Volver a saltar el torniquete: breves apuntes para comprender históricamente la revuelta de la juventud en el contexto de la crisis socioecológica del capitalismo mundial.  

por  Pablo Jiménez C.

[Nota del Autor: El escrito que sigue a continuación, es el prólogo del libro «Revuelta en la región chilena: un balance histórico crítico» publicado por Relave Ediciones, a quienes agradezco infinitamente su diseño editorial y publicación.]

El martes 26 de abril del presente año 2022 la ONU reconoció -con un retraso criminal- que la humanidad se encuentra atrapada en una espiral de autodestrucción [1] . Por supuesto, el pensamiento burgués que predomina entre los funcionarios, científicos y agentes de Estado al interior de la ONU les impide alcanzar una comprensión profunda de las raíces históricas y sociales del actual proceso de catástrofe socioecológica en que se hunde el capitalismo avanzado tardío. De esta manera, se limitan a señalar la abrumadora evidencia científica que indica el nivel alarmante de agravamiento de la crisis actual para, acto seguido, hacer un llamado impotente a “incorporar en la forma en que vivimos, construimos e invertimos” el “riesgo de desastres”. En otras palabras, ante la catástrofe que significa el final de la huida ciega del capitalismo a través de la historia, las formas de conciencia capitalista tienden endurecerse aún más [2].

Dos días después, a miles de kilómetros del cuartel general de la ONU, se movilizaron cientos de efectivos y blindados de las fuerzas represivas del Estado Chileno para detener el avance de una manifestación masiva de estudiantes secundarios en el centro de Santiago, que además de los ya clásicos disturbios asociados a dichas manifestaciones dejaron una serie de detenidos y heridos por parte de la policía militar chilena. Ambos procesos -el agravamiento de la crisis socioecológica y los ecos de la revuelta en Chile- se encuentran estrechamente relacionados, y son el resultado de la convergencia histórica entre el proceso de modernización específico de la región chilena con el proceso de descomposición de la modernidad capitalista como tal.

Para comprender esta convergencia histórica de largo alcance, que hoy se manifiesta en una configuración particular de la crisis que es específica de la región chilena, se puede recurrir a un fragmento del Libro III de El Capital :

“La evolución del comercio y del capital comercial desarrolla por doquier la orientación de la producción hacia el valor de cambio, aumenta su volumen, la multiplica y la cosmopolitiza, hace que el desarrollo del dinero lo convierta en dinero mundial. Por eso, el comercio tiene en todas partes una acción más o menos disolvente sobre las organizaciones preexistentes de la producción, que en todas sus diferentes formas se hallan principalmente orientadas hacia el valor de uso. Pero la medida en la cual provoca la disolución del antiguo modo de producción depende, en primera instancia, de la firmeza y estructura interna de éste.” [3] .

En efecto, habiendo sido colonia del imperio hispanoamericano durante la primera fase de expansión del capitalismo, la región chilena emprendió a mediados del S. XIX un proceso de modernización capitalista rezagada impulsada por una élite heredera de la aristocracia colonial que sentó los fundamentos materiales del desarrollo de las categorías propias de la producción fundada en el valor. Dado que este proceso de modernización rezagada comienza más de un siglo después del despegue industrial en Europa occidental, el capitalismo chileno -heredando su posición colonial en el sistema-mundo capitalista- se inserta en el mercado mundial como una economía primaria-exportadora, posición que consolida mediante la ocupación violenta, llevada a cabo bajo la bandera de la extensión de la civilización y el progreso, de los territorios mapuche al sur de la región chilena y con la victoria en una guerra moderna contra los Estados nacionales de Perú y Bolivia por las reservas mineras de salitre.

En este punto del análisis, se vuelve importante diferenciar entre valor y riqueza material. El valor es una categoría históricamente específica de la sociedad capitalista, no de la naturaleza como tal. Por ende, la naturaleza no puede ser la fuente del valor -que tiene su sustancia en el trabajo abstracto, es decir en la combustión de energía humana en el proceso de producción de mercancías- aun cuando sí es la fuente toda riqueza material. De esta manera, en el momento en que Chile se inserta en la economía capitalista mundial como una nación independiente, los países de la Europa occidental y Norteamérica han elevado el desarrollo de su productividad social hasta un punto en que la brecha tecnológica habría sido, y fue, imposible de subsanar. Por consiguiente, y debido tanto a la explotación de los recursos mineros naturales como a la fertilidad general del suelo, la oligarquía chilena pudo entrar a competir en el mercado mundial del S. XIX como una economía exportadora de materias primas y agrícola. De esta manera, quedó determinado el futuro económico de esta región del planeta en el marco del desarrollo capitalista mundial: producir valor abstracto a costa de consumir la naturaleza. Solamente desde este punto de vista histórico, fundando en la crítica de la economía política, es posible comprender que la sequía de 12 años que afecta actualmente a la región chilena no es exclusivamente producto de las políticas neoliberales de las últimas décadas-cómo lo entiende casi la totalidad de la (ultra)izquierda chilena-, sino la culminación de un proceso histórico de creciente destrucción acelerada de la naturaleza en el que converge la historia particular de la modernización rezagada chilena con la crisis estructural del capitalismo mundial.

Esta forma particular de inserción de la economía chilena en el mercado capitalista mundial posee una relación dialéctica con su forma particular de constitución de Estado nación. En efecto, el desenvolvimiento de la modernización capitalista en Chile va de la mano con la formación del Estado nacional. Más que ser fenómenos diferentes, son dos dimensiones o esferas de una misma evolución histórica conjunta y compleja, en la que convergen la revolución del mecanismo social de la producción, partiendo por la agricultura, y la transformación de los territorios y las sociedades que en ellos habitan Es en este marco en que debe comprenderse la forma específica que ha tomado la dominación capitalista tanto en Chile como en América Latina. En el caso de Chile, su forma específica de inserción en el mercado mundial obligó a la transformación paulatina de las antiguas formas de dominación y explotación de plustrabajo de las clases subalternas y, por consiguiente, fue inseparable de la construcción del Estado nacional como la fuerza social a partir del cual se empujaban dichas transformaciones, esto es, la puesta en práctica de formas de disciplinamiento y domesticación social que adaptaban a una población predominantemente campesina e indígena a las nuevas formas de trabajo y relaciones sociales propias del incipiente proceso de modernización. De esa manera, el Estado queda configurado como un momento esencial en la reproducción del capital.

Sin embargo, la explotación minera en el norte, los procesos de acumulación originaria en el centro y en el sur del país que escindieron a los campesinos de sus tierras -es decir, proletarización de la población indígena y campesina-, la construcción de ciudades y la aglomeración de una clase de seres humanos desposeídos y obligados a vender su fuerza de trabajo, sentaron las bases para la posterior crisis de la sociedad oligárquica chilena -forma primitiva del proceso de modernización nacional-. El surgimiento de un proletariado combativo, reprimido de manera despiadada por el ejército nacional en sendas matanzas obreras, constituyó un elemento revolucionario en el seno de este proceso de modernización y obligó a una reestructuración de la sociedad capitalista chilena en un desarrollo histórico que corría en paralelo con la crisis mundial del capitalismo que culminó con el crack de 1929,

La reestructuración del proceso de modernización capitalista en Chile tomó en la década de 1930 la forma de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), y las contradicciones que de dicho patrón de acumulación de riqueza abstracta se derivan, son la base material e histórica sobre la cual se desarrolló el proceso de crisis orgánica y de luchas sociales que culminó con el colapso del Estado capitalista de compromiso y la derrota histórica del proletariado de la región chilena el 11 de septiembre de 1973 [4] . Sobre la base de este proceso de reestructuración capitalista de la formación social y económica chilena se levantó un pacto de dominación social, económica y política de carácter interclasista que era fundamental para la reproducción social ampliada del capitalismo en Chile [5]. Dicho pacto de dominación social interclasista, que aseguróba la estabilidad de la relación capitalista misma, constituía el núcleo del Estado capitalista de compromiso que se articuló hacia finales de la década de 1930, y en esta determinación estaba condicionado por un “juego de alianzas y pactos entre los distintos partidos políticos tenían un rol central en la continuidad y estabilidad del régimen político, la conservación del pacto de dominación social, económica y política interclasista” [6]. De esta manera, y debido al condicionamiento del Estado a la reproducción y acumulación del capital en Chile, el pacto de dominación social interclasista estaba estructurado en su articulación social y política por los intereses objetivos de las élites propietarias nacionales -principalmente las agrarias- en su vínculo con el mercado mundial, que requerían limitar el proceso de modernización capitalista de Chile a una industrialización que debía ser realizada sin alterar la configuración de la propiedad y del modo de dominación que constituían el fundamento del poder político de las élites nacionales, esto es, sin realizar una revolución agraria [7] .

En efecto, en tanto que la gran propiedad agrícola constituía el fundamento material del poder político y económico de la élite tradicional, la perpetuación de dicho poder social era esencial para prolongar su primacía dentro de la configuración particular del desarrollo del capitalismo en Chile. De esta manera, el “impulsar la modernización capitalista en sus dominios [habría implicado] destruir su principal fuente de poder social y político” [8]. Así, la mayoría de los actores políticos y sociales interesados ​​en impulsar la ISI -incluidos los partidos que se arrogaban la representación de la clase obrera- estuvieron de acuerdo en aceptar que la modernización se realizaría de la forma como lo exigía la clase propietaria agraria. En consecuencia, se excluyó de la modernización, y por tanto de representación política dentro del proceso de democratización de la esfera política, a la población campesina nacional [9] .

