[M. Bolt & D. Routhier] La teoría crítica como teoría radical de la crisis: Kurz, Krisis y Exit! sobre la teoría del valor, la crisis y la quiebra del capitalismo

por Mikkel Bolt Rasmussen y Dominique Routhier

El ensayo introduce la obra de Robert Kurz y la especie algo marginada de crítica del valor con la que se le asocia: la Wertkritik. Sobre la base de un relato historiográfico crítico de la «Nueva lectura de Marx», sostiene que las diferencias teóricas y políticas entre la Wertkritik y otras corrientes críticas del valor no pueden pasarse por alto ni descartarse como meras luchas territoriales, sino que deben entenderse como la expresión de un desacuerdo más fundamental sobre la naturaleza del capitalismo y el papel de la «crítica», cuyo rasgo distintivo es, por supuesto, la insistencia en una teoría propia de la crisis. El ensayo presenta la particular versión de Kurz de la Wertkritik, pero argumenta en contra de su abandono de la noción de lucha de clases y propone complementar el análisis de Kurz con el análisis de Théorie Communiste, más fundamentado históricamente, del actual periodo del capital.

Palabras clave: Crisis, Robert Kurz, Revolución, Crítica del valor, Clase obrera, Théorie Communiste

La sustitución del movimiento Nuit Debout por el movimiento Gilets Jaunes en Francia y el reciente movimiento Rif en el norte de Marruecos parecen confirmar la tesis de Alain Badiou de que vivimos actualmente “una era de revueltas”. La crisis financiera que estalló en 2007 es el telón de fondo inmediato del nuevo ciclo de protestas que se ha desplazado de forma desigual del sur de Europa al norte de África, luego de vuelta al sur de Europa y después a Estados Unidos y Canadá, para resurgir en el norte de África, Oriente Próximo, Sudamérica, y así sucesivamente. Las protestas nos parecen señalar una profunda transición o ruptura histórica en la que la llamada hegemonía neoliberal está siendo desafiada o, al menos, ya no se deja de desafiar, como ha sido el caso durante los últimos treinta años en Occidente. Aunque las protestas adoptan formas muy diversas según el lugar en el que se materializan, desde El Cairo a Estambul o Sao Paulo, y aunque las reivindicaciones expresadas en las protestas tienen todas características locales, ellas, no obstante, parecen estar claramente conectadas como expresiones de una crisis económica y política general.

La crisis y las protestas —que sólo parecen extenderse, formando una red discontinua de desesperación y resistencia— están conectadas y constituyen una especie de unidad (véase Bolt Rasmussen 2015). La cuestión trata, entonces, acerca de cómo entender la coyuntura actual en el tiempo, y comprender de qué son expresión los numerosos levantamientos mundiales. ¿A qué tipo de crisis nos enfrentamos? ¿Hasta dónde llega su profundidad? ¿Estamos ante el principio del fin del capitalismo “neoliberal”, o quizás incluso del capitalismo como tal? ¿Estamos viviendo el paso de una época liderada por Estados Unidos a otra en la que China se está convirtiendo en la potencia dominante de la economía mundial? ¿O estamos ante la expresión de una crisis más grave del modo de producción capitalista y no simplemente ante un cambio de hegemonía política y económica? Las preguntas se amontonan tan rápido como parece desmoronarse el mundo. Un análisis adecuado de las transformaciones estructurales que se están produciendo en la actualidad es más urgente que nunca.

En este contexto, no es una sorpresa que con la emergencia de la crisis financiera de 2007 se haya producido un auténtico renacimiento marxista. Se han presentado multitud de competentes análisis marxistas que intentan explicar la crisis más allá de las acusaciones de los medios de comunicación (la culpa es de los banqueros codiciosos, la culpa es de la clase media estadounidense, la culpa es de los griegos, la culpa es de los alemanes, etc.), algunos con más éxito que otros. La serie de seminarios de Alain Badiou y Slavoj Žižek sobre el comunismo —que han tenido lugar en Londres, Berlín y Nueva York desde el otoño de 2008— han atraído a grandes multitudes y son un ejemplo de ello. Tanto Badiou como Žižek han escrito libros sobre la crisis actual, pero ninguno de los dos propone un análisis marxista útil de los problemas inherentes al modo de producción capitalista, sino que prefieren quedarse en un nivel puramente filosófico (Badiou) y cultural (Žižek) de explicación.

