Tesis sobre, y desde, Octubre

I

El principal problema de los sectores e individualidades radicales en Chile, después de fracasado el potencial emancipatorio que abrió la revuelta de octubre de 2019, es el de su constitución en fuerza social e histórica consciente.

II

El fracaso del potencial emancipatorio de la revuelta debe encontrarse en la relación que existía entre su movimiento práctico y el modo de producción y de vida social desde el cual emergió: el capital. La revuelta emergió desde las formas del capital y en contradicción con ellas, como tal su dinámica práctica era intrínsecamente contradictoria y el fracaso de su potencial efectivamente subversivo no es un accidente, ni tampoco se debe a la astucia de la socialdemocracia y de las clases dominantes, sino que es el resultado de su propio contenido práctico. En este sentido, el fracaso de la revuelta como movimiento potencialmente subversivo, en la medida en que abrió la historia, trastocó la normalidad del capital y del trabajo, es también el fracaso del partido difuso de la subversión que estuvo presente en ella desde sus orígenes y cuyo papel en la revuelta ha sido continuamente oscurecido y mistificado por el partido del orden y la restauración del flujo normal de la socialización capitalista.

III

Esto implica un necesario proceso de autorreflexión para los sectores e individualidades radicales que permanecen en la lucha, desde diferentes lugares y frentes de batalla, pese a la derrota y el inevitable auge de la reacción que sigue a una revuelta que ha fracasado. La revuelta del 18 de octubre demuestra que el levantamiento de millones todavía es posible en el interior del capitalismo tardío y su crisis, incluso pese a los frenos objetivos que la propia dinámica actual del capital plantea para su crítica y transformación radical. Sin embargo, la revuelta también expresa los límites que enfrenta un proceso histórico de subversión social en las condiciones actuales, incluida la debilidad de los sectores radicales que carecieron de cualquier mediación material para sostener conscientemente la dimensión subversiva de la revuelta y llevarla más allá en un movimiento práctico coherentemente radical. En otras palabras, el movimiento práctico de la revuelta expresó los límites de una determinada forma de práctica subversiva que hunde sus raíces históricas en la lucha contra la dictadura cívico-militar de Pinochet y que se ha mantenido presente hasta la actualidad. De esta manera, señala la necesidad de ir más allá y, de nuevo, el problema principal es el de la constitución en un movimiento práctico subversivo arraigado en la sociedad del capital, contra ella, y capaz de plantearse la posibilidad concreta de la victoria a través de un actuar estratégicamente orientado.

IV

La represión de la revuelta, el movimiento práctico de contrarrevuelta, se movió en el mismo terreno que la revuelta: en el de las formas del capital. La política de torturas, terrorismo político-sexual y mutilación corporal obedecía a un objetivo específicamente delimitado por las clases dominantes: sentar las condiciones para una reconstitución de la normalidad del capital, de la producción y circulación de mercancías y fuerza de trabajo, que había sido trastocada por el estallido de la revuelta y que se sostenía en la continuidad del movimiento práctico de la misma. Esto es algo que cualquier movimiento con perspectivas revolucionarias debería tomar en cuenta, porque la derrota del capital y el Estado no sólo requerirá superar materialmente sus fuerzas represivas y de exterminio, sino que habrá de moverse en una manera tal en que impida prácticamente la reconstitución de la socialización capitalista que es el terreno sobre el cual la reacción toma sus fuerzas y su poder.

V

La insurrección es un arte, el arte de hacer florecer el tiempo vivo. Para que la insurrección triunfe, requiere liquidar prácticamente las condiciones de existencia del capital como forma hegemónica de reproducción social. Esto quiere decir que la insurrección, entendida radicalmente, es el proceso de producción de la sociedad sin clases, o sea, simultánea abolición de los cimientos sociales y materiales de la perpetuación del orden capitalista y producción de una forma de reproducción social orientada directamente hacia la satisfacción inmediata de las necesidades humanas y la producción de tiempo libre. Este proceso supone desmantelar una parte importante de la infraestructura capitalista de la devastación, pero también la apropiación material de los medios de reproducción social que existen por y para la acumulación de capital, orientándolos hacia nuevos fine y, por tanto, modificándolos en el proceso. La revuelta no planteó esta posibilidad más que en ciernes, pero un movimiento subversivo que no es capaz de satisfacer materialmente las necesidades de la población, especialmente las más básicas, quedará necesariamente atrapado en las formas del capital y en su institucionalidad como único horizonte posible de la práctica. El partido del orden ha tomado nota de este hecho desde 1973, cuando debió aplastar un poder popular que amenazaba la propiedad privada de los medios de producción. Su actuar durante el desarrollo de la revuelta confirma que han aprendido la lección histórica.

VI

Por consiguiente, para romper con el realismo capitalista, con la perspectiva realmente existente y arraigada profundamente en la subjetividad de millones de personas de que el capital es la única forma posible de la sociedad y del futuro de la humanidad, se requiere un movimiento práctico orientado estratégicamente hacia la supresión de la socialización capitalista. Una de sus primeras tareas será romper las formas cosificadas de la consciencia, señalando las posibilidades de lo diferentes que están inscritas en el movimiento real de la sociedad del capital. Esto es imposible, sin embargo, si no existe el movimiento de subversión social organizado y constituido como una fuerza social e histórica dotada de medios materiales para su sostenimiento y desarrollo como movimiento práctico. El objetivo principal de los grupos e individualidades radicales sería, en las presentes condiciones históricas del capitalismo en Chile, la formación de este movimiento.

VII

La revuelta tuvo como terreno histórico-objetivo la crisis de la civilización capitalista y formó parte de un movimiento más amplio de revueltas sociales globales que recorrieron el planeta. Ese proceso está, por ahora, clausurado. Las revueltas detonaron, como en Chile, un proceso de reestructuración represiva del capital que continúa desarrollándose. En las naciones industriales avanzadas, el totalitarismo del capital ya es abierto y se ha normalizado, toda forma de protesta y agitación con potencial radical es suprimida violentamente. A medida que el mundo se hunde en la guerra neoimperialista y en la catástrofe ecológica, que tiene en el genocidio que en estos momentos ocurre en Gaza el paradigma de su presente y su futuro inmediato, la gestión capitalista de la crisis devendrá crecientemente represiva y, como en Gaza, se normalizará el asesinato indiscriminado de cualquiera que se oponga al curso catastrófico del mundo.

VIII

En Chile este proceso ha adoptado la forma de un proceso de contrainsurgencia y Estado de excepción permanente en diferentes zonas geográficas del país, particularmente en el Wallmapu. El gobierno de Boric ha realizado la labor que un gobierno abiertamente de derecha no habría logrado, que es el reforzamiento del blindaje legal y represivo de la propiedad privada capitalista, creando leyes que servirán para enviar a la cárcel a las individualidades, grupos y comunidades subversivas en los futuros enfrentamientos de clase, pero también generando las condiciones legales para que la policía y el ejército puedan operar con creciente impunidad para el asesinato en situaciones de ruptura del orden social. Boric les ha dado licencia legal para matar, pero también ha garantizado este blindaje represivo del capital manteniendo la impunidad de los carniceros de la revuelta de octubre, sentando con ello las bases para que refuercen su poder en el curso de esta crisis. De esta manera, se puede decir abiertamente y sin exagerar que Boric continúa la obra de Pinochet.

IX

El narco-capital ha sido un elemento central para la estrategia de contrainsurgencia permanente que, desde la época de las dictaduras anticomunistas patrocinadas y fortalecidas por Estados Unidos, es un rasgo central y condición de posibilidad de la perpetuación del capital en Latinoamérica. En Chile, la oleada de violencia criminal que aterroriza actualmente a la población, y que es hábilmente explotada para la manipulación por las mismas clases dominantes que sacan todos los beneficios materiales del capital criminal, forma parte estructural de las nuevas condiciones de contrainsurgencia y reestructuración represiva del capital en el periodo post-revuelta. El carácter ubicuo de la revuelta en sus primeras semanas mostró a las clases dominantes las debilidades del aparato represivo para el control de una revuelta de masas, de ahí que su labor fuera confinar el movimiento práctico de la revuelta en determinados sectores céntricos de las principales ciudades. Sin embargo, para el control de la periferia y de los sectores más empobrecidos y precarizados del proletariado, será necesario la creciente introducción del capital criminal como dispositivo de control y de integración de la revuelta espontánea en el capital. Por esto, la violencia criminal solo crecerá y, con ella, el poder represivo del Estado y del capital.

X

Todos los sectores del partido del orden están embarcados desde octubre de 2019 en una campaña de oscurecimiento y mistificación del potencial subversivo de la revuelta. Frecuentes son hoy, a 5 años del levantamiento social más grande la historia de este país, la publicación de noticias en grandes medios de comunicación en los que se afirma que estudios sociales señalan que para la mayoría de la población en Chile la revuelta —denominada como “estallido social” o, incluso “estallido delictual”— es la causa de los problemas sociales actuales, imponiendo en la consciencia colectiva que después de la revuelta el país está “peor”. Esto tiene su momento de verdad porque, ¿quién podría negar que las cosas han empeorado?  La verdad del asunto reside, sin embargo, en que las clases dominantes han sido sumamente eficaces en proyectar este malestar real en una manera tal que es funcional a la perpetuación del orden existente, orientando la rabia hacia las poblaciones extranjeras, particularmente venezolanas, pero también hacia la propia revuelta, que es planificadamente presentada ante la memoria colectiva como pura destrucción vacía. El capital se sostiene siempre en la organización planificada del olvido de lo vivo, el mensaje oculto es que toda rebelión es inútil y que sólo traerá peores consecuencias para los dominados.

XI

En este escenario adverso debemos persistir y navegar estratégicamente en las aguas turbulentas de la crisis. Un movimiento efectivamente subversivo, que hoy no existe en Chile más que de manera difusa y dispersa, no puede salir armado solamente con consignas a su encuentro con el movimiento real, por más que estas encuentren un tremendo potencial insurreccional en el momento histórico preciso —evadir, no pagar, otra forma de luchar fue la consigna que catalizó el estallido insurreccional de la revuelta—. Este es un hecho que no debemos perder de vista, porque un movimiento realmente emancipatorio solamente podría existir si tiene la capacidad para producir una ruptura con las formas del capital, sostener en actos esa ruptura y ampliarla produciendo prácticamente otro modo de reproducción social. Consecuentemente, en este periodo de reacción que atravesamos, y cuyo final no es posible prever en lo inmediato, la constitución de los sectores e individualidades radicales en una fuerza social e histórica consciente y organizada es un problema de primer orden.

XII

La cuestión de la posibilidad de constitución en una fuerza social e histórica consciente —lo que Marx llamó el “partido histórico”— no puede ser resuelto por una sola mente individual, ni tampoco por un grupo radical, puesto que es el resultado de los antagonismos de la sociedad de clases capitalista. Esta posibilidad sólo puede resolverse en el curso de la prosaica lucha de clases, pero la autorreflexión y la capacidad para propagar por todos los medios posibles la teoría y la perspectiva revolucionaria son indispensables para este desarrollo necesario de la guerra social en Chile. Esta necesidad no emerge de la pura voluntad, sino que está históricamente determinada por las condiciones del capital en Chile y sus sucesivas reestructuraciones represivas que, tanto en 1973 como 2019, precisaron del terrorismo de Estado como instrumento para la contención de los potenciales subversivos y emancipatorios surgidos del desarrollo de los antagonismos propios del proceso históricamente particular de la modernización capitalista en Chile.  Son las actuales condiciones del periodo post-revuelta las que empujan hacia una transformación cualitativa de la praxis y la teoría de los sectores radicales.

XIII

La revuelta abre y cierra un proceso histórico. No puede entenderse sin su relación histórica, ocultada y mistificada, con las condiciones creadas por la contrarrevolución capitalista de 1973 y de la derrota histórica del antiguo movimiento obrero en Chile. La revuelta, en cuanto levantamiento de millones en el seno de la fase más reciente de la sociedad de clases, cierra el arco histórico abierto en 1973, pero el fracaso de su potencial emancipatorio abre un periodo marcado por un proceso de permanente contrainsurgencia que buscará socavar por todos los medios posibles la conversión en revuelta del malestar real creado por los antagonismos del desarrollo actual del capital en Chile. Por eso no es exagerado decir que Boric continúa la obra de Pinochet, porque la economía política de su gobierno, que perpetúa y moderniza la herencia de más de medio siglo de contrarrevolución capitalista en Chile, profundiza no sólo la gestión represiva de la crisis, sino que permite sentar las condiciones para asegurar que una parte importante del territorio quede convertida en un desierto. Destrucción acelerada de la naturaleza, fortalecimiento del capital financiero, privatización exacerbada, blindaje represivo del modelo y contrainsurgencia permanente son las características generales del actual proceso histórico del periodo post-revuelta, o sea, las condiciones objetivas en las que deberá navegar cualquier posible perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad.

XIV

No hay praxis revolucionaria sin teoría revolucionaria, este viejo lema de las revoluciones del antiguo movimiento obrero debe ser retomado críticamente bajo las nuevas condiciones de la crisis de la civilización capitalista. La revuelta señala una convergencia histórica entre la crisis del modelo de acumulación capitalista instaurado a sangre y fuego a partir de 1975 en Chile y la crisis de la sociedad capitalista mundial. La teoría debe transformarse cualitativamente para responder de manera coherente a las transformaciones cualitativas del propio proceso histórico, porque una teoría que se oxida en la repetición acrítica de los viejos paradigmas de un proceso que ya no es el nuestro se convierte en ideología y, de esta manera, sirve a la contrarrevolución cotidiana. Condición indispensable de la constitución de la perspectiva revolucionaria en fuerza social e histórica consciente es, entonces, el desarrollo coherente de una crítica social radical capaz de aprehender de manera autorreflexiva el desarrollo actual del proceso histórico y las líneas fundamentales de la trayectoria histórica del capital. Una teoría que no prevé las líneas fundamentales del futuro inmediato, es una teoría que no sirve a la praxis. Por el contrario, la teoría requiere ser el lugarteniente de la emancipación en un mundo sin libertad, esto supone la necesidad del diálogo crítico y el encuentro entre las diferentes corrientes revolucionarias dispersas al interior del capitalismo chileno.

XV

La condición indispensable de una transformación social radical es la abolición del trabajo proletario que sostiene el proceso de acumulación capitalista. La producción de una sociedad sin clases es el proceso de (auto)abolición del proletariado. El movimiento práctico de la revuelta evidenció que su dimensión realmente subversiva sólo pudo sostenerse al trastocar potencialmente los fundamentos básicos de la producción y circulación de mercancías y, en específico, el régimen del trabajo asalariado o del trabajo capitalista productor de mercancías. En consecuencia, el problema de la constitución en fuerza social e histórica de los sectores e individualidades radicales se evidencia, entonces, como el problema del proletariado y su (auto)abolición.

XVI

La revuelta fracasó como potencial de transformación emancipatoria de la sociedad, pero su más grande lección para nuestro presente fue su propia existencia en actos. Sin embargo, querer repetir la revuelta, como aún agitan algunos sectores de una ultraizquierda que naufraga, es querer volver a repetir su fracaso. Por el contrario, hoy es necesario comprender y sostener ante la consciencia colectiva su momento de verdad que de manera tan vibrante emergió con el estallido insurreccional de la revuelta y en las jornadas de huelga general de octubre y noviembre, pero para hacerlo es preciso una transformación en la teoría y en la praxis de la subversión social en Chile que sea capaz de plantear, dotándose de los medios materiales para ello, la posibilidad de un movimiento práctico conscientemente orientado hacia la liquidación emancipatoria de la sociedad capitalista. Por supuesto, esto sólo será mera teoría, incluso ideología, mientras no exista un vínculo efectivo con el movimiento real de la sociedad. Una teoría que no reflexiona sobre las condiciones de posibilidad que le permiten vincularse al movimiento real —y, por tanto, a las luchas prácticas del proletariado tal como existe hoy—, no es una teoría revolucionaria.

XVII

Pese al curso catastrófico del mundo, que en Gaza nos muestra el futuro inmediato de la humanidad, seguimos todavía estando aquí, aún estamos vivos. Ese es el desmentido empírico de cualquier mitología del realismo capitalista y prueba flagrante de que aún existe la posibilidad de empezar juntos de nuevo. Encontrar los medios para la constitución de una fuerza social e histórica capaz de hacer frente a la catástrofe capitalista, de alumbrar prácticamente una perspectiva de futuro, esa es nuestra conspiración y nuestra tarea.

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Diez tesis sobre las convulsiones en curso en Oriente Medio

Por Il Lato Cattivo

Traducción: Traductoras comunistas, fracción mexicana

I.

La ofensiva lanzada por Hamas contra el territorio israelí el 7 de octubre de 2023 y sus consecuencias inmediatas representan, a nuestro juicio, un giro importante en la evolución económica, política y militar de Oriente Próximo. No escribimos estas palabras a la ligera, con indiferencia ante el sufrimiento de las víctimas y sus familias, o peor aún, con simpatía por el uso de la violencia indiscriminada contra civiles; simplemente, creemos que cualquier análisis de los hechos debe abstraer estos aspectos si se quiere evaluar adecuadamente su significado. No es posible privilegiar la interpretación estrictamente local de los hechos en detrimento de la internacional, o viceversa. Es necesario perseguir ambas. Este puñado de tesis no es más que un primer intento.

II.

El ataque polifacético lanzado por Hamas debe, en primer lugar, «situarse en su contexto», es decir, en la situación geoeconómica actual. En términos muy generales, hay que situarlo en la fase de crisis de la globalización, en un momento en el que empiezan a perfilarse con mayor claridad proyectos capitalistas opuestos a un mundo posglobalizado (¿desglobalizado?). Más concretamente, debe verse en el contexto del reposicionamiento de los principales actores de Medio Oriente en relación con la confrontación global entre Estados Unidos y China.

III.

En primer lugar, hay que considerar los procesos de integración regional promovidos por Estados Unidos (más recientemente con los Acuerdos de Abraham), que han puesto en la agenda la normalización definitiva de las relaciones económicas y diplomáticas entre Israel y una serie de países árabes del Norte de África, Oriente Próximo y Oriente Medio, entre los que destacan los Emiratos Árabes Unidos. Con los atentados de la semana pasada, Hamás indicó claramente la siguiente alternativa: o esta normalización incluye la cuestión palestina y acepta su representación en la mesa de negociaciones, o tendrá que pasar por encima de los cadáveres de 5 millones de palestinos.

La dinámica de los Acuerdos de Abraham es contrarrestada por los esfuerzos chinos -obviamente inaceptables para Israel- por descongelar las relaciones entre el bloque comúnmente identificado como «chiita» (Irán-Líbano-Siria-Irak) y el llamado bloque «sunita». Hamas proporciona la coartada perfecta para que Arabia Saudí no firme los Acuerdos de Abraham, confirmando así su alejamiento (¿momentáneo?) con Washington. La diplomacia china lo agradece.

IV.

Una vez comprendida la gravedad de este momento histórico desde el punto de vista palestino, no es necesario detenerse excesivamente en las distinciones entre Hamas y los palestinos en general. El hecho de que el atentado haya sido «impuesto» al conjunto de la población palestina, en primer lugar a la población de Gaza, que ella sea «rehén» de Hamas, no significa más que la siguiente banalidad: los pueblos hacen historia en condiciones que no pueden permitirse el lujo de elegir. El hecho político fundamental es que Hamas, en Gaza como en Cisjordania, se ha convertido ahora en el único actor político de envergadura, a pesar de su falta de reconocimiento internacional, mientras que la autoridad palestina, aunque sigue al mando, está ahora condenada a la insignificancia.

V.

Al desencadenar una violencia sin precedentes contra la población civil israelí y arrastrar a Israel a una guerra total, Hamas revela de hecho los límites (la imposibilidad) de un enfoque puramente represivo o militar de la cuestión palestina. Para Israel, «erradicar Hamas» no significa simplemente enviar tropas a Gaza en el marco de una operación militar técnicamente ardua y de resultados inciertos, significa exponerse a la probabilidad de disturbios masivos en Cisjordania y a la apertura de otro frente militar en la frontera con Líbano (Hezbollah). La magnitud de una confrontación de este tipo plantearía a cada componente de la heterogénea estructura social israelí el dilema existencial de «morir o no por Israel». Quienes conocen el estado real del país saben que la respuesta dista hoy de estar ganada de antemano. Puede que fuera así en 1967 o 1973, pero no hoy. ¿Está realmente dispuesta a morir por su patria la juventud burguesa-bohemia, los bobos asquenazíes con doble pasaporte, para la cual Tel Aviv no es más que otra capital del entretenimiento entre otras? ¿Están dispuestos a morir por Israel los judíos rusoparlantes que apenas hablan hebreo, los jaredíes quienes viven de las subvenciones estatales, exentos además del servicio militar obligatorio, los árabes israelíes que siguen siendo tratados como ciudadanos de segunda clase? Esta es la cuestión fundamental que pone de relieve la perspectiva de un conflicto militar a gran escala.

VI.

La política de Israel tras los acuerdos de Oslo (1993) es incomprensible si no se tiene en cuenta la multiplicidad de las «tribus de Israel» (cf. la revista «Limes»), así como el carácter inacabado y todavía en curso de la construcción nacional de Israel. Esta política no fue el resultado de un capricho político del Likud, ni de pequeñas razones contables que un burdo materialismo bastaría para revelar. La expulsión de la mano de obra palestina de los territorios de la economía israelí, el apoyo tácito o explícito a los nuevos asentamientos de colonos, el desmembramiento administrativo de Cisjordania, etc., prometían garantizar la cohesión interna alimentando el factor externo de conflicto. Pero esto presuponía que el conflicto se mantendría dentro de los límites de una guerra de baja intensidad y de proporciones manejables. En este, como en otros aspectos, el atentado de Hamas reorganiza radicalmente las cartas sobre la mesa. De poco o nada sirven los debates y reconstrucciones a posteriori para determinar hasta qué punto el ataque de Hamas fue realmente inesperado, hasta qué punto fallaron los servicios de inteligencia, en qué medida se ignoraron las advertencias dirigidas a las altas esferas del poder político, etc. De hecho, si hasta hace una semana la cuestión palestina parecía esfumarse, era porque Israel parecía haber ganado en todos los aspectos. Si la imagen del poder israelí parece ahora seriamente mermada, ello no depende del suceso en sí mismo ni de ningún aspecto particular (número de víctimas, tiempo de reacción del ejército, etc.), sino de las grietas que puede estar cavando en la sociedad israelí.

VII.

Tariq Ali se equivoca (véase el blog de la New Left Review, 7 de octubre de 2023), y con él gran parte de la intelectualidad de izquierda, al creer que la existencia de Israel, por el mero hecho de ser «un Estado nuclear, sobrearmado por Estados Unidos», no está en entredicho. Detrás de la amenaza fantasmática e ideologizada de estar rodeado por el «Eje de la Resistencia», existe la amenaza real de que Israel ya no sea capaz de producir la cohesión interna necesaria para proyectarse hacia el exterior. En otras palabras, a pesar del notable desarrollo económico y tecnológico que ha alcanzado, es la amenaza de verse reducido a la condición de un Estado fallido más, entre otros, de Oriente Medio-Próximo, una yuxtaposición amorfa de grupos étnicos y clanes periódicamente al borde de la guerra civil.

VIII.

Comparada con semejante yuxtaposición, la situación de los palestinos es de lo más desesperada, no obstante presenta una extraordinaria homogeneidad nacional, producto precisamente de setenta años de conflicto con Israel. La nación palestina, de ser una pálida invención del colonialismo británico como lo fue en la época del Mandato Británico, incluso tras la Nakba, quizá sólo ahora ha alcanzado el estatus de nación histórica en el verdadero sentido de la palabra. En cualquier caso, lo es mucho más que en la década de 1970 durante la edad de oro del tercermundismo de antaño. El propio éxito del atentado de Hamas lo demuestra. No se trata de hacer apología, sino de medir su alcance más allá de sus aspectos más espectaculares y macabros, es decir, de captar su nivel de organización, su complejidad, su determinación, que poco tienen que ver con los atentados de Al Qaeda o del Estado Islámico con los que se les ha comparado en los grandes medios de comunicación.

IX.

Al igual que en el resto del mundo árabe, en Palestina el auge del islam político ha sido un declive pequeñoburgués de la crisis del nacionalismo laico y socialista, incluso de la crisis de la nación árabe, a menudo alentada y fomentada por sus más feroces adversarios locales e internacionales. No obstante, la trayectoria de las fuerzas islamistas siempre ha estado determinada por los contextos específicos en los que han arraigado, a saber, en el contexto palestino, el movimiento plebeyo de «resistencia» contra Israel. Para Hamas, apoyarse en este movimiento, dar una salida política a los levantamientos (primera y segunda Intifadas) y lograr al menos una solución provisional a la cuestión palestina son pasos obligados hacia la realización de los intereses de clase a medio plazo que lo sostienen como fuerza política: la promoción de la lumpen-pequeña-burguesía de Gaza al estatus de burguesía palestina sin más, intérprete potencial de una reactivación de las relaciones capitalistas en un perímetro relativamente pequeño, pero densamente poblado por una mano de obra joven y educada. La trayectoria política de Hamas se articula con la trayectoría social del proletariado palestino, para el cual «Israel» es cada vez menos un capital-empleador y cada vez más una simple fuerza represiva y militar.

X.

Esto nos lleva de nuevo al dilema imposible al que se enfrenta Israel: entrar en Gaza, pero ¿para hacer qué? En otros tiempos y bajo otras circunstancias, Israel podría haber convertido a los palestinos en una de sus «tribus». Hoy, esta opción ya no tiene validez: «dos pueblos para un Estado» no es una solución viable cuando uno de los dos pueblos, supuestamente el dominante, tiende a fragmentarse en varios. La perspectiva de una guerra a gran escala obliga a clarificar el horizonte estratégico. En las condiciones actuales, «erradicar Hamas» es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, un eufemismo para el genocidio. El tipo de guerra asimétrica que habría que librar (y ganar) para «limpiar Gaza» requeriría una serie de condiciones que actualmente no se cumplen, ante todo la neutralidad o connivencia de una parte significativa de la población local. Ciertamente, el carácter irreal de la operación no significa que no pueda desencadenarse, o que sus objetivos reales o declarados puedan cambiar sobre la marcha, hasta el De profundis más sanguinario. Pero atención: desde hace algunos años, las variables en juego no son las mismas. El enfrentamiento global entre Estados Unidos y China lo determina todo. No confiamos en la bondad de Xi Jinping para salvar a los palestinos, pero sí apostamos por la «jugabilidad» política de la cuestión palestina en el contexto del nuevo bipolarismo en ciernes. No sería una revolución proletaria, pero podría ser una buena noticia para el futuro de los palestinos, que hoy nos parece tan incierto y sombrío.

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