Sin embargo, con el acceso del capitalismo mundial a su primera etapa histórica de dominación real en el periodo de la posguerra, la oleada de modernización a escala mundial que avanzaba al ritmo de la extensión del capitalismo avanzado tuvo efectos perturbadores en el orden social fabricado después de la reestructuración capitalista de las primeras décadas del S. XX. En el plano nacional, esta fuerza modernizadora que abate todas las murallas chinas se hizo sentir con la crisis estructural del Estado capitalista de compromiso, cuyo fundamento material era el patrón de acumulación ISI, que entraba cada vez más en contradicción con la escala de productividad que imperaba en el mercado mundial y que empujaba de manera creciente a este particular proceso de modernización rezagada hacia su fracaso. En este contexto histórico de intensa agitación política y social, la reforma constitucional de la década de 1960 -impulsado por el partido de la burguesía industrial, la Democracia Cristiana-, quebró los cimientos que sostenían políticamente el pacto de dominación social establecido desde los años 30:    

“La reforma constitucional del gobierno demócrata cristiano fue interpretada por las clases propietarias nacionales como un atentado histórico, político y simbólico a las bases estructurales de su poder social, económico y político. Frente a lo cual adoptaron la posición política de desahuciar al régimen político existente, debido, anteriormente, al hecho de que el pacto de dominación que sostenía al denominado Estado de Compromiso estaba claramente quebrado por la acción reformista de la democracia cristiana. Y anunciaron a la sociedad nacional que era necesario refundar el Estado y dictar una nueva constitución política del Estado que protegiera en forma efectiva la propiedad privada, especialmente, de los medios de producción” [10] .

Quedaba así configurado el escenario histórico en el cual se disputaría la reestructuración del capitalismo chileno -momento local de la reestructuración capitalista mundial de los años 70-, proceso en el cual, sobre la base de la crisis orgánica del proceso de modernización rezagada en Chile, diferentes actores sociales y políticos -el proletariado y el campesinado, las clases medias, las fuerzas armadas y las diversas fracciones de la burguesía- disputarían diferentes proyectos de modernización capitalista como forma de resolución de la crisis del capitalismo chileno. No obstante, de todas las facciones en disputa al interior de este proceso, el Partido Nacional -que constituía la verdadera vanguardia política y práctica de los “oficiales” nacionales del capital- propone en su programa político una verdadera revolución conservadora que, preservando el capitalismo, pretendía revolucionar -mediante el terrorismo de Estado- toda la articulación interna de la economía y el Estado: 

“[…] otro de los principales objetivos políticos trazados en el Programa del Partido Nacional denominado “La Nueva República”, lo constituía la reconstrucción global de la sociedad capitalista nacional. Esto significaba el establecimiento de un nuevo régimen de acumulación, de una nueva forma estatal y de nuevas instituciones políticas, es decir, de un renovado régimen político no no obstante democrático […]. La construcción capitalista y la transformación sufrida por la sociedad chilena durante la dictadura militar del general Augusto Pinochet (1973-1989) confirman plenamente los objetivos planteados por las clases propietarias nacionales desde la segunda mitad de la década del sesenta. La instalación de la dictadura militar debe ser entendida como la solución capitalista a la crisis orgánica de la formación social chilena”[11] .

A esta fracción, que a posteriori se manifestó victoriosa, se le opuso una fracción del Partido del Orden que, con el apoyo de los partidos de la clase obrera y las clases medias progresistas, pretendía resolver la crisis orgánica del capitalismo chileno a través de una reforma agraria que, mediante la constitución de una clase estable de pequeños agricultores, aliviara la agitación social en los sectores rurales y modernizara el campo, al mismo tiempo que se empujaba hacia adelante el proceso de industrialización con la estatización de industrias consideradas claves para la economía. En esta segunda fracción en disputa podemos situar el pretendido “programa revolucionario” de la UP y de Allende que, visto a través del prisma de la crítica de la economía política marxiana, no es otra cosa que un programa de modernización capitalista que toma la retórica y el ethos del movimiento obrero como el eje de su praxis política: es decir, el enaltecimiento del trabajo.

A diferencia de lo que cree una parte importante de la ultraizquierda chilena, Allende no “engañó” a la clase obrera mediante hábiles argucias y un discurso revolucionario para que abrazara bajo coacción y manipulación un programa reformista que estaba en contradicción con su supuesta esencia revolucionaria. Por el contrario, habría que explicar en realidad porqué el proletariado -salvo honrosas e importantes excepciones- defendió hasta el final un gobierno, el “gobierno de los trabajadores”, que le llevó hacia un laberinto histórico sin salida que terminó con la instauración de una de las contrarrevoluciones capitalistas más sangrientas de América Latina. Theorie communiste, pensando en un proceso histórico anterior, aporta a esclarecer el problema:

“Se nos dice que los trabajadores fueron derrotados por la democracia (con la ayuda de los partidos y sindicatos), pero nunca se habla de los objetivos —del contenido— de estas luchas obreras (en Italia, España, Alemania). Por tanto, nos vemos inmersos en la problemática de la «traición» de los partidos y sindicatos. Que los trabajadores obedecieron a los movimientos reformistas  es precisamente lo que debería haber explicado  y en función de la naturaleza de las propias luchas, en lugar de permitir que las sombras nebulosas de la manipulación y el engaño pasen por una explicación”.

En efecto, la manipulación de la clase obrera y la astucia de la socialdemocracia no pueden ser las causas fundamentales de la derrota histórica -y posterior masacre- del proletariado chileno a partir de 1973. Por el contrario, es en el mismo contenido de su lucha al interior de un proceso de modernización rezagada donde se encuentran los fundamentos de la contrarrevolución capitalista que abatió el denominado Poder Popular. Fue debido a su posición objetiva dentro del proceso, de la cual se desprende el contenido mismo de su lucha, que quedó limitada -como señala Helios Prieto- a ser el vagón de cola de intereses ajenos, y no podía hacer otra cosa mientras se mantuviese en el marco de una disputa de intereses fetichistas. Mientras que Allende, sus colaboradores y sus supuestos enemigos -ante el avance de las huelgas, la toma de fábricas y de tierras-, comprendían que la acción independiente de las clases subalternas eran la mayor amenaza para su programa de modernización capitalista en concordancia con la elite empresarial e industrial, las organizaciones obreras en su amplia mayoría jamás llegaron a plantear la necesidad de actuar por fuera de la UP, sino en general a discutir que es lo que debería hacer la UP -en tanto que “gobierno de los trabajadores”- para contrarrestar la ofensiva en todos los frentes de la reacción [12] . La conciencia llega siempre demasiado tarde, al menos para los revolucionarios locales, que comienzan la necesaria tarea de criticar radicalmente al gobierno de Allende -véase el caso de Correo Proletario[13] -, aunque siempre desde el paradigma propio de la época,  en el momento preciso en que comenzaban a soplar los vientos huracanados de la contrarrevolución capitalista en marcha. Y es lógico que así sucediera, pues en el apocalipsis del terror contrarrevolucionario se reveló que el Estado que tanto se defendía como el gobierno de los trabajadores, y por el cual las masas se movilizaron en una defensa acérrima, había preparado paso a paso la derrota de la revolución desde el momento en que Allende asumió el cargo de presidente de la república:

“En su discurso del 25 de julio ante la CUT, Allende hizo una declaración sorprendente por su crudeza: “ ESTE PAÍS VIVE UNA ETAPA CAPITALISTA ”. Por una vez, sus palabras coincidieron rigurosamente con los hechos. La necesidad de recomponer su acuerdo con la DC lo obligaba a dejar de lado toda la verborragia “revolucionaria” ya llamar a las cosas por su nombre. En efecto, la UP no ha tocado las relaciones de producción capitalista, sólo ha desarrollado el capitalismo de estado dentro de los límites propuestos —como veremos más adelante— por el partido más representativo de la burguesía industrial chilena, la DC; aunque para engañar a las masas le haya puesto al sector estatal de la economía capitalista el atractivo nombre de “Área Social” [14] .

El resto de la historia es más conocido, aunque no menos mistificado por el sentido común democrático, puesto que el terror reforzado y armado por Allende se desató sobre las masas. A partir de septiembre de 1973 empezó una revolución, pero no la revolución socialista en nombre del trabajo que imaginaba el poder popular, sino una (contra)revolución capitalista que -mediante el exterminio en masa, primero, y luego, a través de la represión selectiva- iba a restaurar el orden capitalista en Chile para después refundarlo sobre nuevas bases [15] .

En otras palabras, y a modo de síntesis, el gobierno de la UP consistió en la aplicación de un programa de reformas modernizadoras que continuaba y radicalizaba el programa de la burguesía industrial agrupada en torno a la DC -partido golpista por excelencia-. Este proceso, como ya ha sido señalado, requiere ser comprendido el marco histórico más amplio del proceso de modernización de la región chilena y sus contradicciones que hicieron implosionar el gobierno de la UP pero que, al mismo tiempo, sentó las bases para el desarrollo pleno del capitalismo en Chile [16] . De esta manera, entre Allende y Pinochet no solamente no hay una ruptura, sino que hay una profunda continuidad. Y dicha continuidad está marcada por el proceso de modernización capitalista, proceso que siempre ocurre a expensas de las clases subalternas y de la naturaleza, y que el gobierno de la UP impuso a través de una integración del proletariado al estado burgués bajo una retórica socialista de alabanza al trabajo que iba acompañada de una severa represión a los elementos escindidos y autónomos del proletariado y el campesinado en la región chilena.

