por Geoffrey Rathgeb Aung

«Pero, ¿no sucede acaso que todas las rebeliones, sin excepción, estallan en el aislamiento funesto de los hombres del ser colectivo (Gemeinwesen)? Toda sublevación, ¿no presupone necesariamente este aislamiento? ¿Hubiera podido tener lugar la Revolución de 1789 sin este funesto aislamiento de los burgueses franceses del ser colectivo? Estaba precisamente destinada a suprimir este aislamiento».
Karl Marx, «Notas críticas sobre el artículo: El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano», Vorwarts No. 63, agosto de 1844 (MECW 3): 204-205, traducción adaptada.

Este mapa es una adaptación de un mapa publicado en el New York Times, que a su vez modificó otro mapa de control efectivo elaborado por el Consejo Asesor Especial para Myanmar (CAE-M). El documento informativo del CAE-M en el que aparece el original, publicado el 30 de mayo de 2024, ofrece detalles sobre los niveles de control ejercidos en lugares concretos. Aun así, las afirmaciones del CAE-M sobre el control han resultado controvertidas, concretamente por ser demasiado optimistas sobre el alcance y el grado de control ejercido por las fuerzas de resistencia. Aunque el mapa muestra la extensión de la media luna rebelde de Myanmar, sus afirmaciones más específicas sobre el control territorial no deben tomarse necesariamente al pie de la letra.
Otra ciudad de Myanmar cayó en manos de las fuerzas de la resistencia armada el verano pasado. En julio, una operación conjunta entre las Fuerzas de Defensa Popular de Mandalay y el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang (ELNT) arrebató Nawnghkio del ejército de Myanmar. Al apoderarse de la ciudad, consiguieron un depósito de armas, que incluía un sistema de misiles antiaéreos. Nawnghkio está además ubicada en la carretera que va de Mandalay a China, pasando por Lashio, la ruta comercial más importante de Myanmar. La resistencia había cortado esta vía, asestando así un golpe económico a la junta militar y, al mismo tiempo, presionando a China para negociar la reapertura de la ruta en condiciones favorables para la resistencia. Un antiguo general de división, destacado desertor, resumió la operación: «Al capturar Nawnghkio las fuerzas de la resistencia pueden controlar ahora la carretera Mandalay-Lashio».[i] Esta carretera también es estratégica desde el punto de vista logístico, ya que el ejército la utilizaba para abastecer de tropas y municiones a los frentes del norte del estado de Shan.
Se vislumbra un nuevo amanecer, o al menos esa es la promesa del último año. Las fuerzas de la resistencia han logrado avances territoriales sorprendentes más allá de Nawnghkio, en el noreste, norte y oeste de Myanmar. Los audaces asaltos a Naipyidó, la capital, y a Myawaddy, un paso fronterizo con Tailandia de vital importancia, hicieron que la junta militar pareciera notablemente frágil. Los combatientes de la resistencia tomaron dos mandos militares regionales en los estados de Shan y Rakáin. En las zonas liberadas, las administraciones autónomas están proporcionando servicios sanitarios, educativos, entre otros servicios, asegurando la supervivencia frente a la embestida del régimen. En Rangún, la ciudad más grande —donde mi familia intenta sobrevivir a la incesante inflación y a ser detenida—, siguen operando células clandestinas de la resistencia que organizan flash mobs (protestas multitudinarias efímeras), despliegan pancartas y canalizan reclutas hacia los grupos armados.
Sin embargo, el fin del régimen militar parece estar más cerca que hace un año. Gran parte de las tierras bajas siguen bajo control militar, especialmente alrededor de Rangún y del delta de Ayeyarwady. A pesar del desánimo y las deserciones en sus filas, la junta cuenta con una ventaja significativa en recursos de artillería y aviación, lo que le permite llevar a cabo operaciones de gran envergadura en las zonas liberadas. Un ejemplo de ello, es el bombardeo de Nawnghkio, que fue objeto de aproximadamente 100 ataques aéreos. A finales del año pasado, el régimen lanzó contraofensivas en el este y noreste de Myanmar, aunque hasta ahora con poco éxito. Además, el renovado apoyo chino ha ayudado a la junta a restablecerse. Mientras tanto, una nueva ley de reclutamiento desató el pánico entre la población. Esta ley refleja la desesperación más que la fortaleza de los militares. Pero, mientras estos se aferran al poder, se teme que la fase más difícil y peligrosa esté aún por llegar.
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EL CAMINO A NAWNGHKIO
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Nawnghkio no es en sí mismo un punto de inflexión o un cambio de juego, pero es uno de las docenas de lugares estratégicos tomados por los combatientes de la resistencia desde finales de 2023. La victoria reforzó la tendencia dominante de los dos últimos años: el avance del control de la resistencia, reflejo de las crecientes derrotas de la junta. Un territorio en forma de media luna en manos de la resistencia se extiende ahora en gran parte de Myanmar. Este arco comienza en la frontera oriental con China, en el estado de Shan; atraviesa el estado de Kachin, en el norte; luego se extiende por la región de Sagaing y el estado de Chin hacia el oeste; y finalmente llega hasta el estado de Rakáin al sur, en la bahía de Bengala. A lo largo de la frontera oriental con Tailandia, en los estados de Kayah y Kayin otros núcleos de control de la resistencia casi conectan con el territorio que los combatientes mantienen más al sur, en Tanintharyi. Aunque la junta sigue controlando las tierras bajas del sur, grupos como las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Mandalay y el ELNT han logrado importantes avances territoriales no solo en las tierras altas, sino también en torno a ciudades de las tierras bajas, como Sagaing y Mandalay. Mientras el régimen intenta restaurar y recuperar el territorio perdido en los estados de Shan, Kayah y Kayin, las fuerzas de la resistencia buscan mantener ese terreno y cercar Mandalay, la antigua capital real de Myanmar. Naipyidó, en el horizonte, está a solo 190 kilómetros al sur.
La forma de esta coyuntura —su morfología, su impronta territorial y su composición, reflejo de una desconcertante variedad de actores— tiene mucho que ver con el ciclo de insurrección que siguió al golpe de 2021, el cual puso fin a una década de reformas liberales. Este ciclo sacará a la luz los puntos de apoyo, los lineamientos, las tensiones y las contradicciones que definen este momento. Hoy en día, la caída del régimen sigue siendo una posibilidad clara, incluso cuando los militares se recuperan. Este es el núcleo de una historia muy atractiva, en la que una resistencia armada y valiente se une para derrotar al ejército y construir una democracia pacífica y federal. Sin embargo, esa historia difícilmente se traslada al terreno. No hay ningún sujeto revolucionario que guíe, dirija o prescriba este ciclo insurreccional en una u otra dirección. Por el contrario, las contradicciones dentro de la extensa resistencia armada de Myanmar no dejan claro qué tipo de orden soberano podría surgir, o incluso qué visión ofrece una auténtica promesa revolucionaria. Aun así, esto no es tanto un motivo de desesperación como una señal de las condiciones históricas actuales, las cuales ofrecen una mejor guía para los quiebres insurreccionales que cualquier sujeto heroico singular. Parafraseando al Galileo de Brecht: ¡Desgraciado es el país que, en primer lugar, necesita héroes!
GOLPE
El golpe[ii] de 2021 llegó de sorpresa. Durante la década de 2010, los militares supervisaron cuidadosamente la transición de un gobierno militar a uno civil formal, conservando al mismo tiempo considerable poder político y económico. En 2011, los militares nombraron como presidente a Thein Sein, un ex general. Tras las elecciones de 2015, el partido de la oposición, proscrito durante mucho tiempo, la Liga Nacional para la Democracia (LND), asumió el poder. La líder de la LND, el icono liberal Aung San Suu Kyi, es hija de Aung San, el héroe de la independencia que fundó el ejército de Myanmar en resistencia al dominio británico. Suu Kyi ha expresado en repetidas ocasiones su simpatía por el ejército, debido a los lazos históricos con su padre. A pesar de ser considerada como una adversaria moderna, según la definición militar. Bajo el gobierno de la LND, los militares se reservaron una cuarta parte de los escaños del Parlamento. Además, los ministerios clave —defensa, interior y asuntos fronterizos—permanecieron bajo control militar. La posición económica de los militares también había crecido considerablemente desde la década de 1990 cuando la liberalización del mercado permitió a los generales, a sus aliados y a empresas militares asegurarse posiciones dominantes en un sector privado en expansión. Para 2015, el control económico expansivo de los generales significaba que el control político formal importaba menos de lo que habría importado en otras circunstancias.[iii] La democracia liberal no hizo más que enriquecer aún más a los generales, especialmente cuando las empresas occidentales comenzaron a invertir, principalmente en la extracción de recursos y en el sector textil. Al mismo tiempo, los movimientos de los trabajadores, campesinos y estudiantes cuestionaron el electoralismo jerárquico —de arriba hacia abajo— de este periodo y denunciaron el extractivismo orientado a la exportación.
Las relaciones entre la LND y los militares parecían beneficiosas para ambas partes. Pero un análisis más detallado podría haber revelado grietas en este bloque a finales de la década de 2010. La inversión extranjera se disparó en respuesta a la profunda desregulación del mercado a principios y mediados de aquella década. No obstante, en 2017, la ralentización de las tasas de crecimiento coincidió con un recrudecimiento del conflicto en los estados de Kachin y Shan, así como el genocidio roihnyá perpetrado por el ejército, redujo la inversión occidental. Y aunque, de manera infame, Suu Kyi defendió al gobierno de Myanmar de las acusaciones de genocidio en La Haya en 2019, también impulsó reformas constitucionales que habrían ayudado a sacar a los militares de la política, por ejemplo, eliminando los escaños reservados en el Parlamento. Con el resurgimiento del conflicto, la caída de las inversiones y la renovada tensión entre Suu Kyi y los militares, las elecciones de 2020 llegaron en un momento delicado. Como en 2015, la LND ganó por abrumadora mayoría. Pero esta vez, los militares alegaron «un terrible fraude en la lista de votantes»,[iv] acusación llena irregularidades que fue negada por la comisión electoral y los observadores internacionales. Semanas después, y solo unas horas antes de que el nuevo parlamento se reuniera por primera vez, los militares tomaron el poder. En la mañana del 1 de febrero de 2021, detuvieron a Suu Kyi, a altos cargos de la LND, así como a artistas, disidentes y periodistas quienes fueron considerados como amenazas potenciales. En su propia cadena de televisión, los militares declararon el estado de emergencia, durante el cual gobernaría el general en jefe Min Aung Hlaing.
En las horas y días que siguieron, se cortaron los servicios de teléfono e Internet. Se cerraron comercios, bancos, autobuses y aeropuertos. Los críticos del ejército pasaron a la clandestinidad. Amigos y familiares describieron una atmósfera política tensa. Todo se sentía de ese modo, al límite: escalofriante, aunque también lleno de posibilidades. Por la noche, el descontento resonaba en Rangún. Los residentes golpeaban ollas y sartenes, mientras que los conductores tocaban el claxon: una cacofonía para ahuyentar a los malos espíritus. En Mandalay, los trabajadores médicos se organizaron temprano. Reunidos en grupos, con los rostros enmascarados iluminados por sus teléfonos, cantaron el himno del levantamiento de 1988: Kabar Makyay Bu. El título es un llamamiento a la lucha contra el régimen militar: hasta el fin del mundo. Médicos, enfermeras y funcionarios convocaron paros laborales y desobediencia masiva; trabajadores y estudiantes llamaron a tomar las calles. Un amigo en Rangún dijo que estaban escondidos, pero a salvo, aunque otros habían sido detenidos. En el sur, otro amigo se puso en contacto: «Lucharemos todo lo que podamos».
BLOQUEO
Durante los días siguientes, las manifestaciones empezaron a tomar forma. A pesar de la prohibición de reunirse más de cinco personas, las multitudes se contaban por cientos y miles, congregándose a menudo en plazas y cruces céntricos. Desde los grandes centros urbanos, como Rangún y Mandalay, hasta ciudades más pequeñas, como Dawei, Monywa y Myitkyina, la gente organizó marchas y bloqueó carreteras. En zonas más rurales, los comités de huelga de las aldeas celebraron manifestaciones más reducidas, mientras que columnas itinerantes de motociclistas recababan apoyo. Los trabajadores de las fábricas —principalmente mujeres de zonas rurales— fueron fundamentales; se organizaron, se declararon en huelga y lideraron manifestaciones masivas en Rangún en menos de una semana, desencadenando una oleada de huelgas que se extendió a otros sectores. La insurrección se propagó por todo el país. En las manifestaciones más multitudinarias, donde llegaron a participar cientos de miles de personas solo en Rangún, surgió un ambiente celebratorio. La música, el baile, los disfraces, la comida y los discursos improvisados crearon un ambiente, al mismo tiempo, festivo y desafiante. Llegó una foto de Dawei, en el sur. A través de un mar de gente, pude ver a un amigo —con micrófono en mano y levantando un puño— animando a la multitud mientras miles de personas se reunían en el centro de la ciudad.
Las manifestaciones masivas paralizaron el tráfico. En Rangún, las «protestas de los coches averiados»[v] consistieron en que los manifestantes dejaran vehículos viejos en lugares estratégicos para impedir la circulación de vehículos militares y policiales. En el noreste, los manifestantes del estado de Shan bloquearon brevemente la principal ruta comercial hacia China, una acción que presagiaba la toma de Nawnghkio tres años después. Circularon rumores de ataques a los oleoductos que transportan petróleo y gas a China y Tailandia. Aunque estos rumores resultaron ser falsos —hasta ahora no se ha confirmado ningún ataque a los oleoductos—, reflejaban el tipo de imaginario insurgente que estaba en marcha. Mientras tanto, los puertos de Myanmar se volvieron casi inoperables.[vi] Las huelgas de camioneros, agentes de aduanas, trabajadores portuarios, funcionarios y personal bancario paralizaron casi por completo el comercio internacional a través de los puertos del país. En las semanas siguientes al golpe, las exportaciones cayeron hasta un 90%, y las importaciones se redujeron alrededor del 80%. Se impuso una especie de sentido común: el movimiento, la circulación y los ritmos de la vida cotidiana —desde el trabajo, hasta el tráfico y el comercio— tuvieron que detenerse.
