El reciente segundo ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha sido respaldado por un movimiento neoreaccionario en ascenso que se ha fortalecido durante y después de la revuelta por el asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020—una de las mayores revueltas en toda la historia de Estados Unidos y, de acuerdo con Richard Seymour en Disaster Nationalism[1], la más grande—. Este “nacionalismo de desastre” que es concomitante a la crisis socioecológica del capitalismo mundial, plantea abiertamente sus objetivos políticos delirantes y constituye un síntoma ineludible de las tendencias objetivas de la actual fase histórica del capital y las profundas transformaciones sociales de amplio alcance que se desarrollan con este proceso. Ciertamente, por más demenciales que nos parezcan las intervenciones públicas de personajes como Milei, Elon Musk o Trump, lo cierto es que a través de sus acciones y su consciencia encarnan las necesidades objetivas del presente estadio histórico de la civilización capitalista tardía.
Por otro lado, dada la abierta y explícita relación de Trump con los gigantes de la industria tecnológica, relación que va acompañada de una reorientación de la geopolítica estadounidense en el marco de su guerra comercial con China, es claro que su segundo ascenso como comandante supremo de la mayor máquina de muerte de la historia no responde solamente a la contingencia de una figura política en particular o a las pulsiones de una masa reaccionaria e ignorante que vota en contra de sus intereses objetivos —este es el marco de comprensión del progresismo woke en decadencia, otra forma de la contrarrevolución cotidiana y fuerza activa del realismo capitalista[2]—. Por el contrario, este proceso histórico exige ser entendido como un momento de un proceso sistémico más amplio: la convergencia entre la aceleración tecnológica, la tendencia objetiva hacia la descomposición del trabajo como fundamento de la sociedad capitalista, la creciente destrucción acelerada de la naturaleza que es concomitante a la aceleración del capital y la emergencia de nuevas formas políticas abiertamente autoritarias en el marco de la crisis de esta civilización.
Hegel, cuando vió pasar a Napoleón junto a sus tropas por afuera de su casa en Jena, reflexionó sobre las implicancias histórico-universales de la concentración de todo un proceso de la historia en un solo hombre que, sentado sobre su caballo, interviene el mundo y lo domina. Hoy, podríamos decir que las dos imágenes histórico-universales que resumen nuestro presente son el saludo fascista de Elon Musk —el capitalista más rico que pisa la tierra— durante el ascenso imperial de Trump y los bombardeos en alfombra sobre Gaza. Hemos visto al espíritu del mundo, a través de nuestras pantallas, ascender al poder rodeado de los seres humanos más poderosos que han existido en la historia —cuya sola existencia como tales expresa la acumulación de una enorme explotación de la humanidad—, hablar de alcanzar su destino manifiesto enviando sus empresas a la colonización de Marte, pero también lo hemos visto vaporizar vivas a miles de las personas más desposeídas de este mundo con ayuda de las fuerzas más avanzadas de la industria. El cuadro terrible que resulta de la fusión de esas dos imágenes nos arroja un diagnóstico preciso del estado actual de la humanidad organizada bajo la irracional forma social capitalista, pero también de lo que será el futuro de la nueva fase histórica en ciernes de la crisis mundial de la civilización del capital.
Expondré a continuación la tesis de que el ascenso de Trump constituye un momento clave de la transición hacia una nueva fase histórica de la crisis del capitalismo mundial, cuyas características fundamentales fueron previstas —aunque de una manera distorsionada— por la filosofía neorreacionaria y catalogadas bajo la etiqueta de Ilustración Oscura. Adoptaré el uso de este término en un sentido que subvierte la idea neorreaccionaria formulada primeramente por Curtis Yarvin y Nick Land, integrándola en un análisis crítico que pretende desarrollar su momento de verdad, sus imposturas y, finalmente, esclarecer las posibilidades emancipatorias que aún anidan en un proceso histórico que tiende a bloquear el potencial de transformación social radical.
