La aceleración del tiempo histórico en el marco de la crisis socioecológica de la civilización capitalista se ha hecho patente al nivel más inmediato de la vida individual. Cada día que pasa nuevas noticias nos remecen, dando cuenta del, hasta ahora, imparable camino de la sociedad global del capital hacia la autoaniquilación. Revueltas en diferentes países —todas fracasadas en cuanto a la imposibilidad de desarrollar su potencial emancipador y derrotadas en la fase del motín—, pandemia planetaria, penetración de la IA en la vida cotidiana, el estallido de la guerra en Ucrania y su creciente escalada que arrastra a todas las potencias hacia un enfrentamiento cada vez más abierto, guerra de exterminio genocida en Gaza —que día a día nos muestra como la precisión de las armas modernas aumenta en proporción exacta a la deshumanización de la sociedad que las produce—, masacres aleatorias en las ciudades, auge de nuevas formas de autoritarismo, entre otros. A medida que se desarrolla este proceso histórico-global las diferencias entre las diversas regiones del planeta tienden a borrarse, la violencia exacerbada prolifera por todos lados, los escuadrones de la muerte del capital —con banderas nacionales o no— crecen en potencia de fuego y expansión territorial y el estado de excepción que subyace a todo orden político capitalista —sea democrático o no— se convierte abiertamente en normalidad. El mundo entero se militariza, ya sea bajo la forma de despliegue de los ejércitos nacionales en las calles para detener la revuelta de los hambrientos, de las poblaciones sobrantes para el capital, de los desempleados o del crimen que prolifera por todas partes —crimen que es inmanente a las condiciones capitalistas de existencia y su degradación como forma social hegemónica de la reproducción social de la humanidad—, ya sea bajo la forma de ejércitos privados de empresas criminales que han devenido potencias transnacionales y disputan o comparten el poder con las antiguas clases dominantes.
La violencia aniquiladora y sacrificial que es históricamente específica de esta civilización, simultáneamente partera de su amanecer histórico como condición de su perpetuación en el ciego camino hacia la destrucción total que es su lógica interna, permea todas las esferas de la vida social a escala global y molecular —o sea, hasta los niveles más capilares de la vida cotidiana—, y su agravamiento se manifiesta tanto en la guerra económica, política y militar entre los bloques neoimperialistas actuales, como en la brutalización de la violencia social y patriarcal en todas las esferas de la sociedad: no es en modo alguno casualidad que el año 2023 cerrara simultáneamente como el año más violento desde el final de la segunda guerra mundial y como el más caluroso del que se tenga registro. En efecto, la crisis social y ecológica del capitalismo mundial tiene su correlato en una guerra civil “psicótica” global en la que el aumento de los homicidios, los school shooters, las masacres, el terrorismo de extrema derecha, el poder de los carteles de narcotráfico y los femicidios constituyen la otra cara de la guerra neoimperialista que hoy se desarrolla en Ucrania, Gaza y África.
A nivel geopolítico —o sea, de las relaciones entre naciones capitalistas dentro del proceso global de la economía mundial—, asistimos en estos momentos al enfrentamiento abierto entre los bloques neoimperialistas formados por las potencias centrales del capitalismo contemporáneo. Hoy todo el mundo se está armando, desde la llamada sociedad civil y los dueños de pequeños negocios temerosos de la desintegración del orden social, pasando por los cárteles transnacionales del narcotráfico que adquieren armas de alta tecnología, hasta la República Federal de Alemania que se rearma en masa por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, ya ha dejado de ser un secreto que las grandes potencias político-económicas de esta civilización se han lanzado a una carrera armamentística en la que la diferencia entre la industria militar y el resto de las industrias tiende a borrarse: hoy es un asunto de seguridad nacional el desarrollo de los más modernos semiconductores y sistemas de GPU para el desarrollo de Inteligencia Artificial (IA), pero también lo es el comercio mundial mismo que en estos momentos es mantenido en su actual configuración por la fuerza del despliegue de ejércitos internacionales, armadas de portaviones nucleares, cazas de quinta generación y misiles hipersónicos. La mercancía, esa artillería que derrumba todas las murallas chinas de acuerdo con la temprana formulación de Marx y Engels, es la guerra de aniquilación en sí misma, puesto que en cuanto forma estructurante básica del entramado de socialización capitalista sólo puede conducir a la devastación del mundo y de la humanidad en favor de la acumulación de riqueza abstracta.
