[Max Horkheimer] Los rackets y el espíritu (1939/1942)

[Nota del Traductor: Este escrito de Max Horkheimer permanecía, hasta ahora, inédito al español. Constituye una valiosa pieza de sus materiales fragmentarios que posteriormente servirían para dar vida, junto con Th. W. Adorno a Dialéctica de la Ilustración. Llegué a este texto a través de un estudio personal orientado a comprender la economía política del narco-capital y a alcanzar un concepto más concreto de la dominación de clase en nuestra época. Sin duda, el escrito en cuestión entrega una pincelada fundamental de lo que sería una teoría de los rackets que quedó inacabada y que es nuestra tarea, hoy, terminar. Esto significa, por supuesto, ir más allá de las aporías constitutivas del pensamiento de Adorno y Horkheimer, en particular su mistificación de la democracia. He añadido al final, como apéndice, otro pequeño fragmento sobre la cuestión del racket y del proletariado].

La forma fundamental de la dominación es el racket. Como algunos lo han supuesto, es posible que en la horda primitiva un solo tirano gobernara y protegiera al conjunto; en la medida en que la diferencia de fuerza entre él y los miembros más débiles de la horda deriva en una gradación, también en este caso se establece una jerarquía. Frente a los miembros más débiles de la horda, los machos más fuertes guardan sus prerrogativas tan celosamente como el patriarca guarda las suyas frente a ellos. Desde el descubrimiento de las herramientas, la jerarquía ya no viene determinada únicamente por la fuerza física, sino también por el modo de vida que se prescribe a los hombres a través de la naturaleza de las herramientas. Mejores armas y métodos de labranza de la tierra, combinados con el clima favorable del país, permiten una existencia más rentable. Si un nuevo estadio es alcanzado, la recaída en el estadio anterior se impide no sólo por los nuevos hábitos y las nuevas necesidades en general, sino también por la división de intereses que surge como resultado de los nuevos métodos. Las necesidades individuales y los conocimientos que les corresponden son formados y desarrollados, en oposición al resto de la sociedad, por individuos y grupos singulares en función de las posiciones que ocupan en la nueva división del trabajo. A través de sus capacidades y de su ocupación de posiciones clave en el engranaje de la sociedad, la jerarquía de poder, originalmente basada puramente en el potencial natural, se modifica hasta corresponder finalmente, en el curso de este desarrollo, a la segunda naturaleza, es decir, a la naturaleza social: una jerarquía ya no de fuerzas, sino de posición. La primera naturaleza, sobre la que sigue descansando la sociedad, queda mutilada y reducida a la esclavitud.

La separación entre los de arriba y los de abajo, la dominación y los dominados, se funda sobre la organización de todo grupo de poder dentro de sí mismo, y hacia los que aún están por debajo de él. Hacia la cima, cada grupo es relativamente informe, porque la organización duradera está marcada por el esfuerzo de no deslizarse hacia abajo. Las organizaciones estructuradas piramidalmente no tienen cabida en la jerarquía establecida; no tienen una función económica regular y, tras periodos de ilegalidad, son revigorizadas por la acción revolucionaria. En la historia hasta nuestros días [288], el grupo de funcionarios y sus mandantes, con la victoria de tales empresas, ocupó inmediatamente su lugar en la jerarquía modificada y se endureció hacia la base. Este grupo continúa su función social o se apropia de una nueva, que desde ahora en adelante monopoliza. Endurecimiento significa la monopolización de las ventajas que pueden obtenerse por la fuerza, sobre la base de una actuación determinada y regular en el proceso social. La propiedad privada de los medios de producción fue el endurecimiento decisivo de una función, la del comando en la producción de mercancías en la era industrial.

La categoría más general de las funciones ejercidas por los grupos es la protección. Los grupos perpetúan las condiciones que les permiten mantener la división del trabajo en la que ocupan una posición privilegiada y rechazan violentamente cualquier cambio que pueda amenazar su monopolio. Son rackets. La clase dominante se corresponde en cada caso con una estructura de rackets sobre la base de un modo de producción determinado, en la medida en que tales rackets protegen y oprimen a la vez a los estratos inferiores. También pueden, de acuerdo con su dinámica económica —a través de la cual se configuran sus intereses materiales— dividirse entre sí; incluso pueden, consciente o inconscientemente, mantener la división y aumentarla, siempre y cuando se consoliden así sus funciones de protección. La relación de la clase dominante con la unificación de la dominación siempre ha sido complicada. La ambivalente relación entre el poder imperial y el papal en la Edad Media fue en ocasiones más favorable a la opresión de las fuerzas centrífugas que a una fusión. El mantenimiento del Estado nacional durante los últimos cien años también ha servido sólo en parte a los intereses específicos de las burocracias nacionales, pero también ha beneficiado al sistema de rackets en su conjunto.