El concepto de Ilustración Oscura
La Ilustración Oscura es un concepto de la filosofía neorreaccionaria desarrollado primeramente por Curtis Yarvin y luego ampliado por Nick Land. El primero de ellos, Yarvin, es un ingeniero de software, empresario y bloguero norteamericano que —bajo el pseudónimo de Mencius Moldbug— inició su trabajo de producción y divulgación de las ideas neorreaccionarias bajo la influencia del co-fundador de PayPal, junto con Elon Musk, Peter Thiel[3]. A diferencia de la hasta entonces elite tradicional de Sillicon Valley, Yarvin y Thiel estaban en contra de los postulados básicos de la gobernanza neoliberal que caracteriza a la derecha tradicional estadounidense. Por su parte, Nick Land continuó desarrollando la filosofía aceleracionista después de abandonar su trabajo como catedrático universitario en Warwick y radicarse en Shangai. Su profundización en sentido neorreaccionario del aceleracionismo —el único sentido que para él podría tener este proceso—, llevó a Land a eventualmente entrar en contacto con las ideas de Curtis Yarvin expuestas en el blog Unqualified Reservations y a desarrollar un comentario filosófico de su obra bajo el título de La Ilustración Oscura [The dark enlightenment][4], el compendio más acabado de la filosofía neorreaccionaria. Debido a su amplia formación filosófica inicial y a su conocimiento de las teorías de Deleuze y Guattari, fue capaz de desarrollar una síntesis entre las ideas neorreaccionarias de Yarvin, una lectura aceleracionista de la obra marxiana mediada por la obra de Deleuze y Guattari, los desarrollos teóricos interdisciplinarios del CCRU [Cybernetic Culture Research Unit] —en el que también participaba Mark Fisher— y las críticas posmodernas del capitalismo tardío.
La Ilustración Oscura como concepto designa, para Yarvin y Land, la afirmación de un legado perverso u oscuro de la ilustración moderna que ha sido negado por la filosofía democrático-progresista y una particular propuesta de futuro para la civilización capitalista que abraza abiertamente una deriva histórica distópica. Si se formulase la pregunta: “¿qué caracteriza al pensamiento neorreaccionario?”, podría responderse en líneas generales que una reivindicación de la denominada “biodiversidad humana” —forma pseudobiológica de racismo posmoderno—, la proclamación del derecho de salida o de secesión como derecho fundamental junto con la propiedad privada —esto se hace patente en un Estados Unidos crecientemente dividido entre Estados como Texas o California que representan los dos polos complementarios y opuestos del capitalismo norteamericano—, un rechazo visceral de cualquier forma de corrección política e igualitarismo progresista y una propuesta de administración corporativa del Estado con marcados tintes de darwinismo social denominada como neocameralismo.
Conviene detenerse sobre este último concepto, ya que es fundamental para comprender la evolución de las ideas neorreaccionarias y su vínculo con el reciente ascenso de Trump. El cameralismo, fue un movimiento político y proceso sociohistórico alemán en el s. XVIII liderado por funcionarios públicos germanos para promover el Estado absolutista. Este movimiento es un antecedente directo de las modernas ciencias burguesas de la administración estatal y policial, caracterizándose por promover políticas que buscaban dotar al príncipe o monarca de atribuciones sin límites como compromiso de la máxima eficiencia del Estado, considerar a la Cámara — palabra usada para referirse a la sala en la cual se guardaba el tesoro del Estado o a las habitaciones en que tenía lugar la reunión de los máximos funcionarios públicos del comercio y la guerra— como la más alta forma de organización del Estado, promover la policía como elemento fundamental de administración de la sociedad y considerar la necesidad de que los cameralistas debían poseer un altísimo grado de conocimiento en las diferentes ramas del Estado, especialmente en el comercio, el derecho y la guerra. Por su parte, el neocameralismo propuesto por la filosofía neorreaccionaria consistiría en una gestión corporativa del Estado, que sería administrado igual que una sociedad empresarial por acciones y liderado por un CEO. Sobra decir que en un concepto tal de gobierno, una policía tecnológicamente maximizada al servicio de la protección del orden capitalista es fundamental.