Estamos aquí en presencia de un terrorífico eco del tiempo, que demuestra hasta qué punto que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Si, efectivamente, fue la policía formada y entrenada bajo el gobierno de Allende la que reprimió salvajemente a partir de septiembre de 1973, hoy es la policía de Piñera -devenida policía política-militar- la que reprime con la absoluta complicidad y beneplácito del gobierno de Boric. De hecho, los primeros meses del gobierno de restauración post-revuelta han estado marcados por un agravamiento de la represión policial que va de la mano con un aumento de la violencia en todas las esferas de la sociedad. Sin ir más lejos, el 1 de mayo un grupo de pistoleros perpetró un ataque terrorista en contra de una masa de manifestantes en nombre de la defensa de la sacrosanta propiedad privada, y ello -a diferencia de lo que racionalmente cabría esperar- no causó escándalo alguno a nivel general de la sociedad, ni tampoco fue analizado correctamente por ninguno de los grupúsculos radicales que más bien se debatieron entre la necesidad de armarse contra narcotraficantes y vendedores ambulantes -dando paso además a una retórica racista y aporofóbica- y el tratar de comprender la falta de «conciencia de clase» por parte del «lumpen» (concepto que ha resurgido con fuerza a partir de este incidente). Ello evidencia, por consiguiente, tanto la actual debilidad teórico-práctica de la (ultra)izquierda como las nuevas condiciones históricas del escenario post- revuelta, en la que las fuerzas emancipadoras deberán maniobrar en un terreno atravesado por una crisis social agravada que tiende a derivar en violencia exacerbada. 

Como se analizará más adelante, en Chile -así como en el resto del mundo- el orden existente se encuentra amenazado por el retorno de lo reprimido: ante la actual crisis socioecológica de la sociedad del trabajo, los elementos reprimidos, pero nunca liquidados por la represión, tiende a reaparecer con violencia. Hoy, casi medio siglo después de iniciada la labor de reestructuración del orden capitalista amenazado por la lucha autónoma del proletariado y el campesinado chileno, una comprensión racional y desmitificadora de este proceso, de sus límites, potencialidades e importancia para el análisis de la configuración histórica presente se vuelve más necesario que nunca Hasta ahora, este necesario análisis ha sido elaborado solamente de manera fragmentaria desde diferentes tendencias y corrientes que convergen en la crítica social de nuestra época, pero el balance histórico profundo que exige nuestro presente ha sido constantemente escamoteado. En el plano historiográfico, esto se debe a que, en primer lugar, entre historiadores e historiadoras de izquierda no se encuentra una comprensión cabal del proyecto marxiano de crítica de la economía política, sino que a nivel general se comparte un marco teórico propio del marxismo tradicional codificado en la clave de la izquierda socialdemócrata transicional que, además, determina una recepción acrítica de los autores conocidos como los “historiadores marxistas británicos”. De esta manera, su interpretación de la Unidad Popular y su caída a manos de la violencia terrorista del ejército nacional es de carácter fuerte apologético y, por tanto, mistificador de las causas reales detrás de la derrota de la Unidad Popular, así como del modo en que se desarrolló el conflicto entre clases en medio de la crisis orgánica del capitalismo en Chile. De allí tampoco que sean capaces de percibir la continuidad entre Allende y Pinochet -la sola idea les parecería una aberración desde la perspectiva de su ideología-, ni menos aún la continuidad entre la dictadura de Pinochet y el actual gobierno de Boric que, se supone, está llamado a destruir su herencia a través de una nueva constitución cuando, en realidad, a través de este proceso la restaura y profundiza. 

Y esto es así porque, en segundo lugar, hasta ahora en el plano de la historiografía nacional tampoco  se ha señalado que el capitalismo comporta una forma específica de poder económico y social, un modo particular de dominación social, que es abstracto, impersonal y estructural [17] . Por consiguiente, lo que hasta ahora no ha sido comprendido por este sector de la intelectualidad chilena es que el capital -el valor en proceso que se autovaloriza- es la potencia que todo lo domina en la sociedad capitalista [18]. Se quiera o no —aquí no se trata de voluntad, sino de hechos objetivos que determinan la (re)producción del conjunto de la vida social en el capitalismo— la abolición del valor como relación social dominante, como fundamento histórico y social del poder capitalista y su específica forma de institucionalidad, es el contenido mismo de cualquier transformación práctica que tienda a superar el capitalismo. Es solo a través de esta crítica categórica del capital que puede llegar a ser percibida la continuidad real entre Allende, Pinochet, la transición de 30 años y Boric: su línea de continuidad está dada por el proceso de reproducción ampliada del capitalismo, esto es, por el proceso de modernización capitalista que es el proyecto histórico de la élite político-empresarial chilena desde el S.XIX.

Por consiguiente, y habiendo resumido de un modo muy esquemático la historia del proceso de modernización capitalista rezagada en Chile, puede comprenderse que la crisis de la configuración neoliberal del capitalismo chileno es también un momento local de la crisis generalizada del capitalismo mundial. Y así volvemos, pero ahora con una perspectiva más enriquecida, a lo que se planteó al principio de este prólogo: el agravamiento de la crisis socioecológica y los ecos de la revuelta en Chile se encuentran ligados a través de un proceso histórico de largo plazo en el que convergen el resultado del proceso de modernización capitalista rezagada de la región chilena con el proceso de descomposición de la modernidad capitalista como tal. En este sentido, de lo que se trata ahora -y el texto que sigue a continuación es un esfuerzo en tal sentido- es de comprender profundamente el momento histórico que nos contiene y criticar radicalmente las nuevas condiciones que resultan del escenario post-revueltas a escala local y global. Es solamente sobre la base de esta comprensión que se puede plantear una alternativa emancipadora de carácter radical que, aprehendiendo la totalidad concreta del movimiento real del capital en sus condiciones históricas actuales, pueda contribuir a una praxis que nos permita romper de manera duradera y efectiva con el fetichismo que reina este mundo.

En el momento en que se escribió este prólogo, aparecieron en redes sociales noticias acerca de evasiones masivas protagonizadas por estudiantes en el marco de las protestas y tomas en Liceos que poco a poco se van extendiendo más allá del centro de Santiago. Al parecer, y quizás aún de una manera en que se desconoce la profundidad de su real importancia, un sector de las fuerzas emancipadoras realmente existentes en la actualidad ha heredado una praxis que será uno de los fundamentos del hacer radical de nuestra época. Más temprano que tarde, la práctica de los saltos de los torniquetes revelará que, entre otros elementos, subversión radical significa extensión colectiva de la gratuidad como praxis de unificación de la actividad humana.

Notas

[1] https://www.undrr.org/news/humanitys-broken-risk-perception-reversing-global-progress-spiral-self-destruction-finds-new

[2] Robert Kurz, 2002. Schwarzbuch Kapitalismus: Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft   (Franfurt am Main: Ullstein Taschenbuchverlag).

[3] Marx, Carlos. ElCapital. Tomo III/Vol. 6. Libro Tercero. El proceso global de la producción capitalista (México DF: Siglo XXI, 2009), pág. 424.

[4] Prieto, Helios (2014). Los gorilas estaban entre nosotros. segunda (Santiago de Chile: Editorial Viejo Topo).

[5] Gómez Leyton, Juan Carlos (2006). «Democracia versus Propiedad. Los orígenes político-jurídicos de la dictadura militar chilena.» Sociales, Consejo Latinoamericano de Ciencias. Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. Buenos Aires: CLACSO, 2006. 171 – 212.

[6] Ibíd, pág. 174.

[7] Ibíd, pág. 175.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

[10] Ibíd, pág. 177.

[11] Ibíd, pág. 178.

[12] Mike González (2020), Revolución y contrarrevolución en Chile.

[13] Véase Carlos Lagos (2021), El correo proletario en retrospectiva . El texto puede encontrarse en la página web de Freno de Emergencia :

https://frenodeemergencia.noblogs.org/post/2021/06/27/el-correo-proletario-en-retrospectiva/?fbclid=IwAR2v-tMnoaD5d2TzuL7dr m0NN6_sZfqJHy75D_UvSIQsUu6zFGOAMBI9w4 .

[14] Soto, Antonio. «La lucha de clases en Chile bajo el gobierno de la Unidad Popular». Correo Proletario (1973): 4 – 6.

[15] GÁRATE, M., 2012. La revolución capitalista de Chile (1973 – 2003). Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado.

[16] Helios Prieto, Los gorilas estaban entre nosotros .

[17] Mau, Soren (2019). Compulsión muda: una teoría del poder económico del capital . Copenhague: Universidad del Sur de Dinamarca.

[18] Marx, K (2016). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Grundrisse (1857 – 1858) (1) . Iztapalapa: Siglo XXI Editores.

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Robert Kurz – Los demonios despiertan [Die Dämonen erwachen]

Traducción: Pablo Jiménez C.

[Nota: El siguiente texto es una traducción del último capítulo del libro Schwarzbuch Kapitalismus: Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft (El libro negro del capitalismo: un canto de cisne para la economía de mercado).  Tal como su subtítulo lo indica, el escrito constituye una historia crítica del capitalismo que se realiza en el momento preciso en que dicho sistema se encuentra ante su derrumbe histórico].

El capitalismo ha llegado al final de su huida ciega a través de la historia; ahora sólo puede desgarrarse a sí mismo. Pero cuanto más innegable es que la humanidad no puede seguir reproduciéndose en las formas de la «bella máquina» y su único tautológico movimiento de fin en sí mismo, más se endurece la forma capitalista de la conciencia. La crisis mundial de la Tercera Revolución Industrial ya no encuentra ningún proyecto emancipador que pueda movilizarse como alternativa social. La crítica radical del capitalismo se considera generalmente como un anacronismo extraño, porque en la conciencia social -tanto del «hombre de la calle» como en la literatura de las ciencias sociales- se identifica sólo con el irremediablemente obsoleto paradigma museístico del movimiento obrero, que en realidad siempre ha permanecido inmanente al sistema. Así, la reflexión teórica desaparece por completo de la esfera pública capitalista; es sustituida superficialmente por una cultura de efectos mediáticos autorreferenciales, que sólo se preocupa por llamar la atención: la «teoría» es una empresa comercial como cualquier otra.

