[Roland Simon] «Estadísticas y sentimientos» (sobre los disturbios de junio de 2023)

por Roland Simon

«Cuando las estadísticas penetran en las masas, el sentimiento se convierte en una fuerza material» (Anónimo).

No habrá estadísticas.

Multiplicar las estadísticas para decir, como hacen los «representantes locales» y los «mediadores sociales»: «Os lo advertimos, va a explotar», no explica ni da cuenta de nada sobre los acontecimientos: ni de su forma, ni del momento, ni de su contenido, ni de sus objetivos. En la acción, todos los datos objetivos, «explicativos», existen como sentimientos, se convierten en sentimientos: desde el odio y la venganza, hasta el juego, la fiesta y la hermosa proyección imaginaria de uno mismo recuperando por un momento el control de su vida. Videojuegos, ¿por qué no? Todo el mundo opera en bosques de referencias y símbolos, y las estadísticas nunca ponen a nadie en la calle a menos que sean transmutadas por las modalidades de la experiencia.

Toda práctica opera bajo una ideología, y el sentimiento (la venganza y el odio ante el desprecio, la envidia de la mercancía prohibida) es una de ellas. El sentimiento es una relación con las relaciones de producción; es incluso la forma más obvia, la más inmediata, de interpelación de individuos concretos como sujetos. Pero el «individuo concreto» no es un sustrato primario, se produce a sí mismo en la reproducción del modo de producción en todas sus formas de apariencia y en todo su fetichismo. Es el individuo concreto el que se auto-interpreta como sujeto. Los adolescentes racializados se han autointerpretado como sujetos, aunque obviamente no bajo la misma ideología que un obrero o un jubilado. El sentimiento: odio, venganza, deseo de consumir no sólo productos Aldi o Lidl, sino también los últimos teléfonos y pantallas planas, el juego y la autoafirmación. Contra su constante negación, la ideología específica de los jóvenes alborotadores es precisamente reivindicarse como «humanos»; la dignidad es la forma más pura del sujeto. El sentimiento no representa sus condiciones reales de existencia, sino su relación con esas condiciones, y es en esta relación en la que se constituyen como sujetos y actúan como tales. Luchan de acuerdo con su existencia real tal y como se define y existe en una situación social y política concreta.

Tras haberse reestructurado globalmente en los años setenta, contra Keynes y Ford, desconectando la valorización del capital de la reproducción de la fuerza de trabajo, el modo de producción se ve ahora socavado por una inversión de manivela de lo que fue la dinámica de los últimos treinta o cuarenta años.

Estaban los Chalecos Amarillos, que pusieron la vida cotidiana con todos sus caprichos, contradicciones y facetas en el centro de la lucha de clases y señalaban al Estado como responsable de la distribución, de la renta, de la riqueza de unos y de la pobreza de otros.

Estaba el largo episodio de la reforma de las pensiones, que el movimiento intersindical consiguió mantener a raya en todo momento porque se trataba de un movimiento nacido muerto cuyo único objetivo era la derrota, y el movimiento intersindical era la forma adecuada de esa derrota. Se trataba de una reforma que, junto con la reforma del seguro de desempleo, del aprendizaje y de la formación, de los liceos profesionales y de su financiación, cambiaría todo el curso de la vida laboral. Pero, en su derrota anunciada, la crisis de la democracia representativa se hizo evidente en la acumulación de todos los expedientes constitucionales para imponer una decisión ya tomada antes de cualquier «discusión».

Estaba el periodo Covid, con sus confinamientos y la represión territorializada de todo aquel que se desviara de ellos.

Estaba el radicalismo ecologista contra los grandes proyectos del capital. Un movimiento simpático si no fuera porque en el fondo siempre encontramos la nostalgia del campesino, de la pequeña empresa y de la pequeña producción mercantil: la mediocridad universal.

Está la inflación, un fenómeno de apariencia mágica que parece haber venido de otro planeta para golpear con fuerza los bienes de consumo cotidiano.

Y cada vez está el Estado y sus diversas bandas armadas. El Estado es el garrote. Detrás de cada uno de sus aparatos, de sus «servicios», está la fuerza. Es una máquina que transforma la violencia recíproca que atraviesa todas las facetas de la lucha de clases en la única violencia legítima, la de la reproducción del modo de producción capitalista. Con la desintegración del «movimiento obrero», de sus organismos e instituciones, la democracia representativa se derrumba junto con la política, que es la relación recíproca entre el Estado y la sociedad civil (la transcripción de las relaciones de producción en términos estatales). Los neofascistas se convierten en liberales, aplican una política de austeridad y se adhieren a Europa y a la OTAN, mientras que la izquierda y la derecha compiten por «reformar» el código laboral y las pensiones.