Desde la perspectiva de la Ilustración Oscura, por consiguiente, el Estado se convierte abiertamente en propiedad privada de los grandes monopolios capitalistas y es gobernado por ellos como una sociedad por acciones. No es extraño que Peter Thiel señalara en su ensayo de filosofía libertaria-neorreaccionaria The education of a Libertarian [La educación de un Libertario][5] que para él la libertad —libertad de mercado se entiende— se ha vuelto incompatible con la democracia. Esta perspectiva antidemocrática es una característica común de los neorreaccionarios, particularmente de Curtis Yarvin y de Nick Land. Curtis Yarvin incluso llega a afirmar en 2007 que los neorreaccionarios ni siquiera deberán hacer alguna clase de propaganda para el derrumbe del Estado democrático vigente en Estados Unidos, porque la democracia implosionará por sus propias contradicciones intrínsecas como administración ineficiente del capital sometida a creciente entropía[6]. En una línea argumental más sofisticada, en su Ilustración Oscura, Nick Land argumenta que la aceleración tecnoeconómica del capital llevará necesariamente a una supresión de la democracia y su reemplazo por un gobierno corporativo. En cuanto a esto, señala que en países como China, Hong-Kong o Singapur esta clase de gobierna es prácticamente ya una realidad, lo que indica que se trata de una tendencia intrínseca de la aceleración tecnológica en el marco de la crisis del capitalismo tardío.
Cabe destacar, en este sentido, que este temprano vínculo entre figuras neorreaccionarias como Curtis Yarvin y Peter Thiel no es en modo alguno casual, sino que representa una expresión ideológica de las tendencias objetivas del capital, la formación de enormes monopolios ligados a la industria tecnológica y el surgimiento de nuevo liderazgos al interior de la clase capitalista estadounidense que personifican, a través de la competencia, las necesidades del capital contemporáneo. Peter Thiel es, a partir de 2000, cofundador de PayPal con Elon Musk y, además de encontrarse entre la elite de las personas más ricas del planeta, es un activo patrocinador y promotor de iniciativas dedicadas a la difusión de las ideas neorreaccionarias o vinculadas a la alt-right. Como ya he mencionado, el ascenso de Trump va de la mano con un gabinete de billonarios con Elon Musk a la cabeza. Este último, gracias a su plataforma X, contribuyó no solamente con la mayor donación de la historia a una campaña política —en este caso de Trump—, sino que promovió abiertamente la propagación de Fake News y propaganda reaccionaria a escala industrialmente inédita. Goebbels decía que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero con X, y las redes sociales en general, la mentira socialmente planificada alcanza una nueva cualidad gracias al monopolio efectivo de los gigantes tecnológicos de la industria. Elon Musk o Mark Zuckerberg no sólo están en el pináculo de la acumulación vertical de capital, también poseen hoy la prerrogativa, inédita históricamente para individuos singulares, de mentir a escala histórico-universal.
Curiosamente, aunque seguramente Donald Trump quizás no tiene ninguna idea de la existencia Nick Land o de Curtis Yarvis, realiza las ideas neorreaccionarias al elegir un gabinete de billonarios con Elon Musk a la cabeza o ampliar efectivamente las facultades del poder ejecutivo en apenas unas semanas de mandato[7]. La Ilustración Oscura no es una idea descabellada de geeks filosóficos, es, por el contrario, una tendencia intrínseca de la crisis del capitalismo tardío y de las nuevas configuraciones de la gobernanza capitalista a escala global —podríamos incluso incluir aquí formas post-soberanas de control territorial como los cárteles narco-capitalistas de escala transnacional—. Si observamos el rampante ascenso de Donald Trump al segundo mandato, apoyado por la complicidad no tan pasiva de los criminales de lesa humanidad del gobierno demócrata de Joe Biden, las ideas de Curtin Yarvis y de Nick Land sobre las tendencias entrópicas de la democracia como forma histórica caduca de gobierno del capital no parecen tan descabelladas. La emergente fase histórica del capital mundial tiende así a dejar obsoleta la crítica ultraizquierdista de la democracia, puesto que es el propio capital, y no la revolución internacional, la que tiende a superar históricamente la democracia.
