Revuelta en la región chilena: un balance histórico-crítico.

(Versión actualizada)

Por Pablo Jiménez C.

Introducción[1]

Comprender y analizar la revuelta en la región chilena se vuelve cada vez más relevante en una sociedad capitalista sumida en una crisis socioecológica de carácter terminal[2], en el que la agudización de la miseria y la creciente precariedad de las condiciones materiales de sobrevivencia ha generado condiciones propicias para el estallido de revueltas sociales en diferentes regiones del planeta[3]. Particularmente porque en Chile se han movilizado todos los elementos sociales e históricos propios de la crisis estructural del capitalismo, y porque todos los mecanismos de contención propios del poder estatal de la sociedad capitalista tardía han sido desplegados para el combate de la revuelta, es decir, la mixtura entre un despliegue masivo de agentes militares y fuerzas represivas diversas con medios institucionales que filtran —a través de diferentes canales— las demandas inmediatas articuladas por las masas insurgentes dentro de los marcos fetichistas de la democracia y la socialización capitalista.

Como veremos en detalle más adelante, actualmente en Chile convergen, se condensan y agudizan todos los elementos de la crisis contemporánea del capitalismo: revuelta social, crisis de la sociedad del trabajo, desempleo, agravamiento del patriarcado[4], pandemia, cambio climático[5], etc. Por otro lado, en este contexto, ha devenido en elemento de suma importancia el análisis de la dimensión anticapitalista que, algunas veces de forma abierta, otras de manera subrepticia, manifestó la revuelta en diferentes momentos de su despliegue a partir del 18 de octubre de 2019. En consecuencia, en esta exposición esperamos trascender la mera cronología o enumeración de los acontecimientos que constituyeron la revuelta en la región chilena[6], y trataremos de indagar la esencia, el núcleo dinámico interno, del fenómeno social e histórico que constituye la revuelta chilena y, de esta manera, proceder a dilucidar tanto sus posibilidades de ruptura con el orden capitalista actualmente existente, así como comprender los límites de su praxis y los presupuestos necesarios de su superación.

Por consiguiente, con el objetivo de analizar la profundidad de la revuelta en Chile y las posibilidades que se abren a partir de su despliegue histórico, así como las lecciones que se pueden extraer para futuros enfrentamientos, se vuelve necesario caracterizar la sociedad capitalista contra la que dicha revuelta -consciente o inconscientemente- dirigió su actividad. Y es que nuestro propósito final es, a partir de la lectura crítica de la revuelta social en la región chilena, contribuir a sentar los fundamentos que permitan anticipar las medidas concretas que permitan responder a la pregunta acerca de cómo habrá de ser abolida la ley del valor, es decir, contribuir a plantear los presupuestos que permitirán entrever el contenido práctico de la emancipación social en nuestro siglo.

En este sentido, creo que es necesario comenzar este análisis caracterizando brevemente la crisis actual de valorización del capitalismo mundial, estableciendo así la importancia que posee este contexto histórico para una comprensión cabal de la revuelta en la región chilena[7]. Luego, se analizará el panorama histórico previo de la revuelta y el desarrollo práctico de la misma, para continuar con el nuevo escenario histórico que se abre con el fin de la revuelta y el comienzo de la crisis social y sanitaria derivada de la pandemia del Covid -19. Para finalizar,  se evaluarán las consecuencias de la continuidad difusa de la protesta social en medio del estado de excepción constitucional de catástrofe y, por último, realizando algunas reflexiones vinculadas al presente actual que ejercen a modo de síntesis y conclusiones que se derivan de los análisis anteriores.

  1. La crisis de valorización del capitalismo mundial.

La corriente teórica conocida como Nueva Crítica del Valor —que agrupa tanto a la Wertkritik vinculada al Grupo Krisis, como a la Wertabspaltungkritik de la Revista Exit, entre otros autores/as[8] es fundamental para comprender el proceso contemporáneo de crisis socioecológica del capitalismo mundial. Esta corriente se destaca por considerar al valor mercantil como el principio de síntesis social de la modernidad capitalista -retomando los análisis más radicales de Marx al respecto-; un a priori social inconsciente que determina las formas del pensar y del actuar[9] En este sentido, tal como señalaba Robert Kurz en su Colapso de la modernización, el sistema del dinero puede ser comprendido como el sistema totémico secularizado y reificado de la modernidad capitalista que —tal como el tótem antiguo— va de la mano con su respectiva ética represiva.

Es decir, la sociedad capitalista es una sociedad organizada de manera fetichista, que no se debe a ninguna planificación prestablecida de antemano por los productores, sino que es el resultado de la actividad de productores privados separados que intercambian los productos de su actividad en una esfera anónima que denominamos mercado[10]. En el capitalismo, la igualdad de trabajos privados completamente heterogéneos —así como la igualdad de los individuos que efectúan tales trabajos—, solo puede llegar a ser socialmente válida a partir de una abstracción efectiva de su desigualdad real[11]. De esta manera, el puro gasto abstracto de energía humana se convierte en el principio nivelador de toda actividad humana: “si un artesano elabora un cuchillo en media hora y una máquina lo hace en diez segundos, el valor del cuchillo en el mercado queda reducido a diez segundos de tiempo de trabajo”[12]. Por ello, en la sociedad capitalista toda mercancía posee necesariamente una doble naturaleza: es simultáneamente un objeto útil que satisface alguna necesidad, un valor de uso; y el envoltorio concreto de una cantidad de trabajo abstracto, un valor de cambio. Esta naturaleza dual de la mercancía es resultado de la naturaleza también bifacética del trabajo que produce mercancías, su doble naturaleza de trabajo concreto y trabajo abstracto[13]. Como afirma Jappe: “Es esta doble naturaleza de la mercancía y el trabajo que la ha producido la que Marx sitúa al comienzo de su Capital y de la cual deduce todo el funcionamiento del capitalismo”[14].

La forma de mercancía que necesariamente adquieren los productos de la actividad humana en el capitalismo, proyecta ante los seres humanos el carácter social de su propia actividad como una objetividad inherente a los productos del trabajo, esto es, como si fuesen propiedades naturales de ellos: “refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global como una relación entre objetos, existente al margen de los productores” [15]. Nos encontramos ante una inversión de la realidad social, y es únicamente mediante este trastrocamiento que los productos de la actividad humana pueden convertirse en mercancías, en objetos que devienen en el envoltorio material de una relación social de producción, “en cosas sensorialmente suprasensibles o sociales”[16]. Por consiguiente, la relación social recíproca entre los productores privados que se realiza a través del intercambio de sus productos, merced al hecho de que son actividades privadas ejercidas independientemente las unas de las otras, adopta para ellos “una forma fantasmagórica”[17]. De allí que Marx denomine a esta “fantasmagoría” -en tanto que no es en modo alguno un producto de la naturaleza real de las cosas-, como “fetichismo de la mercancía”: “[se trata de] relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas”[18]. Tal fetichismo es, en la expresión de Marx, inseparable de la producción mercantil[19] y su existencia e influencia sobre el conjunto de la (re)producción social se debe a la primacía social del trabajo abstracto que es específica del capitalismo y que constituye su particular forma de riqueza. De esta manera, en la reproducción social del capitalismo el valor —objetivación del tiempo abstracto de trabajo socialmente necesario—, ejerce como principio de síntesis social que condiciona la dimensión objetiva y subjetiva de la producción material de la sociedad humana[20]. En consecuencia, la producción y reproducción de la vida social en su conjunto termina por organizarse en torno al intercambio de cantidades de trabajo abstracto —cuya representación fetichista adquiere forma sensible en el dinero— y no en torno a la satisfacción de necesidades humanas. Aquí, se encuentran ya planteados los elementos fundamentales de la crisis actual. En efecto, el capital es —tal como advirtió Marx en sus Grundrisse— una contradicción en proceso: tiende, debido a la necesaria competencia entre productores privados, a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo mientras que, al mismo tiempo, lo pone como la única fuente y medida de la riqueza[21].

Debido a esta constitución fetichista de la sociedad del capital, fundamentada en el despliegue histórico de un movimiento social inconsciente —el del valor—, los seres humanos terminan por carecer de control sobre el movimiento de su sociedad, de hecho, “su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de contralarlas”[22]. En tanto que la producción capitalista —en su calidad de producción de mercancías se constituye como unidad inmediata del proceso de valorización y de proceso de trabajo[23] está determinada a ser la inversión de la riqueza real, todo el mundo objetivo y sensible está condenado a ser el vehículo concreto de una abstracción social que se ha constituido como núcleo de la reproducción material de la sociedad humana: no es la sociedad la que emplea los medios de producción y las fuerzas productivas existentes conforme a una planificación social basada en las necesidades de la comunidad, sino que los medios de producción son quienes emplean a seres humanos degradados a meros trabajadores[24]. Así, el organismo social de la producción capitalista es una formación social donde el proceso de producción domina a la sociedad, en vez de dominar la sociedad a ese proceso [25].

Por consiguiente, en su determinación de sujeto automático el capitalismo ha llegado  —a partir de la tercera revolución industrial y de la reestructuración capitalista de los años 70’s—  a una etapa histórica en el que ha dejado atrás el empleo masivo de trabajo vivo en la producción y en el que la automatización de la misma se ha vuelto un elemento divergente con las relaciones de producción fundadas sobre el valor[26]. Eso es lo que plantea la primera versión de la teoría de la crisis marxiana fundada en la divergencia entre la producción de riqueza material y el proceso de valorización[27], cuya base objetiva reside en la progresiva eliminación del trabajo vivo del proceso de producción inmediato:

“El desarrollo estratosférico de las fuerzas productivas promovido por el capitalismo comporta una contradicción fundamental, porque vuelve gradualmente superfluo el empleo de fuerza de trabajo humana. El progreso técnico – científico abole el trabajo, el fluido material del capital”[28].

Hay, por tanto, una incompatibilidad, una divergencia objetiva, entre el sistema tecnológico de la automatización propio del capitalismo avanzado y las relaciones de producción fundadas en la valorización del capital[29]. En el mercado mundial, son las empresas con mayor composición orgánica de capital —las mejor dotadas de equipo tecnológico—, las que triunfan en la competencia aun cuando son las que menos aportan a la formación de la masa de plusvalía social[30]. La automatización de la producción coloca a las fuerzas productivas creadas por el capital en contradicción con la forma social del valor, puesto que el incremento de la productividad suprime cada vez más la participación humana en el proceso de trabajo y, por tanto, mina la base sobre la cual se desarrolla la autovalorización del capital. De esta manera, el capitalismo atraviesa hoy una crisis interna que no puede ser superada dentro de los marcos del sistema, puesto que es una crisis del trabajo como tal, es decir, una crisis de la relación de clase misma[31].

Como consecuencia de esta crisis, es decir, el agotamiento histórico de la posibilidad de explotar trabajo vivo, hemos asistido en las últimas décadas a un aumento vertiginoso de la población superflua[32]. Es la producción de una verdadera humanidad sobrante, innecesaria para la autovalorización del capital. Son personas que han quedado liberadas —en un sentido negativo— del trabajo, pero no de la necesidad de dinero[33]. En nuestra época, este grupo social ha entrado en el escenario histórico como uno de los sectores más radicalizados de las revueltas contemporáneas, particularmente en lo que se refiere a su estrato más joven, aunque por otro lado también ha sido caldo de cultivo para la proliferación de pandillas criminales y bandas-rackets alejadas de cualquier perspectiva emancipatoria. Por otro lado, su presencia se ha hecho notar en Europa, Estados Unidos y América Latina a partir de las oleadas de migraciones que escapan de la guerra, del cambio climático o del colapso económico —este último fenómeno había sido resaltado hace casi dos décadas por Robert Kurz como uno de los elementos más importantes de la dinámica de colapso de la sociedad capitalista moderna[34]—.