La representación pacificada en «voluntad general» de una sociedad reconocida como necesariamente conflictiva (esta es la fuerza de la democracia) es un trabajo en curso y no un reflejo. En otras palabras, en el funcionamiento democrático del Estado, la cosificación y el fetichismo son actividades, es la política como partidos, debates, deliberaciones, relaciones de fuerza en el ámbito específico de la sociedad civil, decisiones. Todo eso ha desaparecido. Actualmente el problema de la democracia es que sólo hay una particularidad de la totalidad social capaz de competir, y la desaparición de la identidad obrera y de su representación ha arrastrado consigo a todas las demás, incluidas las asociaciones, frentes y movimientos de las «banlieues» o «barrios populares». Sin embargo, por sí misma, como particularidad política, la clase dominante no es nada, nada como capacidad de hacerse vale como moneda de cambio universal. En la desaparición del juego democrático, la burguesía se juega su universalidad. Hay un malestar fundamental en la representación política. En todas partes se desmoronan las mediaciones de la violencia de las relaciones sociales.

Es el trabajo de representación el que está en crisis. En todas partes, es la desaparición de la identidad obrera y, por tanto, de su representación política socialdemócrata y/o comunista, lo que desestabiliza el fundamento político del Estado democrático. Este último es la pacificación de una fractura social que la democracia reconoce como real en el momento en que la representa como un enfrentamiento entre ciudadanos. La democracia es el reconocimiento del carácter irreductiblemente conflictivo de la «comunidad nacional». Desde este punto de vista, el reconocimiento de la clase obrera ha estado históricamente en el centro de la construcción de la democracia, e incluso ha sido su motor y su criterio. En las formas políticas actuales de la crisis, podemos ver una crisis de la hegemonía de la clase capitalista. Dominación y hegemonía no son lo mismo; puede haber dominación sin hegemonía. La hegemonía consiste en producir el marco ineludible de debates y oposiciones, en imponer al otro los términos mismos de su oposición. Cuando eso se derrumba, lo único que les queda a los que ocupan las peores posiciones en el juego, es el garrote.

Hay que leer un periódico inglés (The Guardian, 29 de junio) para encontrar el relato más relevante de los disturbios de finales de junio de 2023: «Era la guerra, realmente creo que los jóvenes de aquí se ven a sí mismos en guerra. Lo ven como una guerra contra el sistema. No es sólo contra la policía, va más allá, de lo contrario no estaríamos viendo esto por toda Francia. No sólo atacan a la policía, sino también ayuntamientos y edificios públicos. La muerte de este adolescente ha desencadenado algo. Hay mucha rabia, pero esto va más allá de eso, hay una dimensión política, un sentimiento de que el sistema no funciona. Los jóvenes se sienten discriminados e ignorados».

Cuando las personas se ven relegadas a barrios abandonados por los servicios públicos, donde la única presencia del Estado es la policía actuando como una banda rival, donde el empleo es una quimera, la pobreza es moneda corriente y la violencia cotidiana de todo tipo de tráfico es una realidad, no se trata sólo de analizar las condiciones materiales objetivas, sino también el proceso de subjetivación, es decir, la forma en que los propios individuos sienten a diario su lugar en las relaciones de producción. La aceptación de un «sistema», en su autopresuposición, también está regulada por principios normativos, valores y obligaciones. La revuelta se produce cuando los juicios de valor, los sentimientos, sobre el funcionamiento de la sociedad parecen haber sido transgredidos, cuando el «sistema» ya no permite materialmente sobrevivir dentro de él, cuando se sobrepasan las normas y los «principios morales» que controlan y rigen el «racismo ordinario» en el día a día. Para los jóvenes de los «barrios», ser la «Francia de abajo» era la norma, pero el asesinato, el confinamiento policial-sanitario y la inflación han trastocado esta norma, el «contrato» se rompe, atacar a la «banda rival» (el Estado), saquear sea necesario o no (pero quién puede definir lo «necesario»), se convierten en algo necesario para el individuo concreto entonces cuestionado como sujeto.

Chalecos amarillos, manifestantes contra la reforma de las pensiones, ecologistas radicales de Ste Soline, adolescentes racializados de los «barrios populares», todos ellos no se encontrarán, no «convergerán», mientras cada uno siga siendo lo que es. Nada es más patético y lamentable que estos llamamientos al «movimiento obrero» para que apoye la revuelta de los jóvenes de los suburbios. Marine Lepen, Giogia Meloni, Vox, la AFD y consortes en Europa, Trump y Bolsonaro en otros lugares, están en la reserva de la democracia como un posible contrafuego a un potencial, coyuntural, evento que deviene en ósmosis no de lo que fueron sino de lo que efectivamente hicieron los Chalecos Amarillos, la resistencia a la reforma de las pensiones, las luchas ecologistas radicales, la revuelta de los pobres racializados (cualesquiera que sean sus formas de existencia en todo el mundo). Esta extraña clase que llamamos «proletariado» sólo se constituye en el cuestionamiento por parte de todos los oprimidos/explotados de lo que les define y no en sus reivindicaciones en cuanto que tales.

Publicado originalmente el 02 /07/23 en Des nouvelles du front bajo el título «Statistiques et sentiments» (à propos des émeutes de juin 2023).

Traducción: Pablo Jiménez Cea

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