La Ilustración Oscura, por lo tanto, no debe entenderse como una mera idea formulada por determinados filósofos aceleracionistas de ultraderecha, sino como expresión teórica de un proceso real de la crisis del capitalismo tardío. Más aún, como una anticipación y expresión teórica de las características definitorias de una nueva fase histórica de la civilización capitalista que resulta precisamente de las condiciones de esa crisis. Baste echar una mirada, por ejemplo, al rápido desmantelamiento de los propios presupuestos e instituciones internacionales acordados por las clases capitalistas en conflicto al final de la segunda guerra mundial. Hoy se habla abiertamente de usar armas nucleares —se especula que, de hecho, Israel ya detonó un arma nuclear táctica en Siria—, de abierto e indiscriminado asesinato de civiles como objetivo militar, de la necesidad de revocar los derechos humanos como marco legal supranacional, entre otros. El genocidio en Gaza, donde se dispara deliberadamente a niños, se fusila civiles a mansalva, se vaporizan campamentos enteros de refugiados con bombas dirigidas por inteligencia artificial, entre otros horrores propios de esta época, es el paradigma del futuro inmediato de la civilización capitalista y testimonio directo de las nuevas configuraciones geopolíticas del capitalismo mundial. En este sentido, como señalé al principio de este ensayo, el genocidio en Gaza constituye, junto con el segundo ascenso de Trump, un momento claro de la transformación cualitativa del proceso actual del capital y el comienzo de una nueva fase histórica de la civilización capitalista marcado por la barbarización de la relación de capital a escala mundial.
Desde una perspectiva crítica, el momento de verdad en la filosofía de la Ilustración Oscura reside en su diagnóstico de la aceleración del capital como un proceso que necesariamente implica la explotación intensificada de la humanidad y de la naturaleza, la transformación de la administración estatal del capital en un gobierno corporativo, el desmantelamiento de las estructuras jurídicas propias del capitalismo (neo)liberal, el desarrollo de nuevas formas de guerra y la eliminación activa de poblaciones consideradas indeseables. Sin embargo, su análisis pierde de vista que esta aceleración no es una fuerza autónoma, sino el resultado de la lógica de valorización del capital, que se enfrenta ahora a sus propios límites históricos. En este sentido, la Ilustración Oscura no es una ruptura con la modernidad capitalista, sino un desarrollo necesario de este modo de producción bajo las condiciones de su crisis estructural. Desarrollaré esto a continuación.
Aceleración y capital
La aceleración es la estructura temporal del capital desarrollado. Esta estructura temporal resulta de la dinámica intrínseca de la acumulación de capital desarrollada y constituida como modo de producción específicamente capitalista al introducir la maquinaria en el proceso de producción. En anteriores formas de sociedad, la introducción de maquinaria tendía a liberar del trabajo a las clases subalternas. Aristóteles decía que si los telares se tejiesen solos ya no serían necesarios los esclavos y, como es sabido, en la antigua Grecia la introducción del molino hidráulico liberó efectivamente un importante número de esclavos del trabajo forzado. En la sociedad capitalista, por el contrario, la maquinaria —que crea las condiciones para la disminución del esfuerzo humano en la producción y la liberación del trabajo— sirve para aumentar e intensificar el trabajo. Esto resulta de la forma social históricamente específica de la riqueza capitalista: el valor.
El valor es el tiempo de trabajo social objetivado en las mercancías durante el proceso de producción. Es una medida de la riqueza específicamente temporal que sólo puede acumularse a través de la explotación del tiempo de trabajo excedente de la humanidad. De ahí la paradoja de que, existiendo en este momento todos los medíos histórico-objetivos para una amplia liberación del trabajo, hoy la humanidad trabaja más que nunca antes en la historia. La relación de producción básica que sostiene esa dinámica es el trabajo asalariado, que implica a su vez una relación entre el capital y el trabajo, o sea, una relación entre clases necesariamente antagónicas: la clase capitalista y la clase asalariada. Quienes quieran profundizar sobre esto, encontrarán en El Capital de Marx una obra de una vigencia plenamente actual que explica los fundamentos básicos de la dinámica de la acumulación de capital. Para objetivos de este escrito, basta saber que el capital, para acumularse, necesita explotar intensificadamente a la humanidad y que, al desarrollar la ciencia y la tecnología para este fin, da lugar a una dinámica muy específica de desarrollo histórico acelerado y crecientemente destructivo.