Estas nuevas condiciones históricas configuran nuestra época como una etapa del desarrollo del capitalismo mundial marcado por una escasez creciente del valor. En palabras de Anselm Jappe, “no asistimos a la transición a otro régimen de acumulación, sino al agotamiento de la fuente misma del capitalismo: la transformación del trabajo vivo en valor”[35].  Esta situación constituye un campo abierto para la reactualización de la barbarie, para la proliferación de mafias y la militarización de los territorios: “más que una dicotomía norte-sur, nos enfrentamos a un apartheid global, con muros alrededor de los islotes de riqueza en cada país, en cada ciudad”[36]. Como tal, la crisis de valorización no debe ser interpretada como el hundimiento inminente e inmediato del sistema capitalista, sino como el proceso de desmoronamiento ya en acto de un sistema multisecular que choca cada vez más con sus límites internos y externos[37]. Dicho proceso ha sido pospuesto desde los 70’s mediante una enérgica producción de capital ficticio, un giro mundial hacia el neoliberalismo y —en particular después de la crisis de 2008— una producción continua de burbujas financieras[38]. No obstante, después de la crisis del fordismo, con la expulsión creciente del trabajo vivo del proceso de producción y la automatización de este, se ha vuelto inviable a largo plazo continuar aplicando dichos mecanismos de compensación a la producción decreciente de plusvalor[39].

De esta manera, no existe ninguna posibilidad de sostener a largo plazo una versión renovada del Welfare State —puesto que la base objetiva de los “años dorados” (1945 – 1975) del capitalismo fue el empleo masivo de fuerza de trabajo que caracterizó al fordismo—, desde ahora en adelante lo que nos espera “son retrocesos cada vez más significativos en nuestras condiciones de vida”[40].

Así, el desmoronamiento sistémico de la sociedad capitalista en modo alguno se produce como una transición pacífica hacia otra organización social, sino que está tomando cada vez más la forma de un peligroso retorno a la barbarie. En este contexto, es necesario señalar la convergencia simultánea de 8 factores que hoy operan sobre el escenario mundial.

1) Ciclo de revueltas en países de diferentes continentes. Ya en el año 2011 el colectivo Blaumachen denominaba a nuestra época como la “era de los disturbios”. No obstante, a partir del año 2019 hemos asistido a revueltas en países en diferentes regiones del globo, incluso en potencias centrales del capitalismo como Estados Unidos. La continuidad de las revueltas 3 años después, y la represión desmedida que han desatado por parte los Estados, demuestra tanto la vigencia como la profundidad a largo plazo que tendrá el presente ciclo de luchas.

2) Agravamiento del cambio climático de origen antrópico[41]. El surgimiento de la pandemia mundial de Covid-19 forma parte de esa agudización del cambio climático, y anuncia el carácter de las crisis futuras y de la gestión capitalista de la catástrofe. Hay que considerar, además que la degradación global de las condiciones de vida producto de la devastación capitalista constituye en sí misma “un inmenso factor de revuelta, una exigencia materialista de los explotados, tan vital como fue en el siglo XIX la lucha de los proletarios por poder comer”[42]. Este proceso ha sido empíricamente constatado en los sucesivos informes del IPCC, el último de los cuales señala la irreversibilidad del cambio climático. Marx decía que el lema de todo capitalista individual y de toda nación de capitalistas era “después de mí el diluvio”[43], pero en la fase actual de crisis del capitalismo como forma social total su lema debería ser: “Después de este mundo no habrá ningún otro”[44].

3) Aceleración del cambio tecnológico propio del desarrollo capitalista y cuarta revolución industrial en ciernes. Hay, por tanto, una agudización de la crisis de valorización del capital.

4) Financiarización de la economía. El capital vive a crédito o, lo que es lo mismo, gasta su futuro de manera anticipada[45].

5) Regresión antropológica y colapso psíquico del sujeto[46]. El narcisismo como norma de la personalidad y, por ende, atrofia de la capacidad de empatía y solidaridad[47]. Hay una pérdida del imaginario, una incapacidad de pensar en común otra forma de sociedad, y se impone lo que Mark Fisher denominaba como “realismo capitalista”[48].

6) Agudización de la violencia contra mujeres y disidencias sexuales. Esta problemática abarca una serie de libros y tratados que no pretendemos, en este momento, resolver acá. Sin embargo, ante el alza de los crímenes contra mujeres y disidencias, ante noticieros que cada noche informan desapariciones de mujeres u otros crímenes igualmente atroces, no podemos dejar de recordar la célebre frase de Bolaño en 2666: “Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”. En efecto, comprender el núcleo irracional, patriarcal y autoritario de la modernidad productora de mercancías y su particular forma de subjetividad es uno de los presupuestos tanto del entendimiento cabal de la crisis actual como de la posibilidad de articular una alternativa de emancipación radical al avance de la barbarie que, entre otras formas, se manifiesta como un embrutecimiento del patriarcado[49].

7) Estado de excepción global[50]. En un informe de la OTAN del año 1999 titulado “Urban operations in 2020” se augura un escenario mundial marcado por las crisis económicas y sociales, en las que los ejércitos nacionales deberían pasar al combate directo de la insurgencia civil en las grandes ciudades. Casi veinte años después, los acontecimientos parecen haber dado la razón a los sombríos razonamientos del poder militar: los disturbios en las banlieus francesas a principios del nuevo milenio, la revuelta griega, la primavera árabe, los disturbios en Inglaterra el 2011, las protestas y revueltas de los estudiantes secundarios en Chile en 2006 y 2011, la emergencia de un movimiento feminista de resonancia mundial, el escenario de revueltas mundiales entre 2019 y 2020; más aún, la militarización de la sociedad a partir de la crisis mundial del coronavirus[51], parecen dar la razón a quienes preveían un siglo XXI marcado por la presencia de “ejércitos en las calles”[52].

8) Finalmente, la confrontación bélica y comercial entre las potencias centrales del capitalismo, que ha tomado la forma de enfrentamiento neoimperialista en un contexto de crisis sistémica del capitalismo mundial. En efecto, a diferencia del imperialismo clásico propio de la expansión global del capitalismo en los S. XIX y XX, este neoimperialismo de crisis “es una expresión geopolítica de la crisis interna de las relaciones capitalistas”[53]. De esta manera, “el viejo imperialismo de explotación y saqueo deja paso a un imperialismo basado en la exclusión y la seguridad”[54]. Hoy, este conflicto neoimperialista, en el afán de las potencias por controlar las fuentes energéticas y los recursos de las periferias, así como asegurar un lugar hegémonico en la reestructuración global del capital actualmente en marcha, tiene en la guerra de Ucrania una expresión global que amenaza en elevarse a guerra mundial abierta entre potencias[55].

La exégesis anterior, lejos de ser un ejercicio vacuo de explicación de teoría marxiana, constituye un primer aporte para una comprensión integral de la revuelta en la región chilena, entendida no solo en el contexto histórico local, sino en el panorama más amplio del proceso de crisis global de la modernización capitalista. Sin una perspectiva dialéctica de esta problemática, sin comprender el aspecto genético-dinámico del movimiento histórico del cual la revuelta es producto y factor —esto es, del origen histórico del problema y la unidad de las contradicciones al interior de la totalidad en que se inserta—, no existe ninguna posibilidad de destruir las concepciones cosificadas y las mistificaciones que se han impuesto como historia oficial del proceso, esto es, como apología —interesada o inconsciente— de la contrarrevolución hoy dominante.

Por tanto, el propósito al cual este escrito pretende contribuir es a destruir la aparente y fetichista objetividad del fenómeno de la revuelta, mistificada hoy por la victoria de la contrarrevolución actual, para conocer su verdadera objetividad: su significado, su función objetiva y el lugar histórico real que ocupa al interior del todo social, esto es, los elementos objetivos de su despliegue que tendieron a la superación real del estado de cosas existente. De otro modo, si no se lleva a cabo esta labor desmitificadora, entonces el conocimiento verdadero de la revuelta —y, por tanto, del momento histórico que nos contiene—, quedará atrapado dentro de las concepciones fetichizadas que hoy se hacen pasar por la verdad oficial, y que se replican —mutatis mutandis— tanto a la (ultra)izquierda como a la (ultra)derecha del espectro político capitalista.

  1. Panorama histórico previo.

En este sentido, para comenzar a comprender a cabalidad la revuelta social en la región chilena es menester entenderla, en primera instancia, como el resultado de una convergencia histórica entre la crisis de valorización mundial del capital, el agotamiento del modelo de desarrollo socioeconómico neoliberal instaurado en Chile durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet y la maduración de un ciclo de luchas de clases que, de manera abierta o subterránea, ha tensionado a Chile por tres décadas. La consiga viralizada durante las primeras semanas de la revuelta: “no son 30 pesos son 30 años”, expresa esa relación colectivamente sentida entre la continuidad del proyecto dictatorial en democracia -administrado y profundizado por los gobiernos que le sucedieron- y la progresiva pauperización de las condiciones materiales de vida para millones de personas.

La crisis profunda que atraviesa el capitalismo en Chile viene expresándose sobre todo a partir de las movilizaciones anti-APEC y las revueltas estudiantiles de 2006 y 2011, así como a un movimiento de protesta casi ininterrumpido desde 2006 que se tomaba las calles periódicamente todos los años, y al que se agrega el surgimiento de un movimiento autonomista mapuche en la zona del Wallmapu bajo ocupación del Estado Chileno. Por otro lado, es importante tomar nota de la relevancia que ha tenido en Chile el movimiento feminista, que en el año 2018 protagonizó la denominada “explosión feminista”. A este último respecto, es importante enfatizar el vínculo entre dicho movimiento y el proceso de desarrollo y crisis de la modernización capitalista: por un lado, la praxis del movimiento feminista tiende hacia el establecimiento de un mínimo civilizatorio colectivo que radica en la eliminación de todas las violencias hacia las mujeres y disidencias sexuales históricamente oprimidas; por otro lado, la dinámica de crisis actual tiende, como ya se ha señalado, hacia un embrutecimiento del patriarcado y, por tanto, de la violencia sexual, económica y simbólica contra mujeres y disidencias[56].

Se agrega a este panorama histórico previo condiciones socioeconómicas que dan cuenta de la creciente imposibilidad del capital para reproducir la vida material de las clases subalternas.

  • Chile es uno de los países más desiguales del mundo en cuanto a ingresos socioeconómicos de sus habitantes[57].
  • En Chile, un porcentaje enorme de la población solamente puede sobrevivir endeudándose de manera crónica[58].
  • Precariedad generalizada del sistema de salud público, y costes elevados del sistema privado.
  • Sistema de pensiones miserable, organizado para ser una fuente permanente de inyección de plusvalía hacia los capitales financieros, cuyas pensiones con frecuencias son mucho más bajas que el salario mínimo de un trabajador promedio. Este sistema se asocia a un alto número de suicidios en personas de la llamada “3ra Edad”[59].
  • Imposibilidad de acceder a una vivienda, problemática que va de la mano con el aumento progresivo y permanente de los arriendos[60].
  • Explotación agravada de las mujeres, quienes deben lidiar con trabajos de larga extensión horaria y, además, con las tareas de reproducción de los hogares[61].
  • Precarización generalizada de la vida y el trabajo, en especial para las clases subalternas urbana[62].
  • Alto costo del transporte e inequidad en acceso a la movilidad[63]. Enorme duración de los trayectos que va de la mano con un sentimiento colectivo de alienación. Como ya podemos suponer, el problema con el capitalismo no es solamente la desigualdad, sino la alienación que implica la relación social capitalista.