La transición de esta insurrección inicial posterior al golpe —organizada en torno a manifestaciones, bloqueos y ocupaciones de espacios urbanos y centros comerciales, principalmente en las tierras bajas centrales— a una lucha armada mayoritariamente rural —asentada en el interior de Birmania y en las tierras altas de minorías étnicas— no fue fácil. En Rangún y Mandalay, policías y soldados comenzaron a realizar redadas nocturnas en los barrios, llevándose a presuntos líderes de las protestas a centros de detención clandestinos de los cuales algunos nunca regresaron. Las fuerzas de seguridad, que antes se contentaban con permanecer al margen mientras crecían las manifestaciones, empezaron a utilizar munición real para dispersar a las multitudes. El número de manifestantes muertos aumentó lentamente y el ejército recuperó gradualmente el control de las principales zonas urbanas. Me encontré intercambiando imágenes con mis primos de Rangún. Las imágenes, que procedían de compañeros de Hong Kong, mostraban lo que los manifestantes en primera línea[vii] llegaron a aprender bien: cómo construir barricadas, neutralizar gases lacrimógenos, lavar los ojos y atender a los heridos de bala.
A medida que se intensificaba la violencia de la junta, la insurrección se volvió más militante. Su composición, geografía y tácticas cambiaron. Mientras policías y soldados utilizaban fuerza letal para recuperar las plazas e intersecciones centrales de Rangún y Mandalay, las periferias urbanas de la clase trabajadora se convirtieron en sitios clave de una confrontación cada vez más antagónica. Atrás quedaron la música, el baile y el ambiente festivo de las primeras manifestaciones masivas, en las que habían participado con mayor disposición manifestantes de zonas más acomodadas. En esas primeras fases, había predominado una composición más o menos de clase media, a pesar del papel crucial de los trabajadores de las fábricas como catalizadores de las protestas. Esto había traído consigo un cierto apego a las promesas de liberalización económica y política del periodo de reformas, anuladas por el golpe. El imaginario inicial de la rebelión tenía como horizonte la restauración de las normas liberales. La nueva fase apuntaba más allá de este horizonte. Lugares como Hlaing Thayer y Myauk Okkalapa se perfilaban ahora como los llamados hsin-kyay-boun o «patas de elefante»: zonas industriales en las afueras de Rangún que sirven como extensas áreas de captación para los pobres, los marginados y los desposeídos.
A mediados de marzo de 2021, seis semanas después del golpe, la policía se movilizó para despejar una serie de barricadas levantadas en Hlaing Thayer. Los testigos narraron escenas extraordinarias: trabajadores desarmados de las fábricas, con escudos improvisados, se abalanzaron sobre las barricadas en llamas, cargando contra las líneas policiales en oleadas mientras las balas reales perforaban el aire. Murieron unas cincuenta personas, una cifra mucho mayor que la registrada hasta entonces en los barrios más céntricos. Sin embargo, las carreteras de Hlaing Thayer no eran fáciles de bloquear; abiertas y anchas, construidas para las fábricas que dependen de los camiones que entran y salen del puerto cercano, resultaban más difíciles de fortificar que los barrios más densos de Myauk Okkalapa. Cuando surgieron las barricadas en Myauk Okkalapa, le siguió el derramamiento de sangre. Policías y soldados mataron a cien personas en un solo día a finales de marzo. Aun así, los manifestantes en la primera línea pudieron defender zonas como esta con mayor entereza. En las calles más estrechas de Myauk Okkalapa y Myauk Dagon, por ejemplo, e incluso en algunas zonas más céntricas donde los manifestantes intentaron recuperar y fortificar barrios, aquellos que estaban en la primera línea, ataviados con máscaras antigás, cascos y escudos, organizaron formaciones disciplinadas. Los que portaban escudos defendían las barricadas en el frente; otro grupo, atrás de ellos, se encargaba de sofocar los gases lacrimógenos; y en la retaguardia, un tercer grupo ayudaba a mantener la formación y su momentum. Este tercer grupo también rodeaba a curiosos y simpatizantes mientras buscaba policías en la retaguardia. En algunos lugares, los manifestantes de primera línea se enfrentaron a las fuerzas de seguridad hasta llegar a un punto muerto, creando ciclos de confrontación tensos y agotadores que, sin duda, fueron difíciles de sostener después de un tiempo.
REBELIÓN
La insurrección urbana resultó insostenible. Conformada por un conjunto cambiante y heterogéneo de trabajadores, funcionarios y jóvenes, la insurrección urbana fue particularmente disciplinada considerando que se trataba de una revuelta en gran medida orgánica y autoorganizada. No obstante, su forma característica —la ocupación y el bloqueo, desde el centro de la ciudad hasta la autodefensa vecinal en las orillas de la misma— resultó demasiado difícil de reproducir frente a la abrumadora fuerza del Estado. Al mismo tiempo, el fracaso de este ciclo insurreccional no debe tomarse como tal, pues abrió y dio forma a la rebelión mucho más amplia que siguió después.
La sangrienta pacificación en las ciudades hizo que las zonas rurales quedaran decididamente en la mira del régimen. La represión se extendió de forma desigual en los alrededores de las ciudades; en algunas zonas estuvo ausente. Aunque antes apenas habían estado inactivas, las zonas rurales pronto se volvieron cruciales para mantener la resistencia de las masas. En Dawei, por ejemplo, las fuerzas de seguridad recuperaron el centro de la ciudad en abril, tras haber matado a una docena de manifestantes. Pero a medida que la ciudad caía bajo ocupación militar, los pueblos cercanos presenciaron una oleada de marchas, manifestaciones y huelgas, incluidas aquellas columnas móviles de motocicletas. Los rebeldes urbanos -como ahora tiene sentido llamarlos- también empezaron a huir a las tierras altas rurales controladas por organizaciones de resistencia étnica (ORE, en la jerga actual), como la Unión Nacional Karen (UNK). Al igual que otras ORE del este, noreste, norte y oeste de Myanmar, la rebelión armada de la UNK contra el Estado de las tierras bajas se remonta a los primeros años de independencia del dominio británico. Esta vez, los rebeldes de las zonas urbanas se unieron a ellos, y muchos empezaron a recibir adiestramiento guerrillero. Aprendieron a utilizar armas de fuego y granadas; también sobre tácticas de ataque a instalaciones militares y convoyes de tropas. Aprendieron lo que se necesita para apoderarse de un territorio, defenderlo y administrarlo. Algunos de los nuevos rebeldes fueron asimilados por las ORE, como la UNK. Otros formaron sus propios grupos de resistencia armada. A medida que proliferaban, estos grupos de resistencia pasaron a conocerse como FDP: Fuerza de Defensa del Pueblo.
Este era el camino hacia Nawnghkio. La insurrección urbana no fue capaz de derrocar al nuevo régimen en el centro. En cambio, los rebeldes de las tierras bajas birmanas se alzaron en armas en las zonas rurales, en algunos casos luchando junto a viejas ORE, como en la operación conjunta de la FDP de Mandalay con el ELNT cuyo objetivo era capturar Nawnghkio. Las escarpadas tierras altas de la actual media luna rebelde de Myanmar -esa media luna de territorio que ahora controlan en gran medida las fuerzas armadas de la resistencia desde el noreste, a través del norte, hasta el oeste y a lo largo del golfo de Bengala- son zonas donde el proyecto de creación de estado birmano ha tenido dificultades para ejercer su poder, incluso desde la independencia. Las actividades rebeldes han florecido en estas zonas por generaciones. Pero no son zonas en las que la rebelión armada se haya vinculado recientemente con las actividades de resistencia en las tierras bajas birmanas, en parte porque el centro birmano no se ha embarcado en la rebelión armada desde hace tiempo, desde las guerras campesinas de liberación nacional de los años treinta y cuarenta del siglo pasado y la insurgencia comunista que surgió posteriormente en los años sesenta. Hubo una dinámica similar en la revuelta posterior al levantamiento de 1988; los manifestantes de zonas urbanas huyeron a zonas controladas por las ORE. Pero el centro birmano permaneció con fuerza bajo control militar. En la actualidad, aunque los militares conservan el control de las tierras bajas del sur, alrededor de Rangún, en la parte alta del país que rodea a Mandalay y Sagaing, confluyen varias rebeliones armadas, cada vez más integradas en las operaciones de las ORE en las tierras altas. Desde finales de 2023 hasta la mayor parte de 2024, las conquistas territoriales en lugares como Nawnghkio aumentaron la posibilidad de una victoria en el campo de batalla sobre el ejército de Myanmar, incluso si los principales desafíos se confirmaban a finales de 2024.
2
EL CAMINO DESDE NAWNGHKIO: insurgencia, autonomía, imperio
Las insurrecciones van y vienen. Desde mediados de la década de 2000 hasta mediados de la década de 2010 —un ciclo insurreccional desencadenado tanto por la violencia letal policial como por la crisis capitalista—, las revueltas se extendieron desde las periferias urbanas hasta el centro de las ciudades en lugares tan dispares como las barriadas francesas, el barrio de Tottenham en Londres y las plazas centrales del norte de África, Turquía, Grecia, España, Nueva York y California. Tahrir sigue siendo el emblema esencial de ese ciclo histórico, el «centro palpitante»[viii] tan necesario para ese momento. Plazas, barrios, vecindarios, parques, ocupaciones y bloqueos constituyeron la sintaxis táctica de este periodo. No obstante, generalizar y extender estos quiebres se hizo casi imposible. En Europa y Estados Unidos, las revueltas lucharon por ir más allá de la plaza y la calle. Los ocupantes no lograron tomar o resguardar edificios, y las alianzas sindicales se desmoronaron, mientras que el proceder de los partidos políticos resultó ser más un obstáculo que un catalizador para los movimientos de masas que decían representar: desde Syriza hasta Podemos, desde Corbyn hasta Sanders. En el mundo árabe, el ciclo revuelta-elección-golpe de Egipto se convirtió en un referente, junto a las conflagraciones de Siria y Libia, como referentes de levantamientos populares inacabados, incluso si el ciclo sirio ha dado otro importante giro.
Una segunda oleada de este ciclo, que comenzó a finales de la década de 2010 —incluyendo las protestas en Chile, Hong Kong, las protestas por la muerte de George Floyd, la revuelta antimonárquica en Tailandia, los chalecos amarillos (gilets jaunes), las oleadas de huelgas en Vietnam e Indonesia, la resistencia de la Nación Wet’suwet’en, las movilizaciones en Ecuador, Stop Cop City, las protestas en Líbano, Standing Rock, Irak, y la intifada estudiantil dentro del movimiento más amplio de solidaridad con Palestina, por nombrar solo algunos— no deja de plantear preguntas abiertas. No obstante, los problemas para extender y generalizar estas luchas siguen presentes, incluso si el emblema de la plaza quizá ha tendido a dar paso a un mandato logístico: bloquear todo.[ix] El bloqueo sigue siendo el núcleo del arsenal insurreccional.
En la estela de estos ciclos, y sobre el trasfondo de una larga transición de la hegemonía estadounidense hacia una turbulencia multipolar y sistémica, destaca la secuencia insurreccional de Myanmar. Los rebeldes han logrado extender y generalizar una ruptura insurreccional más allá de la ocupación inicial de los centros urbanos, recuperados por los militares mediante la fuerza letal. A diferencia de otras insurrecciones que se volvieron vehículos partidistas —algo imposible tras el golpe en Myanmar— o que fueron arrasadas por guerras entre facciones rivales, como en Libia y (hasta hace poco) Siria, la insurrección en Myanmar ha conseguido una transición de las plazas ocupadas a la lucha armada. Al hacerlo, los rebeldes han combinado las formas características de las insurrecciones de este siglo con las luchas de liberación nacional del siglo pasado, incluyendo el léxico de la guerra popular (en Myanmar se habla de una «guerra defensiva popular»). No obstante, esta composición es increíblemente frágil. Es vulnerable, en particular, a la contradicción entre insurgencia y autonomía en este ciclo de revueltas en curso, desde Nawnghkio hacia el futuro.
INSURGENCIA
La transformación insurreccional de Myanmar —su superación, hasta ahora, de los bloqueos clave que han empañado las rupturas y revueltas de este siglo— no es del todo sorprendente. En primer lugar, el paso a la lucha armada refleja la fuerza prolongada de las Organizaciones de Resistencia Étnica (ORE) en las tierras altas de Myanmar, algunas de las cuales habían firmado acuerdos de alto el fuego durante el período de reformas, mientras que otras no. Podría argumentarse que la particularidad de Myanmar radica en que los rebeldes urbanos podían huir a las colinas y encontrarse con un paisaje de grupos insurgentes fuertemente armados —activos durante varias generaciones— dispuestos y capaces de cooperar en la expansión y reproducción de una ruptura insurreccional, incluso si se consideran las tensiones entre los rebeldes urbanos y las ORE rurales en los campamentos selváticos de las colinas.
En segundo lugar, ha surgido un gobierno en la sombra formado por diputados elegidos en 2020 para ofrecer cierto grado de liderazgo a un movimiento de resistencia, por lo demás descentralizado. El Gobierno de Unidad Nacional (GUN) está activo en algunas zonas liberadas, pero su mayor presencia se encuentra en el exilio, en Tailandia y Occidente, incluyendo Washington D.C. y varias capitales europeas. El GUN es un mecanismo político y diplomático más que una fuerza militar. No obstante, puede decirse que ha resultado productivo para un panorama tan amplio de Fuerzas de Defensa Popular (FDP) luchar no bajo el control directo del GUN, sino bajo las diversas cadenas de mando de las ORE, entre las que el GUN ha podido ofrecer algunos mecanismos conjuntos de coordinación. Sin duda, son las ORE las que poseen la experiencia guerrillera necesaria.