En tiempos más recientes, el historiador Moishe Postone caracterizó en su obra más importante —Tiempo, trabajo y dominación social[8]— esta dinámica como una “banda continua” [treadmill dynamics] que comporta un permanente estímulo objetivo para nuevos aumentos en las tasas de productividad —y, por lo tanto, también en su capacidad de destrucción—. Esta dinámica es ilustrada de manera prístina por Nuno Miguel Cardoso Marchado:
[Imaginemos que] el nivel promedio de productividad en la industria de la ropa es tal que en 1 hora se producen 5 playeras con un valor total de 25 euros (…). Un capital innovador, que es capaz de manufacturar 10 playeras en 1 hora, disminuyendo así su valor individual a 2.5 euros, podría obtener una ganancia adicional debido a que podría vender cada polera a 5 euros —el valor determinado de mercado determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario—. Sin embargo, tan pronto como el progreso técnico [de ese capital particular] es diseminado entre la competencia y un nuevo nivel promedio de productividad se aplica, el único resultado permanente será el aumento en la cantidad [de riqueza material producida] en una hora de tiempo de trabajo socialmente necesario —10 poleras en lugar de 5— y la reducción de su valor unitario de 5 a 2.5 euros. La masa de valor creada será exactamente la misma que antes: 25 euros (…). El incentivo para un subsecuente progreso técnico capaz de recompensar a los capitalistas innovadores con una ganancia adicional se ha reinstalado[9].
La producción cuantitativamente aumentada y acelerada de riqueza material en el proceso inmediato de producción de mercancías conlleva necesariamente la destrucción creciente y acelerada de la fuente de toda riqueza real: la naturaleza[10]. En efecto, producir, por ejemplo, dos teléfonos celulares consume más litio, más cobre, etc., en suma, más naturaleza que producir uno solo y, puesto que la producción no conoce otro objetivo que la acumulación capital, esta destrucción acelerada no encuentra ningún límite objetivo más que el socavamiento de las relaciones sociales básicas del propio sistema. Esto quiere decir que, aunque se aumenten a escalas estratosféricas los niveles de productividad y la cantidad de riqueza material producida, la ciencia, la tecnología y la maquinaria no producen valor adicional —este solo puede ser producido por la materialización de tiempo excedente de trabajo vivo—, dando lugar así a una trayectoria histórica marcada por la aceleración temporal y la destrucción creciente de la naturaleza que produce el efecto de banda continua propio del capitalismo desarrollado.
La aceleración tecnológica, especialmente en la automatización y la inteligencia artificial, ha reducido dramáticamente la necesidad de trabajo humano en el proceso inmediato de producción. Este fenómeno, conocido como la tendencia decreciente de la proporción de trabajo vivo en la producción de valor, genera una crisis estructural: el capital, al reducir su dependencia del trabajo, socava la base misma de su valorización. Sin embargo, esta es sólo una tendencia objetiva del proceso, que es contrarrestada a través del mismo desarrollo del capital. La manera en la que se resuelve esta tendencia objetiva a la disminución de la masa global de plusvalor es mediante la explotación intensificada del proletariado productivo. De ahí la crecientemente acelerada competencia entre los más grandes neoimperialismos contemporáneos, Estados Unidos y China, por desarrollar la infraestructura, la ciencia y la tecnología necesaria para el desenvolvimiento de la inteligencia artificial. Esta tecnología, en el marco de las relaciones capitalistas, lejos de llevar a la humanidad a la emancipación del trabajo, significará la posibilidad de una explotación todavía más cruda del trabajo viviente de la humanidad. De hecho, ya lo está haciendo.