Esta alienación es particularmente sentida por los usuarios del sistema público de transportes. Hacia abril de 2018, el panel de expertos había decretado 19 veces el alza del pasaje desde la puesta en marcha del Transantiago, que tuvo como consecuencia el surgimiento espontáneo de un movimiento difuso y descentralizado de evasión: un porcentaje alto de personas simplemente no pagaba el pasaje pese a una serie de amenazas por parte de las autoridades de izquierda y derecha. Entre 2017 y 2018 se intentó contrarrestar esta situación con las leyes anti-evasión y la amenaza de un registro nacional de evasores, a lo que se agregó una intensificación de las fiscalizaciones por parte de funcionarios del Ministerio de Transportes acompañados de Carabineros, ambas organizaciones colectivamente repudiadas por el ejercicio de sus labores[64].

En este sentido, el decreto en octubre de 2019  de un alza de 30 pesos en el precio del metro —a lo que se agrega una serie de situaciones sentidas como particularmente injustas por la población, tales como el asesinato de Camilo Catrillanca por personal del Comando Jungla de Carabineros en noviembre de 2018— permitió la erupción de una crítica social en actos que, comprendiendo el sistema de transportes y su organización como la cristalización de la totalidad de la miseria social, se lanzó a las calles para hacer emerger una crítica radical en actos de la sociedad.

No podemos dejar de señalar aquí la importancia del neo-proletariado juvenil, particularmente de su estrato más combativo: los/as estudiantes secundarios/as. Esta verdadera rebelión de la juventud requiere un análisis científico propio, pero es claro que uno de los elementos catalizadores de la conversión del malestar social en revuelta generalizada el 18 de octubre de 2019 fue un ambiente social tensionado por la agitación incendiaria los/as estudiantes que, desde liceos en diferentes partes de Chile, rompía la normalidad de las aulas que preparan para el trabajo asalariado y salía cotidianamente a enfrentarse con la policía armados de bombas molotov[65], mientras que en las cercanías del estallido de la revuelta, organizaba espontáneamente fugas masivas desde los espacios de encierro escolar.

Este movimiento de rebelión juvenil había sido advertido hace años por las autoridades, y durante una década habían endurecido las penas judiciales y la represión sobre este sector particularmente combativo.

Hay en este movimiento de revuelta de la juventud una influencia importante del anarquismo insurreccional —principalmente de lo que podríamos denominar su “cepa” griega— y de corrientes comunistas antiautoritarias que confluyeron para crear una verdadera contracultura que, al menos idealmente, tiene la pretensión de cuestionar la totalidad de civilización capitalista. En cuanto a esto, uno de los avances más importantes que hizo este movimiento en los meses previos a la revuelta, fue la convocatoria a protestas “contra todo” que anunciaron en pequeña escala la esencia de la dimensión subversiva de la revuelta, es decir, una protesta contra la totalidad social que no se reduce a ninguna injusticia particular.

  1. Revuelta en la región chilena (Octubre de 2019 – Marzo de 2020)

El 18 de octubre de 2019 se terminó un ciclo histórico en Chile que comenzó el 11 de septiembre de 1973. 46 años después de la “derrota histórica” del proletariado en la región chilena[66], el estallido de la revuelta marca el fin de una forma de articulación del capitalismo en Chile, así como marca el comienzo de un nuevo ciclo de luchas que expresa —en el plano local— la crisis mundial de la relación de explotación entre las clases[67].

En este sentido, es necesario profundizar en algunas características de la revuelta en la región chilena. En primera instancia, la revuelta tuvo una naturaleza contradictoria en la que se encuentran simultáneamente un fuerte contenido negativo —subversivo del orden existente— y reivindicaciones ciudadanas que abogan por una reforma del orden social capitalista dentro de los marcos de la democracia. Ambas dimensiones se encuentran en estrecha relación, están unidas al interior de la totalidad social capitalista en la que tienen su despliegue histórico, y expresan en el conflicto material entre sujetos realmente actuantes el carácter contradictorio del capital mismo, esto es, de la relación entre el capital y el trabajo vivo. De ahí que los anhelos de transformación profunda que se expresaron abiertamente bajo la consigna de dignidad no tengan cabida ni pueden ser satisfechos a cabalidad dentro de los marcos del orden social capitalista, mientras que, por otro lado, el imaginario colectivo —expresión mistificada del proceso histórico real— se encuentra paralizado en la creación de una nueva constitución.

Sin embargo, es la dimensión negativa, subrepticia, anticapitalista de la revuelta la que más desconcierta a los diferentes portavoces oficiales y mediáticos de la elite política y empresarial. Esta dimensión negativa es sistemáticamente mistificada con las más diversas denominaciones que encubren de manera simultánea su potencial negador del orden existente, sus raíces históricas y sus alcances o posibilidades últimas. De hecho, el estallido mismo de la revuelta tomó por sorpresa al gobierno nacional, quienes no daban de asombro ante el surgimiento de una rebelión generalizada que no sólo se enfrentó masivamente contra los cuerpos policiales, sino que prendió fuego a las calles, buses de transporte, hipermercados, locales de comida rápida y, en general, todo tipo de establecimientos identificados como grandes empresas. Aquí, se expresa de manera evidente carácter de las revueltas en este nuevo ciclo de luchas mundiales que ha sido bien descrito por Katerina Nasioka:

“Los estallidos sociales recientes, sobre todo en espacios urbanos, devienen cada vez más violentos, alejándose del canon dominante de las formas de lucha obrerista. Su carácter no se determina por las demandas sistematizadas del viejo movimiento obrero; sus prácticas son una combinación entre formas reivindicativas, enfrentamientos generalizados contra la policía y el Estado, ocupaciones de espacios públicos, saqueos y expropiaciones populares, incendios, destrucción de elementos del capital (…). La reconciliación por medio de formas políticas democráticas y negociadoras sí existe como posibilidad de recomposición de la acumulación capitalista; sin embargo, se encuentra frente a grandes contradicciones”[68].

Y es que la crisis de valorización del capitalismo mundial supone también un nuevo fundamento histórico para el desarrollo de las luchas sociales actuales, e impone objetivamente condiciones históricas que socavan el antiguo cimiento de las luchas de clases de los siglos XIX y XX: la disputa por la repartición de la masa de plusvalía social y la redistribución de la riqueza[69]. Ha llegado a su fin la era de la negociación, la época en que era posible mejorar de forma duradera las condiciones de vida de las clases subalternas mediante una redistribución de la plusvalía en la sociedad. El aumento global de una población superflua para las necesidades de la valorización del capital —y la generalización de la miseria, la precarización y el desempleo que son algunas de sus principales consecuencias—, modifican el carácter del conflicto social en general: “Mientras la vida “sin futuro” se vuelve una regla, la lucha social tiende a convertirse desde su principio en lucha antisistémica”[70].

Icónico fue, a este respecto, el audio filtrado de Cecilia Morel, esposa del presidente, quien describía cuerpos policiales sobrepasados por una especie de “invasión alienígena” que “estaba por todas partes” y señalaba que a largo plazo la elite iba a tener que compartir sus privilegios con los demás.  “No los vimos venir” son las palabras que condensan la actitud y el cinismo de la burguesía en el poder estatal[71]. Ya lo auguraba la Internacional Situacionista, la descomposición —la incapacidad de aprehender la totalidad del movimiento histórico— es el estadio supremo del pensamiento burgués[72].

Es necesario destacar un hecho inédito hasta ese entonces, y es que la presencia de militares en las calles no sirvió inicialmente como un freno a la insurgencia colectiva.  En la primera noche de revuelta es decretado el toque de queda y el estado de excepción en la capital, el que posteriormente se extendería a las demás grandes ciudades o centros urbanos neurálgicos del país. Es en este contexto que se despliega —evocando la misma estrategia de los primeros días de la dictadura— una represión masiva e indiscriminada, cuyo propósito fue poner freno a la revuelta —o al menos intentarlo—. La estrategia de terrorismo estatal por parte del gobierno de Piñera dejó varios muertos/as y mutilados/as como víctimas de la represión armada de agentes del Estado[73]. Se reportaron, además, secuestros, tortura sexual —abusos y/o violaciones— y una serie de casos de tortura que aún permanecen estancados en las oficinas del poder judicial como parte de una decisión públicamente afirmada por los representantes de dicho poder de no perseverar en la persecución penal de crímenes de lesa humanidad. Más aún, Piñera y el General de Carabineros y el general de Carabineros Hermes Soto declararon abiertamente la promesa de impunidad a los efectivos policiales en el marco de su acción represiva. Por ello, es posible afirmar que Carabineros devino abiertamente durante el curso de la revuelta lo que ya era en esencia: una policía política que ha demostrado sucesivamente su apego total al gobierno de Piñera en particular, y al orden político legado de la dictadura en general. Más aún, el apoyo incondicional que el actual gobierno de Boric entregó a Carabineros —mediante la Ministra del Interior Izkia Siches—, confirma que todo aspirante al timonel del Estado en esta época de crisis debe contar con el apoyo de esta moderna guardia pretoriana. Después de todo, ¿que sería de Boric y cía sin Carabineros? En este sentido, la revuelta tendió a configurar un estado de cosas que acompañará el futuro del capitalismo en Chile, y que tendrá en el empleo masivo de fuerzas represivas y la persecución política un apoyo fundamental para la reestructuración de la acumulación capitalista en medio de un proceso de crisis generalizada.

La revuelta en Chile testimonia que la civilización actual está amenazada por el retorno de lo reprimido[74]. Las primeras semanas de la revuelta estuvieron marcadas por una recuperación de la facultad de encuentro y de ruptura del aislamiento. Durante un periodo tan breve como intenso se disolvió la comunidad alucinatoria del trabajo y del comercio, para dar paso a encuentros reales entre personas anónimas al ritmo de la revuelta que era, en su esencia, la unión entre fiesta y protesta. Pero fiesta en su sentido verdadero, es decir, un espacio donde quedaban suspendidas todas las prohibiciones, y en las cuales las personas se permitieron no sólo destruir los odiados símbolos de una vida alienante, sino que tomaron directamente las mercancías que antes compraban y, algunas como los televisores, fueron lanzadas al fuego en medio de gritos de festejo. En los barrios y comunas periféricos -o en aquellos vinculados históricamente a la confrontación social- se desata una revuelta salvaje que ataca directamente comisarías y grandes locales comerciales, mientras que en los barrios de las clases medias la protesta tomó un carácter ciudadano que evitaba la confrontación violenta, aunque de todas maneras se reportaron en dichas comunas saqueos, barricadas y enfrentamiento con la represión estatal[75].

Los saqueos masivos, por su parte, constituían una dialéctica de competencia v/s solidaridad, entre apropiación individual de productos y un potlatch festivo propiciado por la revuelta y el carácter colectivo de los saqueos a hipermercados o locales de grandes empresas. Si bien desde el gobierno argumentaron que los saqueos eran obra del crimen organizado, la realidad es que dichas organizaciones tuvieron un rol marginal. No tuvieron ni un efecto determinante ni tampoco estuvieron detrás de los saqueos como entes organizadores. Por el contrario, los saqueos masivos surgieron de manera espontánea desde el 18 de octubre, y se dieron en la mayoría de las comunas de Santiago. Hacia el 2 de noviembre se habían registrado 175 eventos de saqueos masivos, de los cuales 115 fueron a supermercados, 34 en tiendas comerciales, 13 en farmacias, 6 en estaciones de metro y cinco en Mall[76]. Sin embargo, lo más relevante en cuanto esta temática en particular es el potlatch festivo del saqueo masivo, en el cual las personas que saqueaban regalaban pañales, leches y otros productos de primera necesidad y alto costo a sus vecinos, así como también se repartía y compartía el alcohol y la comida en medio de las barricadas.