En tercer lugar, y relacionado con lo anterior, una variopinta composición insurreccional se ha mantenido unida. En la izquierda birmana, como en todas partes, existe un debate sobre quién, si es que hay alguien, es capaz o merece dirigir un movimiento revolucionario en ausencia de una clase obrera numerosa, organizada y consciente de sí misma. Tras la pacificación de los centros urbanos en los primeros meses posteriores al golpe, era bastante claro que ningún sujeto revolucionario —desde luego no uno basado en la pequeña clase obrera industrial, por muy crucial que fuera para desencadenar manifestaciones masivas en Rangún— tenía el poder para derrotar al nuevo régimen. Esto apuntaba hacia una composición más heterogénea. La lucha armada, forjada por encima de las diferencias espaciales (urbano/rural, tierras bajas/tierras altas) y étnicas, representó un intento de frente revolucionario interclasista. Este frente incluía una mezcla de diputados birmanos elegidos en 2020, brigadas aguerridas de ORE, jóvenes urbanos rebeldes refugiados en la jungla y una base social campesina que históricamente ha luchado en la guerrilla de manera prolongada tanto en las tierras bajas como en las zonas altas de Myanmar. Aunque no cabe duda de que las tierras altas rebeldes hicieron posible la transformación insurreccional de Myanmar, también las tierras bajas birmanas tienen una larga historia de revueltas armadas contra los proyectos centralizados de creación del Estado, habida cuenta de la debilidad con la que estos proyectos han proyectado el poder más allá de sus centros. Aunque las rebeliones étnicas tienen profundas raíces en Myanmar, una insurgencia comunista que duró décadas conquistó las tierras bajas birmanas antes de trasladarse también a las colinas a mediados del siglo pasado. Esta insurgencia aprovechó y reelaboró el repertorio de rebelión armada que los nacionalistas anticoloniales habían tomado de una historia mucho más larga de revueltas campesinas milenarias: la rebelión de Saya San de la década de 1930 fue la bisagra entre épocas.
Aun así, las revueltas y levantamientos previos contra el régimen militar tras la independencia no se transformaron de forma duradera en una lucha armada generalizada, a pesar de la existencia de insurgentes étnicos armados que podrían haberse unido a los rebeldes birmanos en 1976, 1988, 1996 o 2007, por ejemplo. Esos levantamientos no “se echaron al monte”, por así decirlo, ni activaron la historia de rebelión de las tierras bajas. La gran diferencia hoy en día es, sin duda, el periodo de reformas que lo precedió. Para algunos de los rebeldes actuales, la intensidad de la resistencia armada refleja un apego a las promesas de aquellas reformas, deshechas tan repentina y prematuramente. En cierta medida, luchan por recuperar aquellos atisbos fugaces de democracia liberal y desarrollo capitalista, al mismo tiempo que buscan abolir definitivamente el régimen militar. Muchos otros, cuyo lugar en la sociedad ya les excluía de los beneficios de la reforma liberal en Myanmar, no experimentaron el periodo de reformas tal y como se presentó, en el lenguaje político de una promesa. Para aquellos cuya posición les dejaba, en el mejor de los casos, en una situación ambivalente, el periodo de reformas puede haber significado muy poco: los pobres y las clases trabajadoras de los campos y las fábricas; los estudiantes que se movilizaron por una democracia más radical durante el periodo de reformas; los campesinos de las tierras altas que mantuvieron rebeliones armadas contra el Estado birmano durante ese mismo periodo; y los rohinyás del estado de Rakáin, cuyo genocidio durante las reformas pareció a muchos una contradicción devastadora (aunque no lo fue). Sin embargo, la confrontación final con el régimen militar no es simplemente una promesa vacía.
En efecto, la insurrección de Myanmar condensa el ciclo de revueltas de otros lugares en este siglo. Comienza con la ocupación relativamente pacífica de plazas públicas. A medida que policías y soldados intervienen y disparan contra los manifestantes, la revuelta se intensifica y se vuelve más militante, más abiertamente insurreccional. Su centro de gravedad se desplaza de los centros urbanos más ricos a las periferias urbanas proletarias, donde se forman barricadas y surge la primera línea. En este punto, el ciclo se detiene. Todo el aprendizaje, los préstamos y la emulación táctica que se ha producido dentro de las revueltas y entre ellas llega a una especie de límite cuando las fases anteriores se agotan. ¿Qué viene después? Esta es una forma de concebir el valor y la importancia de la insurrección de Myanmar. Su contribución al conjunto de herramientas revolucionarias de las próximas décadas —décadas que se definirán por crisis económicas, políticas, ecológicas y epidemiológicas entrelazadas— reside en las respuestas que han surgido en ese punto límite. Su contribución, de hecho, radica en la renovación y reelaboración de la insurgencia campesina como lucha revolucionaria, precisamente en la noción de guerra popular. Sin embargo, a medida que la ruptura insurreccional de Myanmar escalaba las colinas para encender una lucha armada rural, surgió un nuevo conjunto de contradicciones. Aquí es donde entra la contradicción principal entre insurgencia y autonomía.
En 2021, el régimen recuperó los centros urbanos en cuestión de meses, lo que provocó una reconsolidación de la resistencia en torno a la lucha armada en las zonas rurales. A finales de ese mismo año, cuando la temporada de lluvias llegaba a su fin (históricamente el periodo de combates en Myanmar se da en la temporada seca), el presidente en funciones del Gobierno de Unidad Nacional (GUN) anunció una «guerra defensiva popular». En su declaración, exhortaba a «un levantamiento nacional en cada aldea, pueblo y ciudad, en todo el país al mismo tiempo. Destituiremos a Min Aung Hlaing y arrancaremos de raíz la dictadura de Myanmar para siempre, y podremos establecer una unión federal pacífica que salvaguarde plenamente la igualdad largamente anhelada por todos los ciudadanos».[x] En aquel momento, las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) proliferaban de manera orgánica. Los analistas militares y los informes de los medios de comunicación se hicieron eco de términos maoístas[xi] al describir una primera etapa de la guerra revolucionaria: una etapa de «defensa estratégica», en la que a los combatientes de la resistencia les bastaría con sobrevivir a los asaltos iniciales del régimen. Le seguiría una segunda etapa de «equilibrio estratégico», en la que los grupos de resistencia desarrollarían unidades móviles más grandes, mejor equipadas y mejor coordinadas. Solo en la tercera etapa, las «fuerzas revolucionarias», entendidas como tales, tomarían plenamente la ofensiva. Para entonces —después de varios años más o menos— utilizarían fuerzas regulares o semirregulares que, cada vez más, confinarían a las fuerzas del régimen en zonas urbanas.
Sorprendentemente, la lucha armada en Myanmar ha seguido en gran medida esa trayectoria. Desde finales de 2021 hasta finales de 2022, los rebeldes urbanos se entrenaron con las ORE establecidas. En el marco flexible de la guerra popular defensiva, las FDP surgieron, se consolidaron y establecieron vínculos con otros grupos armados mientras se defendían de la embestida inicial de las fuerzas del régimen. Las FDP también organizaron sus propios ataques contra convoyes de tropas e infraestructura militar a medida que avanzaban en sus operaciones, ya sea bajo las cadenas de mando de las ORE o de forma más independiente, aunque afiliándose más o menos estrechamente al GUN. Por su parte, el GUN fundó un Ministerio de Defensa para coordinar las actividades de las FDP entre sí y con las ORE. Durante este período de formación y consolidación de grupos de resistencia armada, se produjeron intensos combates con las fuerzas del régimen, no solo en el arco de tierras altas que forma la actual media luna rebelde, sino también en la zona de Mandalay a Sagaing, en las tierras bajas del interior, donde las FDP birmanas han demostrado su capacidad. A finales de 2022, ya se podía hablar de control y consolidación territorial por parte de las fuerzas de la resistencia que, al establecer las zonas liberadas, empezaban a limitar el control absoluto del régimen a la parte baja de Myanmar, en Rangún y el delta del Ayeyarwady. Aun así, las ventajas del régimen tales como armamento pesado, artillería y aviación, suponían enormes desafíos para las fuerzas de la resistencia y la población civil en las zonas en disputa.
Podría decirse que la tercera fase, en la que las fuerzas revolucionarias confinarían a las tropas del régimen en zonas urbanas, comenzó a finales de 2023. El 27 de octubre se produjeron los primeros disparos de la Operación 1027, una ofensiva sorpresa llevada a cabo por la Alianza de los Tres Hermanos en el estado de Shan. (La Operación 1027 hace referencia a la fecha en que comenzó, utilizando una convención que también adoptarían las ofensivas posteriores). La Alianza —formada por el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang (ELNT), el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar (EADNM) y el Ejército de Arakán (EA)— lanzó una serie de ataques simultáneos contra objetivos militares y policiales en el norte del estado de Shan. Las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) de Mandalay, el Ejército Popular de Liberación de Bama (EPLB) y el Ejército Popular de Liberación (EPL) del Partido Comunista de Birmania[xii] también se unieron a la ofensiva. A mediados de noviembre, la Alianza había capturado más de 100 posiciones del régimen y varias ciudades, incluyendo pasos fronterizos clave como la Zona Autoadministrada de Kokang, tras una victoria crucial en la toma de Laukkai. El rápido derrumbe de las posiciones del régimen desencadenó ofensivas rebeldes en otros lugares, desde las operaciones 1107 y 1111 en el estado de Kayah hasta las ofensivas en los estados de Kayin, Kachin, Sagaing, Chin y Rakáin. A lo largo del golfo de Bengala, los avances del Ejército de Arakán en el estado de Rakáin —su territorio natal, por así decirlo, a pesar de su adiestramiento y operaciones en el estado de Shan— han igualado o incluso superado a los de la Alianza en el norte, y en su momento se especuló con la posibilidad de que todo el estado podía caer en manos del EA.
La Operación 1027 Fase II, iniciada en junio de 2024, ya ha capturado otras 100 posiciones del régimen y una serie de ciudades estratégicas. Entre ellas se incluyen no solo Nawnghkio, sino también Kyaukme, al norte de Nawnghkio y en la misma ruta comercial hacia la frontera china, a lo largo de la cual las fuerzas de la resistencia están consolidando el control; la ciudad de Singu, a solo 91 kilómetros al norte de Mandalay y la primera en ser tomada únicamente por las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) de Mandalay; Madaya, incluso más cerca de Mandalay, donde los grupos de resistencia limitan cada vez más las fuerzas del régimen a una posición defensiva en la ciudad; Mogoke, una gran ciudad famosa por sus minas de rubíes, vecina de Singu; e incluso Lashio, la ciudad más grande del norte del estado de Shan. Con una población de 350 000 habitantes antes de la ofensiva, Lashio es una importante zona urbana. También cuenta con un gran aeropuerto y, sobre todo, es la sede del Mando Nororiental del régimen. Este fue el primer mando regional capturado por las fuerzas de la resistencia.[xiii]
Esta guerra revolucionaria, que se ha desarrollado en unas tres fases, ha sido testigo de la evolución de un conjunto de tácticas. En la primera fase, las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) y las Organizaciones de Resistencia Étnica (ORE) tuvieron que resistir los ataques de las tropas terrestres del régimen, junto con helicópteros de combate y cazas, al tiempo que organizaban sus propios ataques. La potencia aérea, en particular, no es necesariamente un signo de debilidad o desesperación, como algunos concluyeron demasiado pronto, sino un pilar de la contrainsurgencia en los siglos XX y XXI. En esta primera etapa y en la segunda, las fuerzas de la resistencia dependieron de la velocidad, la dispersión, el camuflaje y el amparo de la oscuridad. Ejecutaban rápidos e intensos ataques por la noche o antes del amanecer, aplastando las posiciones enemigas y capturando los depósitos de armas antes de dispersarse rápidamente para evitar las represalias aéreas. En la segunda fase, el creciente suministro de armas ligeras —en concreto, fusiles de asalto Tipo 56 (una versión china del AK-47 soviético) y copias del Tipo 81— armó hasta los dientes[xiv] a las FDP más pequeñas de las tierras bajas birmanas, lo que les permitió convertir las escaramuzas de ataque y huida en operaciones más sostenidas y contundentes. El Ejército para la Independencia Kachin (EIK), en el norte, y el Ejército Unido del Estado de Wa (EU-EW), en el estado de Shan (un grupo armado importante pero nominalmente neutral), tienen capacidad para producir fusiles Tipo 81. Ambos han suministrado armas a las fuerzas de resistencia. Otras armas han sido traficadas a través de la frontera tailandesa, incautadas en depósitos de armas del ejército o producidas por las propias FDP, como granadas, cohetes y drones de bajo coste alimentados por baterías. Durante las dos semanas que duró el asedio de Lashio en julio, dirigido principalmente por el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar (EADNM), los combatientes de la resistencia utilizaron drones, cohetes y ataques de infantería para hacer historia al tomar el Mando Nororiental del ejército de Myanmar.
La fase I de la operación 1027 puso de manifiesto la fragilidad del régimen. Un observador clave la denominó[xv] el mayor desafío en el campo de batalla para el régimen en décadas: «por mucho, el momento más difícil al que se ha enfrentado desde los primeros días del golpe». El Gobierno de Unidad Nacional (GUN) declaró su apoyo a la operación desde el principio, y en la declaración del su tercer aniversario —en abril de 2024— describió[xvi] al régimen como «en su punto más bajo y al borde del colapso». La Fase II ha permitido a las fuerzas de la resistencia ganar incluso más terreno. No obstante, cabe señalar que el GUN, que se ve a sí mismo como el líder de lo que ahora se conoce ampliamente como una revolución, no tuvo ningún papel de liderazgo en esta serie de extraordinarias ofensivas. El GUN solo pudo atribuirse la ocupación de Kawlin, en Sagaing, pero el régimen fue capaz de recuperarla y, sobre todo, de destruir gran parte de la ciudad solo unas semanas después. El levantamiento nacional incitado por el GUN en 2021 apenas le pertenece, si es que le pertenece. De ahí la mordaz observación[xvii] de un intelectual shan sobre la Operación 1027: «sabes que el GUN no participó por dos razones: una, fue una sorpresa, y dos, fue un éxito».
