Sin límites.

El Club de Roma presentó hace 50 años su famoso estudio sobre el futuro de la economía mundial.

por Tomasz Konicz[1]

Probablemente no haya otro estudio tan ambivalente como Los límites del crecimiento, publicado por el Club de Roma en 1972. Traducido a 37 idiomas, con una tirada de más de 30 millones de ejemplares, el estudio, publicado en forma de libro, dio clara expresión a un sordo sentimiento masivo de pesadumbre, a un amplio malestar al final del boom fordista de la posguerra, y era sencillamente erróneo en muchos de sus supuestos y conclusiones.

El Informe para el Proyecto del Club de Roma sobre el Predicamento de la Humanidad, subtítulo oficial del bestseller, apoyaba el movimiento ecologista con su afirmación central sobre la finitud de los recursos, a la vez que transmitía la ideología reaccionaria del maltusianismo. El estudio incluso dejó su huella en la producción de la industria cultural de los años setenta. Durante este periodo se realizaron numerosas películas distópicas, como el clásico Soylent Green.

Estudios como Los límites del crecimiento surgen cuando las élites funcionales capitalistas -y este fue el caso del Club de Roma, fundado en 1968 por el capitalista italiano Aurelio Peccei- piensan críticamente más allá del horizonte temporal de los negocios. El estudio, desarrollado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts con la ayuda de modelos cibernéticos asistidos por ordenador, fue cofinanciado por la Fundación Volkswagen con un millón de marcos alemanes, presentado al público en una serie de conferencias de alto nivel y rápidamente popularizado gracias a una hábil campaña publicitaria de clientes muy bien conectados. Expresa el incipiente malestar ecológico sin cuestionar el capitalismo, lo que también es evidente en las recomendaciones de actuación, a veces desconcertantes: según ellas, las múltiples «aspiraciones humanas» están conduciendo a la crisis de recursos y de superpoblación, crisis que ya no podría ser resuelta con «medidas puramente técnicas, económicas o jurídicas», haciendo necesarios «enfoques totalmente nuevos», que tendrían que apuntar a «estados de equilibrio en lugar de un mayor crecimiento».

Es probable que estas vagas formulaciones hayan favorecido el éxito mundial del libro: todo el mundo podía aceptar el libro, estar de acuerdo de manera abstracta con los lugares comunes sin sentirse incómodos u obligados a hacer nada. La burguesía liberal de la izquierda establecida, en particular, adora este bálsamo para el alma sin ataduras, como lo ilustran los titulares de «Die Zeit» («La tierra primero») o del » Standard» austriaco («La difícil búsqueda de un equilibrio») con motivo del 50 aniversario de Los límites del crecimiento.

El núcleo positivista del estudio está formado por escenarios futuros que se extienden hasta el siglo XXI, pronosticando el colapso de la sociedad por la sobreexplotación de los recursos finitos. Las conclusiones afirman que el continuo «aumento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales» conduciría a «que se alcancen los límites absolutos de crecimiento en la Tierra en el transcurso de los próximos cien años», lo que resultará en «un descenso bastante rápido e imparable de la población y la capacidad industrial». Los límites de la capacidad ecológica de la Tierra seguirían disminuyendo por la sobreexplotación de los recursos, y la población aumentaría por un efecto de inercia hasta que este desarrollo lleve hacia el «colapso».

En la introducción, los autores del estudio elogian sus entonces nuevos modelos de «naturaleza formal y matemática», que fueron alimentados con datos minuciosamente recogidos y luego extrapolados a las próximas décadas mediante el uso de computadoras cuya modesta potencia informática ahora es superada con creces por cualquier Smartwatch. Los componentes individuales de los modelos, como el desarrollo de la población, la tasa de natalidad, la producción industrial, el consumo de alimentos y recursos, ni siquiera se perciben como fenómenos sociales en sus contradicciones internas, sino que entran en el cálculo como factores cosificados, como meros valores de crecimiento numérico. El capital como dinámica destructiva desaparece en un mar positivista de números, hasta que el crecimiento económico aparece como mera consecuencia del crecimiento de la población.