Pero el lúdico culturalismo posmoderno, que sigue redefiniendo la pobreza como un disfraz y la humillación social como un juego, es sólo un evento superficial bajo el cual ya se agita algo muy diferente. Aunque la «economía del cómo-si» ha conducido a una «cultura del cómo-si», que aparentemente ya no se toma nada en serio y al mismo tiempo difunde democráticamente el espíritu pequeñoburgués conservador a gran velocidad, ya no puede ocultar la verdad de que la crisis no resuelta del capitalismo es muy grave y cada vez se puede contener menos. Ya no es un secreto que la obstinada conciencia social, que quiere a toda costa aferrarse a las formas sociales del capitalismo, busca silenciosamente y a pie juntillas un nuevo paradigma, que es el más antiguo de la ideología burguesa. Los demonios han despertado y regresan a pasos agigantados en el pensamiento y la acción de las mónadas posmodernas de la competencia. Una nueva y radical biologización de la sociedad se abre paso, el reino animal humano del siglo XIX regresa sólo con una apariencia superficialmente modernizada.

Más allá del campo de juego culturalista de los suplementos culturales posmodernos, el triunfo neoliberal hizo que la nueva naturalización de lo socialmente democrático fuera aceptable, en primer lugar, en la ideología económica. La creencia generalmente invocada en la economía de mercado como un «orden económico natural», el «desempleo natural» de Friedman y los diversos premios Nobel por la repetición simplista de la idea del siglo XVIII de una «naturaleza humana» económicamente egoísta han dado alimento a un darwinismo social abierto o encubierto que ha podido retozar durante mucho tiempo sin ser cuestionado por las objeciones intelectuales, desde las consideraciones de «economía médica» hasta la justificación pseudonaturalista de la selección social. Si hoy la doctrina maltusiana puede volver a ser discutida positivamente con toda compostura en las gacetas liberales de izquierda, esto indica el grado ya alcanzado de una nueva «darwinización» de la conciencia social.

En la niebla de esta redarwinización neoliberal de lo económico y lo social, hace tiempo que existe una regresión aún más profunda del pensamiento. Junto con la teoría social inspirada en Marx y el pensamiento reflexivo de la crítica social, todas las corrientes, escuelas y enfoques teóricos -tanto en el mundo académico como en el periodístico-, que pretenden comprender a la especie humana como ser social y psicológico y, por tanto, entender la sociedad a partir de su propia constitución histórica, están en retirada o ya han desaparecido. La culturalización posmoderna de lo social fue sólo un interludio en el camino hacia su renovada biologización. Tras el discurso autorreferencial e inconsecuente de la reducción cultural, cuya función era únicamente la de alejar la crítica radical a la economía, ahora se populariza la ciencia natural o, más exactamente: la pseudonaturalización de la sociedad y la conciencia.

Antiguas estrellas intelectuales ex-izquierdistas descubren las supuestas «constantes antropológicas» ante las que se desvanece la historia. La psicosomática está mega out y el psicoanálisis se considera refutado. No es el inconsciente lo que nos impulsa, según el nuevo materialismo científico vulgar, sino la bioquímica y los procesos neuronales de nuestro cuerpo. En general, el ser humano aparece cada vez menos como un ser social, mientras que la sociedad tiende cada vez más a aparecer como un «cuerpo» biológico.

Y también los individuos se cuidan principalmente de la piel y descubren su corporeidad muscular; el culto posmoderno al traje se vuelve hacia el físico desnudo, y los corredores de bolsa del capitalismo de casino tratan de aproximarse en los gimnasios a la apariencia de figuras como Arno Breker. Una especie de estética nazi modificada de lo biológico está en auge, y el esoterismo popular como vertiente de la cultura de masas posmoderna se adapta a ella tan bien como lo hicieron las apariciones, el misticismo del Lejano Oriente y el culto indogermánico antes de 1933: todo tipo de ciencia ficción conspirativa mundial está teniendo éxitos de ventas y se está convirtiendo en lectura predilecta para los conductores de autobús, los desempleados y los asistentes de dentista.

La genética, punta de lanza de una nueva ciencia de la crianza y de la selección con un auténtico poder de penetración, comienza ya a ideologizarse en la vorágine social del neoliberalismo. La suposición de que todos y cada uno de los fenómenos sociales e individuales están preformados «genéticamente» o neurobiológicamente está cada vez más arraigada, inicialmente en contextos aparentemente remotos. El neurólogo estadounidense Steven Pinker afirma que el lenguaje es «tan innato al ser humano como la trompa al elefante» y que debe existir un «gen de la gramática». Para el premio Nobel Francis Crick, de San Diego, incluso el libre albedrío consiste en «nada más que neuronas». Científicos del Instituto Robert Koch de Berlín afirman haber encontrado un virus que supuestamente desencadena la melancolía y que es transmitido por los gatos domésticos. Y el biólogo molecular estadounidense Dean Hammer ha rastreado recientemente la homosexualidad hasta el gen Xq28 en una sección terminal del cromosoma sexual X.

Las pruebas inciertas, una mezcla de hipótesis, los hallazgos y las interpretaciones experimentales aparentemente ya no molestan a nadie, porque las ciencias naturales están obviamente implicadas en un proceso de demarcación de los límites del capitalismo y en programas de tratamiento de la crisis. Sus problemáticas, que se suponen «puramente objetivas», se dejan fácilmente influenciar por la corriente intelectual llena de miedo y odio de la sociedad mundial del capitalismo de crisis. Las ciencias naturales, como en toda su historia acompañando al desarrollo del capitalismo, nunca han querido -ni tampoco podrían hacerlo- reflexionar críticamente sobre su posición social, ni siquiera después de la Segunda Guerra Mundial, salvo ocasionalmente en consideraciones morales secundarias y poco profundas; y como nada ha cambiado en este sentido, sus propios demonios regresan también en la nueva crisis mundial. La «genetización» de la degradación social se está extendiendo profundamente a las ciencias sociales y las humanidades. Ya en su publicación The Bell Curve, los científicos sociales estadounidenses Richard Herrnstein y Charles Murray han establecido un vínculo entre “Raza, Genes y Coeficiente Intelectual” que define pseudobiológicamente a los negros estadounidenses fuera de la «élite cognitiva».

La construcción de un «coeficiente de inteligencia» es el vínculo entre el viejo y el nuevo discurso de darwinización. En un debate «genético» altamente ideológico, podemos ver cómo, ante el repetido aumento de las «clases peligrosas» de pobres «desempleados» en el capitalismo global de crisis, los eugenistas y los topógrafos craneales del siglo XIX y principios del XX vuelven -bajo la apariencia de una «ciencia genética de la selección»-, a definir de nuevo a los «criminales natos», a los «subhumanos» y a la «vida indigna de vivir» a finales del siglo. Es previsible que en un futuro próximo se nos presente un «gen de la criminalidad» o un «gen de la pobreza». Y la invención de un destino social anclado genéticamente llega, naturalmente, en el momento oportuno para la política neoliberal de recorte de gastos sociales. No es la forma capitalista la que se pone en tela de juicio y somete a crítica, sino los seres humanos «sobrantes», que vuelven a ser vistos cada vez más como «existencias que son una carga». Lo que es un consenso clandestino en el seno de la sociedad ya está siendo abiertamente ejecutado por las bandas neonazis sobre los sin techo y los discapacitados.

En la misma medida en que la biologización y la naturalización de la sociedad comienzan a inundar de nuevo la conciencia de crisis del capitalismo y a flanquear la selección social neoliberal, esta tendencia asesina se convierte nuevamente en una pseudocrítica derechista y fascista del liberalismo y de la «economización del mundo» capitalista. En una compulsión patológica de repetición, la nación «étnica» [völkische] y la «raza» [Rasse] se desplazan como contraimágenes fantasmáticas de una crítica radical de la economía que el marxismo del movimiento obrero jamás logró realizar.

En este sentido, no es menos «alemana» lo último de la «nueva derecha» francesa, cuyo mentor Alain de Benoist está en un trip nazi desde finales de los años 70; encubierto bajo una supuesta inocencia que se imagina libre de Auschwitz. De Benoist no deja nada de lado; se regodea con el fantasma del «indogermanismo», y para él la «raza» es un hecho positivo, «marcado» por la «frecuencia media de algunos genes (!) que establece características o predisposiciones físicas, patológicas y psicológicas para una población determinada» (de Benoist 1983, 53). Siguiendo al biólogo estadounidense Robert Ardrey, declara que los seres humanos son «carnívoros con grandes cerebros» (op. cit., 362), en cuyo ser los criterios de competencia están biológicamente inscritos:

«Nuestro más antiguo ancestro fue un depredador. Su naturaleza depredadora es lo más seguro que hemos heredado. El ser humano no es descendiente de un ángel caído, sino de un antropoide (altamente) evolucionado. Es un depredador» (de Benoist, op. cit., 362).