Al mismo tiempo, el objetivo de conquista del Estado articulado por el Gobierno de Unidad Nacional, basado en la noción de guerra defensiva popular —llevada a cabo para establecer una nueva «unión federal»—, no es exclusivo del GUN. En toda la media luna rebelde y, desde luego, en los alrededores de Mandalay y Sagaing, aplastar a la junta militar es un objetivo ampliamente compartido, ya que la junta es el Estado. Sin embargo, la integración y coordinación entre las FDP y entre estas y las ORE, administrada por el GUN, ha permitido que su visión estatista se difunda, al menos formalmente, entre una amplia variedad de fuerzas de resistencia, especialmente entre las FDP con raíces en las tierras bajas birmanas. En esta tendencia insurgente, el Estado nacional, en proceso de reestructuración federal, se presenta como un horizonte de conquista y captura.
En muchos sentidos, esta es la tradición clásica de la teoría y la praxis revolucionarias. El objetivo de la revolución es fundar un nuevo régimen autodeterminado por el pueblo, un nuevo orden soberano, dentro de un marco de inteligibilidad derivado del pensamiento republicano del siglo XVIII. En el antiguo mundo colonial, esto se tradujo en el lenguaje de liberación nacional. Aunque los estallidos revolucionarios siempre han tendido a incluir corrientes más internacionales, incluso internacionalistas, que superan este marco estatal, la captura revolucionaria por el republicanismo radical ha tendido a oscurecer este exceso. En la actual coyuntura de Myanmar, como veremos, también hay algo más que un simple horizonte estatal. En la tradición clásica, el éxito o el fracaso revolucionario, el optimismo o el pesimismo, se reducen fácilmente a un único criterio: la captura del Estado. Esta es la razón por la cual el ciclo de luchas que ha marcado este siglo —desde la Primavera Árabe hasta Occupy y otros lugares— ha parecido tan fácil de descartar para tantos: esas luchas no capturaron el Estado, al menos no de forma duradera.[xviii]
La tendencia insurgente en Myanmar opera dentro de este paradigma revolucionario clásico. Desde esta perspectiva, las bases insurgentes de la media luna rebelde y las tierras altas birmanas funcionan como lugares específicos que buscan impulsar una nueva soberanía nacional. La base insurgente hace posible una marcha hacia el progreso, culminando en la forma de Estado. Recordemos que el presidente en funciones del Gobierno de Unidad Nacional, al anunciar una guerra popular defensiva, habló de un levantamiento que se produciría en todas partes, al mismo tiempo, para todos, con el fin de salvaguardar la igualdad de todos los ciudadanos en una nueva unión federal. Esta tendencia considera que las bases insurgentes de Myanmar son afines a la teoría del foco analizada por Régis Debray, el famoso filósofo encarcelado mientras viajaba con los guerrilleros del Che Guevara en Bolivia. Para Debray, la lucha armada revolucionaria no puede limitarse a la autodefensa armada de enclaves territoriales, como las zonas de autodefensa campesina y obrera en Colombia y Bolivia, que él veía en términos de abnegación heroica inútil. Según esta lógica, la lucha armada también debe ser «política», en sentido estricto, de centrarse en la conquista del Estado.[xix] Y en Myanmar, en abril de 2024, el colapso del Estado parecía inminente, según el GUN.
AUTONOMÍA
Por muy importante que sea la tendencia insurgente en esta coyuntura revolucionaria, no agota el momento actual. Con su enorme presencia en el exilio en los círculos diplomáticos occidentales, la pretensión del Gobierno de Unidad Nacional de dirigir la revolución hace que sea demasiado fácil reducir la actual lucha armada a una batalla al estilo de la Guerra Fría entre dictadura y democracia, autoritarismo y libertad; una lucha que, una vez más, se reduce al conocido criterio revolucionario: capturar el Estado. Esta imagen es demasiado simplista. En realidad, el GUN tiene un Ministerio de Defensa, pero no tiene un ejército propio. Del mismo modo, su visión de una unión federal es muy criticada. A lo largo de todo el proceso, y en una tensa intimidad con los insurgentes que se concentran en la conquista del Estado, también ha surgido otra tendencia, organizada en torno a la defensa de la tierra, la lucha territorial y la administración autónoma. Aunque llena de contradicciones internas, esta tendencia no tiene como condición sine qua non la captura y refundación del proyecto de estado birmano.
En toda la media luna rebelde de Myanmar, las fuerzas de la resistencia ya habían asegurado el control territorial y administrativo a finales de 2022, tras la fase inicial de defensa estratégica contra los ataques del régimen. En estas zonas liberadas, la administración autónoma ha adoptado múltiples formas. Las Organizaciones de Resistencia Étnica más grandes y antiguas ya contaban con sistemas administrativos civiles bien establecidos, desarrollados a lo largo de décadas de gobierno rebelde, que se extendieron a las zonas recién liberadas. Estos sistemas abarcan una amplia gama de actividades y servicios, como la sanidad, la educación, el comercio y la economía, la justicia penal, la respuesta humanitaria y la seguridad, así como cuestiones relacionadas con la tenencia de la tierra y la gestión de los recursos naturales. En las zonas liberadas administradas por fuerzas de resistencia más pequeñas o más recientes, la gobernanza más básica incluye actividades relacionadas con la sanidad pública, ayuda humanitaria, mecanismos de justicia y la lucha contra el comercio ilícito. En algunos lugares, concretamente en estados territorializados en torno a categorías étnicas específicas, los consejos de coalición han reunido a políticos, partidos políticos, las ORE y comités de huelga para formar gobiernos estatales provisionales de facto, entre los que se incluyen, aunque sin limitarse a ellos, el Consejo Consultivo Nacional Provisional Chin, el Equipo de Coordinación Política Provisional Kachin, el Consejo Ejecutivo Provisional Kayah y el Comité de Coordinación Provisional del Estado Mon. Mientras tanto, el GUN ha creado órganos de administración popular a nivel municipal en las zonas controladas por las Fuerzas de Defensa Popular alineadas con el GUN.
Estas administraciones son precisamente autónomas: formulan y determinan sus propias leyes, su administración y su gobierno. De acuerdo con un informe reciente,[xx] «las alas de la administración civil de las Organizaciones de Resistencia Étnica y los ‘consejos’ locales de coalición desarrollan o fortalecen activamente sus propios sistemas de gobierno, haciendo hincapié en el autogobierno y la autodeterminación locales». En efecto, estas administraciones autónomas crean territorios. En las zonas liberadas del control del régimen, la administración autónoma produce espacios integrados, espacios políticos nuevos y altamente significativos. El territorio creado de este modo marca y perfora el espacio del Estado birmano. El Estado birmano ha funcionado durante mucho tiempo como el principal medio de encierro, de explotación y de valorización capitalista, como el contenedor dentro del cual el espacio abstracto desterritorializado desplaza, de manera antagónica, los mundos sensibles de la comunidad, de la vida cotidiana, de la supervivencia diaria. En respuesta, las zonas autónomas actuales reformulan la organización política más allá de la forma convencional y centralizada del Estado-nación. Al abordar la subsistencia desde fuera del Estado, están satisfaciendo las necesidades de supervivencia y aprovisionamiento básico en medio del colapso del sistema bancario de Myanmar, de una economía en crisis y donde apenas funcionan las rutas comerciales clave, especialmente en el norte de los estados de Shan y Kachin.
Es crucial señalar que la tendencia autónoma, organizada en torno a la defensa de la tierra y la lucha territorial, no es un bien simple y puro, un protagonista singular y justo que se opone a la cansada lealtad de la tendencia insurgente hacia la violencia del Estado birmano. En concreto, dentro de la tendencia autónoma puede establecerse una distinción entre las formas comunales de cooperación práctica y reproducción que abordan la subsistencia desde abajo en condiciones difíciles, y las amplias actividades más organizadas y altamente mediadas asociadas a los grupos armados arraigados de las tierras altas, especialmente los del norte del estado de Shan. Las primeras se mueven en el ámbito de la prefiguración de formas emancipadoras. Las segundas reproducen lógicas de dominación social en condiciones muy restringidas de autodeterminación. Esta distinción es necesaria. Al mismo tiempo, estos dos polos de autonomía existen a lo largo de un espectro. Empujan en direcciones diferentes —organización espontánea frente a organización voluntaria, en cierto sentido— aunque, según la crítica de la oposición del consejismo entre las dos, ambas son orgánicas a las condiciones históricas, por lo que no son totalmente opuestas ni completamente distintas.
Formas comunales
En la actual ruptura de Myanmar, la autonomía funciona bajo la suspensión parcial del Estado y del mercado, mediante una combinación de imposición y voluntad. A lo largo de la media luna rebelde, estas zonas de autonomía no son solo las bases insurgentes extraídas del imaginario de las luchas de liberación nacional del siglo XX, esos lugares de movimiento propulsivo a través del tiempo hacia el espacio nacional. La autonomía aquí podría entenderse mejor dentro del legado histórico de la forma-comuna,[xxi] con la defensa de la tierra produciendo una subjetividad política menos anclada a un Estado nacional trascendente. Desde la propia Comuna de París hasta las luchas territoriales más recientes en otros lugares —la ZAD en Notre-Dame-des-Landes, por ejemplo, o Stop Cop City en Atlanta y las batallas contra los oleoductos en Canadá—, la actividad comunal tiene como objetivo la recuperación de la vida cotidiana, reapropiándose de cómo se viven el espacio y el tiempo. En Myanmar, se aplica en todo momento una distinción tajante entre la escala nacional del régimen —denunciada, resistida, mantenida a distancia— y una orientación más situada, más local y autoorganizada, donde la gobernanza puede adoptar formas novedosas de asociación, como los consejos desarrollados en los estados de Chin y Kayah. Los circuitos emergentes de cooperación social están respondiendo a cuestiones de supervivencia, subsistencia y seguridad mediante la autoorganización, en las ruinas, aunque incompletas, de las fuerzas del Estado y del mercado que, en primer lugar, nunca satisficieron las necesidades humanas. Está en juego otra noción de revolución, ya no centrada en la captura y refundación de un Estado nacional trascendente, sino en solidaridades prácticas que apuntan más allá del horizonte estatal, enfocadas en atender las necesidades humanas.
La reproducción social se cierne sobre el eje de la autonomía. El problema de la duración de la insurrección —que está en el núcleo mismo de cualquier intento de generalizar una ruptura política— está vinculado a una labor cotidiana de aprovisionamiento básico: comida, cobijo, salud y cuidados. En las zonas rurales de Myanmar, este tipo de trabajo suele ser doméstico el cual ha sostenido y reproducido la posibilidad de la lucha armada durante muchos años, desde las rebeliones en las tierras altas étnicas que duraron décadas hasta la guerra popular que se libra en la actualidad. Este campo revolucionario es una refracción del hogar revolucionario, en el que el trabajo emocional, físico y material marcados por el género subrayan el papel clave de las mujeres a la hora de librar —e incluso mirar más allá— la guerra revolucionaria. La línea del frente de Myanmar es un paisaje de gran devastación, pero «en estas duras condiciones, el trabajo de las mujeres […] no solo mantiene a las familias y a los combatientes, sino que también proporciona un espacio para imaginar alternativas a la violencia».[xxii] Actividades como recoger bambú y leña, limpiar el hogar y preparar la comida, o mandar niños y dinero a las Fuerzas de Defensa Popular (FDP), pueden parecer prosaicas, comunes o rutinarias, pero unen paisajes rotos, animados por el amor a sus seres queridos y la promesa de otros futuros. Todo ello replantea el significado y el alcance de la vida misma. En Myanmar, «el amor marcado por el género y el trabajo que da sentido a la vida se integran con las luchas revolucionarias más amplias, constituyendo la esencia misma de la política revolucionaria».
En la media luna rebelde, la autonomía es una tendencia, no un logro; es una trayectoria y una orientación, no algo completo o plenamente realizado. Marca una distancia y una defensa frente a la violencia del Estado birmano (que, a su vez, siempre tiende más a serlo que a serlo totalmente), aunque las administraciones autónomas, el abastecimiento a los hogares y la reproducción social a menudo reproducen, más localmente —o difícilmente pueden evitarlo, sin duda—, la jerarquía social, la dependencia del mercado y la desigualdad de género. Lo que está en juego es la supervivencia diaria más que la transformación total. Como en otras situaciones de desastre, desesperación y conflicto armado, las personas que luchan por sobrevivir han formado comunidades solidarias organizadas en torno al cuidado, la cooperación y la subsistencia. Al igual que otras de las comunidades que surgen en situaciones de catástrofe,[xxiii] están «negociando con sus manos» para ofrecer atisbos de reproducción autoorganizada que satisfaga las necesidades humanas, actividades que el Estado considera amenazas.
La actividad humanitaria, por ejemplo, está muy localizada y es extremadamente peligrosa. Las organizaciones comunitarias de ayuda a pequeña escala han denunciado ataques sistemáticos de las fuerzas del régimen contra las operaciones de ayuda a los civiles desplazados, ya que la junta pretende aislar, estrangular y destruir la base de apoyo civil de las fuerzas de la resistencia. Sin embargo, las operaciones de ayuda organizadas, por pequeñas que sean, siguen siendo solo una fracción de lo que se considera, en el sentido más amplio, actividad humanitaria. A lo largo de la frontera con Tailandia, los kayin han demostrado durante años[xxiv] que la «protección humanitaria» es algo que la gente común hace por sí misma, no algo que proporcionen las organizaciones formales (ya sean pequeñas o grandes). Sobre el trasfondo de décadas de insurgencia y contrainsurgencia en el estado de Kayin, la autoprotección implica medidas como preparar escondites en el bosque por si es necesario huir, almacenar alimentos en el bosque y seguir los movimientos de las tropas para avisar a otros aldeanos del patrullaje militar. También puede incluir la recuperación de suministros de las aldeas tras la huida, el cuidado secreto de los cultivos, la creación de «mercados temporales en la jungla» para comerciar con otros en situaciones similares, el reparto de alimentos con parientes y amigos, la confianza en el bosque para obtener alimentos y medicinas, y la creación de servicios educativos y sociales básicos en las zonas donde los desplazados se asientan de manera temporal o permanente.