Por otro lado, dadas estas condiciones de acelerado desarrollo tecnocientífico aplicado al proceso inmediato de producción de mercancías, la necesaria —para el capital—reconstitución del trabajo proletario como condición necesaria de la perpetuación de la acumulación de capital adopta características crecientemente represivas que tienden a la barbarización de las relaciones sociales capitalistas. Dado el carácter parcialmente superfluo de enormes sectores del proletariado mundial, la explotación intensificada del trabajo va de la mano con una competencia exacerbada por acceso a empleos precarios, mal pagados y con derechos en constante retroceso. Por otro lado, esta realidad se intersecta con una estratificación racial del proletariado, cada vez más patente al interior de las naciones industrialmente avanzadas de Occidente que reciben grandes masas migratorias que escapan de condiciones extremadamente adversas en sus países de origen y que son requeridos por las necesidades de determinadas industrias que necesitan mano de obra barato y carente de derechos para explotar.
La relación de capital, entre el capital y la clase asalariada, se vuelve crecientemente represiva. Con el rampante ascenso de la miseria en medio de la más pasmosa abundancia, las ciudades deben ser militarizadas, la policía es armada hasta los dientes. No para defender a la población, por supuesto, sino en preparación de la inevitable revuelta cotidiana que adquiere visos criminales y, también, para la captura de material humano que será enviado a las cárceles en expansión del sistema. Por otro lado, una parte importante de este enorme ejército industrial de reserva, especialmente del actual lumpenproletariado posmoderno, son integrados al capital mediante su ingreso a empresas criminales narcocapitalistas que permiten su empleo productivo para esta particular rama de la industria y su rápida eliminación dadas las violentas condiciones de este trabajo. Ello sin contar, por supuesto, que este tipo de empresas criminales no sólo posibilitan el empleo de masas trabajadoras antes inempleables, sino que aseguran la rápida eliminación física y psicológica de quienes encarnan la miseria a través del desarrollo de drogas cada vez más adictivas y destructivas en su quimismo para el organismo humano. El capital combate la miseria que produce con sus propios medios, lo que implica también cacerías humanas. En Estados Unidos, y también en Europa occidental, esta cacería se dirige especialmente contra las poblaciones migrantes, que deportadas con cadenas a sus países de origen y almacenados en campos de concentración perfectamente legales —como en otro tiempo la esclavitud o las leyes raciales del Tercer Reich—. El delirio nacionalista sobre el que se apoya la oleada neorreaccionaria mundial obedece justamente a estas condiciones, en el que la crisis de la relación de capital empuja a las clases medias y al proletariado al terror de quedar sin acceso a la riqueza social. Las personas son, así, objetos de explotación de un sistema que, sin embargo, reproducen en cuanto sujetos. Ahí esta la terrible dialéctica de la perpetuación actual del sistema, pero en ella se encuentra también la posibilidad de su superación.
Trump como síntoma de la reconfiguración geopolítica del capitalismo mundial
El ascenso de Trump debe entenderse, por lo tanto, como una respuesta necesaria de las clases dominantes en Estados Unidos a la descomposición del orden geopolítico del capitalismo mundial que ha imperado desde el final de la Guerra Fría, respuesta que obliga a una reconfiguración de las áreas de influencia imperial de Estados Unidos que es empujada por el ascenso de otras potencias emergentes como China y, más ampliamente, los países que forman el BRICS. La idea marxiana de que los capitalistas le dan las armas a sus propios sepultureros no ha visto, todavía, su culminación en una revolución comunista internacional, pero ciertamente aplica para la dialéctica de los Estados-nación occidentales que ven como proliferan por el mundo otros Estados que desarrollan y amplían sus propios productos tecnológicos para poner en jaque su hegemonía mundial. Los cohetes prácticamente artesanales elaborados por Corea del Norte consiguiendo chips en el mercado negro hacen estragos en el suelo ucraniano, pese a ser mucho más baratos y menos sofisticados que el material bélico occidental. Por otro lado, su programa nuclear se financia en una parte no menor con el hackeo de instituciones financieras internacionales. China está logrando competir contra ChatGpt de OpenAI con su plataforma DeepSeek, pese a usar un número menor de tarjetas gráficas debido a las restricciones que aplica Estados Unidos en el marco de su guerra comercial contra el imparable ascenso de la nación oriental. Rusia demostró un importante avance en el desarrollo de armas hipersónicas que, hasta ahora, no tienen contraparte en las naciones agrupadas en la OTAN.