Es una apreciación personal —teóricamente fundada, por cierto—, pero la ciudad y el tránsito nunca habían sido tan seguras como cuando no había semáforos. El ritmo frenético del trabajo y de los largos trayectos en vagones y microbuses, fue reemplazado por una especie de turismo del disturbio, en el que familias enteras salían a la calle para ver qué pasaba en sus barrios, reunirse con vecinos, o marchar hacia el centro de la ciudad. Lo más potente, sin duda, fue la ruptura del silencio que caracteriza la vida moderna, en el que el ruido de la ciudad contrasta con el silencio abrumador —esto es, el aislamiento artificial entre seres humanos— que se impone en los espacios públicos. A ello se suma el encuentro en las diferentes asambleas territoriales que surgieron espontáneamente como forma de autoorganización de la revuelta. Sin embargo, tales asambleas estuvieron desde un inicio infectadas por el germen de la política de partidos —tanto parlamentarios como extraparlamentarios—, así como por el imaginario social institucional que ve en el establecimiento de una nueva constitución —escrita y aprobada masivamente por el pueblo— el nec plus ultra de todo movimiento histórico. En este sentido, eran una contradicción en actos, porque por un lado permitían el encuentro y el diálogo con el objetivo de organizar e imaginar una acción en común, pero su forma y contenido negaban las expresiones más altas de contenido anticapitalista expresadas por el accionar práctico de la revuelta.

Por su parte, la lucha callejera en las primeras semanas de revuelta —e incluso considerando los días previos al 18 de octubre— evidenció el surgimiento de una solidaridad espontánea que tuvo como punto de partida el salto de los torniquetes, en la cual el elemento determinante del actuar violento no era tanto el uso de la violencia contra las fuerzas represivas o para abatir a las mercancías y sus escaparates, sino la difusión entre la población de un verdadero movimiento de desobediencia civil de corta vida, pero cuyas consecuencias se harán sentir duraderamente en el futuro. En otras palabras, y esto se puede verificar en las pequeñas fisuras que se abren de tanto en tanto en la contrarrevolución cotidiana post- revuelta, el punto de partida de la crítica colectiva radical en actos comenzará, en el futuro, allí donde mismo tuvo la revuelta su expresión más radical: en una desobediencia civil masiva que fue capaz de rasgar, aunque de manera breve, la realidad fetichizada de la socialización capitalista y hacer aparecer a los seres humanos y su praxis como los verdaderos sujetos determinantes de la realidad histórico-social. En este sentido, el salto de los torniquetes nos permite extraer una lección colectiva fundamental, porque mediante esta praxis se disolvieron momentáneamente las mistificaciones cosificadas creadas por el movimiento cotidiano de la mercancía, por tanto, nos permite situar la problemática de la abolición concreta del valor en el terreno de la práctica revolucionaria, dándonos un ejemplo empírico y colectivamente vivido de ruptura práctica con el orden capitalista.

Aunque durante sus primeras semanas —y mucho menos después cuando perdió impulso— la praxis social de la revuelta fue incapaz de transformar efectivamente y de manera duradera las relaciones de producción que constituyen la fuerza de inercia del capitalismo, su verdadera importancia para nuestro presente y futuro no radica tanto en sus reivindicaciones particulares de corte soberanista y redistributivo, sino en su práctica efectiva y real, en aquello que realmente hizo y no en lo que dijo de sí misma o se imaginaba que hacía. A este respecto, los saltos de los torniquetes y la desobediencia civil masiva que le siguieron, nos enseñan que la realidad histórico social actual puede cambiar revolucionariamente, precisamente porque es creada por nosotros mismos. Esto convierte el salto de los torniquetes en la praxis desmitificadora más importante —hasta ahora— del presente siglo en la región chilena, y todo movimiento futuro de emancipación radical deberá tomar nota de este hecho hoy oscurecido por las mistificaciones, pero que ya mañana sabrá romper con este pesado manto cosificante al ser el necesario punto de referencia y partida de cualquier contestación radical futura.

Sin embargo, la fuerza de inercia de las relaciones capitalistas terminó por imponerse. Ya en un ciclo anterior de lucha de clases, J. Camatte y G. Collu de Invariance habían advertido que la derrota del movimiento de mayo de 1968 se debía a su “poder oculto”: “Hoy en día, más que nunca, el capital encuentra su propia fuerza real en la inercia del proceso que produce y reproduce sus necesidades específicas de valorización como necesidades humanas en general”[77]. El límite más importante de la revuelta reside justamente en este punto, y desde ahora en adelante este movimiento sólo podrá ser superado a través de una autoreflexión colectiva anclada en la praxis o hundirse entre las disputas estatales de fracciones de la burguesía nacional que lucharán por su lugar hegemónico en medio de la expansión de la barbarie.

  1. El Partido del Orden al rescate de la economía nacional.

Este es un concepto conocido de la terminología marxiana[78], y en nuestro caso lo ocupamos aquí para designar esa agrupación de fracciones dentro de la burguesía que —pese a su mutuo enfrentamiento y competencia al interior de la sociedad— ejercen como representantes generales de los intereses del capital nacional e internacional dentro de la región chilena. Se trata de una elite política-empresarial que tiene su origen en la reestructuración del capitalismo chileno durante el proceso contrarrevolucionario emprendido por dictadura cívico-militar. Tales transformaciones, que contaron con el apoyo y complicidad de gobiernos y capitales extranjeros, implicaron una honda reestructuración social y una persecución policial de la lucha de clases comprendida como un factor disolvente de la unidad nacional[79]. Para poder llevarlas a cabo, fue necesaria una refundación del Estado y del régimen político en torno a un orden social que fuese capaz de impedir permanentemente en el futuro la socialización de la propiedad privada[80]. De esta manera, no es posible separar la actual elite política-empresarial en Chile, la misma que ha blindado al presidente Piñera y su política represiva en los momentos más álgidos de la revuelta, del régimen dictatorial que permitió su auge al poder y su consolidación en el mismo.

Conforme a esta determinación histórica particular de la región chilena, la agitación social creada a partir de la revuelta y la puesta en marcha de diferentes instancias de encuentro comunitario y de politización del malestar, ha encontrado uno de los límites más importantes en su praxis al estancar, por el momento, su horizonte político en la escritura de una nueva constitución, es decir, sin haber avanzado hacia la apropiación efectiva del conjunto de la producción y reproducción social. Dichas debilidades internas del movimiento social actual —cuyas causas requieren un análisis que excede la temática de este texto— han sido oportunamente explotadas por el Partido del Orden al organizar su defensa del capitalismo en Chile bajo la figura del “Gran acuerdo histórico por la Paz y la Democracia”[81], que con el tiempo le ha dado los más amplios beneficios y le permitió mantener la institucionalidad capitalista incluso en aquellos días en que masas insurgentes rodeaban los centros simbólicos del poder. Este acuerdo buscaba perpetuar la continuidad del sistema capitalista y, al mismo tiempo, salvar a la elite política y tecnocrática que dirige el Estado nacional. Se trataba de un acuerdo que, como indica el historiador Mario Garcés, “acoge la voluntad ciudadana expresada en las calles por cambiar la Constitución, pero que fija “por sí y ante sí” los modos en que el cambio debe producirse”[82]. Así, concluye categóricamente: “El “gran acuerdo histórico” es en realidad un acto de recreación y reproducción de la clase política en el poder (…). [Un acuerdo para] ejercer el poder con el pueblo a una debida distancia”[83]. En otras palabras, un acuerdo para mantener operando por decreto la “dictadura constitucional burguesa”[84] que ha regido en Chile desde el final de la dictadura cívico-militar, pero ahora sobre la base de una nueva constitución legitimada masivamente en las urnas. Esta ha sido una estrategia que, sumada al despliegue masivo de recursos policiales y militares a nivel nacional, así como a la mantención del “Estado de Emergencia” durante la pandemia de COVID-19, ha tenido éxito en cooptar una parte importante de la movilización social y asegurar un relativo retorno a la “nueva normalidad”. Así, y ya habiendo disminuido las movilizaciones, algunos miembros del Partido del Orden declararon recientemente que la caída de la institucionalidad estuvo cercana en los meses de octubre y noviembre de 2019. Tal es el caso de las declaraciones del ex ministro de Defensa Mario Desbordes en Tolerancia Cero, quien afirmará:

“lo que estuvo en riesgo fue la República completa, no el gobierno (…). Fueron cientos de personas aburridas, cansadas, choreadas, angustiadas (…) que nos lo salieron a decir a las calles. En algún minuto hubo 3 millones de personas en la calle, qué país o gobierno resiste eso”[85].

Dicho esto, se vuelve evidente la necesidad de una reinterpretación colectiva del pasado, de la historia contemporáneo chilena desde 1970 en adelante, y también responder una pregunta crucial para el futuro del partido de la subversión social: ¿Cuál fue el contenido radical de la revuelta de octubre? ¿Dónde estuvo la praxis colectiva que puso en cuestión el orden social existente y puso en jaque a toda la elite política y empresarial de este país? En la respuesta a esa pregunta, reside la posibilidad de pensar y realizar una praxis política anticapitalista realmente efectiva.

Por otro lado, y ligado a esta problemática, un grave problema es el concepto de revolución hoy predominante —que, aunque caricaturesco, comparte el grueso de la Ultraizquierda, desde anarquistas insurreccionalistas hasta marxistas-leninistas—, y que consiste básicamente en la derrota militar del Estado burgués por parte de las masas armadas insurrectas. Esa representación mistificante, que en pleno siglo XXI sigue parasitando las mentes revolucionarias, es peligrosa porque impide captar la potencia y el verdadero contenido subversivo de la revuelta social en Chile. Como ya se ha dicho más arriba: saltar colectivamente los torniquetes fue más potente que haber tenido milicias armadas en los barrios. El contenido subversivo de la revuelta, que puso en jaque el orden social, estuvo en esos actos de desobediencia civil masiva y descentralizada que hacen imposible toda normalidad mercantil, y no en lanzar piedras y molotovs durante días en Plaza Dignidad. De hecho, la deriva hacia la violencia parcial y focalizada fue un síntoma de debilidad de la revuelta, no de su fortaleza. Y esta debilidad fue debidamente fortalecida, explotada y profundizada por el Partido del Orden para reestructuración capitalista bajo la forma de una nueva constitución y un gobierno de restauración. Pero no importa, siempre el contenido subversivo es reprimido y tiende a reaparecer. Si, quienes dicen interesarse por la abolición del capital y del Estado no comprendan este hecho, seguirán dando palos de ciego contra enemigos imaginarios —aunque para comprender la profundidad del momento subversivo de la revuelta se requiere abandonar los viejos paradigmas del pensamiento tenido por radical, y empezar a pensar una praxis más acorde a las posibilidades materiales que entrega la civilización capitalista del s. XXI y que fueron evidenciadas por el propio movimiento de la revuelta—.

  1. Estado de excepción, administración capitalista de la pandemia y continuidad difusa de la protesta social.

Hace más de medio siglo Walter Benjamin ya había señalado que “el “estado de excepción” en que vivimos es la regla”[86]. En consecuencia, elaborar un concepto de historia coherente con la naturaleza real de las cosas requiere reconocer en la democracia actual no un sistema político radicalmente opuesto a las dictaduras autoritarias, puesto que el estado de excepción -abiertamente declarado o fundido dentro de la normalidad- es, tal como señala el filósofo Giorgio Agambem el “el paradigma oculto del espacio político de la modernidad, del que tendremos que aprender a reconocer las metamorfosis y los disfraces”[87]. Desde esa perspectiva, momentos históricos de violencia social exacerbada como el campo de concentración y la dictadura autoritaria no constituirían una anomalía dentro del devenir histórico de la sociedad capitalista, sino “[su] matriz oculta, el nomos del espacio político en que vivimos todavía”[88]. De esta manera es que, como veremos a continuación, en el marco de la crisis actual es el campo de concentración el que vuelve a aparecer extendido a toda la sociedad bajo la forma del estado de excepción[89].