El endurecimiento del racket hacia los de abajo es similar al endurecimiento de los individuos que lo constituyen. A lo largo de toda la historia, se ha ejercido conscientemente. En lo que respecta a sus propios hijos, este endurecimiento residía en la educación. Ésta sólo revistió rasgos humanos en los periodos liberales, cuando una proporción determinada de los rackets debió, por razones puramente económicas, poseer ciertas cualidades obligatorias. Antes de esa época, la crueldad de la educación se parecía a la de los ritos de iniciación de la tribu primitiva, que era en sí misma un racket. Para los individuos que ni siquiera tienen derecho a ser admitidos en un racket debido a su origen [289], el procedimiento no es como la recepción de jóvenes en la tribu, sino como la iniciación en el racket privilegiado de los magos. Se precisa de romper completamente la personalidad: ésta es la garantía absolutamente fiable de la lealtad futura. El individuo debe renunciar a todo poder y cortar todos los lazos a sus espaldas. En tanto que auténtico Leviatán, el racket exige un pacto social incondicional, sin reservas. Una serie de desplazamientos conduce desde el sacrificio de la propia madre, que el futuro mago debe consentir al racket, hasta la tesis universitaria, mediante la cual el estudiante demuestra que su pensamiento, su manera de sentir y de hablar, han refrendado irrevocablemente las formas del racket académico. La capacidad de rendimiento del outsider puede ser seductora, en determinadas situaciones, pero nunca constituye un título de derecho que obligue al racket a aceptarlo. Los títulos oficiales sólo confirman la pertenencia a un racket. El Estado que firma en nombre de todos confirma que el titular forma parte de un racket y que, por tanto, se encuentra inserto dentro del sistema. La diferencia entre los títulos legales y los ilegales, entre pertenecer al mundo y pertenecer a los bajos fondos, es que el mundo tiene una organización que lo abarca todo: se supone que nadie escapa a su protección, y cualquiera que esté proscrito por sus autoridades está perdido. Aunque exista un conflicto abierto entre las organizaciones centrales, cada una sospechará de cualquier individuo con el que la otra haya tenido dificultades ligeramente graves. Una cosa debe quedar entonces fuera de toda duda: no es la falta de adaptabilidad lo que motiva el paso al otro bando, sino circunstancias que no afectan a las relaciones esenciales. Coriolano en fuga, cuya afinidad con la dominación brillaba desde lejos, era bienvenido entre los Volscos. Era un hombre de los rackets de gentiles y tenía cualidades como jefe de ejércitos, lo que siempre constituye una recomendación. El esclavo fugitivo es un símbolo de lo contrario.