Actividades como estas sugieren que la comunidad, en este caso, se entiende mejor no en el sentido sociológico de Gemeinschaft contrapuesto a Gesellschaft —uno simplemente orgánico y cerrado en sí mismo, un mundo delimitado de tradición estática; el otro, algo abierto, formado a través de la libre asociación y el interés propio racional—. Más allá de esta rancia oposición, sería mejor ver la comunidad en el sentido de Marx de Gemeinwesen: un ser en común que, en momentos de ruptura e insurrección, la gente reconstruye y reclama, prefigurando y produciendo una forma más auténtica de comunidad humana.[xxv]
La autoprotección no es exclusiva del estado de Kayin. Estas prácticas, que se remontan a décadas atrás, demuestran que los hogares revolucionarios de Myanmar son capaces de mantenerse y reproducirse a sí mismos bajo una presión considerable, incluso hoy en día: mediante desplazamientos y huidas, pero también mediante actos de recuperación, reivindicación y reapropiación que abren posibilidades de retorno. En Sagaing, especialmente, pero también en otros lugares, las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) protegen las ocupaciones de tierras por parte de los agricultores. Se trata de campesinos que, por ejemplo, o bien acaban de apropiarse de tierras dedicadas a la explotación industrial y agroindustrial, o bien reclaman tierras que antes poseían y que habían sido confiscadas por el ejército o por empresas respaldadas por el Estado. Las prácticas de autoprotección, defensa de la tierra y reproducción autoorganizada ayudan a mantener los tejidos sociales que nutren y alimentan la lucha armada. Permiten criar, alimentar y vestir a los luchadores de la resistencia del presente.
Simétricamente, las fuerzas del régimen pretenden socavar la reproducción en el campo. Resucitando su doctrina de los «cuatro recortes»,[xxvi] desarrollada por primera vez en la década de 1960, la junta tiene como objetivo los alimentos, los fondos, la inteligencia y el apoyo popular a los grupos rebeldes. Las incursiones en las aldeas, la quema de campos y de casas, escuelas, mercados, monasterios, mezquitas e iglesias, por ejemplo, vuelven a ser elementos centrales de la contrainsurgencia. Los incendios provocados ocupan un lugar preponderante. Sagaing y Magwe, en las tierras bajas superiores donde las Fuerzas de Defensa Popular birmanas han sido especialmente activas, han sido testigos de más de 25 000 estructuras destruidas[xxvii] por incendios provocados por el régimen a mediados de 2022. Las ocupaciones de tierras por parte de los agricultores también se han enfrentado a otra situación, dependiendo del equilibrio de control en una zona: acaparamiento de tierras por parte de las brutales milicias Pyu Saw Htee, respaldadas por el Estado.
En los confines del Estado y el mercado, lo que está en juego no es tanto el romanticismo de la resistencia como los modos de supervivencia práctica. La subsistencia autoorganizada significa hacer frente a la situación imperante para reproducir la vida en condiciones difíciles, utilizando formas sociales improvisadas, colaborativas y cooperativas. La pureza escasea: ideológica, política y materialmente. En la región de Tanintharyi, un grupo de investigación integrado en aldeas rurales, comunidades desplazadas y fuerzas armadas de resistencia ha abogado por una comprensión flexible de la logística. A medida que las FDP y las fuerzas del régimen luchan por el control de los corredores comerciales —especialmente la carretera principal que va de Dawei a la frontera con Tailandia—, la proliferación de puestos de control y el cierre de carreteras hacen que los campamentos y pueblos rebeldes queden incomunicados durante días o semanas. Las cosechas se echan a perder antes de llegar al mercado; las tiendas cierran; el aprovisionamiento de los hogares se vuelve difícil. En este caso, el reto de mantener el apoyo civil —el oxígeno de cualquier guerra popular— consiste en mantener cierto acceso al mercado mientras se lucha por el control de las carreteras. En este sentido, la logística es un objeto y un instrumento esencial para la lucha armada. Dominar —o, al menos, intentar controlar— el flujo de mercancías, municiones y personas, desde los civiles hasta los combatientes de la resistencia y las tropas del régimen, es el centro de esta guerra popular. Pero los combatientes de la resistencia no pueden permitirse cerrar totalmente las carreteras e impedir la circulación (ni destruir los corredores comerciales de la zona). La solución es reorganizar y recalibrar la circulación con el mayor cuidado posible. El objetivo de las FDP es facilitar la circulación de mercancías, armas, civiles y combatientes de tal forma que se atiendan simultáneamente las exigencias de la guerra, el comercio y el paisaje: utilizando algunas partes de la red de carreteras, pero no otras, según sea necesario; creando nuevos caminos a través de los bosques, las colinas y los ríos, por laboriosas y costosas que sean; y asfixiar, en la medida de lo posible, las líneas de suministro a las fuerzas del régimen y a los campamentos del ejército.
En los términos de un debate clave,[xxviii] no se trata de un panorama de lucha disciplinada. No se busca el control, el dominio o la dirección táctica desde ninguna perspectiva global. Se desarrolla, más bien, como un proceso de inventario, donde los civiles y combatientes por igual hacen balance de lo que está disponible —lo que está abierto, lo que es posible y lo que no— en el entorno en cuestión. Este bricolaje, por así decirlo, se lleva a cabo desde la perspectiva de los partisanos que viven y luchan desde lugares concretos. A menudo asediados y acosados por las pérdidas, sus numerosas victorias se acumulan, no obstante, de manera progresiva, más que en un momento decisivo. No están creando ni llevando a cabo un plan maestro para la gestión de la guerra popular; están respondiendo, situacionalmente, a una compleja crisis del orden. Al profundizarla, toman lo que pueden para construir algo nuevo.
Cabe señalar que Tanintharyi depende más del mercado que otras partes de la media luna rebelde. A lo largo de varias generaciones, los cultivos comerciales de los pequeños agricultores, como la nuez de betel, el caucho y las frutas de temporada, primero complementaron la producción para subsistir y luego se volvieron la base de la subsistencia, sobre todo en las tierras bajas, pero también en las tierras altas. Más recientemente, la proliferación de plantaciones de aceite de palma respaldadas por el Estado ha acelerado este proceso de aislamiento. Esta dependencia del mercado comercial —este grado de integración en el mercado— explica por qué los combatientes del sur evalúan cuidadosamente su orientación en el mercado. En otras partes de las tierras altas de Tanintharyi y en otros lugares de las tierras altas rebeldes, es más común la agricultura itinerante (también conocida como cultivo itinerante o rotación de cultivos).[xxix] La agricultura itinerante sustenta hasta la mitad de la población de las tierras altas de Myanmar y cubre casi una cuarta parte de la superficie terrestre del país; consiste en cultivar una serie de parcelas, una tras otra, dejando algunas parcelas abandonadas en barbecho mientras la tierra se regenera. La agricultura itinerante, regulada a nivel de aldea mediante instituciones consuetudinarias, autogestión colectiva y reparto recíproco del trabajo, se orienta hacia la autonomía comunal, el uso común y la producción destinada a cubrir necesidades humanas antes que a la acumulación privada. Históricamente, la agricultura itinerante reflejaba más la lejanía de los mercados que la integración en ellos, es decir, una forma de satisfacer las necesidades básicas de subsistencia en lugar de producir para valorizar y obtener beneficios. En el centro de la subsistencia de las tierras altas, la agricultura itinerante establece una distancia con el mercado, en lugar de la dependencia, que es fundamental para la supervivencia material en gran parte de la actual media luna rebelde.
Las contradicciones de la autonomía
La autonomía dista mucho de ser sencilla. En algunas zonas de los estados de Kayin y Kachin, el gobierno rebelde tiene una larga historia. Las alas de la administración civil de los grupos rebeldes han trabajado durante décadas junto a sólidas redes de la sociedad civil para gobernar poblaciones y territorios más allá del Estado central birmano, aunque siempre en tensión con él. Saben lo que cuesta conservar y mantener un territorio después de haberlo liberado. Las raudas conquistas territoriales han ampliado de manera repentina y masiva la zona de control operativo de los grupos más recientes que constituyen la Alianza en el norte del estado de Shan. Para estas Organizaciones de Resistencia Étnica, con relativamente poca experiencia en el gobierno rebelde, se imponen ahora agudos desafíos. Deben garantizar y mantener servicios como el agua y la electricidad, la sanidad y la educación, el transporte y los medios de subsistencia, así como la seguridad y la protección. Mientras los del régimen azotan los territorios recién conquistados, las ORE intentan gobernar en el contexto de una auténtica crisis humanitaria, con hasta tres millones de personas desplazadas en todo Myanmar, especialmente en el norte de Shan, donde las sólidas redes de la sociedad civil de otros estados étnicos también están relativamente ausentes. Incluso en los estados de Kayin y Kachin, donde las nuevas ofensivas también han desplazado el campo de batalla, la expansión de las zonas de control territorial supone desalentadores desafíos humanitarios.[xxx] En general, estos retos serán afrontados localmente por los propios ciudadanos de a pie, como ha ocurrido durante muchos años incluso en el estado de Kayin, por ejemplo.
Podría decirse que el contraste entre insurgencia y autonomía refleja una contradicción entre estatismo y antiestatismo, con un «liderazgo» revolucionario birmano centrado en la conquista del Estado que existe más o menos en tensión con una lucha armada heterogénea organizada en torno a la liberación de territorios autónomos. El Gobierno de Unidad Nacional representa la primera tendencia, mientras que las Organizaciones de Resistencia Étnica de las tierras altas representan la segunda. La posición de las Fuerzas de Defensa Popular birmanas de las tierras bajas en la parte alta del país, que pretenden liberar y defender sus territorios, está un poco menos clara, pero forma parte de una lucha política en la que la conquista del Estado sigue siendo primordial. En este sentido, la contradicción entre insurgencia y autonomía no se corresponde del todo con la antigua distinción entre los proyectos estatales birmanos de las tierras bajas —violentos, coercitivos y esencialmente jerárquicos— y el anarquismo de las tierras altas étnicas —positivamente igualitario, acéfalo y fundamentalmente antiestatal—.[xxxi] Aun así, es indiscutible que en la coyuntura posterior a la Operación 1027, importantes franjas de Myanmar están controladas por fuerzas de resistencia cuya relación con el Estado birmano es, en el mejor de los casos, ambigua.
La cuestión nacional se reduce en parte a si una serie de conceptos políticos pueden mediar entre la insurgencia y la autonomía, entre la conquista estatal y la creación de un territorio autónomo. Entre ellos figuran el federalismo, la unión federal, la confederación y la devolución. El Gobierno de Unidad Nacional y sus aliados más cercanos de las Organizaciones de Resistencia Étnica, como el Ejército para la Independencia de Kachin (EIK), han apelado sistemáticamente a la promesa de una unión federal, en la que estados y regiones separados se unan sobre la base de negociaciones que permitan a cada uno conservar su autonomía bajo un orden soberano compartido —siendo el grado exacto de autonomía la cuestión obvia de la negociación—. Solo unos meses después del golpe, el Consejo Consultivo de Unidad Nacional (CCUN) —un órgano asesor del GUN que incluye no solo a diputados electos, sino también a partidos políticos, grupos de la sociedad civil, ORE y consejos de coalición de los estados étnicos— publicó la Carta de la Democracia Federal. La Carta proporciona un marco legal para que el GUN actúe como gobierno nacional provisional tras la derogación de la Constitución de 2008, redactada por los militares para proteger sus poderes durante el posterior período de reformas. En el seno del CCUN, los diputados elegidos en 2020 votaron a favor de derogar la Constitución de 2008 el mismo día en que el CCUN publicó la Carta. Además, la Carta[xxxii] ofrece un marco constitucional provisional para permitir que el GUN, los consejos de coalición y las ORE gobiernen «con una autonomía significativa pero bajo un sistema común de soberanía».
Sin embargo, este marco para un sistema federal se ha enfrentado a grandes dificultades. La segunda parte de la Carta de la Democracia Federal, que proporciona una base jurídica para el gobierno provisional en las zonas liberadas —es decir, la cuestión de la autonomía de las Organizaciones de Resistencia Étnica y, en menor medida, en las zonas controladas por las Fuerzas de Defensa Popular en torno a Mandalay y Sagaing—, seguía considerándose en 2022 como un simple documento de trabajo, el cual no había sido aceptado ni priorizado por todas las partes del Consejo Consultivo de Unidad Nacional. En dos años apenas se produjeron avances. En abril de 2024 tuvo lugar la segunda asamblea popular del CCUN aunque fue considerada un fracaso.[xxxiii] Los representantes del Gobierno de Unidad Nacional y del grupo de parlamentarios electos en 2020 —el Comité de Representantes de la Pyidaungsu Hluttaw (CRPH)— ni siquiera asistieron al último día de la asamblea, en medio de desacuerdos sobre la cuestión de la autonomía en las zonas liberadas. La asamblea parece haber dañado las relaciones entre la clase política birmana, aglutinada en el GUN y la CRPH, y sus supuestos aliados en todo el panorama político. Actualmente han surgido marcos federales contrapuestos, elaborado por el GUN que amplía la Carta de la Democracia Federal, y otro de un grupo llamado Comité de Representantes del Pueblo para el Federalismo.