En Ucrania, la vieja alianza entre Estados Unidos y Europa occidental se desmorona. Esto es el resultado directo de las contradicciones de la crisis capitalista, puesto que Estados Unidos necesita urgentemente recortar la mayor cantidad posible de plusvalor dirigido hacia sus antiguos aliados y, al mismo tiempo, revitalizar su industria interior amenazada por el ascenso de China. Si Europa quiere mantenerse a flote, deberá rearmarse y aplicar medidas draconianas similares a las de Estados Unidos, lo que ya es patente en el auge de la ultraderecha en Europa que, siguiendo el ejemplo de la campaña de Trump, busca movilizar a la población europea bajo el lema de hacer Europa grande de nuevo. Que el mismo lema funcione en diferentes partes del mundo y movilice masas cada vez más abiertamente racistas no es solo testimonio del absurdo de esta época, sino del alcance histórico-mundial que comportan las transformaciones de la crisis del capitalismo tardío y del carácter que adquiere hoy la lucha de clases.
Por otro lado, Estados Unidos deberá contener, para seguir existiendo como potencia imperial, la expansión de China en el Océano Pacífico que, como es sabido, es donde circula la mayor parte del comercio internacional. Para cumplir este objetivo deberá reestructurar la relación de capital al interior de su territorio y, con Trump en el poder, lo está haciendo rápidamente. Esta reestructuración requerirá, adicionalmente, un expansionismo limitado a su área más estrecha de influencia —probablemente anexará en el futuro nuevos territorios de sus vecinos—, especialmente en relación con Groenlandia y Canadá que son áreas que concentran recursos estratégicos para la industria norteamericana.
En medio oriente, es claro que la alianza de Estados Unidos e Israel durará hasta que este modo de producción se desplome bajo el calor de las armas de hidrógeno o de una cada vez más improbable revolución mundial. De hecho, quizás el gran ganador del terrible año 2024 fue Israel. El Estado Sirio, punta de lanza de Irán en las cercanías de Israel y enclave fundamental para el suministro de armas y recursos a Hezboláh y Hamás se desmoronó debido a una ofensiva de yihadistas apoyados explícitamente por Israel, Estados Unidos y Europa. Quienes nos presentaban a los yihadistas de Al-nusra (ex – Al-qaeda) como el demonio encarnado en la tierra no dudaron en saludar el nuevo gobierno de su líder al-Golani —vestido idéntico al hoy caído en desgracia Zelensky— como un líder fundamentalmente democrático. Hezboláh quedó profundamente debilitado debido a los bombardeos genocidas de Israel en El Líbano, perdiendo una parte importante de su arsenal de cohetes y drones. Finalmente, el acuerdo de alto al fuego con Hamás fue presentado ante la población como una victoria, mientras en Cisjordania continúan los bombardeos y las redadas contra los grupos de la resistencia con la complicidad de la Autoridad Nacional Palestina.
He señalado repetidamente en otros escritos que Gaza es el mundo, porque allí la lógica destructiva de la crisis se radicaliza: la eliminación planificada de poblaciones proletarias superfluas no solo responde allí objetivos geoestratégicos, sino también a la necesidad de mantener un sistema global donde las vidas de los desposeídos se gestionan como residuos. Gaza es el espejo oscuro del capitalismo tardío: una zona donde el progreso tecnológico coexiste con la deshumanización absoluta, donde drones y algoritmos ejecutan órdenes de exterminio, mientras el resto del mundo observa con indiferencia o impotencia. Gaza es un laboratorio global de la insensibilización con la que se adiestra hoy a las personas ante las exigencias aplastantes que exige la perpetuación sacrificial del sistema, laboratorio que ya se expande por el mundo y que constituye la imagen exacta del futuro más cercano de la civilización capitalista. A este respecto, creo que hoy nadie duda de que la población en Gaza no fue completamente barrida de este mundo debido a la lucha militar de la resistencia palestina, especialmente de Hamás. El alto al fuego probablemente será de corta duración, porque Trump ya señaló, expresando así las necesidades del capital, que el futuro que planean Estados Unidos e Israel para Gaza es el completo desplazamiento de su población.