De esta manera, para comprender el escenario histórico del Chile actual —marcado por las consecuencias sociales, políticas económicas y culturales de la revuelta—, requerimos indagar brevemente en los sucesivos estados de excepción que se han implementado en los últimos dos años.  Así, en el marco de la revuelta social y la posterior irrupción de la pandemia, el estado de excepción en Chile ha tenido dos momentos de implementación legal: el primero durante el estallido de la revuelta —a través de los Decretos N° 472, 473 y 474 desde el 19 de octubre hasta 3 de noviembre de 2019—, y el segundo decretado el 18 de marzo a partir del aumento de casos de Covid-19 —el cual se mantendrá vigente hasta, al menos, junio de 2021—. El primero, estuvo marcado -como es tristemente conocido- por una represión masiva de las masas insurgentes, que dejó como saldo miles de denuncias en torno a vulneraciones de los derechos humanos y varias personas muertas debido al accionar de agentes armados de Carabineros y/o del ejército, mientras que el segundo ha estado atravesado por la persecución policial de los remanentes de protesta y contestación social en medio de la crisis sanitaria que surge a partir de la pandemia mundial de covid-19.

Es en este contexto, en un teatro histórico marcado por los efectos de la revuelta, que la necesaria la imposición de restricciones al movimiento con el fin de impedir la propagación del virus se convierten, en medidas de confinamiento y de control autoritario de la población que dan cuenta de una creciente fusión entre estado de excepción y normalidad, entre un auge de la violencia social y un reforzamiento represivo de la democracia[90]. De este modo, Chile sigue la tónica mundial de esta crisis, en que la línea divisoria entre ley y crimen se esfuma, de tal manera que la distancia que separa al Estado de la mafia se torna irreconocible[91].

El desarrollo de la crisis sanitaria y socioeconómica ha dado lugar en escala mundial a una nueva forma de sacrificio de las poblaciones, una suerte de eutanasia burocrática con características anómicas que parece haber alcanzado su clímax en Brasil bajo el gobierno de Jair Bolsonaro[92]. Y Chile no ha sido la excepción, la gestión gubernamental de la pandemia -que ya acumula, según cifras oficiales, decenas de miles de muertos – es un perfecto ejemplo de la racionalidad fetichista que gobierna la vida humana bajo el régimen capitalista de producción: acusaciones de manipulación de cifras y hospitales prometidos que jamás se levantaron[93], inversiones millonarias en armamentos y equipo antiprotestas en medio de la propagación del virus en el país[94] son algunos de los elementos que operan constantemente en el Chile pandémico. Y es que las contradicciones propias de la vida capitalista se manifiestan con crudeza en la convergencia entre crisis económica y crisis sanitaria, lo que ha dado lugar a situaciones que no se corresponden con el nivel de desarrollo social alcanzado potencialmente por nuestra sociedad actual: enormes filas de trabajadores precarizados de delivery expuestos al contagio con exiguas medidas de protección[95] , hospitales al borde del colapso y récord de contagios entre marzo y abril de 2021[96] y medidas de confinamiento/desconfinamiento selectivo que priorizan el bienestar de la economía antes que la salud de la población[97].

Baste con revisar algunas medidas que ha realizado el gobierno en el marco del desarrollo de la pandemia para ilustrar el despliegue de esta racionalidad económica. Por ejemplo, el intendente de la Región Metropolitana Felipe Guevara —conocido artífice de la estrategia de “copamiento preventivo” durante la revuelta social[98]— quien al ser también confrontado por la prensa con respecto a las aglomeraciones en el transporte metropolitano respondió contra toda lógica que: “No hay ​ningún dato que permita señalar que el transporte público es un foco de contagio”[99].

Sin embargo, las declaraciones de Carlos Soublette, gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago, sintetizan aún mejor la lógica de la gestión capitalista de la pandemia: “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas (…): hay que poner la salud delante de la economía, pero la economía también trae salud, y una economía destruida también va a traer problemas de salud muy profundos»[100]. No se trata de que sean solamente personajes perversos los miembros de la elite-política empresarial nacional, sino que, en tanto que “oficiales” del modo de producción capitalista -es decir, debido a su determinación como agentes económicos del capital-, deben encarnar a través de sus pensamientos y acciones la lógica de la acumulación capitalista, esa “rueda de Zhaganat”[101] sacrificial que es el despliegue de la economía mercantil. No es de extrañar, bajo este marco de comprensión, que José Manuel Silva -socio de LarrainVial- haya declarado a la prensa que: “no podemos seguir parando la economía, debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”[102]. De esta manera, la pandemia ha expuesto abiertamente la lógica irracional del capitalismo que se expresa bajo la forma de un automatismo social inconsciente que sacrifica la vida humana y natural a una abstracción social.

Asistimos, en síntesis, al despliegue de una “barbarie con rostro humano”[103], en el que la “nueva normalidad” consistirá en la militarización de la sociedad y la conservación de las medidas de control y administración poblacional desplegadas durante esta crisis social y sanitaria.  Es la realización empírica de las sombrías intuiciones de Mark Fisher acerca de las características autoritarias del Estado y el orden democrático en el capitalismo posmoderno, en el cual “la normalización de una crisis deriva en una situación en la que resulta inimaginable dar marcha atrás con las medidas que se tomaron en ocasión de una emergencia”[104]. Por tanto, es dentro de este marco interpretativo que requiere ser comprendido la dictadura democrática del estado de excepción en Chile, bajo el cual continuó desarrollándose de manera difusa la protesta social.

5.1 Protesta difusa: ecos de la revuelta social en la región chilena

Un fantasma amenaza la normalidad del orden social capitalista en la región chilena, el espectro de la revuelta social. Todas las fracciones de la clase dominante se han agrupado en alianza para combatirla y salvar la continuidad de la economía nacional. No obstante, la continuidad de la protesta social —que amenazaba con emerger nuevamente a partir de marzo de 2020—, fue suspendida por la aparición de la crisis sanitaria y la activación del estado de excepción constitucional de catástrofe decretado a partir del 18 de marzo. Analizaremos, entonces, 5 jornadas de protestas entre los años 2020 y 2021 en las que se expresa la continuidad difusa y subterránea de la protesta social en medio de la instauración ininterrumpida del estado de excepción constitucional.

1) Protestas del hambre, mayo de 2020: El 18 de mayo de 2020 se registra una masiva protesta de los habitantes de la comuna de El Bosque[105], espacio al sur de la ciudad de Santiago que se caracteriza por concentrar altas cifras de pobreza multidimensional, escasez de servicios básicos, áreas verdes y, además, ser una de las comunas más afectadas a nivel sanitario y económico por la pandemia de Covid-19[106]. Las medidas de confinamiento total decretada por el gobierno ante el alza de contagios fueron el detonante de la protesta, puesto que las restricciones al movimiento y la actividad económica dejó sin trabajo y sin ingresos a varias familias de la comuna[107].

Nuevamente carabineros – se hizo cargo de la represión de la protesta, haciendo uso de gases lacrimógenos y carros lanzaguas contra personas que protestaban por la falta de alimentos y, además, en medio de una pandemia causada por una cepa vírica que afecta a los seres humanos principalmente en sus vías respiratorias. Producto de esto, la intervención de la policía militarizada dejó un saldo de alrededor de 40 detenidos[108].

Por otro lado, y ante la precariedad de las ayudas económicas y sociales del gobierno en ese contexto, adquieren relevancia en las comunas más vulnerables económica y socialmente -especialmente en El Bosque- la implementación de iniciativas comunitarias autogestionadas que buscan resolver el problema de la escasez de alimentos. De esta manera, se realiza la implementación de comedores y ollas comunitarias en las que —con destacada participación femenina—, de manera solidaria y organización autónoma, los habitantes de diferentes barrios y comunas se organizan para acumular, repartir y cocinar comida entre las personas más afectadas por la crisis[109].

2) 18 de octubre de 2020: El viernes 2 de octubre, en el contexto de una parcial vuelta de las protestas en torno a Plaza Italia debido a la progresiva relajación en las medidas de confinamiento, se produce una arremetida policial que termina con un adolescente de 16 años siendo arrojado al río Mapocho como resultado de la embestida del carabinero Sebastián Zamora[110]. Como consecuencia de este hecho, vuelve a surgir un cuestionamiento generalizado de la institución policial, así como un aumento en la intensidad de las protestas, que crecen sucesivamente en intensidad hasta el día 18 de octubre.

El aniversario del inicio de la revuelta social reunió, pese a las medidas de restricción al movimiento y las reuniones en el contexto de la pandemia, cerca de 1,2 millones de manifestantes que participaron de las protestas en diferentes regiones del país. Al final del día, agentes del cuerpo policial de Carabineros reportaron el registro de saqueos, la quema de dos iglesias cercanas a la plaza Italia y la detención de al menos 700 personas por disturbios, saqueos y daños a la propiedad pública y/o privada[111].

En un informe que hace un recuento de las protestas en Santiago, la cadena CNN Chile reporta, además de manifestaciones pacíficas, la presencia de saqueos a diferentes locales comerciales y farmacias, el armado de barricadas en múltiples calles de la ciudad, el incendio de una bencinera y de dos iglesias, lanzamiento de piedras a la policía y el ataque con bombas molotov -entre otros elementos- a comisarías en diferentes zonas del país[112].

En este contexto, podemos apreciar el despliegue de una nueva estrategia discursiva y represiva del gobierno, que busca aislar a los manifestantes “pacíficos” de los manifestantes “violentos” —identificando a estos últimos como delincuentes—. Así, el entonces Ministro del Interior Víctor Pérez —conocido como un activo colaborador de la dictadura cívico-militar— declaraba en su resumen de la jornada que: “No podemos desconocer que grupos minoritarios dentro de esa manifestación realizaron actos de violencia (…) y después grupos minoritarios buscaron realizar actos de violencia vandálicos”. Siguiendo esta línea discursiva, durante las elecciones del 25 de octubre Sebastián Piñera dirá que grupos minoritarios buscan “boicotear” el proceso constitucional: “¿Quiénes son? Los mismos que quemaron el metro, que quemaron las iglesias, que no creen en la democracia. Esos grupos van a intentar obstaculizar y boicotear, pero (…) no lo van a lograr”[113]

3) Febrero de 2021, muertes y protestas en Panguipulli: El viernes 5 de febrero de 2021, después de haberse resistido a un control de identidad por parte de funcionarios de Carabineros, el malabarista Francisco Martínez es ejecutado de manera extrajudicial por uno de los carabineros que realiza el control. Este hecho, que acontece en el centro de la ciudad de Panguipulli en medio de la temporada de vacaciones, es registrado en varios videos y se vuelve viral. En la tarde de ese día se registran protestas en la ciudad, y en la noche son atacados varios edificios institucionales —entre ellos la comisaría de la ciudad—, resultando la municipalidad completamente quemada[114]. Durante los próximos días se registrarían manifestaciones en diferentes puntos del país y, en el plano oficial, se abre el debate por la llamada “refundación de Carabineros”[115] que, como se pudo apreciar a posteriori, pareció consistir en el anuncio del gobierno de Boric de reforzar las policías y crear un nuevo sistema de inteligencia.

A esto se suma la muerte de Emilia Milén Herrera Obrecht —conocida como Bau por sus cercanos— el día 16 de febrero, nuevamente en la zona de la comuna de Panguipulli[116]. El asesinato de Emilia por parte de un guardia armado privado, se inserta dentro del contexto más grande del conflicto de las comunidades mapuche con el Estado chileno.

En ambos casos, podemos observar el despliegue de la lógica del estado de excepción actual, en el que coincide el desencadenamiento de la violencia policial, o de grupos armados protectores de la iniciativa privada, con medidas autoritarias de excepción. Sin embargo, se manifiesta también la continuidad de la protesta social heredada de la revuelta, en la medida en que la respuesta a ambos crímenes fue acompañada de protestas y manifestaciones en contra de Carabineros en particular, y del Estado y sus políticas represivas en general.

