismo: una cosa percibida —en este caso el pene materno— existe al mismo tiempo que no existe. El fetiche permite sostener esta contradicción ocupando el lugar de la percepción desagradable, cuyo efecto es una ruptura en el yo. Freud no postula un error de percepción o un simple rechazo de la percepción, sino una verdadera creación psíquica intermedia que permite mantener los dos lados de la contradicción.
Así es como debemos «leer» el tipo de informe presentado más arriba. No obstante, la concepción habitual del «negacionismo climático» parte de la negación según la famosa figura del avestruz que entierra su cabeza en la arena: no ha visto nada. Sobre la base de esta incomprensión del mecanismo de negación, se multiplican las exhortaciones a sacar la cabeza de la arena y a «iniciar por fin las transformaciones necesarias expuestas al detalle en tal o cual informe». Los que reclaman el fin de la negación suelen creer, como buenos súbditos de la Ilustración, que no están afectados por este déficit de visión.
Sin embargo, ¿quién no ve que esta exhortación es en sí misma una negación?
Al igual que insistir en la «realidad» de la castración femenina no convencerá al fetichista de su «error», insistir en la «realidad» fáctica del cambio climático no producirá los cambios necesarios. El problema está precisamente en las construcciones que se nos presentan como la solución a la «negación», ya que son parte integrante de esa negación. Todo esto no sería posible sin la multiplicación de los conocimientos fetichistas para seguir creyendo que el sistema capitalista tiene uno, un falo[3] (y ocasionalmente también sus representantes), es decir, que posee los instrumentos eficaces para resolver los efectos de su propio carácter fetichista, pero sin tocar su carácter fetichista.
Hoy en día ya no se puede decir que tenemos un problema de «percepción errónea» del cambio climático que hay que corregir con información más precisa y soluciones más claras. Por el contrario, la forma del diagnóstico y el remedio correspondiente son elementos de esta negación, y no hacen más que reforzarla en su misma exhortación a superarla: he aquí el problema mucho más grave al que se enfrenta la humanidad. Cada «solución» ofrecida por una recua de expertos alarmistas debe ser vista como una «formación de concesiones» en el sentido freudiano, diseñada para conservar a toda costa las condiciones del capitalismo en crisis; y es por eso que prácticamente no hace ninguna diferencia a nivel sistémico el hecho de que la «solución» se aplique o no.
Algunos psicoanalistas han sabido identificar la proximidad de la negación freudiana y del negacionismo climático, pero para percibir, por ejemplo, una «agencia de corrupción en nuestras cabezas» o un estado psíquico perverso dedicado «a la búsqueda del placer individual en detrimento de los demás»[4], como si la búsqueda de la felicidad individual no fuera ya la profesión de fe de los primeros liberales y la matriz psíquica misma del funcionamiento capitalista, lo cual hace necesario llegar hasta el fondo del análisis de este funcionamiento. La psicologización de la negación, así como la de la ansiedad ecológica o la de la culpa, sin olvidar la descripción de los «obstáculos inconscientes para cuidar el planeta»[5] o nuestro amor innato por la naturaleza que es atacado por el neoliberalismo[6], son los ingredientes de dicha búsqueda, que aspira a contribuir a la solución del problema climático analizándolo desde el punto de vista de los bloqueos psíquicos.
Pero también están aquellos psicoanalistas que empiezan a hablar del calentamiento global para vincularlo a una concepción intemporal de la basura[7] (refutada por el estudio histórico[8]) o a «un deseo de acabar con todo y con la propia naturaleza»[9]. Ocupando uno de los polos de la gran ruptura ideológica entre freudianos y lacanianos, éstos apuntan no a «mecanismos psicológicos» identificables, como los anteriores, sino a la realidad de la estructura que el «discurso de la ciencia» llevaría a su cúspide. La ciencia haría que lo que siempre había estado ahí sin saberlo exista en el modo del après-coup.[10]
El establishment psicoanalítico de hoy no parece tener otra cosa para proponer que la elección entre la declinación de los mecanismos psicológicos de negación en un extremo, y la invocación de un real tan mistificador como intemporal en el otro. Todo esto evacua por completo la dialéctica de la constitución moderna de este psiquismo y su contraparte objetiva, así como el problema de la mediación o de la no mediación entre ambos.
Entraremos quizás un poco mejor en lo que se trata de identificar si nos planteamos la pregunta de la posición a adoptar. Recordemos a la psicoanalista que acogió a Marie Cardinal, aquejada de continuas hemorragias, diciéndole desde la segunda sesión: «Eso no me interesa. Háblame de otra cosa»[11]. Además de que la hemorragia se detuvo inmediatamente (lo que no era tan malo), el análisis pudo comenzar en ese momento. Está claro que el psicoanalista no estaba tomando los problemas somáticos de su paciente a la ligera, sino que le estaba señalando callejón sin salida de un tratamiento centrado en el síntoma y su interés precisamente por «el resto». Del mismo modo, deberíamos tener el valor de decir al mundo: «No me interesa el calentamiento global. Háblame de otra cosa». En esa «otra cosa» a la que nos invita el «discurso analítico» (para hablar como Lacan), se halla también toda la historia de la instauración del capitalismo y de la puesta en marcha de las relaciones de producción que nos han conducido hasta donde estamos hoy. Por supuesto, no se trata de un asunto de diván, pero ¿no decía Lacan todo el tiempo que la posición analizadora no es reducible al diván?
El revoltijo de curvas y advertencias, y la avalancha de desastres climáticos que martillean los medios de comunicación tienen como objetivo distraernos de lo esencial y hundirnos en lo peor. Opongámonos a ellos con una abstinencia inflexible, al igual que el psicoanalista no dispensa ni medicina, ni consejo, ni afecto. No se trata de una abstinencia cínica, todo ocupado observando desde su sillón el fin del mundo, no, se trata de una abstinencia decidida a conducir el discurso hacia un cierto punto de convergencia crítica; esta abstinencia está, pues, llena de atención. ¡Deberíamos afirmar con rotundidad que el cambio climático no es el problema e incluso atrevernos a decir que no queremos volver a oír hablar de él! Puede que tengamos que aguantar que un puñado de izquierdistas sinceramente «eco-ansiosos», amantes de los paneles solares, sospechen de nuestro negacionismo climático, convencidos de que están ayudando a acabar con la negación y a implantar un futuro mejor. ¿Pero qué hacer? No podemos hacer otra cosa que mantener esta posición, incluso frente a los activistas que arrojan sopa sobre un cuadro de Van Gogh o que pegan las manos en Volkswagen. Por muy positivas que parezcan estas acciones para «llamar la atención» sobre el problema, siguen pretendiendo dirigirse a los actores individuales del desastre sin tematizar «la otra cosa»: el callejón sin salida radical del sistema capitalista en su conjunto.
[1] https://www.unep.org/es/resources/informe-sobre-la-brecha-de-adaptacion-2022
[2] Este tema se trató en un artículo anterior (que aún no ha sido traducido) de Grundrisse: https://grundrissedotblog.wordpress.com/2022/07/08/plus-vert-tu-meurs/
[3] El término falo se utiliza aquí como significante de la ausencia o falta de pene, que se abre a sustituciones simbólicas.
[4] Paul Hoggett, « Climate change in a perverse culture », en Sally Weintrobe (bajo la dir.), Engaging with climate change, Routledge, London, 2013, p. 60 et p. 63.
[5] John Keen, «Unconscious obstacles to caring for the planet», en Sally Weintrobe (bajo la dir.), op. cit.
[6] Sally Weintrobe, «On the love of nature and on human nature», en Sally Weintrobe (bajo la dir.), op. cit. Ver también Luc Magenat, La crise environnementale sur le divan, Paris, In Press, 2019; Sally Weintrobe, Psychological roots of the climate crisis, Bloomsbury academic, New York, 2021; Cosimo Schinaia, La crise écologique à la lumière de la psychanalyse, Paris, Imago, 2022.
[7] Ver por ejemplo Geert Hoornaert, «Malaise dans l’alèthosphére», La Cause du désir, 2020/3, n°106.
[8] Baptiste Monsaingeon, Homo detritus, Paris, Seuil, 2017. [N. del T.: Ver la conferencia en español https://www.youtube.com/watch?v=ywzKlXtswdk]
[9] Martine Versel, «Edito : crise climatique et psychanalyse», L’Hebdo-Blog, n°275. En línea: https://www.hebdo-blog.fr/category/lhebdo-blog-275/?print=pdf-search
[10] N. del T.: El après-coup, traducción francesa de la palabra compuesta «Nachträglichkeit» que Freud formó en alemán, es un concepto psicoanalítico que designa la reelaboración por parte del psiquismo de los acontecimientos pasados, que en realidad sólo adquieren su pleno sentido y eficacia en un momento posterior a su primera inscripción. En la historia del psicoanálisis, está vinculado en particular al concepto de «traumatismo en dos etapas» ilustrado por el «caso Emma» y a la teoría de la seducción.
[11] Marie Cardinal, Les mots pour le dire, Paris, Grasset, 1975, p. 35. [N. del T. : en español, Las palabras para decirlo]