Ante esta situación, verdaderamente desesperada si la pensamos desde quienes tienen sus vidas directamente amenazadas de caer bajo las ruedas del carro sacrificial del imperialismo capitalista, nuestra primera tarea es organizar la lucha en el radio de nuestra más inmediata influencia. En Gaza se desmoronó el discurso democrático y de los derechos humanos que había caracterizado, al menos para ciertas regiones del planeta, las intervenciones genocidas de las naciones industrialmente avanzadas de Occidente en Medio Oriente. Hoy ya nada de eso importa y no hay denuncia ni mecanismo jurídico internacional que detenga el actuar de los genocidas, la prueba: Israel. Es claro que, dadas las condiciones de la crisis, Gaza es una muestra de lo que será el tenor del futuro próximo del capital mundial y de lo que deberá hacer para perpetuarse en un contexto histórico en el que sus tendencias objetivas implican reestructuraciones represivas de la relación de capital que adquieren características directamente genocidas.
Esto implica la necesidad de una reactualización de la crítica radical ante las nuevas condiciones del presente estadio histórico de la civilización capitalista, pero también la formación de un movimiento histórico capaz de actuar estratégicamente en marco de este proceso. Hoy nuestra misión inmediata es construir partido histórico. Esta tarea no puede ser obra de individualidades aisladas escribiendo en blogs para un público selecto, aunque esta labor pueda ser necesaria para la difusión de perspectivas radicales en las adversas condiciones que impone la crisis capitalista. Esta labor, sin embargo, es una tarea que pertenece a un movimiento radical críticamente reactualizado. En este sentido, es una necesidad fundamental para quienes buscan una alternativa radical a la crisis catastrófica de este sistema encontrar los medios para conectar con el proletariado que hoy es atomizado, fragmentado y sistemáticamente manipulado por una política del terror constante que empuja a las masas trabajadoras, empobrecidas, precarizadas y desempleadas a los brazos de las nuevas formas de reacción. Como sea, es claro que con el ascenso de Trump y Elon Musk a la cima del mayor imperio capitalista ha comenzado una nueva época histórica de la crisis del capital que traerá explotación intensificada, terror tecnológico y muerte por el mundo. Bienvenidos a los tiempos de la Ilustración Oscura.
Referencias
[1] Seymour, R. (2024). Disaster nationalism. The downfall of liberal civilization. New York: Verso.
[2] El concepto de Realismo capitalista fue desarrollado por Mark Fisher. Básicamente designa la perspectiva, hoy masivamente difundida entre la sociedad, de que el capitalismo es la última forma posible de desarrollo social o que, incluso aunque es indeseable y destructivo, no existe ninguna alternativa capaz de superarlo.
[3] Jones, A. (2019), “From NeoReactionary Theory to the Alt-Right”, Critical Theory and the Humanities in the Age of the Alt-Right, edited by Christine M. Battista and Melissa R. Sande, Denver: Palgrave Macmillan, pp. 101–120.
[4] Existe una edición en español titulada La Ilustración Oscura y otros ensayos sobre la Neorreacción editada por Materia Obscura Ediciones.
[5] Disponible en el siguiente enlace: https://www.cato-unbound.org/2009/04/13/peter-thiel/education-libertarian/
[6] Yarvin, C. (2007), “The Case Against Democracy: Ten Red Pills”, Unqualified Reservations, 24 April, available at https://www.unqualified-reservations.org/2007/04/case-against-democracy-ten-red-pills/. Last accessed on 22 March 2024.
[7] Véase: https://www.bbc.com/mundo/articles/cd0j8p43j95o.
[8] Postone, M. (2006). Tiempo trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Madrid: Marcial Pons.
[9] Cardoso Machado, N. M. (2021). The ecological limit of capitalism: value-form and the accelerated destruction of nature in light of the theories of Karl Marx and Moishe Postone. En: Beyond capitalism and neoliberalism. Belgrado: Institute for Political Studies, pp. 111 – 122. La cita es de la página 114.
[10] Marx, K. (2018). El Capital. Crítica de la economía política. Libro primero: el proceso de producción de capital. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 613.