Lo que se presenta como una crítica al liberalismo no hace más que repetir sus supuestos axiomáticos desde Hobbes en adelante, pero bajo una forma agravada, ya que desde el siglo XIX se ha superpuesto ideológicamente a la competencia económica y se ha propagado como una darwiniana «continuación de la competencia por otros medios» entre «razas», «pueblos» y «naciones». Y a De Benoist no se le «expulsa de la sala» por revivir ese liberalismo racista mitificado, sino que se le toma en serio como un radical de derechas aceptable para la burguesía y se le invita a los congresos científicos con el gesto de la tolerancia. El resucitado Adolf Hitler habla aquí en francés. Pero, por supuesto, también hace tiempo que volvió a hablar en alemán. En la patria de la pseudocrítica irracional-romántica y racial-biológica de la modernidad, este demonio de la «ideología alemana», con el que la invención burguesa-liberal de la «nación» ha sido ennoblecida desde Herder y Fichte al estatus de un ser sanguíneo suprahistórico y opuesto a la desdeñosa democracia occidental de Mammon, se levanta de su lecho de noche como reacción a la crisis capitalista tras el «fin del marxismo» con una consistencia asombrosa.

Ahora se paga amargamente el hecho de que la izquierda, a pesar de Auschwitz, nunca entendió realmente este derivado demoníaco del liberalismo ni lo criticó hasta el final. Más aun, el contenido antisemita de los utopistas y la contribución del propio socialismo a la darwinización de lo social y a la ideología de la sangre en general permaneció oculto, al igual que no se expuso críticamente la raíz liberal del marxismo en el movimiento obrero como tal. También en este aspecto, la «nueva» izquierda de 1968 no superó a la vieja izquierda del movimiento obrero. Después de haber tematizado brevemente el fetichismo moderno del sistema de producción de mercancías, el carácter destructivo e irracional del «trabajo» abstracto y la racionalidad de la economía empresarial, la integración funcionalista de la ciencia, etc., pero sin haber cruzado este Rubicón, su encarcelamiento en la «jaula de hierro» de las categorías capitalistas estaba sellado, y no sólo en el plano de las formas económicas.

Dado que la crítica de la izquierda al capitalismo fue demasiado miope y no alcanzó sus fundamentos categóricos, la «nación» quedó exenta de crítica, de la misma manera en que lo hizo el trabajo abstracto; no fue un problema para la izquierda que el crimen contra la humanidad acechara en esta categoría como tal y que después de Auschwitz no sólo la «nación alemana» sino la «nación» en general tuviera que ser rechazada desde la base como una forma capitalista de la sociedad. En cambio, la «nación» se introdujo de contrabando en el debate de la izquierda a través de la mitificación de los «movimientos de liberación nacional» en la periferia capitalista y pudo utilizarse junto a la «democratización» como un concepto positivo. El viejo nacionalismo socialista que se había adaptado de esta manera desde 1848 podía así cargarse positivamente para su propia nación burguesa, en el sentido de la construcción de la RDA como una «nación alemana socialista». Después de 1989, lo único que quedó de él fue la «nación alemana», al igual que, por cierto, lo único que quedó del socialismo de Estado en toda Europa del Este fue el nacionalismo como forma de decadencia.

Si la «disputa de los historiadores» de los años ochenta, cuando Ernst Nolte -paralelamente a la incipiente crisis de la Tercera Revolución Industrial- presentó su pérfida rehabilitación del nacionalsocialismo en nombre de una legitimación democrática anticomunista, parecía todavía un avance del pensamiento conservador de derechas -combatido por la izquierda como siempre-, desde entonces la «ideología alemana» ha irrumpido en los procesos de descomposición de la izquierda de una manera que probablemente no se creía posible unos años antes. Esto es tanto más significativo cuanto que esta transición tuvo lugar en un clima social que difícilmente puede ser malinterpretado. El colapso de la RDA y la anexión de su territorio a la RFA, celebrada como «unificación alemana», fue ya un momento de la (negada) crisis mundial del sistema productor de mercancías; y así, «unificación alemana», crisis socioeconómica y formas de reacción racistas se fundieron en un complejo global de «agitación de masas»: en nombre de la comunidad de sangre, la gente volvía a ser perseguida, quemada y golpeada hasta la muerte en Alemania a finales del siglo XX. Estos «excesos» de las bandas de ultraderecha, como se ha señalado suficientemente incluso en los comentarios medianamente críticos, encuentran un beneplácito silencioso y no reconocido entre la «mayoría silenciosa» en el «centro» de la sociedad. Y, especialmente en Alemania del Este, ha surgido una cultura pop y de masas francamente neonazi como triste residuo de la RDA.

Cuanto más se minimiza, se niega y se distorsiona ideológicamente la crisis mundial de la Tercera Revolución Industrial, más masivamente vuelve a entrar en la conciencia social el síndrome antisemita, que nunca ha desaparecido del todo. Este antisemitismo, que es el peor de todos los demonios de la modernidad, lleva al extremo la explicación irracional del mundo y de la crisis, y se agita en el contexto del capitalismo de casino mucho antes del debido colapso financiero mundial. Así, por cuarta vez en la historia del desarrollo capitalista, desde las revueltas del hep-hep[1] de principios del siglo XIX, los estallidos de odio antisemita y los pogromos acompañan la crisis y el despegue del capital financiero. Paralelamente a la estructura del capital monetario transnacional, el antisemitismo se está globalizando como nunca antes: desde el Atlántico hasta los Urales, e incluso en Japón, florece la agitación contra las comunidades judías; e incluso Louis Farrakhan, el líder de los influyentes «musulmanes negros» de Estados Unidos, predica diatribas de odio antisemitas. También en Alemania es evidente las pocas consecuencias que se han extraído de Auschwitz, a pesar de todo el falso melodrama que se ha hecho al respecto.

Aunque los «signos de los tiempos» pueden entenderse con bastante claridad, la izquierda socialmente desarmada se apropia fantasmagóricamente de los espectros ideológicos de la crisis capitalista. Por un lado, el discurso de la «democratización» ha producido consecuentemente esa izquierda-Armani que hoy co-administra responsablemente la crisis capitalista y la represión social. Mientras acorta la vida de los beneficiarios de la asistencia social y de los desempleados en todos los sentidos, esta antigua izquierda estatista lanza al circo político mediático palabras de plástico que sólo indican lo irreal que empieza a ser la política: la «comunidad democrática de naciones», en armonía con una «Europa democrática y una economía de mercado» y un «patriotismo constitucional» alemán habermasiano, se supone que destierra los demonios que surgen del interior de esta misma democracia y revelan su falsedad. Pero en este «patriotismo constitucional» sigue estando presente la misma «nación» como categoría positiva que constituye el término de referencia central para todas las declaraciones irracionales de crisis y las campañas de exclusión racista. De este modo, la izquierda democrática de Armani contribuye a la darwinización de la conciencia social, al igual que lo hace con su naturalización neoliberal de la economía capitalista. En Alemania, esto nunca ha sido más evidente que en el debate sobre la reforma de la ley de ciudadanía. El tibio plan del gobierno de la izquierda «rojo-verde», que no quería abolir en ningún caso la comunidad de sangre y ascendencia alemana legalmente codificada, sino sólo modificarla, terminó, tras una masiva y exitosa campaña de movilización de los conservadores por el derecho de sangre, con un compromiso podrido que no tocaba decisivamente el fundamento étnico de la democracia alemana.

Por otra parte, una parte de la izquierda de 1968, con su referencia positiva a la «nación», se convirtió en el marcapasos directo de un nuevo discurso de dominación y exclusión nacional. La «nación alemana» se descubrió como un objeto del corazón que hay que hacer valer contra la globalización capitalista. Bernd Rabehl, antiguo portavoz de la revuelta estudiantil, surgió como profeta étnico-nacional, al igual que Horst Mahler, antiguo abogado y mentor de la «Fracción del Ejército Rojo» (RAF). En una «revolución cultural de derechas», la nueva derecha y la antigua izquierda están estrechamente unidas.

Mientras que en este clima la izquierda «constitucionalmente patriótica» de Armani y del «nuevo centro» ejecuta las leyes fetichistas del dinero, la izquierda étnica devenida en nacionalista, junto con los neonazis, revitaliza la falsa crítica racista y antisemita del dinero que siempre conduce al asesinato. Cada vez más escritores destacados de la RFA se adhieren al irracionalismo nacional-racista. Después de que la figura literaria Botho Strauß ya hubiera declarado su apoyo a los motivos y mitos reaccionarios de una «crítica del capitalismo» nacionalista con una polémica bautizada como «Canción de la cabra crecida», el novelista alemán Martin Walser le prestó su apoyo con motivo de la concesión del «Premio de la Paz del Comercio del Libro Alemán» a su persona:

«Todo el mundo conoce nuestra carga histórica, la vergüenza eterna, no hay un día en que no se nos presente […] Ninguna persona seria niega Auschwitz; ninguna persona que aún es capaz de razonar deja de tomarse en serio el horror de Auschwitz; pero cuando este pasado se me presenta cada día en los medios de comunicación, noto que algo en mí se resiste a esta presentación permanente de nuestra vergüenza. En lugar de agradecer la incesante presentación de nuestras (!) vergüenzas, empiezo a mirar hacia otro lado (!).  Me gustaría entender por qué en esta década se presenta el pasado como nunca antes. Cuando me doy cuenta de que algo dentro de mí se opone a esto, intento escuchar los motivos de la presentación de nuestra vergüenza, y casi me alegro cuando pienso que puedo descubrir que la mayoría de las veces el motivo ya no es el recuerdo, el no poder olvidar, sino la instrumentalización de nuestra vergüenza para fines actuales […]  A alguien no le gusta que queramos superar las consecuencias de la división alemana y dice que estamos haciendo posible un nuevo Auschwitz. Incluso la propia división, mientras duró, fue justificada por intelectuales autorizados con referencia a Auschwitz […] En 1977 tuve que dar un discurso no muy lejos de aquí, en Bergen-Enkheim, y aproveché la oportunidad para hacer la siguiente confesión: «Me parece intolerable que la historia alemana -por muy mala que fuera al final- acabe en un proyecto catastrófico» [. …] Esto viene a cuento porque ahora vuelvo a temblar de osadía cuando digo: Auschwitz no es apto para convertirse en una rutina amenazante, en un medio de intimidación que pueda utilizarse en cualquier momento, o en un garrote moral, o incluso en un simple ejercicio obligatorio […]» (Walser 1998, 17 y ss.).