El desacuerdo sobre la definición de federalismo no es el único desafío. No todos los grupos armados están interesados en el federalismo. El Ejército Unido del Estado de Wa (EUEW) es el mayor grupo armado de Myanmar, aparte de las fuerzas armadas del régimen. Con 30 000 soldados en las zonas fronterizas entre Shan y China —muchos más que la suma de las fuerzas de la Alianza de los Tres Hermanos—, el EUEW ha permanecido en gran medida al margen de la lucha contra el régimen. La autonomía es sin duda una de sus consignas. En el estado de Wa, que existe desde finales de la década de 1980, el gobierno afiliado al EUEW expide sus propios documentos de viaje; la moneda de Myanmar no es de curso legal (utiliza el yuan chino en el norte y el baht tailandés en el sur); y un partido central practica el autogobierno explícito, rechazando la lealtad formal a todos los gobiernos vecinos, a pesar de las estrechas relaciones con China. Mientras tanto, en el estado de Rakáin, el Ejército de Arakán (EA) estaba por tomar la capital del estado, Sittwe, después de la Operación 1027 en Shan. Se especulaba que, de haberlo hecho, su plan habría sido negociar con el régimen para conseguir el tipo de autonomía que se ha asegurado el EUEW. El EA considera que un acuerdo de este tipo no es federalismo dentro de una unión nacional compartida, sino más bien como una confederación con una importante devolución de poderes. «En una confederación tenemos autoridad para tomar decisiones por nuestra cuenta, [el EA prefiere una situación] como la del estado de Wa, declaró el jefe del EA explicando que la confederación es «mejor» que el federalismo y «más apropiada para la historia del estado de Rakáin y las esperanzas del pueblo arakanés».[xxxiv]
Sin duda, las actividades del Ejército de Arakán en el estado de Rakáin son motivo suficiente para preocuparse por un posible autogobierno del EA en Rakáin. En marzo de 2024, surgieron informes que afirmaban que el ejército de Myanmar había reclutado a musulmanes rohinyás en el estado de Rakáin para luchar contra el EA. La ironía es escandalosa: el Estado de Myanmar niega la ciudadanía a los rohinyás, quienes además se enfrentan a un amplio espectro de discriminaciones, como la prohibición de viajar fuera de sus comunidades. En la década de 2010, los rohinyás fueron objeto de violencia masiva por parte de civiles de Rakáin y del ejército de Myanmar, y unos 700 000 rohinyás fueron expulsados a través de la frontera con Bangladesh. Más de medio millón de rohinyás siguen viviendo en campamentos. En la actualidad, el ejército de Myanmar ha convertido a los rohinyás en carne de cañón —según los informes, docenas de ellos[xxxv] murieron como reclutas de la junta en abril de 2024—, mientras que el EA ha tomado como objetivo a esta población. A mediados de 2024, mientras el EA luchaba contra el ejército de Myanmar por el control de municipios de mayoría rohinyá en el norte de Rakáin, testimonios de víctimas, testigos presenciales e imágenes por satélite revelaron atrocidades[xxxvi] cometidas por el EA contra los rohinyás, concretamente incendios provocados en aldeas y desplazamientos masivos de civiles, similares a anteriores expulsiones de rohinyás que ahora se califican ampliamente de genocidio. Además, en agosto, las tropas del EA utilizaron drones y morteros para atacar a civiles rohinyás que huían a través del río Naf hacia Bangladesh. Al día siguiente se produjo la «masacre de la playa», de acuerdo con los informes en el mismo cruce del río, el EA disparó indiscriminadamente contra civiles rohinyás y, según testigos, cometieron actos de violencia sexual. Aunque el reclutamiento de los rohinyás por parte del ejército los hizo vulnerables a los ataques del EA,[xxxvii] las pruebas sugieren que las EA son directamente responsables de esta nueva ronda de violencia contra los rohinyás, lo cual se considera un mal augurio para el autogobierno de Rakáin.
El EA no es la única organización que prefiere un autogobierno al estilo de Wa. Según los informes, el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar (EADNM), el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang (ELNT) y otra ORE que opera en el estado de Shan, el Partido Progresista del Estado de Shan (PPES), también desean conseguir una amplia autonomía al estilo de Wa, en un sistema confederado, en lugar de uno federal. Así pues, mientras que el Gobierno de Unidad Nacional (GUN), el Comité de Representantes de la Pyidaungsu Hluttaw (CRPH) y, en cierta medida, las Fuerzas de Defensa Popular (FDP) birmanas siguen concentrados hacerse con el control del Estado nacional, las ORE más fuertes e importantes —las que están propinando duras derrotas a las fuerzas del régimen en el campo de batalla— están más cerca de un objetivo diferente: romper el propio Estado, fragmentándolo en una confederación de zonas autónomas autogobernadas.
Resulta tentador argumentar que la fuerza disruptiva de la insurgencia de Myanmar no reside ni en la conquista del Estado ni en ningún horizonte anticapitalista (que sería como entrecerrar los ojos para verlo), sino en la creación de «anti-Estados» dentro de un Estado, donde pueden arraigar otras formas de vida política, formas de vida irreductibles a una forma de Estado que lo abarque todo, más allá de la trayectoria revolucionaria clásica que va del republicanismo a la liberación nacional. Sin embargo, como se ha dejado claro, la tendencia autónoma de Myanmar está plagada de considerables contradicciones. A nivel de reproducción autoorganizada en los hogares revolucionarios de Myanmar —en las tierras altas rebeldes y las tierras bajas altas—, los partisanos garantizan la subsistencia mediante formas comunales. Sus solidaridades pragmáticas intervienen, de forma impura, en el entorno inmediato. Estos esfuerzos, aunque sean tendenciales e incipientes, responden a necesidades humanas en medio de la suspensión parcial —crisis que profundizan— del orden estatal y de mercado.
Sin embargo, a otro nivel de autonomía organizada, no todos los proyectos rebeldes encierran la promesa de la emancipación. En Wa y Kokang, e incluso en partes de la frontera con Tailandia y en el norte en Kachin, los grupos que se oponen al estado y que supuestamente buscan la igualdad en las colinas han producido durante mucho tiempo formas de organización política profundamente similares a las del Estado, reinstaurando la jerarquía social, buscando vínculos con el mercado y asignando la pertenencia a categorías étnico-raciales relativamente rígidas. La autonomía del Estado Wa, por ejemplo, no es una autonomía respecto al gobierno del Estado o al mercado. La dirección centralizada del partido practica una sólida autonomía política no respecto al Estado, sino respecto a otros Estados (Myanmar, China y Tailandia), al tiempo que mantiene vínculos comerciales con ellos a través de plantaciones de caucho y té, minería de estaño, producción de opio y apuestas. Si los grupos armados de la Alianza de los Tres Hermanos consiguen una autonomía de este tipo, las promesas de emancipación social serán escasas. Estos grupos persiguen una autonomía profundamente irónica: robusta y frágil a la vez, autodeterminada pero dentro de una lógica de dominación social generalizada.
En este sentido, la autonomía en las tierras fronterizas no es necesariamente un signo de desorden, subversión o anarquismo de las colinas. El Estado Wa, reitero, se entiende mejor como un estabilizador de la red soberana circundante.[xxxviii] Desde mucho antes del golpe, las potencias vecinas del Estado Wa[xxxix] —China y Myanmar, por supuesto, pero también la zona de control de Kokang y, en menor medida, Tailandia— han tolerado durante mucho tiempo este poder anómalo. China lo apoya firmemente. El Ejército Unido del Estado de Wa tiene sus orígenes en un grupo disidente del Partido Comunista de Birmania, respaldado por China, tras la disolución de este último a finales de la década de 1980. El Estado de Myanmar se ha mostrado reacio a enemistarse con un aliado tan estrecho de China, uno que está armado hasta los dientes y con 30 000 soldados. A menudo se considera a China como un aliado de la junta de Myanmar, pero el gobierno chino también valora la estabilidad en sus fronteras, incluidas las tierras fronterizas del norte del estado de Shan, donde se encuentra el estado de Wa. Antes del golpe, el EUEW actuaba como un amortiguador neutral entre Myanmar y China. Era una potencia lo suficientemente grande e imparcial para contener los brotes de violencia entre otros grupos de la zona y el ejército de Myanmar. Todavía se le considera así, habida cuenta de que ha desempeñado un papel estabilizador en el norte de Shan incluso recientemente. Es este tipo de autonomía —aceptada sin reservas, basada en la fuerza militar y ampliada en el marco de sus propias lógicas estatales y de mercado—, la que desearían lograr las organizaciones de resistencia étnica tales como el Ejército de Arakán, el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang, el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar y el Partido Progresista del Estado de Shan. No luchan por lo que supondría un sistema federal reconstruido en torno a un centro de poder birmano en forma de Estado-nacional convencional.
Queda un espectro entre la autonomía comunal y las actividades más organizadas y mediadas de los principales grupos armados. Es importante destacar que el espectro que describen estos polos exige una explicación política y material de las connotaciones de la autonomía —hacia la que aquí solo podemos hacer gestos— en un entorno que se parece poco a las condiciones que dieron forma a las reflexiones comunistas sobre la «autonomía» en otros lugares, como Italia en la década de 1970 o Chiapas y Rojava más recientemente. Incluso el legado histórico adyacente de la forma-comuna, aunque útil para arrojar luz sobre una inteligencia política emergente y autoorganizada basada en la reproducción social y la lucha territorial, es mucho más limitado en sus ejemplos de lo que sugiere la actual ruptura en Myanmar. En este caso, la producción de subsistencia, la guerra popular y la autodeterminación proporcionan una matriz para comprender la autonomía en términos irreductibles a estos otros sentidos, que corren el riesgo de preconfigurar los debates sobre la autonomía desde lejos.
IMPERIO
En resumen: gran parte del mundo ve una insurgencia heroica empeñada en recuperar y refundar una democracia liberal, organizada según líneas federales. Pero esta es solo una tendencia en esta ruptura en curso, una tendencia muy limitada que, condensada en el Gobierno de Unidad Nacional, tiene poca fuerza militar. En la práctica, el poder material reside en las Organizaciones de Resistencia Étnica: mando en el campo de batalla, control de numerosas rutas comerciales, gobierno de las zonas liberadas y negociaciones con las potencias regionales, especialmente China. En gran medida las ORE más importantes son centrífugas y se orientan más hacia una confederación autónoma al estilo de Wa que hacia una unión federal democrática. Para algunos observadores, la insurgencia y la autonomía son tendencias complementarias —exactamente la división del trabajo entre política, diplomacia y liderazgo por un lado (el GUN), y pericia en el campo de batalla, por otro (las ORE)— que este momento necesita. Para otros, el desequilibrio de poder dentro de esta configuración dividida señala finalmente el eclipse del orden político birmano, en el que el poder militar centralizado y articulado a nivel nacional ha prosperado durante mucho tiempo. Si este es el caso, no está tan claro qué tipo de organización del poder, qué tipo de red soberana, seguiría.
El papel de China —mucho más complejo de lo que sugieren las caricaturas de los críticos occidentales— está ayudando a determinar esa red. Para sus críticos, China puede parecer un maestro del ajedrez todopoderoso y omnisciente, que controla los peones de las Organizaciones de Resistencia Étnica (ORE) según grandes estrategias desarrolladas durante décadas, al tiempo que respalda al ejército de Myanmar para proteger las inversiones chinas en todo el país. Sin embargo, la Operación 1027 puso en aprietos al gobierno chino. La Alianza de los Tres Hermanos lanzó la operación con la aprobación tácita de China, quien utilizó la ofensiva para desmantelar las mafias de ciberestafadores[xl] que habían crecido en las regiones fronterizas de Shan, controladas por la Fuerza de Guardia Fronteriza (FGF) del ejército de Myanmar en Kokang.[xli] El gobierno chino entonces intervino precipitadamente para mediar en un acuerdo de alto el fuego entre la Alianza y el régimen, el cual duró solo unas semanas. Conocido como el Acuerdo de Haigeng, el alto el fuego detuvo la ofensiva en Shan para proteger el comercio terrestre de China. En las conversaciones celebradas en la provincia china de Yunnan, las propuestas chinas[xlii] ofrecían al ejército de Myanmar un papel secundario en la facilitación del comercio fronterizo, sugiriendo cierta presencia formal de los militares en territorio de la Alianza a cambio del reconocimiento de control territorial de ésta. En otras palabras, China buscaba la reconciliación local bajo el control de la Alianza para asegurar un corredor comercial vital.
El acuerdo se rompió rápidamente. En marzo de 2024, las tensiones ya aumentaban en Yunnan[xliii] debido a las sombrías perspectivas comerciales. El informe de trabajo[xliv] de 2024 del gobierno subprovincial de la ciudad de Lincang, que administra la zona adyacente a Kokang, establecía objetivos ambiciosos: impulsar el comercio en un 15% y la inversión en un 12%, al tiempo que se lograba un crecimiento del PIB del 7%. Otros gobiernos locales de Yunnan establecieron objetivos similares, pero todos dependían de que se reanudara el comercio fronterizo habitual con Myanmar. En Myanmar, sin embargo, la junta hizo poco caso al Acuerdo de Haigeng, cuyo objetivo era restablecer el comercio fronterizo.[xlv] El ejército recurrió al reclutamiento forzoso para reponer sus fuerzas en el estado de Shan, mientras preparaba una contraofensiva para recuperar el territorio perdido, algo que pasó desapercibido para la Alianza. La Alianza respondió consolidando su territorio y, alentada por la ofensiva de marzo del Ejército para la Independencia de Kachin (EIK) en el norte, avanzó en sus planes para una nueva y ambiciosa fase de la Operación 1027. China lideró nuevas conversaciones para poner fin a esa fase, pero también fracasaron. Ignorando de nuevo el proceso de negociación, el ejército de Myanmar comenzó a atacar al Ejército de Liberación Nacional Ta’ang (ELNT), que a su vez lanzó la Fase II de la Operación 1027 unas semanas más tarde.
El régimen de Myanmar siguió buscando la ayuda china para contener a la Alianza, sobre todo cuando las fuerzas de ésta penetraron en Lashio. El líder militar, Min Aung Hlaing, propuso reactivar la presa de Myitsone, un importante proyecto hidroeléctrico chino suspendido durante el periodo de reformas, declaró festivo el Año Nuevo chino y envió al ex presidente Thein Sein a asistir a la celebración del 70 aniversario de la República Popular China (RPC) en Pekín. La diplomacia china también se ha esforzado por mantener buenas relaciones con el ejército. Mientras la Alianza avanzaba en el estado de Shan, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, se reunió[xlvi] con Min Aung Hlaing en Naipyidó, su primer encuentro diplomático de alto nivel con China tras años de diplomacia infructuosa desde el golpe. En la reunión, Wang Yi expresó el apoyo de China a unas «elecciones que incluyan a todos», según los medios de comunicación estatales de Myanmar, que China considera una forma de promover la estabilidad en Myanmar.