A este respecto, es preciso hacer notar la actual configuración de dos bloques antagónicos que pretenden sortear la crisis mediante el acaparamiento global de los recursos energéticos, las materias primas, las monedas de reserva mundial, las condiciones punteras del desarrollo tecnocientífico y la hegemonía en las principales rutas del comercio global: China, Rusia, Irán y sus satélites v/s Estados Unidos, Europa Occidental y sus aliados en la región del Pacífico. La guerra en Ucrania que comienza en 2022, en la cual el bloque EE. UU – OTAN participa de manera cada vez más activa escalando el conflicto —e incluso amenaza con desplegar formalmente sus tropas en la región—, puede ser interpretado como un punto de inflexión histórico mediante el cual el proceso de crisis generalizada del capitalismo global entra en camino hacia una etapa de confrontación militar planetaria abierta.
No obstante, esta confrontación bélica global cada vez más evidente para todo el mundo, posee una base material e histórica diferente a los conflictos imperialistas de la primera mitad del siglo XX. En efecto, aquel era un imperialismo que se correspondía con un capitalismo en expansión, proceso en que las zonas periféricas al sistema-mundo capitalista eran integradas a fuerza de sendas operaciones bélicas de acumulación primitiva. Por el contrario, el conflicto actual tiene como base objetiva la contracción del proceso de valorización del capital, que va de la mano con la destrucción acelerada de la naturaleza y el derrumbe económico, social y político de diferentes regiones del planeta —teniendo en Haití, donde las bandas armadas aterrorizan a la población y desplazan el Estado, su manifestación más actual—. Dicho de otro modo, la guerra neoimperialista contemporánea tiene como fundamento material objetivo no la expansión del capitalismo, sino su descomposición, no la conquista de nuevos territorios, sino la conservación de zonas de acumulación que puedan ser defendidas de la desintegración del orden económico global, es decir, se trata de un verdadero neoimperialismo de crisis. Ahora bien, que la masa global de plusvalor tienda disminuir, no quiere decir que esta lo hará realmente en este momento colapsando de facto todo el sistema, como Marx bien señala en el Libro III de El Capital existen causas contrarrestantes para la tendencia la disminución de la masa global de plusvalor, como el aumento de la tasa de explotación a despecho de que cada vez disminuya más la masa de asalariados productores de plusvalor dentro del proceso global. Por consiguiente, la creciente reorientación de la producción económica en las sociedades industriales avanzadas hacia la guerra responde a una necesidad objetiva que plantean los límites inmanentes de la producción capitalista, la explotación intensificada de la humanidad se corresponde con el desarrollo acelerado de armas y tecnologías cada vez más precisas en la eliminación de seres humanos.
Quizás la sociedad sin clases y la superación de toda forma de trabajo nunca había sido tan materialmente posible debido al desarrollo estratosférico de los poderes combinados de la especie humana bajo el acicate de la acumulación de capital y, al mismo tiempo, nunca se había observado un nivel tal de desesperación social generalizada que se correspondiera con la pérdida global de un horizonte emancipador. En este sentido, la guerra de aniquilación total que hoy se cierne como una amenaza sobre el planeta entero, junto con la catástrofe ecológica —la que es acelerada precisamente por mor de este desarrollo económico-industrial acrecentado y orientado hacia la guerra—, es, considerado en el amplio arco de la historia de la civilización capitalista, el resultado del fracaso de las perspectivas emancipadoras que emergieron con el desarrollo de la sociedad burguesa y que se estrellaron contra la afirmación del trabajo, los totalitarismos y los campos de concentración. Vivimos en el resultado realmente distópico del fracaso de la revolución en los siglos XIX y XX. La guerra de la libertad contra sus enemigos fracasó dentro de los propios términos en que se había empredido como emancipación social posible en un determinado momento de la civilización del capital, y el mundo tal cual como existe en estos momentos es el resultado histórico del triunfo de un enemigo que hasta ahora no ha dejado vencer y que se dirige hacia la catástrofe total. Empero, esto no implica que la emancipación social radical sea imposible, por el contrario, mientras estemos vivos lo diferente siempre podrá florecer a partir de nuestra praxis, pero una crítica radical requiere, para convertirse en fuerza social e histórica conscientemente orientada a la liquidación de esta civilización, comprender sus propios límites y posibilidades inmanentes que anidan en la forma social misma que hace posible, por su carácter intrínsecamente contradictorio, pensar su superación.
En esta misma línea de comprensión del proceso global, es claro que este camino hacia la guerra global total se viene cimentando desde hace mucho tiempo en dos sentidos. Por un lado, en el sentido de que por medio de un proceso históricamente original se constituyeron bloques político-económicos de carácter imperial que, luego de dos sendas guerras industriales de carácter total —que culminaron, como se recordará, en la conquista de las fuerzas objetivas para la autoaniquilación materializadas en la bomba nuclear y en los campos de concentración como despliegue práctico de la lógica sacrificial del trabajo—, terminaron en la partición de la esfera terrestre en dos polos militar y económicamente enfrentados, aunque solidarios en cuanto a la represión de cualquier lucha emancipatoria dentro de sus fronteras. En efecto, el conflicto entre Rusia y la OTAN no puede entenderse haciendo abstracción de la rama muerta del capitalismo que fue el socialismo de cuartel soviético y las contradicciones contemporáneas del desarrollo del capitalismo en Eurasia que se objetivan en la guerra económico-militar entre ambos bloques, guerra que remite necesariamente a un proceso que comienza antes de 1917 y que podemos ligar al largo desarrollo de los enfrentamientos imperiales entre las potencias industriales avanzadas en relación con la conquista del mercado mundial. Por otro lado, en un sentido lógico, inmanente al desarrollo sociohistórica de la forma capitalista de la sociedad, la guerra industrial total estaba contenida en potencia en el estallido de las fuerzas productivas-destructivas que supone la producción capitalista de mercancías, pero también en la lógica de aniquilación de lo concreto en favor de lo abstracto que constituye a la mercancía en cuanto forma social que se articula como la unidad contradictoria entre riqueza material y valor.
De ahí que la guerra entre Rusia y Ucrania/OTAN junto con el genocidio en curso de la población palestina manifiesten una nueva cualidad en el proceso de crisis, un elemento acelerante en la formación de bloques económico-militares que compiten de manera desesperada entre sí para tratar de superar la crisis de la civilización capitalista mediante la disputa por la masa global de plusvalor y las cadenas de valor estratégicas del mercado internacional. Hay aquí, siguiendo esta línea argumental, una transformación de lo cuantitativo en cualitativo, un proceso histórico mediante el cual la crisis estructural del capitalismo alcanza una dimensión de consecuencias empíricamente mundiales, vividas fácticamente por una proporción creciente de la población mundial. De hecho, la guerra en Ucrania y Gaza no solo ha tambaleado la estructura de la economía global, sino que ha contribuido a disparar la inflación, arrojando a millones de personas al borde de la hambruna, provocando inestabilidad interna y protestas sociales en contra del alza de los costos de vida en diferentes países. Es decir, la guerra no solamente se libra entre potencias neoimperialistas, sino también al interior de las fronteras de los Estados nacionales, donde el aislamiento y contención militarizada de las crecientes masas de población económicamente superfluas para el capital juega un rol tan importante como la competencia global y el acaparamiento estratégico de los recursos naturales.
Por otro lado, en una arista diferente de este proceso, el actual conflicto neoimperialista expresa el agotamiento de Estados Unidos como potencia planetaria hegemónica al interior del capitalismo mundial —lo que supone una reconfiguración de la distribución del poder al interior de la alianza Atlántica que manifiesta tendencias hacia su disolución—, lo que tiene como correlato un aumento alarmante de las tensiones con la potencia neoimperial ascendente que es China, particularmente en la zona del Océano Pacífico que es el espacio geográfico donde transita la mayor parte del comercio mundial y que Estados Unidos intenta mantener bajo su poder mediante el desarrollo de alianzas militares como AUKUS ( acrónimo de Australia-United Kingdom-United States), el refuerzo del poder militar-económico en Japón y Corea, el cerco económico sobre China y el despliegue de una enorme flota de submarinos y portaviones nucleares, armas de quinta generación y la entrega de armamento avanzado a Taiwán que es el punto exacto donde se concentra toda esta disputa entre potencias y que parece ser el lugar más probable del estallido de la guerra entre ambos poderes planetarios. Ahora bien, aunque nos encontramos ante un proceso de descomposición de la hegemonía de las potencias capitalistas occidentales en el plano global —marcado por la emergencia de bloques económicos como el BRICS que ya superan a las viejas potencias en algunos indicadores económicos—, esto no quiere decir que ello vaya implicar su necesario reemplazo por China o por algún otro bloque de potencias, puesto que se trata de un enfrentamiento neoimperialista dentro de los marcos del proceso mundial de reproducción del capital, proceso que objetivamente se encuentra en abierta disolución con la disminución de la masa global de plusvalor. Para decirlo claramente, el camino hacia la guerra global total es una necesidad objetiva del sistema mundial en cuanto modo de contrarrestar una tendencia inmanente de la producción capitalista, lo que puede implicar la victoria parcial de tal o cual potencia a corto plazo, pero a costa de la creciente bancarrota del sistema en general —implicando al mismo tiempo una necesaria destrucción de seres humanos e infraestructura productiva—. De allí la paradójica situación de China: ha logrado hacer en décadas lo que otras potencias lograron en siglos, pero —al igual que Estados Unidos— es un gigante con pies de barro que ha alcanzado la vanguardia del capitalismo mundial en el momento preciso en que este se desmorona en medio de una crisis socioecológica de carácter planetario.
Como sea, los bloques económico-militares se arman hasta los dientes en todas las regiones del planeta. La Unión Europea ya siente respirar sobre su nuca el avance de Rusia en el frente ucraniano, pese a los 60.000 millones de dólares que se han transferido en armas, equipos y asistencia económica al gobierno de Zelensky, ayuda que por cierto está cada vez más en cuestión ante el creciente desplome militar de Ucrania en la guerra después de su fracasada contraofensiva y el avance de Rusia en localidades estratégicas que, en corto plazo, le permitirán extender su ofensiva hacia más territorios dentro del país. Por otro lado, Donald Trump se prefigura como el candidato favorito a convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos, en un país en el que la crisis del sistema ha arrastrado a las poblaciones precarizadas por el carácter global de la producción hacia un nacionalismo delirante teñido de racismo y teorías de la conspiración. Su probable triunfo, en cuanto triunfo de una fracción de la clase dominante estadounidense crecientemente distanciada de Europa y centrada en mantener la hegemonía de Estados Unidos en unos límites más acotados y alejados del drenaje económico que supone la OTAN, quitaría a la Unión Europea su paraguas nuclear y permitiría a Rusia avanzar mucho más allá de donde hoy le frena la amenaza del conflicto atómico total.
Ante este escenario, Alemania se rearma por primera vez desde 1945, conviniendo recordar que su último rearme después de la primera guerra mundial terminó, como es bien conocido, con el exterminio planificado de los judíos europeos, de lo que quedaba de las agrupaciones políticas de carácter revolucionario y de grupos poblacionales considerados inferiores, la muerte de millones de rusos por hambre o en combates de exterminio en el marco de la llamada operación Barbarroja, la destrucción de Varsovia y la extensión de la barbarie en 3 continentes. Polonia se aprestar a construir uno de los ejércitos más poderosos de Europa, mientras que Francia —Estado que cuenta con un arsenal no inferior a 300 armas nucleares— plantea abiertamente el envío de tropas a Ucrania. Por otro lado, los países bálticos y Finlandia acaban de ingresar a la OTAN y ya realizan ejercicios en las cercanías de la frontera rusa. En este marco, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, llamó éste 22 de marzo a los países miembros a prepararse para la guerra en territorio europeo, instando a los Estados nacionales a preparar su población civil para la defensa y reorientar su economía hacia la producción armamentística para realizar el doble objetivo de evitar el colapso del ejército ucraniano —primera frontera militar de la OTAN en Europa oriental— y disponer de una industria militar capaz de sostener un esfuerzo de guerra en el futuro. Alea jacta est, la suerte está echada, ya se ha traspasado una línea roja en la escalada bélica y ahora los bloques en conflicto se preparan para una guerra más amplia y duradera entre potencias atómicas dotadas de arsenales de última tecnología con potencia suficiente para liquidar la biósfera terrestre.