Involuntariamente, Walser explica con ese discurso que la actual «identidad nacional» alemana  sólo puede conducir a «estar harto de que se nos recuerde constantemente Auschwitz». Es el estereotipo del antisemita disfrazado: «Auschwitz fue un crimen, pero…», ese «pero» que alberga un abismo, es la mitad de la excusa anticipada de los reincidentes y la confesión de que hay algo decididamente más importante que Auschwitz, a saber, la «nación alemana». Walser cree que está «temblando de audacia» cuando dice cosas que en verdad han sido durante mucho tiempo el consenso de la «mayoría silenciosa» y que, ahora, se abren paso desde la penumbra de los discurso de cerveza en las mesas de los pubs hasta el procesamiento abierto de la crisis social. Inmerso en su particular descubrimiento literario del sentimentalismo nacional, no se da cuenta (o no quiere) de los cambios en la conciencia social -mediados por la crisis de la Tercera Revolución Industrial- que así certifica, y de cómo la polémica de Walser refuerza la avalancha desatada por la polémica de Nolte. Julius Schoeps, director del Centro Moses Mendelssohn de Estudios Judíos Europeos, resumió el impacto de Walser y la controversia que le siguió con palabras secas:

«Hay un 15% de antisemitas abiertos en Alemania. Además, hay otro 30% de antisemitas latentes. Sólo se asustan cuando ocurre algo así. Entonces tenemos 17 profanaciones de tumbas a la semana. Lo normal en Alemania es una por semana» (Die Zeit 51/1998).

Esta apreciación es todo menos exagerada. La resonancia social me llegó en la Navidad de 1998, bajo el árbol de Navidad de la familia ampliada, donde nadie se consideraría nazi. Pero a última hora cayó la frase: «En una democracia se puede decir algo contra todo menos contra los judíos». Gracias a Nolte, Walser y otros, el monstruo vuelve a sentarse a la mesa con los pies en el suelo, en lo más profundo de los estratos de las clases medias, los sindicalistas y, no menos importante, los funcionarios, especialmente en el aparato de poder del Estado. Unos años antes, un discurso como el de Walser del otoño de 1998 habría sido completamente imposible en el contexto de la «cultura Suhrkamp». Tras el abandono de la crítica a la economía, que de todos modos nunca había sido especialmente fuerte en esta escena literaria, el discurso democrático de izquierdas se entrelaza involuntariamente con el discurso neo-nacional y neo-étnico en el «nivel más alto» del lenguaje literario y la filosofía.

Y, sin embargo, siempre hay alguien que se suma a esta tendencia. La estrella democrática y filósofo de moda Peter Sloterdijk, que también está en la transición de la reflexión sociocrítica a la renaturalización de lo social, divagó a finales del verano de 1999 sobre las Reglas para el parque humano como preludio de un discurso neobiológico sobre la «antropotecnia» genética; y lo hizo de manera aparentemente inocente. Como tantos intelectuales, Sloterdijk hizo las paces con el sistema de producción de mercancías, sus mercados de trabajo y sus contradicciones socioeconómicas autodestructivas incluso antes de 1989 (si es que alguna vez tuvo problemas con ellas); en la «Wirtschaftswoche»[2] incluso se postuló como asesor filosófico de la gestión transnacional. Así, el filósofo mediático ya no percibe los problemas del mundo en su contexto histórico y a través de la confrontación con el orden dominante; deja que el capitalismo sea el capitalismo y traslada la conciencia del problema a lo a-histórico onto-antropológico. Para eso precisamente sirvieron las desviaciones posmodernas vía Nietzsche y Heidegger.

Así, para Sloterdijk, no se trata de una crisis mundial de la forma de sociedad capitalista, sino de una crisis que surge periódicamente de la «naturaleza del ser humano»; una vez más, se repite la idea fundamental de todo el pensamiento burgués desde Hobbes en adelante, que considera el «estado de naturaleza humano» como una «guerra de todos contra todos». Así, cuando Sloterdijk habla de la «domesticación» del ser humano, no se trata de una metáfora de la degradación social y la interiorización de la disciplina capitalista, sino que lo dice en un sentido biológico terriblemente literal; se trata, como dice explícitamente el texto publicado, de una cuestión de «crianza» (Sloterdijk 1999). El resultado de tal pensamiento no puede ser la cuestión de la emancipación social de las relaciones sociales fetichistas, ni el programa de subvertir el disciplinamiento capitalista, sino, por el contrario, «la cuestión de la conservación y de la formación del ser humano» (loc. cit.). La historia aparece así, si no como una «disputa entre diferentes criadores y diferentes programas de reproducción», sí como expresión de una «deriva biocultural sin sujeto (!)» (loc. cit.).

Que la «reproducción humana» se entienda de forma más bien positiva queda claro a más tardar cuando Sloterdijk interpreta la ola de violencia en las escuelas del mundo occidental no como una forma de salvajismo de la competencia capitalista, sino como una ominosa «desinhibición»,  para la que quizá cabría esperar «éxitos de domesticación» en la perspectiva de una «reforma genética de las características de la especie (!)» (loc. cit.) a través de una «planificación explícita de los rasgos» (loc. cit.). Esta ha sido la última palabra del mundo conservador pequeñoburgués de los altos ingresos de los administradores del Estado y del hombre durante más de cien años en cada crisis: la biologización de los problemas sociales es, al mismo tiempo, su solución.

Según Sloterdijk, no se trata de la emancipación social de la «bella máquina» del fetiche del capital, sino de una «lucha titánica … entre los criadores» (op. cit.), lo que recuerda inmediatamente el mismo vocabulario utilizado por Spengler con su «gente de raza dura como el acero». Y no se detiene ahí: se invoca el «mantenimiento de los humanos…. como tarea zoopolítica», el «arte de mantener a los humanos» (loc. cit.), fundado en el «conocimiento de la crianza real» de una «realeza experta» para la «planificación de las características de una élite que debe ser criada específicamente por el bien del conjunto» (op. cit.). Estas medias frases no necesitan ningún contexto para su correcta comprensión, aunque Sloterdijk pretenda referirse sólo a Nietzsche y a Platón (en todo caso de forma acrítica); aquí se da un tono inconfundible que no tiene que esperar mucho para el eco rotundo en el «centro» de la sociedad de la crisis capitalista. El hecho de que Sloterdijk sitúe también estas monstruosidades bajo el signo del «libre albedrío» deja claro el parentesco de tales «discursos sobre la tutela y la crianza de los seres humanos» con las ideas democráticas liberales y originales de un Bentham, para cuya panóptico habrían sido un enriquecimiento. El «autocontrol», en lugar de la liberación, funcionaría de forma más infalible con un anclaje biológico, genético -en lugar de meramente pedagógico y punitivo-, de las «huellas del comportamiento».

Cuanto más se enorgullece Sloterdijk, más claro queda, como él mismo admite, que este «nocturno filosófico»[3] le llegó, como por ósmosis, del discurso catastrófico interno de la Tercera Revolución Industrial. La inconfundible proximidad con la «eugenesia» y la «higiene racial», que el autor sólo evita de pasada y de forma inverosímil porque de todos modos argumenta a-históricamente, apunta aún más descaradamente al contexto de la constelación de la crisis en la época de la Guerra Mundial, que se repite ahora con mucha más intensidad  y con un nivel de poder de acceso biotecnológico incomparablemente mayor. Sloterdijk, que ya no quiere formular la emancipación social y promete convertirse en el hermano intelectual de un tal de Benoist, ha acabado, en consecuencia, en la «biopolítica» del «superhombre»; con ello sólo demuestra que quien no quiera pensar en la línea de Marx debe seguir pensando en la línea de Bentham, Sade, Malthus, Darwin y Nietzsche (con su división de la humanidad en «élites llamadas a gobernar», «materiales» y masas «superfluas»).

No obstante, precisamente porque este pensamiento carece de concepto del límite económico interno del desarrollo capitalista, tampoco comprende que la manipulación genética «biopolítica» prevista en lugar de la política social emancipadora, aunque no termine -como cabe esperar- en catástrofe, debe quedar en nada en términos de tecnología de la dominación. Pues la Tercera Revolución Industrial disuelve cada vez más la «sustancia del trabajo», y reduce así a la valorización del valor ad absurdum, independientemente de que las personas quieran seguir existiendo bajo esta forma de servidumbre voluntaria o incluso mediante anclajes «biopolíticos y/o genotecnológicos». En este último caso, el resultado no sería un buen funcionamiento, sino que los seres humanos «criados» se encontrarían en la misma situación que las vacas en los pueblos abandonados de las regiones en guerra civil, que perecen miserablemente porque ya no son ordeñadas.