De hecho, las relaciones entre China y Myanmar han cambiado desde finales de 2024. La tolerancia hacia los avances de las fuerzas de resistencia contra el ejército se ha disipado, y el gobierno chino ha vuelto a presionar a la Alianza de los Tres Hermanos para que ponga fin a su ofensiva en el estado de Shan. En noviembre, las autoridades chinas pusieron al líder del Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar, Peng Daxun (o Peng Daren), bajo arresto domiciliario en Yunnan.[xlvii] Esta medida se adoptó tras las conversaciones mantenidas entre el EADNM y Deng Xijun en Kunming, enviado especial de China a Myanmar, quien exigió al EADNM que abandonara Lashio, petición que, según informes, Peng rechazó. Mientras tanto, Min Aung Hlaing asistió a un foro regional en Kunming, su primera visita a China desde que asumió el poder tras el golpe. Aunque no se le permitió reunirse con Xi Jinping, sí lo hizo con el primer ministro, Li Qiang,[xlviii] que tenía dos objetivos: en primer lugar, reanudar el comercio fronterizo, que China había cerrado para presionar al Ejército para la Independencia de Kachin y a la Alianza para que cesaran sus ofensivas; y en segundo lugar, reanudar la construcción de un ferrocarril a lo largo del Corredor Económico China-Myanmar, una serie de proyectos del Cinturón y la Ruta que une Yunnan con la costa de Myanmar a lo largo del golfo de Bengala. La preocupación por la seguridad de los proyectos de inversión chinos, muchos de los cuales se encuentran en zonas ahora controladas por las fuerzas de la resistencia, también ha llevado[xlix] al gobierno chino a aliarse con la junta para crear una empresa conjunta de seguridad, otro tema de debate en Kunming. Esta empresa, para la que la junta está redactando un memorándum de entendimiento, se encargará de salvaguardar los proyectos y el personal chinos. De hecho, se sumará a las cuatro empresas chinas de seguridad privada que ya operan en Myanmar.
En otras palabras, el gobierno chino intenta restablecer y garantizar el comercio bilateral comprometiéndose con la junta y presionando a las fuerzas de resistencia para que se retiren. En efecto, están apostando por evitar cualquier colapso del régimen militar. Como reflejo de la presión china, dos de las tres fuerzas de la Alianza —el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar y el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang— han emitido declaraciones distanciándose oficialmente del Gobierno de Unidad Nacional. La declaración del EADNM es instructiva, ya que afirma que el EADNM sigue luchando por una «auténtica autonomía». Por tanto, no cooperará con el GUN, ni militar ni políticamente. Tampoco lucha para fracturar Myanmar, hacerse con el poder del Estado, crear una nueva nación, ni para ampliar su territorio o atacar Mandalay o Taunggyi (capital del estado de Shan). La declaración también afirma el derecho del EADNM a la autodefensa y exhorta a China a mediar y resolver la crisis cada vez más profunda en Myanmar. La declaración es claramente un guiño externo y oportuno a las preocupaciones chinas (las relaciones entre el EADNM y el GUN se mantienen, aunque de forma menos pública). No obstante, pone claramente de relieve la contradicción fundamental entre insurgencia y autonomía en la actual insurrección en Myanmar. También deja claro que la autonomía opera en múltiples niveles y significados, en un espectro que no es necesariamente liberador.
En Myanmar, el gobierno chino trata tanto con la junta como con los grupos armados que operan en sus zonas fronterizas. No se ha comprometido públicamente con el GUN. Evidentemente, el objetivo de China no es ni el cambio de régimen ni la reforma democrática, sino proteger el comercio y las inversiones chinas, mantener la estabilidad en un país vecino y limitar la influencia militar en sus zonas fronterizas, al mismo tiempo que amplía la suya propia. El ejército de Myanmar, por su parte, depende menos de China de lo que podría parecer. Los vínculos del ejército con Rusia, por ejemplo, se han fortalecido considerablemente desde el golpe. Min Aung Hlaing ha visitado Rusia en tres ocasiones desde 2021, e incluso se ha reunido con Vladímir Putin, pero aún no se ha reunido con Xi Jinping. Myanmar obtiene recursos de Rusia, concretamente petróleo, y armas, como sistemas de misiles y aviones de combate. Además Rusia ha respaldado a Myanmar en las Naciones Unidas, donde Rusia se ha unido a China en el veto a las denuncias contra los militares. Rusia ha ganado un mercado en un momento en que luchaba por obtener ingresos. Ambos países eluden las sanciones occidentales sobre el comercio y la inversión en Myanmar.
Mientras tanto, la base de apoyo del Gobierno de Unidad Nacional se encuentra en Estados Unidos y Europa. La diplomacia activa en Washington, Londres y Praga, por ejemplo, señala que la élite liberal de Myanmar sigue dependiendo de las mismas potencias occidentales que han apoyado a las fuerzas liberales de la oposición del país durante décadas. La Liga Nacional para la Democracia (LND), sus aliados en los estados étnicos, el Comité de Representantes de la Pyidaungsu Hluttaw (CRPH), los diputados electos en 2020, la propia Aung San Suu Kyi y los grupos de la sociedad civil que gravitan a su alrededor, son los vectores, a menudo solapados, de la oposición liberal de Myanmar: un movimiento a favor de la democracia, los derechos humanos y el federalismo, tal y como ellos lo ven. Desde finales de la década de 1980, los gobiernos occidentales han apoyado este movimiento con financiación, apoyo técnico y diplomacia. Occidente tiene muy poco que mostrar por estos esfuerzos. El periodo de reformas que precedió al golpe parece ahora un breve interregno entre periodos de gobierno autoritario. Sin embargo, este interregno no fue demasiado breve permitiendo que el gobierno de Suu Kyi, respaldado por Occidente, supervisara operaciones militares sistemáticas y genocidas contra los rohinyás.
La estrategia diplomática del Gobierno de Unidad Nacional se basa en una antigua visión de la Guerra Fría del poder imperial basado en Washington y distribuido entre sus puestos avanzados. Esta estrategia no ha resistido bien por varias razones, entre ellas su anacrónica obsesión por un orden mundial unipolar centrado en el poder de Estados Unidos. La hegemonía estadounidense está en franco declive desde hace algún tiempo, y los responsables políticos están menos comprometidos con la intervención imperial que hace una década. En 2024, el Congreso estadounidense aprobó un paquete de financiación que incluía una partida de 167 millones de dólares para Myanmar, de los cuales 75 millones estaba destinados a ayuda transfronteriza y 25 millones a ayuda no letal para las Organizaciones de Resistencia Étnica y las Fuerzas de Defensa Popular. Al parecer, el término «ayuda no letal» utilizado en este programa se inspira directamente en una autorización de financiación anterior para Siria. En este caso, la ayuda no letal incluía inteligencia sobre posiciones enemigas y blindaje, pero también permitía desplegar apoyo letal de forma encubierta. Sin embargo, Estados Unidos considera ahora que ese camino le condujo a un enfrentamiento evitable con sus rivales en Siria, un enfrentamiento que ha asolado el país, desestabilizado la región y dañado el prestigio de Estados Unidos. Aunque los analistas políticos estadounidenses piden ser cautelosos[l] incluso en esta forma de ayuda, Estados Unidos ha evitado esencialmente cualquier intervención más directa o sustancial en Myanmar. Para frustración de la GUN y sus aliados, Estados Unidos ya no es la única potencia que alguna vez pretendió ser. Dado que China es la única gran potencia que interviene activamente en Myanmar —mucho más que Estados Unidos y, desde luego, más que Rusia—, existe poco riesgo de que la insurrección en Myanmar se vea destruida o perturbada por un conflicto significativo entre sus rivales.
La actividad diplomática del Gobierno de Unidad Nacional (GUN) también parece malinterpretar las relaciones de poder contemporáneas. En este prolongado ocaso de la hegemonía estadounidense, la falta de un sucesor claro augura un período de turbulencias sistémicas. El antagonismo entre Estados Unidos y sus rivales ha causado estragos recientemente en Libia y Siria. En Ucrania y Palestina, los rivales se han vuelto a enfrentar tanto directa como indirectamente: Estados Unidos, la Unión Europea (UE), Rusia e Irán, entre otros. Este «régimen de guerra»[li] podría marcar el caótico desenlace de la hegemonía estadounidense. Sin embargo, su estructura no está tan descentralizada como para que el campo de juego esté equilibrado. La dependencia del dólar estadounidense, el poder financiero anglófono y las jerarquías de la cadena de suministro dominadas por Estados Unidos, la UE y Japón siguen generando desigualdades sistémicas y asimetrías estructurales. La extracción imperial sigue transfiriendo mucho más valor a las potencias occidentales que a sus supuestos rivales, a pesar de que los capitales nacionales operan dentro de un sistema mundial altamente integrado. La «cooperación antagónica»[lii] considera que los capitales nacionales compiten en y a través de la interpenetración de los intereses imperiales, en lugar de competir como capitales totalmente separados o distintos. La desigualdad se manifiesta en una guerra asimétrica en la periferia y la semiperiferia, en la que las grandes potencias se limitan a un compromiso indirecto. Esto parece ser la norma más que un enfrentamiento histórico entre los principales antagonistas, por lo que Ucrania es más una excepción que Palestina y Myanmar. En Myanmar, una intervención significativa de las potencias occidentales —en el centro de la anacrónica estrategia diplomática de la GUN— sigue siendo extremadamente improbable.
3
EN LOS RESTOS
Los combatientes de la resistencia capturaron Nawnghkio el pasado mes de julio. Desde entonces, los ataques aéreos de la junta han bombardeado la ciudad de Nawnghkio y sus alrededores. El régimen ha atacado objetivos civiles y posiciones de la resistencia —una planta azucarera, un barrio residencial y campamentos del Ejército de Liberación Nacional Ta’ang— en ataques que han matado a decenas de civiles. Por cuestiones de seguridad, los residentes que no han abandonado completamente la ciudad salen por la noche y duermen en monasterios y pueblos cercanos, antes de regresar a sus hogares por la mañana. El ELNT mantiene una línea defensiva en lugar de avanzar —seguramente debido a la presión china— por lo que se atrincheró en los alrededores de Tawnghkam, un gran pueblo al sur de Nawnghkio, en la carretera de Lawksawk, un punto clave entre el territorio controlado por la Alianza en el norte de Shan y el territorio controlado por la junta en el sur de Shan. La junta ha reforzado sus tropas terrestres en Tawnghkam, tras recuperar el control de las zonas vecinas. Por el momento, Nawnghkio y Tawnghkam siguen bajo control del ELNT.
Nawnghkio no es ni mucho menos la única localidad en manos de la resistencia que ha sido blanco de ataques aéreos,[liii] Lashio y muchas otras zonas controladas por los rebeldes también. Se calcula que entre junio y septiembre se llevaron a cabo unos 1300 ataques aéreos en todo Myanmar (véase más abajo). Según los grupos de observación, entre 500 y 600 civiles murieron como consecuencia de estos ataques. Las cifras de víctimas en los enfrentamientos armados son menos claras. En el norte de Shan, ni las fuerzas del régimen ni la Alianza de los Tres Hermanos han publicado cifras, lo que es de esperarse. Sin embargo, se calcula[liv] que solo la toma de Lashio causó alrededor de 5000 muertos y heridos en cada bando. La ONU estima que hay 3,4 millones de desplazados en todo Myanmar.
Tras el punto álgido de la toma de Lashio, pocas semanas después de Nawnghkio, las fuerzas de la resistencia siguieron ganando terreno en los meses siguientes de la segunda fase de la Operación 1027. En uno de los frentes, el llamado «frente de la autopista», el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang se concentró en la ruta comercial que conduce a la frontera china, lo que permitió a la Alianza tomar no solo Nawnghkio sino también Kyaukme y Hsipaw. Actualmente, el régimen solo controla el paso fronterizo de Muse con China; ha perdido todos los demás pasos a manos de los combatientes de la resistencia en los estados de Shan y Kachin. El segundo frente, dirigido por el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar, se ha concentrado en Lashio, cuya caída sigue siendo el principal logro de la lucha armada hasta la fecha. El tercer frente, con las Fuerzas de Defensa Popular de Mandalay a la cabeza, ha tratado de hacer retroceder a la insurrección desde las colinas hasta el corazón de Birmania. A finales de julio, tomaron la ciudad minera de Mogok, dedicada a la extracción de rubíes, antes de atacar las aldeas controladas por el régimen, situadas a solo 20 kilómetros de la periferia norte de Mandalay. Las FDP de Mandalay son leales al Gobierno de Unidad Nacional. No obstante, su capacidad de combate se debe al ELNT, bajo cuya cadena de mando operan, ya que les ha proporcionado el entrenamiento y las armas que les han permitido desenvolverse. En otros lugares, las FDP de Mandalay siguen atacando los municipios del norte y del sureste de Mandalay, mientras que otras FDP más pequeñas se enfrentan a las fuerzas del régimen en el suroeste.
Si el tercer frente continúa avanzando hacia las tierras bajas de Mandalay, podría marcar el inicio de la segunda gran transformación de la insurrección en Myanmar. En la primera, la insurrección mayoritariamente urbana del periodo posterior al golpe de Estado se convirtió en una lucha armada al desplazarse hacia las colinas. La insurgencia campesina es la respuesta a las limitaciones y bloqueos que han obstaculizado las luchas de este siglo hasta ahora. Ahora lo que está en juego es el regreso a las tierras bajas del centro. Mientras los combatientes de la resistencia buscan descender de las colinas, podría reactivarse la militancia urbana que marcó los meses posteriores al golpe. Las Fuerzas de Defensa Popular de Mandalay muestran esta posible transformación en un microcosmos. Leal al Gobierno de Unidad Nacional, pero entrenada por el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang, sugiere una bisagra potencial entre la insurgencia y la autonomía, una fusión nodal de las dos tendencias que, según la perspectiva de cada uno, divide a esta insurgencia o proporciona su equilibrio operativo.