Si una organización es tan poderosa que puede mantener su voluntad sobre una zona geográfica y convertirla en norma de conducta duradera para los habitantes, entonces la dominación de los individuos adopta la forma de ley. La ley determina las relaciones relativas al poder. Al igual que otras mediaciones, el derecho, en tanto que mediación fijada, adquiere una naturaleza propia y una fuerza de resistencia. Al convertirse en un elemento sustancial del espíritu, acoge en su interior la idea de que es necesaria la armonía [290] entre la universalidad y la particularidad. El sentido y la finalidad del derecho consiste en servir de línea directriz para la vida social, es la razón por la que actúa sin tener en cuenta a la persona concreta y sin tener en cuenta el pasado, es decir, por la que es válido para todos y contra todos desde el día en que entra en vigor hasta que es revocado públicamente. El medio de dominación se le opone como el reflejo a través del cual se desenmascara. Con el aumento del aislamiento hacia la base, con el fortalecimiento del monopolio, la sociedad se configura de forma totalitaria conduciendo el combate contra el derecho, contra todas las mediaciones que han adquirido vida propia y existen en las formas del lenguaje. La ilegalidad fundamental del racket reside en su oposición al espíritu, incluso allí donde no sólo es legal, sino que se encuentra por detrás de la ley. Desde que existe la legalidad, ésta lleva en sí los rasgos de lo ilegal. El racket no siente piedad por la vida fuera de él; sólo conoce la ley de la autoconservación. Bajo el monopolio, el lenguaje se petrifica en un sistema de signos, más mudo y carente de expresividad que los signos del código Morse y los sistemas utilizados por los presos para comunicarse a golpes. Pierde todo sentido de la expresión. Es un mecanismo en la producción tal como las palancas y los cables, una máquina de calcular en la administración, la encarnación de prácticas de sugestión. El comercio espiritual de los individuos se reduce al hecho de mostrar y apercibir signos de reconocimiento. El habla es un signo que permite al racket identificar al orador como fiable, o que le traiciona, igual que el conspirador se traiciona a sí mismo al revelar la punta de su puñal. El lenguaje petrificado apunta su acusación hacia el cielo, como los tocones desnudos de los campos de batalla abandonados. Denuncia el mundo de los rackets al que debe servir. La bomba madre que, al ser lanzada desde el avión, libera veinte pequeñas bombas y desgarra no una, sino veinte veces, el fruto de las madres, ve denunciada su infernal determinación precisamente por el nombre de la madre, que la reivindica. El bosque muerto de las palabras de esa época seguirá testificando contra ella cuando haya terminado.

Todos los rackets están aliados contra el espíritu, y todos están confabulados los unos contra los otros. La reconciliación de lo universal y lo particular es inmanente al espíritu; su oposición irreconciliable y su encubrimiento dentro de las ideas de unidad y comunidad son inmanentes al racket. No es la dominación en sí misma lo que es malvado, sino el momento dentro de ella que define al racket, el momento en que se endurece y se cierra. Desde los consejos de ancianos en las tribus primitivas hasta la connivencia entre la industria y el ejército en clubes y salas de juntas, la dominación histórica se manifiesta como una dominación mala que también tiene mala conciencia. La brutalidad de los inferiores, de la que debe protegerse el secreto del gobierno, no es primaria —natural—, sino producida socialmente. El colectivo sanguinario que tan espantosamente recorre la historia de la humanidad no es más que la otra cara de los rackets que excluyen, producidos consciente o inconscientemente por ellos. Los gastados disfraces del aristócrata siguen existiendo como disfraces populares, mientras que los rackets de la clase dominante siguen existiendo como la brutalidad del más fuerte contra el más débil, y como la indescriptible malicia del populacho hacia los impotentes. Es el rackets de los débiles, un bien cultural en decadencia. Los rackets siempre han invocado la naturaleza aterradora de la colectividad producida y dirigida por ellos como la razón de su propia necesidad, y la simplicidad totalmente profana de los historiadores ha confundido la cara desfigurada de las masas con su verdadera naturaleza. Hasta ahora, el racket ha dejado su huella en todos los fenómenos sociales; ha reinado como racket del clero, de la corte, de los propietarios, de la raza, de los varones, de los adultos, de la familia, de la policía, del crimen, y, dentro de estos medios mismos, en forma de rackets singulares en conflicto con el resto de la esfera. La oposición entre interior y exterior se estableció en todas partes; el hombre que no pertenecía a ningún racket estaba fuera en un sentido radical, el hombre como tal estaba perdido. Pero incluso en las cabezas de los que estaban aislados, los rackets seguían reinando en ellos a través de los conceptos y esquemas de juicio, la forma de pensar y los contenidos que procedían de su mundo. Forzar las fronteras entre el interior y el exterior es el fin de la política; con su realización, el mundo se transformará. En la verdadera idea de democracia, que vive una existencia reprimida y subterránea en las masas, nunca se ha extinguido del todo el presentimiento de una sociedad liberada del racket. Desplegar la idea, sin embargo, significa derribar una sugerencia tenaz que incluso llega a poner a su servicio la verdadera crítica del racket.

Apéndice

Historia del proletariado americano (1942)

El camino histórico del proletariado conducía a una encrucijada: podía convertirse en clase o en racket. El racket significaba el privilegio dentro de las fronteras nacionales, la clase significaba la revolución mundial. Los dirigentes quitaron la decisión de las manos del proletariado.

Traducción: Pablo Ignacio Jiménez Cea

 

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