Incluso considerada de manera inmanente, la desagradable idea de la «crianza humana» es un sinsentido: la autocontradicción socioeconómica del modo de producción capitalista no puede ser «descrita» biológicamente ni por el lado del siervo ni por el del amo. ¿Y qué tipo de «superhumano» [Übermensch] sería aquel que pudiera reproducirse mediante tecnología genética? En cualquier caso, la capacidad de reflexión crítica y autorreflexión no es una función biológica, sino el resultado de un procesamiento discursivo de los procesos sociales. A lo sumo, mediante la manipulación genética, se podrá saltar cinco metros de altura y calcular más rápido que cualquier ser humano real (pero nunca tan rápido como un ordenador), o hacerse resistente a los residuos tóxicos de la economía de mercado, como ciertas poblaciones de ratones; en cambio, querer hacer algo así con uno mismo ya presupone una estupidez incomprensible en términos reflexivos. ¡Qué élite «superhumana»! Con su retórica «biopolítica», Sloterdijk demuestra que ya se ha despedido de la intelectualidad reflexiva y pasa a la bestialidad social de la ciencia natural socialmente actuante. Esto es munición para la deshumanización en la competencia de la crisis social, pero no un camino hacia ningún futuro.

Ante tales proyectos biologicistas de «Zaratustra», la intelectualidad democrática de Habermas da la voz de alarma, que, sin embargo, no va hacia ninguna parte. ¿De dónde viene toda esta bestialidad, si no es de las mismas entrañas de su amada «economía de mercado y democracia»? Lo que se necesita es una crítica radical emancipadora de la democracia, que no es más que un modo autorrepresivo de la ciega máquina de dinero capitalista.  Incluso la intelectualidad democrática de Habermas nunca ha tomado una posición fundamental contra la vergüenza y la desgracia de la existencia de los «mercados de trabajo»; ni siquiera entiende por qué debería haber alguna vergüenza y desgracia en ello. Ciertamente, no quiere admitir la autodestrucción lógicamente programada e irreversiblemente agravada de la «economía de mercado y la democracia», en la que se hace visible la imposibilidad de continuar la reproducción social a través de los «mercados de trabajo».

En estas circunstancias, ¿qué vale todavía la alarma de una intelectualidad democráticamente «domesticada» contra el nuevo biologicismo y el darwinismo social? Nada. Porque es el eco de su propia historia el que resuena en los oídos de la intelectualidad republicana burguesa. La triste celebración de la democracia de la Paulskirche de 1848 siempre ha negado que es precisamente desde allí que el rastro conduce a los nazis. Las «ideas de 1848» fueron las precursoras de las «ideas de 1914»; el democratismo fue de la mano del nacionalismo desde el principio. Así, a los intelectuales de la izquierda democrática se les pasa hoy de nuevo la factura por no haber cruzado nunca el Rubicón de la crítica categórica al sistema moderno de producción de mercancías. ¿No debería hacerles reflexionar el hecho de que en la «cultura Suhrkamp»[4] sus obras estén ahora al lado de las de los nuevos nacionalistas, etnicistas y biólogos alemanes?

Frente a las bolas de demolición social de los neoliberales (incluidos los partidos de la casa de la izquierda «rojo-verde» y sus héroes de las «exigencias de la razonabilidad») y frente al nuevo nacionalismo étnico y al biologicismo, Habermas sólo puede defender el manual de estudios sociales democráticos de los tiempos del milagro económico, mientras que, al mismo tiempo, él y los suyos quieren estilizar las acciones de apaciguamiento de la policía mundial de los «leviatanes democráticos unidos» como si se tratara de una nueva «política interna mundial» de «derechos humanos» (por medio de bombardeos localizados, entre otras cosas). Todo esto recuerda desesperadamente a las recomendaciones de las autoridades de defensa civil durante la Guerra Fría acerca de mantener un maletín sobre la cabeza después de una explosión nuclear. Es la propia «política democrática», con su frenesí de configuración sin sentido en relación con lo que todavía era «desastre» e «ilusión» para Adorno, la que, al final de la esclavitud del mercado laboral, se transforma en los fantasmas anti-humanos de la «biopolítica» y la «política de las especies». Sloterdijk puede mofarse: «La teoría crítica ha muerto» (Die Zeit 37/1999). Contra los discursos deshumanizadores de Nolte, Strauß, Walser y Sloterdijk, que surgen de las flagrantes contradicciones internas de la modernidad en descomposición, y que, en cualquier caso, tienen a las audiencias democráticas de su lado, las escrituras rúnicas de hipocresía histórica y social que apoyan al Estado no pueden ser un antídoto.

Por supuesto, no se trata de una constelación exclusivamente alemana, aunque tiene sus raíces históricas en Alemania. En todo el mundo, y de forma más flagrante en las regiones económicamente colapsadas, la imposibilidad de supervivencia en el capitalismo, negada por la fraseología democrática, se traduce en las formas de exterminio de la competencia nacional, «étnica» y pseudobiológica. Como la otra cara de la economía corporativa transnacional, el pensamiento en categorías de locura étnica está floreciendo en todas partes de la tierra. Pero, aun así, la historia no se repite como una imagen en el espejo. El déficit democrático se reconoce también en el hecho de que se juzga mal el carácter de la barbarie amenazante. El totalitarismo político de la primera mitad del siglo XX, que no fue entendido como el prototipo del totalitarismo económico de las democracias de posguerra, aparece, precisamente por ello, como un peligro de repetición inmediata. En realidad, estamos ante el proceso contrario: el totalitarismo económico de las democracias se está desintegrando en metralla pseudopolítica.

La particularización de la sociedad capitalista es imparable, precisamente en su desaparición. El resurgimiento del darwinismo social también se filtra a través del revitalizado paradigma microeconómico. Si la primera naturalización y biologización burguesa de lo social a finales del siglo XVIII y principios del XIX se produjo bajo el impacto del individualismo liberal, y el apogeo de las ideas del darwinismo social y de la «higiene racial» un siglo más tarde coincidió con el auge del Estado regulador imperial y la modernización de las dictaduras, la biologización, etnización y otras radicalizaciones posmodernas de la competencia en el umbral del siglo XXI resultan ser la continuación de la economía empresarial por otros medios. Por lo tanto, ya no se trata de la producción dictatorial o democrática de una unidad social, de una universalidad productora de mercancías. En cambio, paradójicamente, incluso el nacionalismo étnico resulta ser una especie de secta en la sociedad transnacional de la crisis.  La dictadura ya no es una estructura orwelliana universal, sino que aparece ella misma en una forma particular, porque ahora sólo puede ejecutar el proceso de disolución social, en lugar de formar el corsé obligatorio para una formación social.

El «discurso apocalíptico» que resulta de esta disolución ha producido sus conclusiones que se irradian a Europa, especialmente en Francia. Mientras que en Alemania el conformismo democrático estatalista y el fantasioso discurso etnobiológico ocupan el debate, en Francia la nueva cualidad se percibe con más fuerza en la decadencia casi corporativa de lo político. El politólogo francés Jean-Marie Guéhenno, partidario de la idea fantasmática de un nuevo «imperio» que funcione según los principios «asiáticos» y que supuestamente surgirá de la desintegración de los Estados nación burgueses, habla lógicamente de «El fin de la democracia». Fiel a la teoría de sistemas y el modelo cibernético, la nueva estructura imperial se supone «sin centro», manteniendo las formas de relación social capitalista en estructuras atomizadas:

«Los empleados individuales de una empresa moderna están demasiado aislados para que surjan lazos de solidaridad entre ellos, demasiado desarraigados para encontrar en la noción de clase social una respuesta a su deseo de pertenencia […] El calor reconfortante de un grupo homogéneo y simplista es entonces una tentación natural. Para quienes la idea de nación les resulta cada vez más abstracta, para quienes están excluidos de la integración en la empresa, para quienes la empresa los aísla en lugar de conducirlos a la comunidad, el grupo puede aparecer como el marco natural en el que todos encuentran su identidad. El ser humano moderno -desligado de un territorio, «nómada» y, sin embargo, atrapado en una función, privado de una ubicación que pueda dar sentido a su trabajo, un nudo tejido, reproducido sin cesar desde la sociedad y, sin embargo, siempre solitario- está así condenado a encontrar su particularidad en la búsqueda de sus orígenes. Los necesita para poder compartir con otros, también «especiales», el sentimiento de una pertenencia común» (Guéhenno 1994, 70 ss.).

Aunque la «idea de la nación» parezca abstracta como tal, puede adherirse a «grupos» o más bien a bandas que no necesitan más que una imagen enemiga. El viejo discurso burgués de la aniquilación, al contemplar a las masas de las «clases peligrosas» como potencial o manifiestamente «superfluas» desde el punto de vista de las élites funcionales transnacionales, aparece también en estas mismas masas como la definición «microsocial» rampante de un «nosotros» irracional frente a los «otros» a aniquilar. En las condiciones de una economía corporativa globalizada, tales definiciones ya no tienen ninguna capacidad de generalización social; a lo sumo, los «políticos mediáticos» demagógicos del tipo de un Reagan en Estados Unidos, un Haider en Austria, un Berlusconi en Italia o, por el contrario, un Blair en Gran Bretaña y un Schröder en Alemania pueden captar votos con ellas. Estas figuras un tanto virtuales ya no son «líderes» de un movimiento de masas real. En cambio, bajo el firmamento de los medios de comunicación, se forman esos grupos o bandas con muchos pequeños «caudillos» [«Führer»] a través del proceso de crisis, que ya no tienen un proyecto social, un «imperio», una pretensión imperial.

La exclusión y el exterminio de los «otros» se produce a nivel «molecular» paralelamente a la diferenciación de la economía empresarial transnacional. Esta forma molecular de darwinización puede adoptar muchas caras. Las imágenes del enemigo y los objetos de exterminio llevan los nombres de siempre o incluso nuevos: judíos, extranjeros, discapacitados, personas de color, «antisociales», no humanos, subhumanos… Pero quién entra en su ámbito, eso lo determina la banda respectiva. También puede tratarse de las personas de la región vecina o de los vecinos del otro bloque de pisos o de los miembros de otras bandas rivales. Y el concepto de estas bandas también debe definirse ampliamente. Pueden ser bandas juveniles y callejeras, bandas de ladrones comunes, conexiones mafiosas, milicias «étnicas» y sociedades secretas de todo tipo, pero también clanes familiares (especialmente en regiones del mundo donde esta estructura arcaica ha sobrevivido bajo la sociedad oficial, como en Oriente Próximo, Asia, África y partes de América Latina) y, por último, pero no menos importante, sectas religiosas.