4) 29 de marzo de 2021: Un nuevo aniversario del “Día del Joven Combatiente” es conmemorado con protestas en varias comunas de la Región Metropolitana y de otras regiones del país, y esto incluso considerando que el mes de marzo de 2021 marcó un alza sostenida de los contagios de por Covid-19 que fue acompañada por el despliegue de nuevas medidas de confinamiento. Como ya se ha vuelto una tónica habitual heredada desde el estallido de la revuelta social, la jornada estuvo marcada por ataques incendiarios a comisarías e instalaciones de Carabineros[117]. A ello se agrega la quema de buses del Transantiago y salidas incendiarias en poblaciones emblemáticas como Villa Francia.

Por otro lado, la jornada terminó con la muerte de una joven de 24, Ángela González, a manos de un conductor en estado de ebriedad que la atropelló al embestir directamente a las personas que protestaban en torno a una barricada[118]. En este último suceso, identificamos también otro espectro de la revuelta, el de la reacción política, que durante la revuelta tomó la forma de grupos nacionalistas y de derecha organizados para reprimir manifestantes, pero también de individualidades que atacaban a las personas que participaban en manifestaciones.

5) 6 de Julio de 2021, deceso de Luisa Toledo:  El nombre de Luisa Toledo tiene un peso histórico que transciende a su muerte, y que ha acompañado, y acompañará, toda tentativa de subversión radical en el tiempo posterior a su muerte. Su historia, así como la de su familia, requiere un examen histórico y filosófico aparte, pero acá solo se señalará que su confrontación radical con el orden existente no puede ser reducida a un mero ejercicio de memoria —tal como es entendido por el sentido común democrático dominante—, sino que se trata de un verdadero acto colectivo de memoria histórica subversiva que inquieta todos los años —como una verdadera pesadilla viviente— a los gestores de la contrarrevolución en Chile en sus diferentes etapas históricas —dictadura, democracia, post-revuelta—. En consecuencia, su funeral tuvo una asistencia masiva que permitió evocar por algunas horas toda la potencia subversiva de la revuelta, tanto por el verdadero huracán de destrucción que recorrió el centro de la ciudad —minimizado y ocultado por la prensa oficial— como por el significado de dicha instancia para todas las personas que asistieron.

5.2 La subversión social, potencia subterránea en medio de la crisis

Ya sea bajo la forma de conmemoraciones de jornadas históricas de protesta —a la cual se ha agregado la del 18 de octubre—, como respuesta popular a la pauperización de la vida o contra la violencia policial, la protesta se ha convertido en una forma de manifestación del descontento social que ha ido evolucionando a través del tiempo y que ha adquirido sus propias costumbres: barricadas, ataques a comisarías, caceroleos, ollas comunes, incendio de edificios institucionales, etc. De esta manera, se ha convertido en una potencia subterránea y difusa que ha adquirido, desde nuestra perspectiva, un poder determinante en el acontecer cotidiano nacional y en el despliegue político e institucional actual en la medida en que gran parte de las políticas institucionales de mayor impacto social tomadas desde la esfera estatal incluyen siempre la consideración de evitar la reaparición masiva de la protesta.

La continuidad difusa de la revuelta durante el estado de excepción actual nos permite también elaborar conjeturas acerca de la permanencia de este como una medida político-económica que busca salvaguardar la paz social propia del capitalismo en medio de la actual convergencia entre crisis de valorización, crisis social y crisis sanitaria. Por consiguiente, los estados de excepción de 2019 y de 2020-2021 pueden ser interpretados como la consecuencia lógica de un auge ininterrumpido de la represión social y política en Chile durante la década previa, marcado por la aprobación de leyes que apuntaban hacia la ampliación de las facultades legales de la policía -es decir, fusión del Estado de excepción con la normalidad-, así como la criminalización de la protesta social mediante leyes como el control preventivo de identidad para jóvenes, la ley aula segura, entre otras, y el asesinato de activistas mapuche, ambientales y/o anticapitalistas por la policía durante los gobiernos de Lagos, Bachelet y Piñera[119].

Por otro lado, la coyuntura histórica abierta por el 18 de octubre de 2019 y los eventos que le siguen están marcados por una dialéctica de continuidad/discontinuidad con el periodo histórico previo. Por un lado, hay una continuidad con el programa de la “democracia protegida” establecido por la elite política-empresarial durante la dictadura cívico-militar, la cual subordina abiertamente el orden social al mercado, y consagrado en la constitución de 1980 por Jaime Guzmán[120]. Por otro lado, hay una ruptura en la medida en que la dictadura democrática abierta por el periodo de transición -marcada por la continuidad del modelo económico, político y social legado de la dictadura – entró en crisis con el surgimiento de la revuelta y, desde entonces, ha tenido un lugar un proceso de refundación constitucional que tiene como hitos fundamental el proceso constituyente acordado por la elite política-empresarial a partir del 15 de noviembre de 2019 y la llega al poder de Gabriel Boric. No obstante, la presencia -ininterrumpida desde marzo de 2020- de estados de excepción en diferentes zonas del país -hoy operativos en el Wallmapu y en el norte de Chile-, justificados, primero, para combatir la crisis sanitaria y, luego, para el combate de la subversión social y la crisis migratoria, le agrega una dimensión autoritaria abierta al orden democrático actual que ha llegado para quedarse.

  1. Conclusiones.

«El progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino, por el contrario, engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario» Karl Marx (1851), Las luchas de clases en Francia desde 1848 a 1850.

Exceptuando unas pocas publicaciones, la amplia mayoría del sector anticapitalista chileno se debate entre aceptar la derrota de la revuelta o querer revivir torpemente el espíritu de octubre de 2019. Pero lo que comenzó a sucumbir desde el 15 de noviembre de 2019 en adelante en adelante no era el contenido negativo del estallido revolucionario de octubre como tal, sino todo la anquilosada herencia de los ciclos anteriores de lucha, esto es, de todo aquello que precisamente no es la revolución: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba -ni aún está- libre el partido de la subversión antes de octubre y de los que no podía liberarse sino solamente a través de la actual serie de derrotas. En este sentido, y para contribuir a la formación de una praxis y una teoría anticapitalista coherente al respecto, se puede concluir lo siguiente:

1) Nos encontramos en una etapa de crisis socioecológica del capitalismo, cuyo desmoronamiento, posible superación o recaída de la humanidad en la barbarie marcarán la historia del siglo XXI[121]. De allí también la impostura -en la medida en que carecen de una base material acorde a la situación actual del capitalismo mundial- de las posiciones progresistas, soberanistas o de corte redistributivo que reclamó la dimensión conservadora de la revuelta social (mejor sistema de pensiones, nacionalización de los “recursos naturales”, gratuidad de la educación, entre otras). No es casualidad que el gobierno de Piñera no haya entregado ninguna alternativa de mejora concreta en alguna esas problemáticas, ni tampoco que su continuador Boric diera evidentes señales de no realizar ninguna reforma significativa en cuanto a la mejora en las condiciones materiales de sobrevivencia de la clase asalariada. En realidad, no se trata solamente de intentar mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora —dentro de los marcos que permite la lógica de la valorización del capital—, sino de superar la socialización capitalista como tal, esto es, superar los marcos del capital y del trabajo y pensar una sociedad post-capitalista fundada en la riqueza material y la satisfacción de las necesidades. En consecuencia, el movimiento de subversión social creado por la revuelta sólo podrá superarse en la praxis si es capaz de llevar a cabo una crítica categorial y profunda del sistema, planteando así alternativas emancipadoras. En este sentido, teoría crítica radical y medidas comunistas concretas se requieren y necesitan las unas a las otras, porque en la proliferación de la barbarie en medio del colapso solo un movimiento subversivo capaz de plantear una alternativa emancipadora concreta —esto es, capaz de satisfacer necesidades colectivas— podrá prolongar duraderamente un proceso de subversión radical de la sociedad capitalista en crisis.

2) Por consiguiente, es necesario que la crítica marxiana sea capaz de leer, a partir de las categorías de análisis propias de la crítica de la economía política, el momento histórico presente y las posibilidades de emancipación o de barbarie que se abren con la crisis de valorización del capitalismo mundial. No se trata de un problema de consciencia, de adoptar la teoría correcta, sino de que la superación de la sociedad capitalista solamente puede surgir de una ruptura colectiva en la práctica con la socialización capitalista y, por ende, de las determinaciones sociales e históricas que le son propias. En efecto, tal es la conditio sine qua non de toda emancipación social en nuestro contexto histórico actual: “…precisamente porque se trata de una relación social abstracta, [el capital] solo puede ser superado a través de una ruptura categorial, que implica el desvelamiento social de su lógica de conjunto”[122].Tender puentes entre las formas conceptuales de la realidad y las personas, entre la expresión teórica del movimiento real de la sociedad y la sociedad misma es, desde nuestra perspectiva, una de las tareas actuales más importantes -y considerando el contexto urgente- del pensamiento crítico contemporáneo. Es ahí que, desde el enfoque esbozado en este artículo, buscamos señalar la profundidad de la crisis actual y su relación con la revuelta en la región chilena contribuyendo, de esta forma, a delimitar los presupuestos de una praxis emancipadora adecuada al contexto ya señalado.

3) La administración capitalista de la pandemia a escala nacional y global ha evidenciado colectivamente el carácter sacrificial del totalitarismo económico contemporáneo, en el que las poblaciones son sacrificadas para la continuidad de la marcha destructiva de la economía capitalista[123]. No se trata, como creen las corrientes adeptas a las conspiraciones, de un exterminio planificado en secreto por malvados capitalistas que dominan ocultos a la sombra del estado, sino del dominio abierto de la economía capitalista y de sus particulares leyes cosificadas, que ponen al fin en sí mismo irracional de la ganancia y de la valorización del valor por encima de la vida humana y natural como el presupuesto mismo de su existencia. La célebre “mano invisible” del mercado, que arrastra de manera anónima a unos al éxito y otros a la miseria, es la misma que en medio de la pandemia arrastra a decenas de miles de personas a la tumba.

Robert Kurz tenía, entonces, razón cuando homologaba a los burócratas económicos y políticos de la institucionalidad capitalista actual con los sacerdotes aztecas de antaño[124], sólo que los primeros son muchos más terribles que los segundos en tanto que sacrifican al conjunto de la humanidad al fetiche de la valorización del valor como un fin en sí mismo:

“La ultima ratio [razón última] de exterminio y autoexterminio es la primera y última palabra del capitalismo. Esta solamente podría llegar a denominarse «apocalipsis» con ciertas condiciones. Porque las ideas religiosas y míticas del colapso del mundo en el pasado contenían siempre la promesa del surgimiento de otro mundo rejuvenecido. Sin embargo, los sacerdotes del sistema de terror económico de la «economía de mercado y la democracia» ya ni siquiera son apocalípticos —en el sentido original del término—, a pesar de la incontrolable crisis mundial de este modo de producción y de vida. El espíritu del tiempo [zeitgeist] «biopolítico» de la competencia de odio embrutecida aparece como un Spengler renacido; y el Ragnarök neoliberalmente mediado podría tener éxito como destrucción «molecular» endémica de la sociedad humana en general. El credo del capitalismo [das kredo des kapitalismus], la mayor secta apocalíptica de todos los tiempos objetivada en sistema mundial total, reza así: «después de este mundo, no vendrá ningún otro»”[125].