El estudio Los límites del crecimiento fue, en efecto, pionero. En cierto modo, fue el precursor de los innumerables estudios de modelos asistidos por computadora, que desde entonces han sido producidos diariamente por la comunidad científica; y que en las últimas décadas han sido tan terriblemente vergonzosos en sus pronósticos sobre el cambio climático, ya que su dinámica interna, caracterizada por puntos de inflexión, ha sido criminalmente subestimada. Sin embargo, en términos ideológicos, también anticipó la ambivalencia del movimiento ecologista, que siempre tuvo un flanco abierto a lo reaccionario. Esto se pone de manifiesto cada vez que se responsabiliza al propio «ser humano» -en abstracto- por los costos ecológicos del funcionamiento del capitalismo tardío.

Además, desde la perspectiva actual, está claro que una suposición básica en el corazón de Los límites del crecimiento es simplemente incorrecta: no es sólo la finitud de los recursos naturales lo que constituye los límites ecológicos externos del movimiento de explotación del capital, sino también estabilidad climática global. El petróleo y el carbón se siguen extrayendo en masa a pesar de los crecientes costes de extracción, mientras que la crisis climática está llegando a su punto álgido y se están superando los puntos de inflexión globales del sistema climático. La conclusión correcta del Club de Roma, que hizo época, de que el crecimiento sin fin es imposible en un mundo finito, se basa en premisas falsas.

Por último, un examen detallado de la evolución de la población en las últimas décadas demuestra lo equivocado que estaba el Club de Roma al vincular el crecimiento económico con el demográfico. El mayor aumento del consumo de recursos en las últimas décadas no se produjo en los países de la periferia, que experimentaron el mayor crecimiento demográfico, sino en los centros occidentales del sistema mundial y en los países emergentes como China, que experimentaron una precaria modernización capitalista, con tasas de natalidad estancadas. La creciente quema de recursos no es, pues, una expresión del crecimiento de la población, sino del movimiento de explotación sin límites del capital, que en su dinámica de «sujeto automático» funciona, de hecho, como una máquina de quemar el mundo. Por cierto, el Club de Roma sigue adhiriéndose a la ideología de un maltusianismo industrial que vincula población y crecimiento económico. En 2016, el círculo de la élite propuso pagar a las mujeres sin hijos 80.000 dólares estadounidenses al cumplir 50 años.

La percepción ideológicamente distorsionada de los límites ecológicos del capital, que a pesar de todo sigue siendo el mérito histórico del estudio, se correspondió desde el principio con una crítica falsa, a veces reaccionaria. No sólo el economista y premio Nobel Paul A. Samuelson negó rotundamente la existencia de límites al crecimiento, ya que la capacidad de innovación técnica del capital y la regulación del mercado a través del mecanismo de los precios se oponían a la idea, entonces todavía inquietante, de un límite ecológico al crecimiento capitalista. Fue precisamente la referencia a la base ideológica del estudio, el maltusianismo, unida a la habitual crítica a las ideas supuestamente apocalípticas, lo que permitió a muchos medios de comunicación desestimar también la conclusión del informe. El «Spiegel», por ejemplo, calificó al estudio de «visión catastrófica desde el ordenador», y el «Economist», refiriéndose a Malthus, escribió sobre un «punto álgido de tonterías anticuadas».

La crítica de la izquierda al Club de Roma también quedó a menudo truncada; se centró sobre todo en las indicaciones de que el estudio ignoraba las consecuencias sociales de la crisis de recursos prevista y pasaba por alto las cuestiones de poder, así como de clase, en relación con la distribución global de los recursos. Sin embargo, no produjo una crítica fundamental de las contradicciones socioecológicas del proceso de valorización. Esta línea tradicional de pseudooposición de izquierda, a veces abiertamente reaccionaria, que rehúye una crítica categórica a la socialización capitalista, se extiende hasta el presente.

En lugar de cuestionar radicalmente la manía del crecimiento capitalista, se discute la cuestión social frente a la cuestión climática -cada vez más a menudo en solidaridad con la demagogia social de la Nueva Derecha- o se bloquea el debate pendiente sobre una transformación radical del sistema con debates distributivos socialdemócratas que carecen de sentido. El cuento de hadas del «capitalismo verde» se contrarresta con la obstinada adhesión al autodestructivo capitalismo fósil.

En nuestro «distópico» año 2022, la tienda online Soylent.com, que vende un concentrado alimenticio que supuestamente cubre todas las necesidades nutricionales del Geek estresado, demuestra cómo el capital sabe lidiar con las críticas truncadas. Green Soylent está disponible con sabor a chocolate y menta.

 

Traducido por Pablo Jiménez C.

[1] Se puede encontrar el texto original en alemán en el siguiente link: https://www.exit-online.org/link.php?tabelle=autoren&posnr=660 .

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