Ayer, mientras pensaba como articular este escrito —teniendo en mente las recientes imágenes de los misiles de precisión del Estado de Israel lanzados sobre población civil completamente desarmada que veía a través de Instagram—, en el Crocus City Hall de Moscú se realizó un atentado terrorista que ya suma, de momento, 133 muertes en una nueva masacre de civiles inocentes de proporciones atroces e irracionales como las que hoy están a la orden del día. ¿Quién está detrás del atentado? ¿El Estado Islámico? ¿El régimen de Kiev? ¿Una represalia/advertencia desde los enemigos del Estado Ruso en Occidente? ¿Nacionalistas rusos que quieren incentivar una escalada mayor en la guerra? ¿Un ataque de bandera falsa? En un mundo cada día más demencial que se hunde en la competencia a muerte entre Estados, empresas e individuos, es siempre más difícil acceder a la verdad de los acontecimientos en el momento mismo en que suceden, porque una nube de intereses geopolíticos yuxtapuestos encubre con un espeso manto de propaganda estos sucesos. Sea como sea, Putin —consumado como un verdadero neo-Zar del capitalismo postsoviético luego de su victoria en unas elecciones de las cuales es imposible acceder a la verdad— ya ha apuntado sigilosamente hacia Ucrania como el lugar de refugio del presunto grupo terrorista, lo que implica que de este evento, y sobre el sacrificio de las víctimas de la tragedia, saldrá una nueva excusa para el despliegue del horror bélico, ya sea en Ucrania o en alguna otra área geoestratégica para el Estado ruso en este camino acelerado hacia la guerra global.
Emancipación social o barbarie es, por tanto, hoy más que nunca nuestro lema, pero este conflicto entre las posibilidades emancipatorias del proceso histórico —cada vez más socavadas a medida que la humanidad se hunde en la demencia aniquiladora— y las posibilidades regresivas de esta civilización es un conflicto que, considerado al interior de la burbuja de una temporalidad históricamente específica propia del capitalismo, se vive a nivel de una especie humana vuelta realmente universal y, por eso, vivida también al interior de cada individuo vivo tal y como ha sido constituido por este entramado de socialización. Salir del camino hacia la catástrofe requerirá la unidad de lo diverso dentro de un movimiento histórico heterogéneo, o sea, requerirá de la unidad de acción entre personas que tienen como presupuesto inmediato una constitución subjetiva que es el producto de siglos de capitalización, de miseria, podredumbre sexual y psíquica, lo que exige un esfuerzo que es cada vez más difícil para sujetos sometidos a una competencia implacable, a una guerra bárbara que se vive al nivel de las más íntimas relaciones humanas tal cual como han sido desarrolladas por la socialización capitalista. Quizás en algo así pensaba Marx cuando escribía, en el alba de este camino histórico hacia la guerra industrial total, que la praxis revolucionaria era el momento en que la transformación de las circunstancias materiales coincidía con la transformación de los seres humanos. Sin embargo, lo que hoy tenemos ante nosotros es el resultado autonomizado y objetivado de la praxis social humana en un sistema planetario que produce sujetos en una condición de creciente menesterosidad con respecto a los resultados alienados de su propia actividad, por lo que el contenido necesario de una praxis emancipatoria es aquel que tiende a quebrar esa condición de sumisión y menesterosidad de las personas con respecto a la forma capitalista de las relaciones sociales. El tiempo se agota, pero la perspectiva de emancipación social radical no aparece por ninguna parte; la prueba: el hecho de que el genocidio de la población palestina, transmitido en vivo para cada persona de este planeta, no ha desatado ninguna respuesta global orientada hacia la puesta en cuestión del sistema que hace posible, que necesita, ese genocidio. Si después de esta nueva era de las tinieblas que es el hundimiento en la crisis global hay un futuro en el que una humanidad redimida pueda poseer por completo su pasado, se recordará Gaza como el primer momento claro del nuevo carácter de la guerra fratricida que amenaza con extenderse al mundo entero.
por Pablo Jiménez Cea