4) La continuidad difusa de la subversión social heredada de la revuelta, que se manifiesta a través de diferentes formas de protesta y/o iniciativas solidarias para el combate de la precarización económica, permanece como una potencia subterránea que alimenta la prolongación en el tiempo del estado de excepción —abierto o encubierto— como una medida represiva aceptada por la elite estatal como estrategia preventiva de un nuevo auge y generalización de la protesta social en la región chilena.  No es por casualidad, empero, que incluso organismos internacionales reconocen que la gestión gubernamental de la pandemia por el gobierno de Piñera no ha significó en modo alguno una pausa en su estrategia represiva, sino que, por el contrario, esta incluso se ha agravó bajo la forma de persecución a individualidades disidentes u organizaciones sociales autónomas[126]. A este respecto, el gobierno de Boric ha mantenido una continuidad que se ha expresado en represión masiva en las calles desde el día en que asumió su mandato, pasando por la represión a las protestas estudiantes, hasta la intensificación de la represión por parte de la policía militarizada en territorio mapuche.

Pese a la disminución relativa y absoluta de su intensidad, tal movimiento ha sido la causa fundamental en la alteración del orden democrático actual, que ha pasado desde la democracia protegida heredada de la dictadura cívico-militar —o estado de excepción encubierto— hacia la implementación del estado de excepción abierto

Tristemente, se ha generalizado el retorno a una nueva normalidad catastrófica y sacrificial marcada por los ritmos del trabajo y del mercado en condiciones aún más alienantes y riesgosas que aquellas que vieron nacer a la revuelta social, y con ella han retornado también las miserias sociales que le son inherentes —el suicidio de una joven de 15 años en medio de un mall repleto de personas que no detuvo las ventas por su muerte, es el testimonio crudo de ello—. Pero las cosas han cambiado definitivamente. Ayer, se echaba la culpa a la depresión y al estrés del malestar profundo que recorría nuestra sociedad; hoy sabemos -y así fue escrito en las calles de toda la región chilena- que no era depresión, era simplemente el mundo creado por y para el capitalismo. Ya nada volverá a ser igual, porque la revuelta hizo suya una bandera radical —que testimonia de manera perfecta nuestra afirmación acerca de la revuelta como puesta en marcha del retorno de lo reprimido—, y que es quizás una primera manifestación del lenguaje con el que se escribirá el nuevo “Manifiesto” de nuestra época: “Hasta que la vida merezca la pena ser vivida”.

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Notas.

[1] Este texto es una versión modificada y actualizada de un texto escrito para la Cátedra Jorge Alonso en el marco de una serie de ponencias tituladas Insurrecciones anticapitalistas en el siglo XX y XXI. Puede encontrarse el video de la instancia en el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=5LPeBDZDT6g. El texto original y los ensayos del resto de las expositoras lo encontramos aquí:  http://comunizar.com.ar/wp-content/uploads/La-lucha-por-la-vida-en-las-ciudades.pdf .

[2] A este respecto, existe una amplia literatura que, desde diversas perspectivas teóricas. En cuanto a la teoría del límite interno del capitalismo, de crisis de valorización por desustancialización del capital, la denominada Nueva Crítica del Valor -que agrupa diferentes tendencias- es una de las corrientes que más ha contribuido a rescatar la teoría marxiana de la crisis. Recomendamos leer algunos de los siguientes textos: Robert Kurz, Dinheiro sem valor: linhas gerais para uma transformaçao da crítica da economia política (Lisboa: Antígona, 2014), [2] Robert Kurz, El colapso de la modernización. Del derrumbe del socialismo de cuartel a la crisis de la economía mundial (Buenos Aires: Editorial Marat, 2016), Robert Kurz, La sustancia del capital (Madrid: Enclave, 2021), Moishe Postone, Tiempo, trabajo y dominación social: Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx (Barcelona: Marcial Pons, 2006), Alfredo Macías Vasquez, El Colapso del capitalismo tecnológico (Madrid: Escolar y Mayo, 2017), Anselm Jappe, La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción (Madrid: Pepitas de Calabaza, 2019), Konicz, T., 2017. Exit. Ideologías de la crisis. Madrid: Enclave y Nuno Cardoso Machado, “Primeira Versão” da Teoria da Crise de Marx: a queda da massa de mais-valia social e o limite interno absoluto do capital”, Estudios Economicos, 49 (No. 1).

[3] Cabe destacar, además, que desde que fue escrita la versión original de este texto han irrumpido nuevas revueltas en diferentes partes del mundo. La revuelta de Kazajistán que abrió el año 2022, fue brutalmente reprimida por la acción terrorista conjunta del Estado Kazajo y el Kremlin. Por otro lado, mientras se escriben estas líneas se desarrollan violentas protestas en Perú debido al alza generalizada de los precios de los alimentos y del combustible, lo que permite prever que ha medida que se agudice el fenómeno inflacionario internacional -provocado por la crisis estructural del capitalismo, la pandemia de Coronavirus, la guerra en Ucrania que ya ha adquirido un carácter global, el cambio climático, entre otros factores- habrán más estallidos de revueltas, especialmente en las regiones periféricas del capitalismo global.

[4] Sobre este punto en particular, recomendamos revisar el texto Capital y patriarcado: la escisión del valor (Santiago de Chile: Mímesis ediciones, 2020). Cabe destacar que en los últimos 2 años el numero de agresiones contra las mujeres en Chile ha aumentado de manera vertiginosa, existiendo una cantidad notable de estudios al respecto.

[5] En Chile, debido a su particular proceso de modernización e inserción económica en el mercado capitalista mundial, el cambio climático se ha manifestado con particular fuerza bajo la forma de una sequía de 13 años ininterrumpidos. Es decir, debido a la configuración extractivista de una economía nacional de carácter marcadamente primario exportado, está condenada a crear valor (riqueza abstracta) a costa de socavar la riqueza material. Tenemos aquí la base material e histórica de diversos conflictos al interior de la región chilena, particularmente en territorio Mapuche, que nos permiten entrever que en el futuro cercano -así como ya sucede en el presente en diferentes partes de Chile y el mundo- la lucha anticapitalista estará directamente ligada a la lucha por la supervivencia.

[6] En este sentido, es importante señalar que, pasados unos meses del estallido de la revuelta, asistimos a una aparición masiva de diferentes estudios académicos acerca del proceso iniciado en octubre. Lamentablemente, y hasta donde alcanza nuestro entendimiento, ninguna de esas investigaciones, muchas de las cuales aportan valiosos datos empíricos y perspectivas transdiciplinares, tiene como eje articulador una perspectiva histórica fundamentada en la crítica de la economía política; es decir, capaz de trascender el sociologismo propio de la Academia.

[7] Existe una versión primitiva de este análisis que fue escrito para la Revista Revueltas del Nucleo de Historia Social Popular y Autoeducación Popular de la Universidad de Chile, en el cual señalaba la importancia de situar la revuelta social en Chile en el contexto de la crisis de valorización del capitalismo mundial. Dicho texto puede ser encontrado en el siguiente link: http://revistarevueltas.cl/ojs/index.php/revueltas/article/view/32/27

[8] [8] La Nueva Crítica del Valor es una corriente teórica surgida a finales del S. XX. Sus principales impulsores -Robert Kurz, Moishe, Roswitha Scholz, Anselm Jappe, Ernst Lohoff entre otros/as autores/as- han desarrollado una reactualización creativa de la obra de Marx que se caracteriza por:  “Una crítica despiadada a todas las variaciones del capitalismo (…), acompañada de una crítica igualmente despiadada a los enfoques tradicionales de la teoría anticapitalista: la lucha de clases y el proletariado como sujeto revolucionario, la defensa del trabajo y los trabajadores y la conceptualización del capitalismo como un modo de producción que consiste esencialmente en la dominación de la “clase capitalista” que posee los medios de producción” Anselm Jappe, “Hacia una historia de la crítica del valor”. Nombres: Revista de Filosofía, 109.

[9] Anselm Jappe, Las aventuras de la mercancía (Madrid: Pepitas de calabaza, 2016).

[10] Jappe, La sociedad autófaga.

[11] Ibídem.

[12] Macías, El colapso del capitalismo tecnológico, 20.

[13] Marx, El Capital, cap. 1.

[14] Jappe, La sociedad autófaga, 19.

[15] Marx, El Capital. Tomo I. V.1., 88.

[16] Ibídem.

[17] Ibídem.

[18] Ibíd., 89.

[19] Ibídem.

[20] Anselm Jappe, La sociedad autófaga, 20 -22.

[21] Karl Marx, 2010. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857 ~ 1858 (2), (Madrid: Siglo XXI), p. 229.

[22] Marx, El Capital. Tomo I. V.1., 91.

[23] Karl Marx, El Capital. Libro I Capítulo VI (inédito). Resultados del proceso inmediato de producción (Iztapalapa: Siglo XXI, 2011), 7.

[24] Ibíd., p. 17.

[25] Marx, El Capital. Tomo I. V.1., 91.

[26] Macías, El colapso del capitalismo tecnológico.

[27] Nuno Cardoso Machado, “Primeira Versão” da Teoria da Crise de Marx.

[28] Ibíd, p. 179.

[29] Macías, El colapso del capitalismo tecnológico.

[30] Nuno Cardoso Machado, “Primeira Versão” da Teoria da Crise de Marx.

[31] Este fenómeno ha sido constatado, aunque desde una perspectiva diferente a la de la Nueva Crítica del Valor, por la Revista Theorie Communiste.

[32] Jappe, La sociedad autófaga.

[33] Kurz, El colapso de la modernización.

[34] Robert Kurz, Weltordnungskrieg: das Ende der Souveränität und die Wandlungen des Imperialismus im Zeitalter der Globalisierung (Bad Honnef: Horlemann Verlag, 2003).

[35] Jappe, La sociedad autófaga, 307.

[36] Ibíd., p. 310.

[37]Anselm Jappe, 2015. «Resforestar la imaginación.» En Criticar el valor, superar el capitalismo, de Jordi Maiso, José Rojo y Anselm Jappe, 45 – 72. (Madrid: Enclave Libros).

[38] Konicz, Exit. Ideologías de la crisis.

[39] Jappe, La sociedad autófaga.

[40] Macías, El colapso del capitalismo tecnológico, 217.

[41] Sobre este punto en particular existe una amplia y rica bibliografía desde un punto de vista marxiano que no se puede limitar a un solo autor, sino que remite a una serie compleja de aportes que abordan el problema desde diferentes perspectivas. Entre ellos es necesario destacar: Naomi Klein, Esto lo Cambia Todo: El Capitalismo Contra el Clima (Barcelona: Paidós, 2015); Ashley Dawson, Extinction: A Radical History (Nueva York: OR Books, 2016) y John Bellamy Foster, La ecología de Marx: Materialismo y Naturaleza (España: El Viejo Topo, 2004). Por otro lado, los sucesivos informes del IPCC contienen un rico material empírico y estadístico que merecen la atención de la teoría crítica en particular, y de la población en general.

[42] Guy Debord, 2006. El planeta enfermo (Barcelona: Editorial Anagrama), p. 80.

[43] Marx, El Capital, 325.

[44] Kurz, R., 2002. Schwarzbuch Kapitalismus: Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft. (Franfurt am Main: Ullstein Taschenbuchverlag), p. 437.

[45] Konicz, Exit. Ideologías de la crisis.

[46] Jappe, La sociedad autófaga.

[47] Samol, P. (2019). El narcisismo como norma. La deformación psíquica en la sociedad capitalista moderna. Widerspruch. Beiträge zu sozialistischer Politik, 71 – 78.

[48] Fisher, M., 2019. Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? (Buenos Aires: Caja Negra Editora).

[49] Roswitha Scholz, Capital y Patriarcado.

[50] Robert Kurz, Weltordnungskrieg.

[51] Jappe, A., Homs, C., Aumercier, S., & Zacarías., G. (2020). De Virus Illustribus – Crise du Coronavirus et Epuisement Structurel du Capitalisme. (París: Crise & Critique).

[52] Rompere Le Righe. (2010). Ejércitos en las calles. Algunas cuestiones en torno al informe «Urban Operations in the Year 2020» de la OTAN (Barcelona: Bardo Ediciones).

[53] Konicz, Exit. Ideologías de la crisis, 186.

[54] Ibídem.

[55] He realizado un análisis más detallado de este proceso particular en La guerra de descomposición del capitalismo ruso que posee 2 versiones. Una, original, en la web de Asedio (Link:  https://asedio.org/2022/03/06/la-guerra-de-descomposicion-del-capitalismo-ruso/) y otro, ligeramente modificada para el periódico El ciudadano (https://www.elciudadano.com/columnas/ucrania-guerra-de-descomposicion-del-capitalismo-ruso-y-global/03/09/).

[56] Puede aquí establecerse una analogía con el antiguo movimiento obrero que, a través de décadas de luchas sociales y revoluciones, instauró ciertos mínimos civilizatorios -disminución de la jornada laboral, leyes laborales, salud, etc.- que han sido progresivamente desmanteladas desde su derrota en el siglo pasado. Por otro lado, el estallido del movimiento feminista en Chile efectivamente posee una dimensión subversiva que rompe los moldes de las relaciones cosificadas entre los sexos y que ha tendido, desde entonces, a denunciar y desnaturalizar prácticas patriarcales.

[57] Banco Mundial. (2021). Chile: Panorama general.

[58] Pérez-Roa, L. (2019). Consumo, endeudamiento y economía doméstica: una historia en tres tiempos para entender el estallido social. En K. A. (edit)., Hilos tensados. Para leer el octubre chileno. (págs. 86 – 106.). Santiago de Chile.: Editorial USACH. P.

[59] Andrade, C. (2019). ¿Cuánto más soporta el Pilar Solidario? La experiencia de la vejez en el Chile actual. En K. Araujo, Hilos Tensados. Para leer el octubre chileno. (págs. 217 – 242). Santiago de Chile: Editorial USACH.

[60] Rasse, A. (2019). La crisis de la vivienda: entre el derecho social y la oferta inmobiliaria. . En K. A. (edit)., Hilos tensados. Para leer el octubre chileno. (págs. 107 – 126.). Santiago de Chile. : Editorial USACH. P. .

[61] Pérez-Roa, L. (2019). Consumo, endeudamiento y economía doméstica: una historia en tres tiempos para entender el estallido social. En K. A. (edit)., Hilos tensados. Para leer el octubre chileno. (págs. 86 – 106.). Santiago de Chile.: Editorial USACH. P.

[62] Stecher, A., & Sisto, V. (2019). Trabajo y precarización laboral en el Chile neoliberal. Apuntes para comprender el estallido social de octubre 2019. En K. A. (edit), Hilos tensados. Para leer el octubre chileno (págs. 37 – 82). Santiago de Chile: Editorial USACH.

[63] CEDEUS. (2019). Las inequidades de la movilidad urbana. Brechas entre los grupos socioeconómicos. Santiago de Chile: CEDEUS.

[64] Comunidad de Lucha (2018). Saltar el torniquete de la no-vida. Santiago de Chile.

[65] Véase Comunidad de Lucha. (2019). La rebelión estudiantil y la revolución social que se avecina. Santiago de Chile.

[66] Prieto, H. (2014). Los gorilas estaban entre nosotros (segunda ed.). Santiago de Chile: Editorial Viejo Topo.

[67] Jiménez, P. (2021) La revuelta social en Chile y la crisis de valorización del capitalismo mundial. Actuel Marx, N°29.

[68] Nasioka, K. (2017). Ciudades en insurrección: Oaxaca 2006 / Atenas 2008 (México D.F.: Editorial Cátedra Jorge Alonso), 26.

[69] Jappe, A. (2018). Hacia una historia de la crítica del valor.

[70] Nasioka, K. Ciudades en insurrección.

[71] Sanhueza, C. (2019). «No lo vimos venir». Los expertos bajo escrutinio. En M. Folchi (Ed.), Chile despertó: Lecturas desde la Historia del estallido social de octubre. (págs. 43 – 52). Santiago de Chile: Universidad de Chile.

[72] Debord, G. (2005). Informe sobre la construcción de situaciones. Bifurcaciones, 1 – 13.

[73] Instituto Nacional de Derechos Humanos. (2019). Informe Anual: Sobre la situación de los Derechos Humanos en Chile en el contexto de la crisis social (17 Octubre – 30 Noviembre). Santiago de Chile: INDH.

[74] En psicoanálisis, la expresión retorno de lo reprimido viene a significar el “proceso en virtud del cual los elementos reprimidos, al no ser nunca aniquilados por la represión, tienden a reaparecer” (Pontalis, 2004, pág. 388). En el marco de este escrito, retomamos esa expresión para ilustrar la dimensión subterránea de la revuelta, compuesta de un universo de deseos reprimidos que constituyen uno de los fundamentos de la dimensión explosiva y negativa de la revuelta.

[75] Waissbluth, M. (2020). Orígenes y evolución del Estallido Social en Chile. Versión 1. Santiago: Centro de Estudios Públicos.

[76] La Tercera. (2019). Detalle de los saqueos: 115 en supermercados, 34 en tiendas y 13 en farmacias. Santiago de Chile: La Tercera.

[77] Camatte, Transición [traducción de Federico Corriente].

[78] Marx, K. (2010). La Comuna de París (Madrid: Akal).

[79] Jara, I. (2013). «Una nación de propietarios, no de proletarios”. La retórica intelectual dela dictadura chilena sobre las clases sociales y la clase media. En A. Candina (Ed.), La frágil clase media. Estudios sobre grupos medios en el Chile contemporáneo. (págs. 71 – 84). Santiago de Chile: LOM.

[80] Gómez Leyton, J. C. (2004). La frontera de la democracia: el derecho de propiedad en Chile, 1925-1973 (Primera ed.). Santiago de Chile: LOM.

[81] Garcés, M. (2019b). Estallido social en el Chile neoliberal III . Santiago de Chile: OngECO.

[82] Ibíd, p. 6.

[83] Ibíd, p. 8.

[84] Ibidem.

[85] CNN. (2020). 5 momentos que dejó la entrevista a Mario Desbordes en Tolerancia Cero. Santiago de Chile: CNN.

[86] Benjamin, W. (2007). Sobre el concepto de historia. En Conceptos de filosofía de la historia (Buenos Aires: Terramar), p. 69.

[87] Agambem, G. (2006). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida (I) (Valencia: Pre-Textos), p. 156.

[88] Ibíd., 212.

[89] Kurz, Weltordnungskrieg.

[90] Jappe, A., Homs, C., Aumercier, S., & Zacarías., G. (2020). De Virus Illustribus – Crise du Coronavirus et Epuisement Structurel du Capitalisme. París: Crise & Critique.

[91] Ibídem.

[92] Ibídem.

[93] Villa, C. (07 de Octubre de 2020). Gonzalo Bacigalupe por supuesta manipulación de cifras del Minsal: “Hay más interés en controlar a la población que en controlar el contagio”. Diario UdeChile.

[94] Trejo, C. (15 de Mayo de 2021). La inversión antiprotesta de Chile supera los 15 millones de dólares en plena pandemia. Sputnik.

[95] Ríos, C., & Cifuentes, L. (07 de Abril de 2020). El relato de los trabajadores de delivery que viven la pandemia sin acceso a baños ni elementos de protección. CIPER Chile.

[96] EFE. (2021 de Abril de 2021). El virus azota a Chile. Hospitales colapsan. Un 83% de la población es confinada. Cierran fronteras. SinEmbargo.

[97] Bacigalupe, G., González, R., Cuadrado, C., Sandoval, V., & Farias, C. (06 de Junio de 2020). El desastre está aquí. Ciper Académico.

[98] Leighton, H., & Segovia, M. (26 de Diciembre de 2019). El fracaso de Guevara, los costos del «copamiento preventivo» que pagará el intendente con su capital político. El Mostrador.

[99] CNN. (19 de Marzo de 2021). Guevara: “No hay ​ningún dato que permita señalar que el transporte público es un foco de contagio”. CNN.

[100] Cooperativa. (16 de Abril de 2020). Cámara de Comercio de Santiago: No podemos matar la actividad económica por salvar vidas, después lamentaremos que gente muera de hambre. Cooperativa.cl.

[101] Marx, K. (2009). El Capital. El proceso de producción del capital. Tomo I/ Vol. 3 (8va ed.). Iztapalapa: Siglo XXI Editores.

[102] Ceballos, C. (08 de Abril de 2020). Socio de LarrainVial: “No podemos seguir parando la economía, debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”. El Desconcierto.

[103] Zizek, S. (2020). Pandemia. La covid-19 remece al mundo. Barcelona: Anagrama.

[104] Fisher, M. (2019). Realismo Capitalista ¿No hay alternativa? (Buenos Aires: Caja Negra Editora), p. 22.

[105] BBC Mundo. (19 de Mayo de 2020). Coronavirus en Chile: las imágenes de las protestas en Santiago por la difícil situación económica creada en Chile por la pandemia de covid-19. BBC Mundo.

[106] Vargas, F. (19 de Mayo de 2020). Altos niveles de pobreza y una larga cuarentena: Los factores que complican a los vecinos de El Bosque. El Mercurio.

[107] Ibídem.

[108] Diario UChile. (18 de Mayo de 2020b). Con represión incluida: vecinos de El Bosque protestan por la falta de alimentos en cuarentena. Diario UChile.

[109] Cisternas, M. (18 de Mayo de 2020). Otra vez las mujeres: las ollas comunes contra la desesperación en tiempos de crisis. Diario UChile.

[110] El Mostrador. (12 de Octubre de 2020b). Madre de joven lanzado al río Mapocho refuta versión de carabinero imputado: «Esto no fue un accidente, fue un homicidio frustrado, los videos hablan por sí solos». El Mostrador.

[111] Ministerio del Interior y Seguridad Pública. (2020). Ministro Pérez informa casi 700 detenidos tras jornada 18-O. Santiago de Chile: Ministerio del Interior y Seguridad Pública.

[112] CNN Chile. (18 de Octubre de 2020). Resumen completo del aniversario del 18-O: De la protesta pacífica a la quema de iglesias. CNN Chile.

[113] EFE. (25 de Octubre de 2020). Plebiscito en Chile: «Grupos minoritarios» buscan boicotearlo, según Piñera. El País.

[114] Diario UChile. (06 de Febrero de 2021). Panguipulli en llamas: violentas protestas por muerte de malabarista a manos de Carabineros. Diario UChile.

[115] El Mostrador. (5 de Febrero de 2021). Asesinato de joven malabarista en Panguipulli: mundo político condena crimen y reabre debate por “refundación” de Carabineros. El Mostrador.

[116] Rivera, Y. (20 de Febrero de 2021). Cronología de un asesinato en Paguipulli: La muerte de Emilia no será en vano. Página 19.

[117] Resumen.cl. (30 de Marzo de 2021). Ataques a comisarías, violencia policial y la muerte de una mujer marcaron jornada por el Día del Joven Combatiente. Resumen.cl.

[118] Figueroa, N. (31 de Marzo de 2021). La última protesta de Ángela: La historia de la mujer atropellada por un conductor ebrio en Colina. El Desconcierto.

[119] Cortés, J. (2020). La violencia venga desde donde venga. Santiago de Chile: Vamos hacia la vida.

[120] Gárate, M. (2012). La revolución capitalista de Chile (1973 – 2003). Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado.

[121] Kurz, R. El colapso de la modernización.

[122] Macías, El colapso del capitalismo tecnológico, 219.

[123] Jappe y otros, De virus ilustribus.

[124] Robert Kurz, Dinheiro sem valor.

[125] Robert Kurz, Schwarzbuch Kapitalismus, 437.

 

[126] Amnistía Internacional. (2021). La situación de los derechos humanos en el mundo – Informe 2020/2021. Londres: Amnistía.

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