Si queremos combinar una crítica de la economía política con el comunismo revolucionario, puede que sea necesario mirar más allá de esa crítica “blanda” de la ideología y su crítica un tanto reductora de las representaciones dominantes del neoliberalismo. Antonio Negri y Michael Hardt están, por supuesto, comprometidos en tal empresa, pero su optimismo —cualquier cambio en la composición del capital es una expresión del poder constitutivo de la multitud; el trabajo inmaterial hace redundante la mediación del capital sobre la capacidad de cooperación y creatividad de la multitud— no parece realmente capaz de dar cuenta del alcance de la crisis actual y de la violenta destrucción que ya ha causado[1]. El vitalismo optimista de Hardt y Negri no se adapta bien a la era de los disturbios. Frente a una grave crisis estructural de la economía mundial, en curso desde la década de 1970, las obvias limitaciones culturalistas del “Marxismo Occidental” (Anderson 1976) y sus sucesores posmarxistas —desde Laclau y Mouffe hasta Badiou y Žižek o, más recientemente, Srnicek y Williams— se han vuelto cada vez más evidentes. Por muy diversos que sean estos discursos posmarxistas, todos parecen compartir la falta de interés por la necesaria tarea de identificar, exponer y criticar las contradicciones fundamentales y las limitaciones inherentes a un modo de producción basado en la forma de valor. En otras palabras, la coyuntura actual exige una atención renovada hacia la crítica de la economía política.

Si hoy en día nos enfrentamos —como se podría argumentar, por ejemplo, siguiendo a Immanuel Wallerstein (2003) y Giovanni Arrighi (1994)— a un régimen de abstracción y dominación social que lleva mucho tiempo tendiendo hacia un cataclismo virtual, sostenemos que nuestro momento actual también se ha topado con las limitaciones de la propia “crítica” postmarxista. Por lo tanto, a continuación, proponemos dirigir nuestra atención hacia desarrollos marxistas continentales alternativos, correlacionando el análisis alemán de la forma-valor —más específicamente, los escritos de Robert Kurz— con la teoría francesa de la comunización, tal como la presenta Théorie Communiste, para encontrar algunas coordenadas más útiles para una crítica marxista radical del capitalismo y su actual régimen de acumulación en crisis. Puede que Kurz no tenga todas las respuestas —su abandono de la noción de lucha de clases es problemático, como mostraremos—, pero su análisis marxista hegeliano de las contradicciones fundamentales del capital constituye una importante contribución a la continuación del análisis crítico de la sociedad capitalista tardía. Este ensayo es un intento de mostrar las fortalezas de su enfoque, pero terminamos con una discusión crítica de los límites de la crítica del valor de Kurz, en la que introducimos el análisis más histórico y específico de Théorie Communiste del periodo actual, volviendo a la cuestión de la crisis actual y sus potenciales para una nueva ofensiva proletaria.

La teoría de la forma valor

Una primera coordenada y fuente contemporánea más potente para entender la situación histórica actual proviene de una rama específica del pensamiento marxiano que actualmente se está importando al mundo anglosajón desde Alemania bajo la etiqueta de “teoría de la forma-valor” o “crítica del valor”.

La teoría de la forma-valor se presenta a menudo como un cuerpo de pensamiento más o menos coherente que se remonta a los turbulentos tiempos de Mayo del 68 y su inmediata secuela política, una época durante la cual gran parte del dogma marxista tradicional estaba siendo ampliamente cuestionado. El desafío a la doxa marxista se hizo evidente en todo el mapa continental de la Europa de posguerra, desde las corrientes estructuralistas y postestructuralistas en Francia hasta el pensamiento operaísta y posoperaísta en Italia y más allá, constituyendo lo que llegó a conocerse como el “giro crítico” en el marxismo o el surgimiento de una Nueva Izquierda.

Desgraciadamente, la teoría alemana de la forma-valor suele ser pasada por alto o simplemente ignorada en las narrativas historiográficas anglosajonas dominantes del marxismo crítico; lo más llamativo quizá sea su ausencia en el libro canónico de Perry Anderson (1976) sobre el “marxismo occidental”. Sin embargo, como se argumenta en este ensayo, hubo alternativas marxistas viables junto y fuera del nexo franco-italiano anunciado por Anderson y muchos otros como el centro fundamental del giro crítico del marxismo. Quizá en ningún otro lugar encontremos una contestación más clara y teóricamente elaborada de la ortodoxia marxista tradicional que en los debates alemanes de la década de 1970. Aquí, la necesidad de liberar el pensamiento de Marx de las afirmaciones dogmáticas del “marxismo tradicional” se formuló programáticamente como un llamamiento a una “reconstrucción” teórica bajo el nombre (aplicado retroactivamente) de “Neue Marx-Lektüre”; o, como se traduce al español, la “Nueva lectura de Marx”[2]. En las páginas que siguen, volveremos a estos debates alemanes para permitir una nueva evaluación de sus méritos históricos, así como también de sus ramificaciones contemporáneas[3].