El discurso biologicista y etnicista se mezcla con ideas religiosas eclécticas y un esoterismo caótico. Ideológicamente esto no es nada nuevo, basta pensar en la extraña mezcla en la mente del «Cromwell alemán» Erich Ludendorff. La novedad es que estos sincretismos salvajes ya no pueden sintetizarse socialmente en las condiciones del capitalismo de crisis globalizado. Los nuevos Hitlers no son más que jefes de bandas, milicias o incluso sectas y ejercen ellos mismos su reino del terror a escala molecular. Mientras que en ciertos distritos o regiones las bandas étnicas o las milicias persiguen a los «otros étnicos», estos programas de exclusión y asesinato a menudo son paralelos o se solapan con las luchas religiosas entre sectas (por ejemplo, en Kosovo, el Cáucaso, etc.).

Estos fenómenos de «guerra civil molecular» (Hans Magnus Enzensberger) se han extendido desde hace tiempo a los países industriales centrales. Ya sea que en Alemania del Este las bandas etnicistas instalen depósitos de armas, que en Londres las sociedades secretas racistas realicen atentados con explosivos contra la gente de color, o que, en Estados Unidos, Suiza, entre otros, las sectas suicidas y apocalípticas hagan estragos, que los jóvenes magos negros y los adoradores de Hitler lleven a cabo «masacres en las escuelas», etc., todos estos acontecimientos van en la misma dirección. Las notorias sectas suicidas representan, por así decirlo, la versión pandillera del Amok[5] individual, con la variante más agresiva de las sectas apocalípticas, que, con atentados terroristas completamente sin rumbo, van incluso más allá de la acción étnico-racista (que, sin embargo, también suele estar en el fondo entre ellas). Estas puntas de lanza de la locura social también provienen del «centro» de la sociedad. Esto es lo que dicen de la secta japonesa Aum Shinrikyo, que se hizo famosa por su ataque con gas venenoso en el metro de Tokio:

«La secta incluye a algunos de los jóvenes más prometedores e inteligentes de Japón […] Una curiosidad particular es que Fumihiro Joyu, el portavoz de la secta de 32 años, es ahora adorado por los adolescentes de todo Japón y se ha convertido en la estrella mediática número uno de la noche a la mañana. Las jóvenes y las mujeres de todo Japón están enamoradas de este licenciado en ingeniería, bien presentado y de buen hablar, procedente de una de las universidades de élite del país, la Universidad de Waseda […] El líder de la secta, Shoko Asahara, de 40 años de edad, fue detenido en relación con los atentados con gas subterráneo, junto con más de un centenar de miembros de alto rango de la secta. Asahara […] es el sexto de los siete hijos de un pobre fabricante de tatamis. Sus jovencísimos ayudantes se han graduado en las universidades más famosas de Japón (como Tokio, Keio y Waseda). Y para el gobierno fue un shock y al mismo tiempo una vergüenza cuando se supo que 30 soldados del ejército japonés eran miembros de la secta […]» (Naisbitt l995, 69 y ss.).

Ni las distintas bandas demoníacas [Dämonen-Banden] reclutan unilateralmente entre los que ya han caído de una u otra forma, ni son un mero fenómeno surgido del discurso de exterminio de los de dentro del sistema contra los de fuera. Más bien, son una mezcla de grupos sociales, personajes y motivaciones que se han vuelto muy inestables. Allí donde el Estado democrático se retira bajo «reserva de financiación», surgen «territorios grises» de terror que complementan el terror del Estado democrático y lo continúan en formas «moleculares». El alto ejecutivo y publicista francés Alain Mine ve surgir una «Nueva Edad Media» en estas formas decadentes de la civilización capitalista:

«Desde Hegel, hemos creído que el Estado es el objetivo final natural de toda organización social. ¡Error! Ocurre que los Estados se retiran a contracorriente como la marea y revelan realidades bastante extrañas […] ¿Existe un camino más corto para volver a la Edad Media que el que pasa por el creciente número de zonas al margen de cualquier autoridad legal? […] normes zonas vuelven al estado de naturaleza; en medio de las democracias más avanzadas, la anarquía vuelve a extenderse; la mafia ya no aparece como un fenómeno arcaico que pronto desaparecerá, sino como una forma social cada vez más extendida; los barrios urbanos dejan de estar sometidos a la autoridad del Estado y derivan hacia una preocupante situación extraestatal […] Nuevas bandas armadas, nuevos saqueadores, nueva ‘terra incognita’: no faltan los ingredientes para una nueva Edad Media […] Pero nuestras instituciones aún no son conscientes de esta convulsión: no se dan cuenta de que ocupan una posición minoritaria en todo el mundo y de que, incluso en Occidente, se pierden una parte cada vez mayor de la sociedad […]» (Mine 1994, 71 y ss.).

Estos reflejos se deslizan sobre una superficie opaca. Por supuesto, la «Edad Media» es sólo una metáfora, y probablemente una metáfora inapropiada. Lo que llamamos «Edad Media» con un término epocal vacío fue una civilización agraria cuyos defectos no se discuten aquí. Lo que Mine y otros describen, en cambio, es un proceso de descivilización que el capitalismo desencadena necesariamente al final de su frenético «desarrollo». La «tolerancia cero», como es de esperar, no apacigua a la sociedad, sino que se convierte en un factor de disolución acelerada de la misma. Los «aparatos de seguridad» empiezan a decaer y a pudrirse desde dentro; cada vez se diferencian menos de las bandas. Aparte de los aparatos estatales miserablemente pagados, que son víctimas de la corrupción y encajan en estructuras mafiosas, las empresas transnacionales forman sus propias culturas del terror. En los espacios de tránsito y en las «islas flotantes» de la economía empresarial transnacional surgen estados «desterritorializados» dentro del estado, al igual que en las «zonas grises» de las regiones abandonadas que se derrumban.

En el marco de una darwinización general del pensamiento y de un salvajismo de las relaciones sociales, «la economía de mercado y la democracia» se descompone en estructuras particularizadas de lucha «por la existencia». Ya sean corporaciones transnacionales con ejércitos privados y servicios secretos propios, ya sean grupos mercenarios de corte corporativo y escuadrones de la muerte, ya sean milicias «étnicas», sectas apocalípticas o bandas neonazis: el mapa de la descivilización va tomando forma, mientras el circo mediático continúa inquietantemente y el discurso democrático de plástico es cada día más ignorante y hueco. Así como la democracia siempre ha sido precedida por el «cuarto poder» de la máquina capitalista, ahora, como resultado de las disfunciones irreparables de esa máquina en la Tercera Revolución Industrial, es sucedida por el «quinto poder» de las bandas. No hay una revuelta emancipadora, pero todo el mundo empieza a armarse.

La última ratio [razón última] de exterminio y autoexterminio es la primera y última palabra del capitalismo. Esta solamente podría llegar a considerarse como «apocalíptica» con ciertas condiciones. Porque las ideas religiosas y míticas del colapso del mundo en el pasado contenían siempre la promesa del surgimiento de otro mundo rejuvenecido. Sin embargo, los sacerdotes del sistema de terror económico de la «economía de mercado y la democracia» ya ni siquiera son apocalípticos -en el sentido original del témino-, a pesar de la incontrolable crisis mundial de este modo de producción y de vida. El espíritu del tiempo [zeitgeist] «biopolítico» de la competencia de odio embrutecida aparece como un Spengler renacido; y el Ragnarök neoliberalmente mediado podría tener éxito como destrucción «molecular» endémica de la sociedad humana en general. El credo del capitalismo [das kredo des kapitalismus], la mayor secta apocalíptica de todos los tiempos objetivada en sistema mundial total, reza así: «después de este mundo, no vendrá ningún otro».

Notas.

 

[1] Los disturbios de Hep-Hep de agosto a octubre de 1819 fueron pogromos contra los judíos asquenazíes, comenzando en el Reino de Baviera, durante el período de emancipación judía en la Confederación Alemana [N. del T.]

[2] Wirtschaftswoche es una revista económica fundada en 1926 con el nombre Deutscher Volkswirt.

[3] Referencia a la serie de Nocturnos de Chopin [N. del T].

[4]  Suhrkamp-Verlag es una importante casa editorial que dio forma a los debates intelectuales en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.

[5] Respecto del amok, Anselm Jappe señala lo siguiente: “El crimen se ha vuelto tan irracional y autorreferencial como la lógica económica —la acumulación tautológica de trabajo, valor y dinero— y la psique narcisista de los individuos. El amok en sus varias formas, es el ejemplo supremo de un crimen que ya no obedece a la realización de un interés, aceptando los riesgos, sino que, en este caso, la destrucción y la autodestrucción se convierten en fines en sí mismas. El odio del sujeto de la mercancía por el mundo y a sí mismo, normalmente latente, se hace aquí manifiesto, y por eso golpea con tanta fuerza a la opinión pública. Que después se añada una seudorracionalización política o religiosa es a menudo algo secundario: en el crimen gratuito se hace evidente el vacío fundamental que habita el individuo contemporáneo, en cuanto dominado por una economía que se ha vuelto loca” (Anselm Jappe, Ningún problema actual requiere una solución técnica. Se trata siempre de problemas sociales) [N. de T.].

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