Sin embargo, a medida que este año (más o menos) de conquistas territoriales se acerca a su fin, la promesa de esa segunda transformación aún no se ha materializado. Las fuerzas de la Alianza parecen vulnerables a la renovada presión china en el norte del estado de Shan, donde los avances del Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar y el ELNT se han estancado. Incluso se está considerando la posibilidad de entablar conversaciones de paz con el régimen a cambio de control territorial y autonomía política. Aunque las tres principales contraofensivas del régimen —en el norte de Shan, en el estado de Kayah y en los estados de Kayin y Mon— lograron inicialmente escasos avances, la intervención de China supone que las condiciones sean ahora mucho más favorables para que el régimen se reestablezca, se reorganice y recupere terreno. En abril, el GUN declaró que la junta estaba al borde del colapso. Aunque esto era posible en aquel momento, hoy es mucho menos evidente.
Los mapas se ven borrosos. El camino a seguir —desde Nawnghkio, pero también desde Lashio, Kyaukme, Hsipaw, Mogok y otros lugares— no está claro. Ni la coordinación política desde arriba, por parte del Gobierno de Unidad Nacional, ni la lucha territorial sobre el terreno, por parte de la Alianza y otros combatientes, parecen capaces de decidir esta ruptura a corto plazo. La primera sigue siendo un medio para que la clase política liberal se apropie y reoriente el proyecto de creación del Estado birmano, cuya violencia histórica se oculta con demasiada frecuencia. La otra habla el lenguaje de la autonomía —la «verdadera autonomía»— de forma profundamente, incluso fatídicamente, atenuada. Las prácticas comunales prefiguran formas más prometedoras de comunidad humana. No obstante, en condiciones difíciles, la práctica de la autonomía comunal es más paliativa que transformadora. Al igual que otras prácticas similares en otros lugares, podría disiparse o desaparecer fácilmente con la reimposición del orden institucional. Sin embargo, se trata de una ruptura abierta. Sus contornos, aún en desarrollo, son múltiples, cambiantes y contradictorios. Ningún protagonista arrojará luz sobre el camino que queda por recorrer, pero eso no es motivo para ser derrotistas. Como dijo una vez un revolucionario, solo desde el punto de vista de lo que es históricamente inevitable —y no de lo que se hace, se propaga o se decide artificialmente—[lv] podemos entender la insurrección de masas.
Feliz es el país que no necesita héroes.
GLOSARIO DE SIGLAS
EA: Ejército de Arakán
FGF: Fuerza de Guardia de Fronteras
EPLB: Ejército Popular de Liberación de Bama
PCB: Partido Comunista de Birmania
CRPH: Comité de Representación de la Pyidaungsu Hluttaw
ERO: organizaciones de resistencia étnica
EIK: Ejército de Independencia Kachin
UNK: Unión Nacional Kayin
EADNM: Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar
LND: Liga Nacional para la Democracia
CCUN: Consejo Consultivo de Unidad Nacional
GUN: Gobierno de Unidad Nacional
FDP: Fuerzas de Defensa del Pueblo
EPL: Ejército Popular de Liberación (del PCB, Partido Comunista de Birmania)
OSR: Organización de Solidaridad Rohinya
PPES: Partido Progresista del Estado de Shan
ELNT: Ejército de Liberación Nacional Ta’ang
EU-EW: Ejército Unido del Estado de Wa
Notas
[i] https://www.voanews.com/a/myanmar-resistance-captures-strategic-town-near-mandalay-/7696465.html
[ii] https://chuangcn.org/2021/02/until-the-end-of-the-world-notes-on-a-coup/
[iii] https://jacobin.com/2016/01/aung-san-suu-kyi-myanmar-burma-elections-military-generals
[iv] https://www.bbc.com/news/55918746
[v] https://www.bbc.com/news/world-asia-56094649
[vi] https://www.frontiermyanmar.net/en/nothing-is-moving-cdm-freezes-foreign-trade-raising-fears-of-shortages/
[vii] https://chuangcn.org/2020/06/frontlines/
[viii] https://brooklynrail.org/2015/06/field-notes/since-the-end-of-the-movement-of-the-squares-the-return-of-the-invisible-committee/
[ix] https://es.anarchistlibraries.net/library/comite-invisible-a-nuestros-amigos
[x] https://www.latimes.com/world-nation/story/2021-09-07/myanmar-shadow-government-calls-nationwide-uprising
[xi] https://myanmar-now.org/en/news/myanmars-pdfs-in-phase-one-of-revolutionary-war/
[xii] Tras una insurgencia de décadas contra el gobierno de Myanmar, que comenzó poco después de la independencia, el PCB colapsó en gran medida a finales de la década de 1980. Su liderazgo se exilió en la provincia china de Yunnan, donde intentaron organizar y mantener células activas en el país, con un éxito limitado, dedicándose a la propaganda (vale la pena leer las entrevistas concedidas por los líderes del PCB sobre el período de reforma liberal, por ejemplo). El PCB se ha reorganizado y rearmado tras el golpe de Estado de 2021, aunque sigue siendo una pieza relativamente pequeña del panorama político actual.
[xiii] El diario Irrawaddy describe al Mando del Noreste de la siguiente manera: «Establecido en 1972, el mando regional logró numerosas victorias en el campo de batalla contra el Partido Comunista de Birmania y los ejércitos étnicos. Durante las décadas de presencia militar de Myanmar en Lashio, construyó formidables estructuras defensivas. La base comandaba todas las actividades militares desde la vecina región de Mandalay, en el oeste, hasta la frontera china, en el norte y el este. Era uno de los 14 mandos militares regionales del país». Un segundo mando regional, el Mando Occidental, ha caído más recientemente en manos del Ejército de Arakán en el estado de Rakáin. Al respecto el autor recomienda revisar:
https://www.irrawaddy.com/opinion/commentary/the-myanmar-juntas-north-eastern-command-has-fallen-whats-next.html y: https://www.irrawaddy.com/news/war-against-the-junta/domino-effects-historic-defeat-of-myanmar-military-command-shakes-junta.html
[xiv] https://asiatimes.com/2023/05/myanmar-pdfs-getting-the-guns-to-turn-the-war/#
[xv] https://apnews.com/article/myanmar-offensive-brotherhood-alliance-militia-8e9381ba35dd07620ae20772486a5ecd
[xvi] https://progressivevoicemyanmar.org/2024/04/30/national-unity-governments-3-year-anniversary-statement/
[xvii] https://jacobin.com/2016/01/aung-san-suu-kyi-myanmar-burma-elections-military-generals
[xviii] Para una discusión crítica con el pensamiento “convencional” de la revolución los autores recomiendan revisar el texto de Nasser Abourahme (2021), “Revolution after Revolution: The Commune as Line of Flight in Palestinian Anticolonialism,” Critical Times 4(3): 445-475. Disponible en: https://goo.su/MQ13TCI
[xix] Debray, Régis. ¿Revolución en la revolución? México: Siglo XXI Editores, 1967.
[xx] https://research.kim/works/self-determination-under-an-interim-constitutional-framework-local-administration-in-ethnic-areas-of-myanmar/
[xxi] https://illwill.com/a-common-horizon-for-situated-struggles
[xxii] Jenny Hedström, Hilary Oliva Faxon, Zin Mar Phyo, Htoi Pan, Moe Kha Yae, Ka Yay, and Mi Mi (2023), “Forced Fallow Fields: Making Meaningful Life in the Myanmar Spring Revolution,” Civil Wars DOI: 10.1080/13698249.2023.2240620.
[xxiii] https://libcom.org/article/disaster-communism-part-1-disaster-communities
[xxiv] https://khrg.org/2008/11/village-agency-rural-rights-and-resistance-militarized-karen-state
[xxv] Tal como se destacó en la obra de Jacques Camatte, en la revista Invariance y en su recepción más amplia en Francia e Italia. El autor recomienda revisar el texto del número 5 de Endnotes títulado The passion of communism: https://endnotes.org.uk/articles/the-passion-of-communism.pdf Como traductores recomendamos el texto ¿Quién teme a Jacques Cammate? de Federico Corriente, a su vez traductor de Camatte: https://anabasisradioqk.org/wp-content/uploads/2020/11/camatte_web.pdf o escuchar el guión de radio derivado del mismo texto: https://anabasisradioqk.org/2020/11/28/quien-teme-a-jacques-camatte/
[xxvi] https://www.aljazeera.com/news/2021/7/5/what-is-the-myanmar-militarys-four-cuts-strategy
[xxvii] https://www.irrawaddy.com/opinion/analysis/why-myanmar-juntas-four-cuts-arson-strategy-is-failing-to-quell-resistance.html
[xxviii] https://archive.org/details/toscano-bernes-outcast-and-starving-amid-the-wonders-we-have-made
[xxix] Para comprender la técnica del swidden el autor recomienda este texto: https://www.burmalibrary.org/docs20/Springate-Baginski-2013-Rethinking_Swidden_Cultivation_in_Myanmar-en-red.pdf
[xxx] https://asiatimes.com/2024/07/putting-myanmars-1027-in-realist-perspective/
[xxxi] Esta es la distinción asociada con la obra de James C. Scott, expresada con mayor claridad en The Art of Not Being Governed (2009). Sin embargo, incluso Scott reconoce que, aunque la distinción entre estado y anti-estado coincidió durante largos períodos en Myanmar con la distinción entre tierras bajas y tierras altas, esta correspondencia dejó de existir en gran medida en la época posterior a la guerra, cuando el estado poscolonial logró proyectar su poder en las tierras altas de manera mucho más efectiva que antes. En español existe traducción desde 2024 gracias a Traficantes de Sueños y Katakrak.
[xxxii] https://research.kim/works/self-determination-under-an-interim-constitutional-framework-local-administration-in-ethnic-areas-of-myanmar/
[xxxiii] https://www.frontiermyanmar.net/en/fresh-dialogue-needed-for-myanmars-fractured-resistance/
[xxxiv] https://www.irrawaddy.com/news/confederation-option-arakanese-people-aa-chief-says.html
[xxxv] https://www.bbc.com/news/world-asia-68730994
[xxxvi] https://www.fortifyrights.org/mya-inv-2024-08-27/
[xxxvii] Los militantes rohinyás también han colaborado activamente con la junta de Myanmar. La Organización de Solidaridad Rohinyá (Rohingya Solidarity Organization, RSO), una milicia rohinyá, parece haber luchado junto al ejército de la junta militar de Myanmar contra el Ejército de Arakán en el municipio de Maungdaw, en el norte del estado de Rakhine. Según testimonios de testigos, los remanentes de la OSR que habían abandonado sus posiciones en Maungdaw mientras el EA avanzaba se encontraban entre los rohinyás que huyeron a través del río Naf en medio del bombardeo del EA. Aun así, «la gran mayoría de las personas reunidas en la playa eran civiles rohinyás con un temor bien fundado a la violencia, todos tratando de escapar de los combates», según un grupo de defensa. Para diciembre de 2024, el EA tenía más prisioneros de guerra que cualquier otro grupo de resistencia armada, incluidos muchos reclutas rohinyás.
[xxxviii] El autor recomienda revisar: Andrew Ong (2023), Stalemate: Autonomy and Insurgency on the China-Myanmar Border, Ithaca: Cornell University Press.
[xxxix] El Estado Wa, que no es reconocido como un “estado” por el gobierno federal de Myanmar, se encuentra dentro del territorio oficialmente designado como el Estado Shan.
[xl] https://www.aljazeera.com/news/longform/2024/7/29/under-siege-in-myanmars-cyber-scam-capital
[xli] La policía china detuvo a varios operadores de alto nivel de estafas cibernéticas, así como a unos 31,000 sospechosos presuntamente involucrados en estas operaciones. (La mayoría fueron devueltos a Myanmar en pocas semanas). Esta ofensiva ocurrió en el contexto de meses de esfuerzos diplomáticos por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores y el Ministerio de Seguridad Pública de China, que intentaron—sin éxito—presionar al régimen militar de Myanmar para que cerrara los centros de estafa.
[xlii] https://www.usip.org/publications/2024/08/myanmars-junta-loses-control-north-chinas-influence-grows
[xliii] https://www.usip.org/publications/2024/04/myanmars-collapsing-military-creates-crisis-chinas-border
[xliv] https://mp.weixin.qq.com/s/3OocDlpiMzmyXBW5_7EAIQ?fbclid=IwAR2ph3Lj9lO04UyN-K77rltHj3rCflXAimwUjj1Lgogthbyu-Ph_hNmZDQg
[xlv] La madera, las piedras preciosas (especialmente el jade y los rubíes) y el opio, entre otras mercancías comercializadas a través de la frontera, involucran a importantes y arraigados conglomerados empresariales. Como resultado, la política china en las tierras fronterizas de Shan no está determinada únicamente por una lejana y centralizada “China” con sede en Beijing, sino también por los intereses en conflicto de los gobiernos locales y las empresas.
[xlvi] https://www.reuters.com/world/asia-pacific/china-promises-aid-elections-myanmar-junta-run-media-says-2024-08-15/
[xlvii] https://www.irrawaddy.com/news/burma/china-puts-leader-of-mndaa-under-house-arrest-in-kunming.html
[xlviii] https://www.rfa.org/english/opinions/2024/11/16/comment-myanmar-china-min-aung-hlaing/
[xlix] https://www.scmp.com/week-asia/politics/article/3288394/chinese-security-firms-myanmar-risk-escalating-civil-war-and-diplomatic-tensions
[l] https://asia.nikkei.com/Opinion/U.S.-nonlethal-aid-for-Myanmar-s-ethnic-armies-likely-to-backfire
[li] [li] https://newleftreview.org/sidecar/posts/a-global-war-regime
[lii] https://spectrejournal.com/imperialism-as-antagonistic-cooperation/
[liii] https://eng.mizzima.com/2024/11/25/16651
[liv] https://asiatimes.com/2024/08/surging-rebel-advances-press-for-myanmar-regime-collapse/
[lv] Luxemburgo, Rosa (2015). Huelga de masas, partido y sindicatos (Aricó & Rosenfeld, Trads.). Siglo XXI de España Editores. Disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf