[Konflikt] Sobre la situación en Gaza

En este mismo instante Israel está cometiendo crímenes de guerra en Gaza. Aunque nuestros medios de comunicación están repletos de «valientes israelíes» que se defienden de «terroristas árabes locos», la verdad del asunto es bastante menos heroica. Por el contrario, lo que vemos en este momento es al ejército de un Estado moderno militarizado vengándose de civiles desarmados. Las consecuencias, por supuesto, son horribles. El Estado israelí ya ha asesinado a más del doble de civiles palestinos que el número total de israelíes que los nacionalistas palestinos consiguieron matar en su ataque contra Israel el 7 de octubre, y la ofensiva terrestre ni siquiera ha comenzado todavía. Sin embargo, todos los días el Estado israelí comete crímenes de guerra contra la población palestina —y esto mucho antes del 7 de octubre [n. del t.]—. Bombardear hospitales es un crimen de guerra. Cortar el suministro de electricidad, agua y combustible de Gaza es un «castigo colectivo». Es un crimen de guerra. La «deportación o traslado ilegal de civiles» es un crimen de guerra. En el habla cotidiana solemos llamarlo «limpieza étnica». Matar a los trabajadores de las agencias humanitarias de la ONU que participan en las labores de ayuda es un crimen de guerra. Israel los mata a pesar de todo. Bombardear ambulancias es un crimen de guerra. Israel lo hace a pesar de todo. El uso de fósforo blanco es un crimen de guerra. Israel lo hace a pesar de todo. Incitar directamente a otros a cometer genocidio es un crimen de guerra. Yoav Gallant, ministro de Defensa israelí, declaró: «Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia». Es un criminal de guerra.

Sin embargo, en todo Occidente vemos cómo los medios de comunicación se apresuran a defender a Israel al mismo tiempo que comete crímenes de guerra contra la población civil de Gaza. En los medios de comunicación es como si este conflicto fuera el de David contra Goliat; sin embargo, Occidente vitorea al Goliat israelí y condena al David palestino por tirar piedras.

Y en cuanto a Hamás, ¿qué puede haberles llevado a lanzar esta enorme incursión a través de la frontera con Israel y a desbocarse asesinando a casi un millar y medio de personas? ¿Qué esperaban conseguir con estas matanzas? ¿Cómo pensaban que esto podría hacer avanzar su causa? Lo vemos como un acto de pura desesperación. No creemos que Hamás viera ningún valor militar en este ataque[1]. De hecho, debían saber que matar israelíes en cantidades sin precedentes provocaría este tipo de respuesta genocida por parte del Estado israelí, así que ¿por qué lo hicieron? ¿Qué ventaja podían haber visto en provocar semejante matanza?

Para entenderlo tenemos que situar esta guerra en el contexto de la política internacional. Hoy Gaza es un agujero infernal. Es, de hecho, un gigantesco campo de prisioneros del que no se puede escapar. Tiene una población de casi 2,4 millones de habitantes hacinados en 365 km2, lo que la convierte en uno de los lugares más densamente poblados del mundo. También tiene una de las edades medias más bajas del mundo, con la mitad de la población menor de 18 años.

Pero Gaza no siempre fue así. Si nos remontamos un siglo atrás, Gaza acababa de ser incorporada al imperio británico, convirtiéndolo así en el mayor imperio de la historia mundial, el imperio «sobre el que nunca se ponía el sol». La Gran Bretaña imperial estaba en cierto modo en su apogeo. Sin embargo, su declive ya había comenzado. Aunque Gran Bretaña había salido victoriosa de la Primera Guerra Mundial, el coste financiero de esta victoria había sido abrumador. Gran Bretaña estaba tan endeudada con Estados Unidos que empezaba a perder su posición dominante. Al igual que hoy, este fue un periodo de declive imperial.

Hoy nos encontramos en un periodo similar. Estamos asistiendo al declive de Estados Unidos como única potencia mundial y al ascenso de China. Es en este conflicto entre América y China en el que debemos situar los crecientes conflictos imperialistas del mundo actual. En algunos sectores de la izquierda actual existe la opinión de que el declive de Estados Unidos conducirá a un nuevo «mundo multipolar» más equitativo. Nosotros vemos las cosas de otra manera. No vemos esta situación como una que conducirá a un mundo mejor, sino más bien como una que llevará a un mayor conflicto global. Estados Unidos no renunciará a su posición sin luchar. Además, a medida que el control de Estados Unidos sobre el mundo se afloje, otras potencias se impondrán para llenar los vacíos dejados por la debilidad estadounidense.

La guerra de Rusia en Ucrania es una expresión de este nuevo «nuevo orden mundial». Tras treinta años de retroceso en Europa del Este, Rusia ha visto la oportunidad de reafirmarse en territorios que antes controlaba. El debilitamiento de la determinación estadounidense y su retirada y falta de voluntad para proteger a sus aliados tanto en Afganistán como en Siria pueden haber sido parte de la razón por la que Rusia pensó que Estados Unidos no defendería Ucrania. La guerra en Palestina/Israel también puede verse como una expresión de este nuevo período. No es de extrañar que China esté optando por intervenir con más contundencia en la política de Oriente Medio.

Volviendo al relato histórico, durante la Primera Guerra Mundial, los británicos hicieron promesas a los líderes árabes y judíos sobre el futuro de la región de Oriente Próximo para conseguir su apoyo en la lucha contra Alemania. Tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto cometido contra el pueblo judío, en el que 6.000.000 fueron asesinados por el Estado nazi y sus aliados, los supervivientes judíos comenzaron a emigrar a Palestina. En mayo de 1948, los judíos de Palestina proclamaron su propio Estado, Israel, e inmediatamente se vieron inmersos en una guerra con los palestinos locales y otros siete Estados árabes. La guerra duró casi diez meses y, al final, los palestinos y la Liga Árabe habían sido derrotados. Israel controlaba el 78% del territorio del antiguo mandato británico de Palestina, y alrededor de tres cuartos de millón de palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares. Este es el origen de la situación actual en Gaza.

Tras la guerra, las partes restantes de Palestina fueron engullidas por Egipto, que se apoderó de la Franja de Gaza, y Jordania, que se anexionó Cisjordania. Desde entonces, los ejércitos israelí y árabe se han enfrentado en repetidas ocasiones con guerras en 1956, 1967, 1973, 1982, 2004 y 2006. Tras la guerra de 1967, Israel ocupó Gaza y Cisjordania, así como la península egipcia del Sinaí y los altos del Golán sirios. El Sinaí fue devuelto a Egipto tras un acuerdo de paz firmado en 1978. Gaza, Cisjordania y el Golán siguen bajo control israelí a pesar de las resoluciones de la ONU que piden a Israel que se retire de los territorios ocupados en 1967.

Durante estas guerras, cada vez más palestinos huyeron y fueron expulsados de sus hogares, creando la masa de refugiados palestinos que viven hoy en los países árabes vecinos. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue fundada por la Liga Árabe en El Cairo en 1964. Oriente Próximo se vio envuelto en las tensiones imperialistas de la época, con Estados Unidos suministrando enormes cantidades de armas a un Israel que se convirtió en su aliado más cercano en Oriente Próximo. El enemigo de Estados Unidos en la «Guerra Fría», la URSS, a pesar de apoyar en un principio a Israel, se volvió hacia los Estados árabes para encontrar sus aliados regionales. La Unión Soviética rompió relaciones diplomáticas con Israel en 1967 y no las restableció hasta el final de la «Guerra Fría» en 1991. El escenario estaba preparado para la confrontación regional.

Mientras tanto, los Estados árabes demostraron con hechos, aunque no con palabras, que no eran amigos de los palestinos. En los países árabes vecinos de Israel se les mantuvo en campos de refugiados y limitó su derecho al trabajo. En el «Septiembre Negro» de 1970, el ejército jordano expulsó a la OLP de su país, masacrando a unos 3.500 civiles. La OLP trasladó entonces su centro de operaciones al Líbano, de donde fue expulsada por los israelíes en 1982, y estableció un nuevo cuartel general en Túnez. Por supuesto, fue esta nuevamente una ocasión de masacres de civiles, con los israelíes utilizando milicias cristianas para masacrar a otros 3.500 palestinos en los campos de refugiados de Beirut. Es también durante este período que vimos el surgimiento de Hamás (el Movimiento de Resistencia Islámica). Irónicamente, al principio fueron apoyados por Israel para proporcionar un contrapeso a la OLP respaldada por Rusia. Fue un periodo en el que Occidente pensó que podía utilizar a los grupos islámicos conservadores de Oriente Próximo para contrarrestar la influencia de Rusia y del «comunismo». El mismo proceso se repitió en varios países del mundo islámico cuando Estados Unidos apoyó a sus posteriores enemigos, Osama bin Laden y los talibanes, para luchar contra los rusos en Afganistán.

La OLP había sido derrotada. Asentada en su nueva base de Túnez y alejada de los países fronterizos, no tenía forma de lanzar ataques convencionales contra Israel. A medida que se volvía más y más irrelevante, la resistencia islámica empezó a crecer. A finales de la década de 1980 estallaron una serie de disturbios y protestas que comenzaron en un campo de refugiados de Gaza. Es lo que se conoce como la Intifada. Este levantamiento, caracterizado por soldados israelíes que disparaban a adolescentes palestinos que arrojaban piedras, duró casi seis años. Como en todos los enfrentamientos palestino-israelíes en los territorios ocupados, las muertes fueron desproporcionadamente palestinas. Mientras que casi 200 israelíes murieron durante la contienda, las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) mataron a más de 1.600 palestinos, de los cuales aproximadamente una cuarta parte eran niños.

Finalmente, se llegó a un acuerdo de paz con el apoyo de Estados Unidos. En los acuerdos de Oslo de 1993 a 1995, Cisjordania y Gaza obtuvieron una autonomía limitada. Los israelíes intentaron utilizar a la OLP para que hiciera su trabajo policial, mientras seguían construyendo asentamientos ilegales en los territorios ocupados e intentaban cambiar la situación demográfica sobre el terreno. Durante este proceso, la OLP quedó aún más marginada y Hamás ganó las elecciones en Gaza.

En esencia, ésta es la situación actual. Los palestinos están divididos física y políticamente entre la OLP en Cisjordania y Hamás en Gaza. Aunque el equilibrio demográfico entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, Israel y los territorios que ocupa, está dividido aproximadamente al 50% entre árabes y judíos, a los palestinos de los territorios se les niega el voto en las elecciones israelíes y no tienen ninguna esperanza de cambiar la situación democráticamente. Los trabajadores palestinos se han visto obligados a abandonar el proceso de producción en Israel, ya que el Estado israelí ha importado decenas de miles de trabajadores de Estados asiáticos como Nepal y Tailandia, y las organizaciones militares palestinas son completamente incapaces de enfrentarse a las FDI.

Esta «paz» se ve interrumpida por brotes esporádicos de violencia. Con unas fuerzas tan desproporcionadas, los resultados son los esperados. Entre 2001 y 2015, por ejemplo, los militantes palestinos lanzaron más de 12.000 cohetes contra Israel, matando en total a 27 israelíes. Sólo en la guerra de Gaza de 2004, Israel mató a unos 130 palestinos, entre ellos 31 niños. Los palestinos mataron a un soldado y a tres civiles, dos de ellos niños.

¿Qué ha cambiado y qué ha provocado este nuevo brote masivo de violencia? El ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre mató a unos 1.400 israelíes, una cifra sin precedentes. Israel ya ha matado a casi el triple, y el ataque terrestre aún no ha comenzado. La escala de la matanza ya está en órdenes de magnitud por encima de las masacres «normales».

En muchos sentidos, las respuestas a esta pregunta se encuentran en las tensiones internacionales. Oriente Próximo, debido a su abundancia de petróleo y gas, siempre ha sido un foco de los enfrentamientos de las potencias imperiales. Con el declive de Estados Unidos, China ha intentado imponer su influencia allí. Recientemente ha mediado en un acuerdo de reconciliación entre Arabia Saudí e Irán, enemigos desde hace mucho tiempo. Por supuesto, Irán es enemigo de Estados Unidos, y Arabia Saudí ha sido durante mucho tiempo amigo de Estados Unidos. Recientemente, sin embargo, se ha ido alejando de Estados Unidos y se niega a hacer lo que le ordenan. Biden acudió a los saudíes para pedirles un aumento de la producción de petróleo para contrarrestar la subida de precios causada por la guerra de Ucrania, y Mohammed bin Salman, el príncipe heredero y verdadero gobernante de Arabia Saudí, lo rechazó. Lo que Estados Unidos quiere es volver a atraer a Arabia Saudí al redil.

Por supuesto, una de las razones por las que Estados Unidos ha inyectado tanto dinero y armas en la guerra de Ucrania es para enviar un mensaje firme a sus aliados en todo el mundo, y en particular en Oriente Medio, rico en petróleo, de que Estados Unidos apoya a sus amigos. Actualmente, Estados Unidos está intentando negociar un acuerdo entre Arabia Saudí e Israel. Básicamente se reduce a esto. Arabia Saudí hará las paces con Israel, Estados Unidos proporcionará garantías de seguridad y todos ganarán dinero. A los saudíes no les gusta especialmente Israel, pero lo que impulsaba este proceso era que tanto ellos como Estados Unidos odian aún más a Irán. El acuerdo respaldado por China ofrece a Arabia Saudí una opción potencialmente diferente.

Hamás se ve a sí mismo aislado. No tiene esperanzas de derrotar militarmente a Israel y estaba viendo cómo el apoyo a su causa entre los Estados árabes disminuía. Aunque los países árabes del Golfo sólo apoyaban la causa palestina por medio de palabras, existía la «promesa» de que no normalizarían sus relaciones con Israel sin llegar a algún tipo de acuerdo con los palestinos. Sin embargo, en 2020, los EAU y Bahréin firmaron sus propios acuerdos de paz con Israel, dejando a los palestinos solos. Hamás estaba aterrorizado de que Arabia Saudí hiciera lo mismo.

Y así atacaron. Hamás lanzó todo lo que tenía en las masacres más bárbaras que pudo llevar a cabo en Israel. Por supuesto, sabían que Israel respondería masacrando a muchos más palestinos. Siempre lo hacen. Hamás no ignora este hecho. Creemos que Hamás sabía la reacción que provocaría su ataque. De hecho, esta era su intención. Lo que querían era que la sangre de los civiles de Gaza actuara como una inundación que arrasara cualquier posibilidad de un acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudí.

Ninguna de las partes tiene nada que ofrecer a los trabajadores y a los pobres de Gaza. Los israelíes sólo tienen la muerte, y Hamás, cuyo líder Ismail Haniyeh es un millonario que vive en Qatar, está dispuesto a ofrecerlos como sacrificio de sangre para alcanzar sus objetivos geopolíticos. Esto es lo que el nacionalismo puede ofrecer a la clase obrera: sangre, muerte, pogromos, masacres y limpieza étnica. Esto es tan cierto hoy en Gaza como en Ucrania. En todas partes los ricos están dispuestos a sacrificar a los trabajadores por sus beneficios. No se trata de casos aislados. Los cambios en la situación geopolítica traerán más horrores. El mes pasado Azerbaiyán lanzó una ofensiva en Nagorno-Karabaj limpiando étnicamente a 100.000 armenios, y nadie pestañeó. Actualmente hay 32 conflictos en curso en todo el mundo. Esto es lo que ofrece el capitalismo, guerra y barbarie.

Nota

[1] Difiero completamente de esta afirmación. El valor militar que Hamás veía en esta operación es precisamente la posibilidad de arrastrar a la región hacia un conflicto mayor entre los Estados árabes e Israel/Occidente. Por supuesto, el enorme costo para la población civil palestina forma parte de su cálculo [N. del T].

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Carta desde lejos: respuesta al opúsculo de «Bolchebeat» / FdeE

He recibido una crítica directa a las posiciones políticas que he asumido en los últimos días en relación con el genocidio en Palestina y, más aún, de la perspectiva teórica general que he esbozado en diferentes entregas de Nec plus ultra. Aunque agradezco que quien escribe se haya dado el tiempo de leer de manera aparentemente tan atenta algunas de las producciones escritas en el blog, lo ha hecho desde una perspectiva que no sólo deja entrever una incomprensión fundamental del enfoque aquí desarrollado, sino que, además, va lamentablemente acompañado de una serie de prejuicios, burlas infantiles y, peor aún, calumnias. Por consiguiente, me veo en la ingrata obligación de responder no porque el texto escrito en contra de mis posiciones sea muy profundo, o porque haya logrado quebrar teóricamente la base de la perspectiva que he esbozado en Nec plus ultra, sino porque se ha difundido a los cuatro vientos un ataque que apunta directamente a aislarme de la discusión política de nuestro entorno bajo la etiqueta de “radicalismo abstracto” —o sea, dando a entender que la perspectiva de Nec plus ultra es un radicalismo truncado que carece de utilidad para los combates futuros—. Por supuesto, no podría estar más en desacuerdo.

El escrito en cuestión es El genocidio en Gaza y la burbuja del radicalismo abstracto, escrito bajo el pseudónimo de “Bolchebeat” y publicado en el sitio web de Freno de emergencia —como lo que sigue a continuación es una respuesta a ese texto, todas las comillas de ahora en adelante se refieren a frases o párrafos textuales de ese escrito a menos que se indique lo contrario—. A diferencia de su autor, que pareciera confundir la búsqueda de una rigurosidad teórica con academicismo, no creo necesario aclarar que no hay pretensiones de rigurosidad académica en lo que escribo, incluso aunque algunos materiales estén “llenos de referencias bibliográficas”. Si no tuviera una convicción “militante”, “partisana”, como Bolchebeat, simplemente no escribiría. El autor del texto no deja dudas de que ha etiquetado lo que he expuesto en el sitio de Nec plus ultra como parte de una corriente que denomina como “radicalismo abstracto”, dedicándole una ingente atención pese a que declara no creer que “vaya a ser muy relevante para la evolución de la resistencia proletaria en esta región”. De todas maneras cree conveniente abordar esta perspectiva para “advertir sobre el callejón sin salida que representa” y aprovechar de tratar temáticas cómo “solidaridad internacionalista, la acción política y la violencia revolucionaria”. Aunque el texto en cuestión trata de manera muy superficial estos últimos asuntos, pues se dedica casi por completo a la polémica conmigo, aprovecharé también esta respuesta para aclarar el conjunto de mi perspectiva con respecto a las pretendidas críticas de Bolchebeat.

En cuanto a su visión sobre la dimensión geopolítica de la guerra de exterminio emprendida por el Estado de Israel en Gaza, Bolchebeat termina por darme la razón en cuanto a que “ni Estados Unidos ni Israel hicieron nada para detener el ataque del 7 de octubre, planeado durante años por las fuerzas lideradas por Hamás con conocimiento del Mossad: no había nada que la alianza atlántica necesitara más que la justificación de una ofensiva aterradora en Medio Oriente”. ¿No es precisamente la profunda continuidad de la política de Hamás con la estrategia genocida de Israel lo que he denunciado en esta semana? Difiero, sin embargo, de que solamente Estados Unidos y Europa estén “en franco declive a punto de dar sus últimos manotazos”. Por el contrario, lo que hoy colapsa es una civilización planetaria en su conjunto y el enfrentamiento neoimperialista contemporáneo no puede ser visto como un enfrentamiento entre viejas potencias declinantes vs nuevas potencias ascendientes, sino como un conflicto global que expresa la crisis de esta civilización y que no tiene otro final lógico que el mutuo autoexterminio de los bandos en conflicto. Creer que el neoimperialismo representado por el bloque BRICS podría constituir un bloque de potencias que reemplazarán al imperialismo occidental en un nuevo ciclo de acumulación capitalista duradero es no haber entendido la dinámica de la crisis actual. Ante esa perspectiva, tal como Bolchebeat, mi principal preocupación es precisamente el carácter acelerado de esa crisis global y las potencialidades que emergen en el seno de este desarrollo que hacen posible pensar la perspectiva de detener ese proceso mediante una política que apunte hacia una emancipación social radical.

Ahora bien, Bolchebeat implícitamente sugiere que he dicho que el ataque de la “resistencia palestina” —este término me parece problemático en sí mismo— es el resultado de “una acción disparatada emprendida por un grupo de fanáticos descontrolados”. Muy por el contrario, he dicho sostenidamente que la acción de Hamás responde a intereses locales y geopolíticos específicos en el marco de un proceso de acumulación de capital que comporta una dinámica específica y que exige, para su realización, el genocidio de la población palestina. Bolchebeat también reconoce que durante años Hamás ha sido promovido por la burguesía israelí como una organización afín a su política regional —o sea, de la perpetuación del genocidio palestino—. Lo disparatado de esto es justamente la irracional lógica sacrificial de las relaciones capitalistas, lógica irracional que es perpetuada por medio de las acciones de Hamás y que ponen a la población palestina en la posición —como bien reconoce Bolchebeat— de tener que elegir entre el despotismo yihadista de Hamás y la guerra de exterminio terrorista del Estado de Israel. Claramente, que la población en Gaza no cuestione a Hamás por el ataque del 7 de octubre —aunque en realidad esto no lo podemos saber con certeza— no es una sorpresa. Por el contrario, el éxito de Hamás, y por ello Israel lo alentó desde un principio, ha sido conducir el conflicto de clases y los levantamientos populares, esas “respuestas al sufrimiento social”, en los términos de un enfrentamiento étnico ligado cada vez más al yihadismo.

Cabe aclarar que no soy un pacifista dogmático —lamentablemente, el texto de bolchebeat está plagado de este tipo de acusaciones sin sentido, lo que quita peso al momento de verdad efectivamente existente en su argumentación—. Para mí sería iluso pensar que la “acción de las organizaciones armadas no tiene nada que ver con, o discurre a contracorriente de, la resistencia de los civiles desarmados”. Por el contrario, como Bolchebeat convenientemente parece olvidar jamás he renegado de la necesidad de la violencia armada, solamente he puesto el hincapié en la cualidad de esa violencia, en el sentido de la utilización de las armas y de la violencia en relación con una crítica práctica de la socialización capitalista. Bolchebeat gusta de presentarse como un defensor libre de moralismos de la violencia armada y usa una débil táctica de presentar a los demás, en este caso a mí, como un pacifista dogmático, un académico, un radicalista abstracto. Estas son etiquetas sin peso, que más bien están dirigidas a prevenir al público de acercarse al llamado “radicalismo abstracto” —y, en este caso, precisamente a la perspectiva de Nec plus ultra. Pero volveremos más adelante sobre ello.

Dice Bolchebeat:

“Cuando uno de estos llamativos críticos [se refiere aquí a mí], a propósito de los sucesos del 7 de octubre, nos advierte del peligro de que “un levantamiento en las condiciones actuales podría ser aprovechado por Hamás para sus propios fines delirantes” (añadiendo que este peligro acecha no sólo en Israel sino en todo el mundo), uno se pregunta cuáles serían entonces las condiciones ideales para que tal levantamiento tenga lugar. ¿Deberían los proletarios palestinos abstenerse de resistir hasta que Hamás y los demás grupos militares palestinos se disuelvan voluntariamente en pos de un movimiento sin jefes y sin armas? Y dado que esta previsión “se aplica mutatis mutandis al resto del mundo”, ¿deberíamos habernos abstenido de salir a las calles en octubre de 2019, previendo que la socialdemocracia aprovecharía la rebelión para fortalecerse políticamente? Estas preguntas parecen absurdas solamente porque responden a un razonamiento absurdo”.

Reniego de todas las afirmaciones de Bolchebeat arriba citadas, excepto de que sus preguntas son absurdas porque responden a un razonamiento absurdo. Precisamente ante la perspectiva de un levantamiento palestino en territorio ocupado por Israel —situación que, por cierto, lamentablemente no se ha dado— Hamás habría intentado movilizar todos sus recursos para reconducirlo en la ruta de su política yihadista. Esta es una posibilidad real de una lucha de clases que se desarrolla en los marcos del enfrentamiento étnico desatado por la política genocida de Israel. Es justamente en concordancia con la perpetuación de ese genocidio que el Estado de Israel y la fracción más abiertamente genocida de la burguesía israelí ha fomentado permanentemente el yihadismo islámico como una forma de política en Palestina que es afín a la continuación de su política de Apartheid y terror genocida.

Bolchebeat nuevamente omite que he señalado, sin embargo, que sólo un levantamiento generalizado de la población palestina puede hacer emerger una potencialidad emancipatoria y abrir una coyuntura histórica que haga temblar los cimientos del Estado de Israel. Por otro lado, efectivamente el peligro de que una revuelta o levantamiento social derive en una situación reaccionaria es realmente una potencialidad de la praxis social contradictoria de todas las revueltas contemporáneas. En esta constatación, para la que sobran ejemplos históricos, no veo motivo de escándalo. Por el contrario, Marx fue consistente al señalar que las luchas de clases debían ser criticadas despiadada y sistemáticamente, so pena de que un alzamiento con potencial revolucionario se convirtiera en su directo contrario —como, de hecho, ha sucedido en una serie de revoluciones históricas—. Sin embargo, Bolchebeat parece confundir la constatación de ese hecho social e histórico real con la idea de que de alguna manera habría propuesto, o espero, que las clases subalternas se sienten a esperar tranquilamente una revolución ideal mientras son asesinadas sistemáticamente.

Por el contrario, he dicho:

“¿Quiere esto decir esto que la población en Gaza debería vegetar tranquilamente esperando su lenta eliminación y desplazamiento forzado en una Nakba [catástrofe] que se ha desplegado por décadas?  Por supuesto que no, quiere decir que la violencia que puede emancipar al pueblo palestino de un régimen cotidiano de Apartheid y terror tecnológico genocida es radicalmente opuesta a la violencia del yihadismo islámico. No obstante, esta no es una violencia ideal que se encuentre en la cabeza de los críticos sociales —mucho menos es un recurso a una moral ideal de lo que debería ser la lucha—, sino que es una potencialidad real que se han presentado en todas las Intifadas y que ha sido reprimida precisamente por la yihad islámica —de ahí el apoyo inicial de Netanyahu a Hamás—” (Sobre la violencia en una época de catástrofes, disponible en el blog de NPU).

Por supuesto, a diferencia quizás de Bolchebeat, no tengo la menor duda de que mis palabras probablemente jamás llegarán a nadie en Palestina. Por el contrario, lo que he escrito son materiales que apuntan a esclarecer las potencialidades emancipatorias del presente dentro del, por ahora, limitado círculo de personas que leen el blog y/o con quienes tengo un vínculo político real. Es decir, es una perspectiva que apunta a contribuir a la formación de una crítica teórica-práctica radical que se sitúa desde el entorno en que ha sido elaborada y que, mediante el análisis de los eventos mundiales o de la realidad particular de Chile, espera ir tejiendo una perspectiva teórico-práctica que supere las aporías hoy presentes tanto en la (ultra)izquierda como en las luchas sociales contemporáneas. Es raro, sin embargo, que Bolchebeat no haga ninguna mención ni análisis de mi afirmación con respecto a que la yihad islámica es la forma precisa de la contrarrevolución en Oriente próximo —esto lo pondría, por supuesto, en el apuro de tener que replantear su propia perspectiva—. Jamás he dicho, ni creído, que “los proletarios palestinos” —y no sólo ellxs, sino el conjunto de la gente que hoy está siendo bombardeada y hambreada en Gaza— debería abstenerse de resistir. Por el contrario, he señalado consistentemente que la dinámica de lucha emprendida por Hamás y las organizaciones afines a su política yihadista no sólo no traerán ninguna clase de liberación a “los proletarios palestinos”, sino que sistemáticamente han reprimido cualquier potencialidad emancipatoria de las 3 intifadas.

Respecto de la revuelta de octubre, cualquier persona puede leer en el blog de Nec plus ultra lo que he escrito sobre una revuelta en la que, por que no decirlo, dejé todo lo que podía dar y respecto de la cual he sostenido consistentemente por 4 años la perspectiva de una persistencia real de su potencial emancipador pese a su difuminación en las relaciones capitalistas de producción. Bolchebeat me ha leído mal —y creo que esta mala lectura es intencionada—, porque no ha dado cuenta de que mi balance de la revuelta ha ido evolucionando hasta poner el foco en el carácter contradictorio de su praxis social —carácter contradictorio que responde a la constitución contradictoria de la propia sociedad del capital—. De ahí que sea capaz de exponer públicamente que podría sugerir algo así como que deberíamos habernos abstenido de salir a las calles para evitar que la socialdemocracia se aprovechara políticamente de la rebelión. Muy por el contrario, he señalado constantemente que la socialdemocracia pudo “aprovecharse políticamente” de la revuelta por merced a las propias contradicciones de la praxis social de esa rebelión, que Boric y compañía no han “engañado” a las masas insurgentes, sino que la estrategia de contrarrevuelta del Partido del Orden se realizó sobre el mismo terreno de la praxis de la revuelta. Por tanto, lejos de que se me ocurriera pensar que hubiésemos debido abstenernos de luchar, he sostenido que es necesario un balance histórico-crítico del proceso de la revuelta como condición para una política insurreccional que, comprendiendo la dimensión subversiva, negativa, realmente existente de la revuelta, pueda orientarse hacia una crítica en actos consciente de la forma capitalista de las relaciones sociales. A Bolchebeat esto puede le parece académico, para mí es sólo una expresión teórica de la praxis social emancipadora realmente existente en la revuelta de 2019.

Más aún, he sostenido que este análisis se aplica, cambiando lo que haya que cambiar [mutatis mutandis], a las diferentes revueltas que han remecido en años recientes el mundo capitalista precisamente porque, como he sostenido desde un principio, la revuelta en Chile forma parte un proceso global de revueltas sociales que tienen lugar en medio de la crisis de la civilización capitalista  y que, por tanto, pese a sus diferencias locales, las revueltas de todo el mundo expresan las contradicciones de la época. Esto es, no sólo los potenciales de emancipación social radical realmente existentes en el seno de la sociedad contemporánea, sino también la posibilidad de una deriva reaccionaria. Quien observe atentamente los procesos de revueltas recientes y la forma en que la dominación capitalista ha respondido a ellas no creo que llegaría a conclusiones muy diferentes.

Como se ve, las preguntas que plantea Bolchebeat no sólo omiten, al parecer deliberadamente, mis propios planteamientos sobre revuelta en Chile y sobre la violencia en cuestión. De ahí que las preguntas retóricas que añade a su argumentación sean, como el mismo reconoce, resultados de un razonamiento absurdo.

He escrito, refiriéndome claramente a la (ultra)izquierda chilena, que “se dejan cegar por la violencia de las armas, y celebran cualquier bandera palestina que vaya de la mano de un AK-47”. Y lo mantengo. De hecho, como he señalado, me parece preocupante que se promocione acríticamente grupos que enarbolan la bandera del ataque indiscriminado a la población civil o la realización de atentados suicidas como praxis política. A Bolchebeat esto le parece propio de un moralista arrojado al “pacifismo dogmático” que, para tener su “consciencia tranquila” y dormir en paz por las noches, debe exponer públicamente su melodrama moral. Muy por el contrario, como también he sostenido de manera reiterada, una perspectiva que reproduce la violencia aniquiladora propia del capital no puede ser emancipadora por definición —la utilidad de una crítica radical es precisamente ofrecer una perspectiva práctica orientada a abolir las relaciones sociales capitalista, no reproducirlas—. De hecho, seguir por esa senda sólo puede terminar, como Hamás, ofreciendo a la población que dice querer liberar la perspectiva de una guerra indiscriminada y suicida que no sólo no es capaz de abatir al capital —aunque Hamás y sus afines no se plantean esto—, sino que se entrega de manera estúpida al terreno al que sus propios enemigos lo querían llevar en un primer lugar.

Luego de esto Bolchebeat realiza una digresión sobre ontología del proletariado mostrando como los proletarios saben dirigirse tácticamente en una situación de compromiso vital, para después analizar como en Palestina impera el capitalismo y, de hecho, la burguesía palestina, y Hamás, han participado activamente en el Apartheid genocida —esto lo he sostenido desde la primera vez que he escrito algo sobre el tema—. Luego, termina concediéndome la razón en que “un levantamiento emancipador de la población que vive en Palestina e Israel encontrará como principales enemigos a Hamás y al Estado de Israel” —aunque irónicamente antes ha dicho que yo espero que la población palestina se siente a esperar pacíficamente su genocidio—, para añadir que esto en un gesto retórico sin consecuencia política alguna cuando, por el contrario, es uno de los meollos del asunto. No puedo esperar que Bolchebeat me conceda, por supuesto, la razón sin más. Ha de advertir que esto no tiene consecuencias políticas y que es pura retórica para que el lector no se vea tentado a caer en el “radicalismo abstracto” que tanta alarma le ha causado.

Prestemos atención al siguiente párrafo:

“Si es verdad que “sólo un movimiento de solidaridad y protesta internacional puede detener el asedio y masacre de la población de Gaza” [aquí me cita], entonces lo lógico es que en principio potenciemos ese movimiento tal como brota espontáneamente de las masas proletarias conscientes, y no que tratemos de desanimarlas informándoles que “sólo una crítica social radical que busca su unidad con el movimiento real puede apuntar hacia la emancipación radical consciente” [aquí me cita nuevamente]. Una amonestación así es en general desalentadora, porque no se refiere a nada que la gente común pueda aprehender en su vida diaria y en relación con las formas de protesta y solidaridad que están a su alcance”.

Ya en sus anteriores digresiones de ontología proletaria Bolchebeat nos había dado luces sobre como concibe al proletariado y su conciencia, pero aquí se concentra el grueso de su perspectiva. Como Bolchebeat parece no establecer una relación entre las formas sociales capitalistas y la subjetividad —lo que no quiere decir que esas formas sean idénticas a la subjetividad, sino que la constituyen de manera contradictoria—, olvida toda la problemática de la consciencia y remite cualquier crítica orientada a la indagación de esa relación a puro academicismo —lo que es bastante conveniente para sostener una perspectiva como la que enarbola en el texto—. Por el contrario, basta dar una vuelta en redes sociales y ver que, junto a una solidaridad real de masas que se horroriza genuinamente del genocidio en Gaza y lo denuncia, coexisten una serie de perspectivas que son directamente reaccionarias y contraproducentes a que precisamente esa solidaridad con Gaza pueda expresarse radicalmente como un cuestionamiento del entramado de socialización capitalista que produce esa masacre. Bolchebeat, que cree que esto “no se refiere a nada que la gente común pueda aprehender en su vida diaria (…) en relación con las formas de protesta y solidaridad que están a su alcance”, piensa que a mí se ocurre  cuando afirmo que “sólo una crítica social radical que busca su unidad con el movimiento real puede apuntar hacia la emancipación radical consciente” estoy proponiendo algo así como una educación paternalista de masas por cuya mediación el movimiento real se hará efectivamente radical.

A contrapelo de esto, he señalado que esa crítica social radical es el resultado de los potenciales radicales que existen en la praxis real de esas luchas, que no existe por fuera de ellas, que es un momento teórico autorreflexivo y necesario para la superación consciente los impasses y las contradicciones de las luchas contemporáneas. Lejos de no referirse a nada que tenga relación con la “gente común”, he planteado que una crítica social radical debe buscar una unidad efectiva con ese movimiento real que la hace posible. En este sentido, una crítica social radical, puede, y debe, criticar con todos los medios a su alcance las derivas reaccionarias de las propias luchas en el momento mismo en que aparecen: esa crítica que emerge de las luchas mismas es una condición para su radicalización —y esto no es algo que se me haya ocurrido a mí, es la perspectiva de Marx que abiertamente he retomado—. Ahora bien, efectivamente esta crítica no tiene sentido si no puede ser oída ni está vinculada a una praxis política real —en eso coincido con Bolchebeat—, pero parece que éste último me achaca el no hacer nada en este sentido aparte de la publicación de mi blog, cosa que responde más a sus propias percepciones distorsionadas sobre la relación entre el proyecto NPU como plataforma de internet y la búsqueda de un vínculo con luchas sociales reales. Bolchebeat afirma a este respecto:

“¿Qué puede significar exactamente que una “crítica social radical busque su unidad con el movimiento real”, cuando el “crítico social radical” no tiene nada que sugerirnos aparte de que evadamos el pago en el metro y leamos su blog? ¿En qué consiste la recomendada práctica de “cuestionar los propios fundamentos de la sociedad capitalista”, además de escribirlo con vehemencia en textos llenos de referencias bibliográficas? ¿En serio deberíamos tragarnos que esas frases grandilocuentes desprovistas de cualquier referencia empírica son algo que necesitamos para poder optar a una emancipación real?”

Creo que Bolchebeat se ha excedido en preguntas absurdas que responden a razonamientos absurdos. Pero ya que se me ataca directamente y con tanta vehemencia, no puede sino sentir regocijo de recoger el guante. En primer lugar, ¿he sugerido alguna vez que la sacrosanta verdad de la crítica social radical se puede leer en mi blog y que ir a leerlo es una praxis radical? Me parece que a Bolchebeat le molesta en realidad, por alguna razón que no acabo de entender, la idea de que haya gente que lea el blog de Nec plus ultra y pudiera adherir a sus perspectivas. Respecto de la evasión, aquí Bolchebeat hace burla de un análisis que no ha entendido, o que más bien no ha querido entender —jamás dudaría, y esto no lo digo irónicamente, de las capacidades intelectuales de Bolchebeat—. Aunque, por otro lado, jamás he sugerido, como he dicho en otros textos, que el salto de los torniquetes sea la verdad por fin hallada de la revolución, sino que fue precisamente esa praxis la que condujo al estallido de la revuelta generalizada y que, por tanto, hay que analizar profundamente la significación histórica de ese hecho y la praxis social radical que expresa. Pero bueno, Bolchebeat hace mal uso de la herramienta de la burla —que con tanta maestría ha sido usada en la tradición marxiana de la que él mismo proviene—, entonces no aprovecha de burlarse de las debilidades reales de mi perspectiva —no las ha captado—, por lo que debe echar mano a poner palabras en mi boca para luego proceder a burlarse de sus propias invenciones.

En segundo lugar, cuestionar los fundamentos de la sociedad capitalista no es una frase huera y abstracta sino, una praxis social real que se encuentra presente de manera efectiva en las luchas contemporáneas —y, en particular, en las revueltas—. He dicho que este potencial resulta del carácter contradictorio de la propia sociedad y lo he evidenciado en una serie de situaciones que van desde las revueltas globales hasta los saqueos en masa que recorren las metrópolis de las potencias occidentales. No es, por tanto, una recomendación, sino un potencial real de una praxis social efectiva. En todo caso, para calmar en un futuro las inquietudes de Bolchebeat, estoy trabajando en una investigación sobre la praxis social de la revuelta en Chile que, de hecho, aborda críticamente todas las corrientes que él señala en su texto como las fuentes del llamado radicalismo abstracto. Esta investigación se publicará a mediados del año 2024 y espero que constituya un aporte a la resolución de algunas problemáticas que me preocupan tanto como a Bolchebeat.

Aprovecho de señalar —aunque nunca lo he ocultado—, ya que Bolchebeat lo ha deslizado implícitamente más adelante en su texto, que efectivamente esta investigación la he desarrollado siendo estudiante de un Instituto en México dedicado a la promoción de la teoría crítica y que me ha becado para estudiar allí por un tiempo —país al que por cierto le debo más de lo que puedo agradecer, especialmente a quienes me han acogido en mi estancia acá—. Para la estrecha concepción de mundo que sostiene Bolchebeat en su texto, un tanto paranoica por cierto, esto debería significar un compromiso sumiso con el sistema académico y, por tanto, una adecuación de mi investigación a los marcos que permitan sostener mi existencia como parte de la industria académica. Aunque no me interesa indagar en cómo se gana la vida Bolchebeat, no puedo dejar de señalar el carácter abiertamente deleznable de este ataque que desliza. En primer lugar, porque siguiendo la lógica de Bolchebeat habría que pensar que cualquier estudiante de posgrado necesariamente debe reproducir la concepción del mundo propia de la industria académica, perspectiva unidimensional que contradice directamente una serie de ejemplos históricos. En segundo lugar, Bolchebeat parece sugerir que cualquier persona que trabaje en la academia —que, por cierto, no es mi caso— debe necesariamente trabajar a favor de la perpetuación del sistema existente produciendo ideología. Esto tiene su momento de verdad, pero no explica entonces porque muchas veces sucede precisamente lo contrario.

En este sentido, estos dos años de beca los he aprovechado precisamente de manera incansable para producir una investigación que espero sea una contribución, entre muchas otras que se agitan en esta región hacia la misma dirección, a la formación de una perspectiva radical sobre los acontecimientos históricos recientes en Chile y la posibilidad de una política insurreccional que se dirija a los fundamentos mismos de la sociedad existente. Como no tengo un mecenas, ni la suerte de una situación económica privilegiada, esta me pareció la manera más pragmática de lograr mi doble cometido de dedicarme de lleno al estudio de la crítica marxiana de la economía política y al balance histórico-crítico del proceso de revuelta en Chile. Es todo. Sobre los textos “llenos de referencias bibliográficas” que tanto molestan a Bolchebeat —aunque irónicamente en su blog abundan textos de similar naturaleza—, sólo puede añadir la verdad: me parece que toda persona debe transparentar su camino al conocimiento a quienes son su lectorxs, ocultar las propias referencias impide la distribución libre del conocimiento. Empero, a Bolchebeat no le parece interesar nada de esto, su terreno es la calumnia y la creación de estereotipos para desprestigiar la perspectiva de Nec plus ultra. Por mi parte, no me interesa saber como se gana su vida Bolchebeat, ni creo que ello determine necesariamente su perspectiva de mundo. Por el contrario, es mi más firme convicción que la autorreflexión crítica sobre nuestra determinación sociohistórica nos permite tender a emanciparnos prácticamente de la forma nociva en la que la división social del trabajo capitalista ha constituido nuestra subjetividad.

Finalmente, como espero haber demostrado, estas no son “frases grandilocuentes desprovistas de cualquier referencia empírica”, sino que son el resultado de las potencialidades reales que se agitan en el seno de la crisis de la civilización capitalista. Sólo una persona muy ilusa puede creer que la emancipación real vendrá cuando todo el mundo piense bajo los términos de la crítica social radical —esta es, de hecho, la perspectiva de Robert Kurz y de la crítica del valor, con la cual no puedo sino estar en franca contradicción—. Mi perspectiva es precisamente la contraria: la radicalidad está ya presente en el movimiento real de las luchas —aunque aparece siempre en el marco de una praxis social necesariamente contradictoria—, la crítica es una expresión de ese potencial radical y una búsqueda de una clarificación autorreflexiva de esta potencialidad con miras a repercutir conscientemente en esa praxis.

El resto del texto de Bolchebeat discurre largamente en la misma dinámica ya descrita anteriormente y en el análisis de ello no veo ningún valor salvo entramparme en la lucha con los fantasmas que él mismo se ha inventado o discutir obviedades con respecto a las luchas de clases. Solamente me parece un absurdo, y también un ataque bastante artero —en la medida en que lanza acusaciones que no tienen fundamento real—, escribir que soy un “teórico” que está abocado a la tarea de “dictaminar que sólo es liberadora la violencia que él aprueba porque es la que le pareció adecuada en una circunstancia particular”. Pero sobre esto ya me explayé más arriba y cualquier persona puede encontrar libremente mis escritos en el blog.

Sin embargo, Bolchebeat añade:

“Celebrar que la radicalidad de la revuelta chilena del 2019 consistió en que “no tuvo ninguna dirección centralizada” y que “no necesitó más que piedras, palos y bencina”, es la expresión de un deseo romántico, pero no explica el hecho de que esa revuelta tan anarquista y artesanal haya fracasado”.

Como siempre, la ironía mal utilizada le resta peso a su análisis. Yo no he celebrado una revuelta tan “anarquista y artesanal” por tener no tener una dirección centralizada y no ocupar más que piedras, palos y bencina. Por el contrario, he sostenido que la dimensión radical de la revuelta, que se expresó por medio de una serie de praxis sociales que cuestionaron en actos la forma mercancía de las relaciones sociales, no necesitó para ello más que una violencia “artesanal” como diría Bolchebeat. Lo más irónico, es que precisamente los agentes del Estado y los sectores más reaccionarios de la clase dominante en Chile han comprendido mejor el potencial insurreccional de la revuelta que el propio Bolchebeat. Jamás he dicho que nuestra emancipación dependerá solamente de herramientas “artesanales”, he querido evidenciar la importancia histórica del hecho de que la revuelta chilena —en línea con lo que se expresa en otras luchas alrededor del mundo—haya expresado la nueva cualidad del potencial de subversión social del capitalismo en el S. XXI. Pero para Bolchebeat la revuelta de 2019 fue una “rebelión trunca”, aunque no nos explica por qué. En este sentido, creo que mi perspectiva tiene el mérito de señalar las potencialidades emancipatorias de la revuelta y las causas de su derrota en términos de su propia praxis social contradictoria. Sobre esto, nada nos dice Bolchebeat.

“Decir, a continuación, que “el Estado chileno organizó la contrarrevuelta como un enfrentamiento entre las masas y la policía en espacios geográficos delimitados y específicos” tampoco explica nada, sólo toma nota de una obviedad: todo estado capitalista existe entre otras cosas para organizar la contrarrevolución llegado el momento, y eso significa que todo movimiento insurgente tendrá que tarde o temprano luchar en el terreno del estado… además de plantear un combate en su propio terreno, donde el estado tiene todas las de perder.

Para ser una obviedad, Bolchebeat nunca nos ha dicho, que yo sepa, nada al respecto. Ahora bien, me parece que no ha dado cuenta de que yo no hablo de un terreno del Estado, en abstracto, sino que he señalado que la revuelta surge desde las relaciones capitalistas y en contradicción con estas y que, por tanto, su praxis social contradictoria está dada por la el carácter dual de las propias formas sociales desde las que emerge. Este es un enfoque muy diferente al de Bolchebeat, que en este punto parece más cercano al marxismo tradicional. Incluso aunque diga que no comprende la revolución como el enfrentamiento entre dos ejércitos, finalmente parece entender que la revuelta fue una “rebelión trunca” porque no salió de una revuelta “anarquista y artesanal”, sin comprender correctamente la radicalidad de la revuelta en cuestión. Por otro lado, jamás he dicho que debamos evitar la violencia física contra las diferentes expresiones armadas del poder del capital—¿cómo podría decir esto?—, más bien he señalado la importancia de distinguir la cualidad de la violencia emancipadora, que no es mera violencia sin más. De esto, nada tampoco nos dice Bolchebeat, quien pese a citarme extensamente no hace hincapié en estos puntos fundamentales de la estructura argumental de los textos que ha traído a escrutinio.

Y continúa:

“Responder a una coyuntura grave con una retórica que nos invita a “criticar en actos los fundamentos del capitalismo”, sin apuntar a ningún tipo de acto concreto (excepto una práctica episódica en una rebelión trunca), sin señalar ninguna forma de movilización concreta ni reforzar alguna acción colectiva realmente existente… esto es un rasgo inherente al radicalismo abstracto”.

No estoy para nada de acuerdo, ya que la mayor parte de mi elaboración teórica se ha referido al análisis de la revuelta de 2019. En cuento a reforzar alguna acción colectiva realmente existente… ¿debo publicar en mi blog todo lo que hago? ¿Acaso una lucha colectiva se refuerza porque le dedique una entrada en mi blog? En realidad, sería estúpido que yo acusara a Bolchebeat de lo mismo porque realmente desconozco la manera en que una página como Freno de emergencia se integra o fomenta luchas reales, pero no pongo en duda de que existe ese interés. A la inversa, Bolchebeat habla con desconocimiento de causa, presupone lo que él se ha imaginado para luego decir que es un rasgo inherente del llamado “radicalismo abstracto”. Esto no implica, por cierto, que ahora o en el futuro no me refiere ni participe de luchas concretas. Muy por el contrario, Bolchebeat simplemente ha dado como un hecho consumado un proceso teórico aún en desarrollo. Mi perspectiva, como es explícita a lo largo de una serie de textos, es contribuir y reforzar las luchas existentes en Chile por medio del desarrollo de un balance histórico-crítico del proceso reciente, balance todavía en elaboración y que responde, por supuesto, aun proceso social más amplio que lo hace posible.

Sobre el “radicalismo abstracto” Bolchebeat profundiza:

“Sí, es radical, porque basa su discurso en la crítica sustantiva del capitalismo, tal como Marx la enunció al develar sus mecanismos básicos en la esfera de la producción y el intercambio. Pero es, al mismo tiempo, abstracta porque ignora, pasa por alto o subestima el conjunto de mediaciones que hacen de esas categorías fuerzas operantes en el metabolismo social”.

Tengo la plena seguridad de que quien ignora las mediaciones que hacen “esas categorías operantes en el metabolismo social” es Bolchebeat. Esto se delata no sólo en el conjunto de su argumentación —que me parece que no requiere más refutación que la lectura atenta de la obra de Marx—, sino particularmente en relación a cómo entiende la subjetividad. De acuerdo con Bolchebeat, me habría dedicado a analizar “lo horribles que se han vuelto las personas por dentro, en lo barbáricas que son sus luchas cuando no coinciden con la teoría crítica que él propone, y en el peligro del narcisismo y la violencia irracional de quienes no han comprendido los fundamentos del orden capitalista”. Se ve que definitivamente le molesta la mera enunciación de la problemática. Por cierto, en el marco de la crisis del capitalismo, ¿no es acaso una realidad la brutalización de la violencia, particularmente patriarcal? ¿no es un problema hoy acuciante la exacerbación de la violencia en todas las dimensiones de la vida social? ¿No es real que hoy proliferan en la sociedad formas de subjetividad que responden a la brutalización de la barbarie? Al respecto, he escrito:

“Empero, la relación social del capital, no es una mera forma de objetividad, sino que también es una forma constitutiva de una subjetividad históricamente específica. En el capitalismo avanzado tardío actual, la menesterosidad narcisista generalizada, producto del poder aplastante del capital sobre los individuos socializados, permite a los escuadrones de la muerte del capital, a las mafias neofascistas o a los llamados abiertos hacia la xenofobia encontrar siempre en las masas anónimas de sujetos heridos militantes dispuestos hacia el despliegue de la violencia física o simbólica más abyecta”.

A Bolchebeat todo esto le parece reprochable, sería un enfoque que resulta como el efecto lógico de “considerar la lucha de clases no como la base constitutiva de las categorías del valor, sino como una excrecencia secundaria que estaría ella misma constituida por la lógica de la mercancía y que por lo tanto sería incapaz de superarla”. Esto es un error flagrante, porque habría que ver en qué manera la lucha de clases constituye las formas del valor. Ha perdido de vista toda la crítica marxiana de la economía política que no parte inmediatamente de las clases, sino de formas sociales contradictorias históricamente específicas que conforman una dinámica particular de lucha de clases. De hecho, para Marx, estas formas sociales constituyen un tipo particular de subjetividad. Mucho más que eso, una parte importante de la obra marxiana está dedicada a la indagación sobre la forma particular de subjetividad alienada que es constituida por el capital, por lo que la acusación de Bolchebeat no sólo es francamente ridícula, sino que resulta de una ignorancia fundamental del sentido de conjunto de la teoría marxiana que Nec plus ultra explícitamente retoma y pretende desarrollar de manera reactualizada a las condiciones contemporáneas.

“Todo indica que esa (auto)crítica no contempla en absoluto la posibilidad de que las piedras, palos y bencina sean insuficientes para escalar una insurrección sobrepasando a los cuerpos de infantería ligera desplegadas por el estado”

De hecho, como todos podemos recordar, las evasiones en masa superaron ampliamente los cuerpos de infantería ligera desplegadas por el Estado que fueron enviadas a resguardar el Metro para, luego, incendiar extensas áreas de la ciudad ante la vista y paciencia de cuerpos policiales sobrepasados.

“y tampoco parece considerar que las evasiones en el transporte y los saqueos encuentran un límite infranqueable exactamente allí donde las masas proletarias carecen de instrumentos organizativos extensos y eficaces, de estrategias consensuadas viables, y de horizontes concretos de transformación social a gran escala”.

Bolchebeat termina por extender el análisis que hago de un momento en particular que detonó el estallido de la revuelta con una especie de propuesta política general de mi parte. Pero entiendo, su objetivo es demostrar que mi “radicalismo abstracto” lleva a un callejón sin salida, lo más lógico es fingir no comprender de que va mi análisis sobre la revuelta para luego presentarlo como si fuese mi propia lectura. Esto se manifiesta claramente en el siguiente fragmento:

La “(auto)crítica implacable” que se nos propone parece excluir a priori cualquier referencia a las cuestiones propiamente políticas de la organización de un poder de clase, del desmantelamiento y reconversión de las infraestructuras, de qué hacer con el aparato estatal y de cómo asumir el enfrentamiento militar. Estas estrepitosas omisiones son lo que mejor define a este tipo de crítica, hija directa del subjetivismo moralizante ácrata, e incansablemente abstracta”.

Como no he tratado “las cuestiones propiamente políticas de la organización de un poder de clases” presume que no me interesan, lo mismo con el “desmantelamiento o reconversión de las infraestructuras” o del “qué hacer con el aparato estatal”. Sin embargo, me pregunto: ¿lo ha hecho Bolchebeat? En su blog no ha escrito él nada sobre esto, siendo el único texto de su autoría una polémica. De todas maneras, todas estas cuestiones me interesan de sobremanera, pero no en los mismos términos en que parecen interesar a Bolchebeat.  Y, aunque no se toquen siempre explícitamente, en la forma en que he abordado diferentes problemáticas se deja entrever una perspectiva general sobre estos temas que habla mucho más de lo que dice Bolchebeat.

“Es este rasgo encarnizadamente subjetivista y abstracto lo que ha llevado a nuestro teórico crítico a tomar parte en la actual coyuntura sólo para enseñarnos cómo deben comportarse las personas cuando se encuentran sitiadas por un régimen genocida, y cómo debemos nosotros comportarnos si realmente queremos apoyarlas en su lucha”.

Esto no es cierto, puesto que ha sido claro desde un principio, excepto para Bolchebeat, que mis intervenciones jamás han tenido como objetivo —porque carezco de los medios materiales para ello— de intervenir activamente en los eventos en territorio palestina. Por el contrario, se ha referido siempre a las diferentes perspectivas en Chile, pero no para decir como las personas deberían comportarse, sino para reflexionar sobre lo que ese comportamiento expresa en su inmediatez.

El resto es estupidez:

“Ante todo, nada de celebrar la violencia”.

Pero, ¿cuál violencia? Jamás he condenado la “resistencia palestina”, sino los asesinatos indiscriminados de civiles. Bolchebeat no dice nada sobre eso, salvo su vaga ontología proletaria.

“La violencia es tan mala si viene de los colonos y el ejército sionista, como si viene de las guerrillas palestinas”.

Enfáticamente he insistido en que el Estado de Israel lleva a cabo una guerra de exterminio genocida y que, de hecho, Hamás forma parte de la dinámica de ese terror genocida y lo refuerza.

“Los proletarios pueden ejercer violencia, pero la suya es una violencia completamente diferente: consiste en tirar piedras, golpear con palos y lanzar botellas con bencina, evadir el pago en el transporte público y saquear comercios”

Nunca he proclamado que tal o cual manifestación violenta es propia de “los proletarios”, sino que me he preguntado: ¿cuál es la violencia que tiene un carácter emancipador? Esta cualidad diferente de violencia puede usar piedras o balas, pero no está determinada necesariamente por el uso de las armas. Esto es todo lo que he dicho, pero por supuesto Bolchebeat finge ignorarlo. De ahí que su siguiente afirmación solo refuerce la impostura de las anteriores:

“Es contraria a cualquier forma de organización que incluya algún mecanismo vertical de toma de decisiones, y especialmente es contraria a las armas de fuego y a cualquier discurso que no parta por comprender los fundamentos del modo de producción capitalista.”

¿Especialmente contraria a las armas de fuego? Esto él lo ha inventado y, peor, lo ha conscientemente tergiversado de mi análisis sobre la revuelta. De hecho, aunque lleva registro de las historias de Nec plus ultra en Instagram —su texto lo demuestra porque las cita—, convenientemente omite en las que me he referido explícitamente al tema. No obstante, insto a quien lee a desconfiar de quienes hacen una apología acrítica de la lucha armada, especialmente cuando esto va ligado a una perspectiva que “incluya algún mecanismo vertical de toma de decisiones”.

Como habrá quedado claro de mi análisis, por supuesto que no comparto la perspectiva de la Crítica del valor alemana sobre el Estado de Israel y su ominoso silencio sobre el genocidio de la población Palestina. Y, si a Bolchebeat le interesa saberlo, considero una estupidez la respuesta de Jappe, de la misma manera que la idea de que Mohammed Deif es heroico expresada por Andreas Malm me parece aberrante. Precisamente porque nadie en la izquierda chilena tiene una posición siquiera remotamente parecida a la de Jappe, pero si muy cercana a la de Andreas Malm, es que me referí solamente a éste último. Querer ligarme a la perspectiva de la crítica del valor del valor de raigambre kurziana es un triste recurso de Bolchebeat, que habla más de su constante intento de emparentarme con perspectivas vistas como cuestionables en vez de profundizar en lo que realmente he escrito. En efecto, el me liga a la “nueva crítica del valor” y añade:

“La “nueva crítica del valor”, cuyo principal cometido parece ser el de disuadirnos de que nos entreguemos de manera “irreflexiva”, “violenta” e “irracional” a la lucha de clases, tiene también algo importante que decirnos sobre nuestras ganas de apoyar públicamente la resistencia del pueblo palestino: “no hay que caer en la desesperación” ni hay que “reproducir el sentido común dominante”, cayendo en “el mediocre activismo que llora sus lágrimas de cocodrilo mientras sirve a la perpetuación de lo existente”. También se nos enseña que “no es necesario subir imágenes de Gaza cruelmente destruida para solidarizar con el pueblo palestino”, ya que “la única posible solidaridad real es contribuir a una crítica radical de ese movimiento social alienado que ha colonizado nuestra vida: la mercancía”.  Hay que admitir que esta “teoría crítica radical” ha desarrollado formas bastante sutiles y elegantes de pedirle a sus lectores que se callen cuando se trata de Israel destruyendo a los palestinos”.

¡Pero que manera de aislar mis palabras y presentarlas como lo que no son! Realmente Bolchebeat cae aquí en las peores estrategias de la discusión política. Con no caer en la desesperación me refería a no abrazar acríticamente acciones abiertamente reaccionarias como las de Hamás, particularmente cuando en redes se escribía que era positivo matar a cualquier ciudadano de Israel o que quienes estaba en la fiesta de Rave merecían ser asesinados o secuestrados indiscriminadamente —y me referí explícitamente a ello, como Bolchebeat interesadamente omite—. Escribir que “no es necesario subir imágenes de Gaza cruelmente destruida para solidarizar con el pueblo palestino” se refería, en el contexto de la publicación, explícitamente a que una solidaridad real consiste en desarrollar desde nuestros propios lugares una crítica teórica y en actos a esa forma de socialización que permite y requiere el genocidio de la población Palestina. De la misma manera, me parecía importante evitar la reprobable morbosidad con la que personas, subiendo imágenes de Palestina destruida, terminaban por acompañarlas con mensajes que hacen parte de la misma ola de violencia y delirio que recorre el mundo. Jamás he pedido, ni mucho menos he fomentado, el silencio con respecto al genocidio Palestino —lo he denunciado de manera sistemática como tal desde mi primer escrito al respecto—. Es realmente en este punto en que la discusión abandona lo teórico, porque simplemente se ha caído en la búsqueda de la afirmación de las propias posiciones por la vía de la calumnia activa de otra persona. Y aunque esto estaba en presente a lo largo de todo el texto de manera implícita o abierta, aquí adquiere una dimensión que personalmente me indigna. Si la respondo, es solamente porque en el mundo abundan personas como Bolchebeat, por lo que detestaría que se me criticara injusta y calumniosamente por posiciones que jamás he sostenido.

“En cualquier caso, con estos comentarios no quiero insinuar que nuestro crítico en particular comparta el fanatismo pro-sionista de muchos exponentes de la Wertkritik: no me atrevería a poner en duda la sinceridad con que dice apoyar al pueblo palestino [¡Pero si acaba de decir lo contrario más arriba! Coherencia Bolchebeat, por favor]. La cuestión es otra. Lo que pasa es que cuando alguien adopta acríticamente una teoría, simplemente porque es más fácil y cómodo arrimarse a las correas de transmisión institucionales que la mantienen con vida, es prácticamente imposible no empaparse de sus lógicas internas y terminar reproduciéndolas involuntariamente, por pura inercia”.

Dice que no pone en duda la sinceridad con la causa del pueblo palestino que he expresado, pero en Internet ha escrito justamente lo contrario y también en este texto. O sea que Bolchebeat no sólo miente, sino que también parece creer que la gente es estúpida. Por otro lado, como Bolchebeat sabe que me encuentro estudiando en México, ha concluido que mi critica se ha academizado y que, por alguna razón, me es más cómodo arrimarme a las correas de transmisión institucionales que mantienen con vida una teoría que he según él he adoptado acríticamente —pero si ni siquiera entiende que he desarrollado una perspectiva propia (¡!)—. Nuevamente aquí no hay más contenido que un ataque personal envuelto en una palabrería psedosofisticada, aunque para peor ni si quiera ha sabido rastrear bien mi propia perspectiva y la crítica que sostengo a las llamadas nuevas lecturas de Marx —aunque no ha captado esta diferencia implícita precisamente porque lo que aquí no le interesa es la teoría, sino una calumnia con miras a desprestigiar al otro—. En todo caso, aprovecho de señalar que mi perspectiva difiere de radicalmente de la de Kurz y compañía, en cuanto a que en la base de mi análisis está el carácter contradictorio de las formas sociales del capital y las posibilidades de emancipación social radical que emerge desde ellas — por el contrario, Kurz y compañía reducen todo a lo abstracto por lo que cabría ninguna posibilidad de emancipación en la constitución misma de la sociedad—. En este sentido, la etiqueta de radicalismo abstracto no podría aplicar a mi perspectiva.

Lo interesante es que Bolchebeat escribe esta diatriba citándome extensamente sólo para concluir que mi perspectiva es de una naturaleza contraria a cualquier potencialidad de emancipación social radical. Pero como creo haber demostrado, esa perspectiva es insostenible incluso desde el enfoque que defiende Bolchebeat, mientras que importantes momentos de su crítica responden a cuestiones alejadas por completo de una discusión teórica y política sincera. Con todo, para concederle a Bolchebeat que soy un moralista, me alegro de haber respondido de buena fe y sin querer distorsionar, alterar o inventar acerca de sus palabras.

Con esta respuesta el público podrá juzgar de acuerdo con su criterio. En cuanto a Bolchebeat, no volveré a responder ningún ataque de su parte a menos que, por supuesto, éste se encuentre dentro del terreno estrictamente teórico-político.

Publicado en General, Pablo Jiménez C. | Comentarios desactivados en Carta desde lejos: respuesta al opúsculo de «Bolchebeat» / FdeE