Los debates alemanes y la Nueva Lectura de Marx

A pesar de la introducción del término Neue Marx-Lektüre en 1997 —como un intento retroactivo de agrupar las diferentes corrientes del pensamiento marxiano alemán bajo la misma rúbrica[4]— no había, estrictamente hablando, ninguna posición teórica homogénea disponible, sino más bien una pluralidad de perspectivas diferentes pertenecientes a una Nueva Lectura de Marx. Como tal, quizás sería más apropiado referirse a los debates alemanes en plural. No obstante, todos los debates alemanes intentaron ir más allá de las deficiencias ideológicas del marxismo oficial y del llamado “materialismo histórico” o “dialéctico” que era su núcleo teórico.

Uno de los textos clave para despertar un renovado interés crítico por Marx fue la tardía recepción de los Grundrisse, los manuscritos preparatorios de El Capital de Marx. La primera edición de los Grundrisse fue publicada en 1939(-41) en Moscú por el Instituto Marx-Engels bajo el título completo de Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohentwurf)[5]. Sin embargo, esta primera edición de Moscú no estaba completa y sólo unas pocas copias de esta obra llegaron inicialmente al público occidental. Sólo mucho más tarde, en 1953, la editorial Dietz Verlag Berlin publicó una versión completa que contenía los siete manuscritos más un añadido de diverso material relacionado con la obra (Rosdolsky 1977, xi; Nicolaus 1973, 7). Pese a ello, bastante tiempo después de que esta edición de 1953 se pusiera a disposición de un público más amplio fuera de la Unión Soviética, la discusión de este trabajo pionero siguió siendo bastante limitada, confinada, por así decirlo, a un público de habla alemana —aunque con algunas excepciones importantes, como en el libro seminal de Alfred Schmidt de 1962 Der Begriff der Natur in der Lehre von Karl Marx (véase Schmidt 1971; la traducción inglesa apareció con el título The Concept of Nature in Marx)— que parecían prestar alguna atención a estos “borradores” de El Capital (quizás por la falsa suposición de que El Capital de Marx ya agotaba el tema de la crítica de la economía política). Hubo que esperar hasta finales de la década de 1960 para que esta situación cambiase radicalmente.

Desde este punto de vista, lo que realmente encendió el giro crítico en el marxismo fue la publicación en 1968 de un extenso comentario sobre los Grundrisse por el lingüista ucraniano exiliado y estudioso de Marx Roman Rosdolsky, una obra sugestivamente titulada Zur Entstehungsgeschichte des Marxschen “Kapital”, o, en la traducción al inglés de 1977, The Making of Marx’s Capital. En este libro, Rosdolsky (1977, xii) intentaba reconsiderar todas las verdades establecidas de la “economía política marxista” sobre la base de una investigación más seria sobre el método crítico de Marx, “el más descuidado” de todos los problemas de la teoría económica de Marx.

Para Rosdolsky (1977, xii), entonces, los Grundrisse —o, en sus propios términos, el borrador— eran exactamente el libro que compensaría plenamente esta “indiferencia total hacia el método de Marx” y ayudaría a liberar las obras maduras de Marx de sus (malas) interpretaciones “economicistas”, al tiempo que haría posible una nueva evaluación de su método crítico-dialéctico. Rosdolsky abogaba por una reconsideración de las raíces hegelianas del método dialéctico de Marx y de la relación de las categorías de El Capital (vol. 1 en particular) con la noción de totalidad o, más precisamente, con el concepto de “capital en general” (Kapital im Allgemeinen).

Aparte del material puesto a disposición con la publicación de los Grundrisse, los alemanes también tuvieron la ventaja de acceder a un rico archivo de manuscritos en el alemán original, las respectivas ediciones de MEGA (la primera y la segunda edición) que comprendían, entre otras cosas, documentos tan importantes como el Urtext, Contribución a la crítica de la economía política (respecto a la cual, El Capital era visto por Marx como una continuación) y los Resultados, por mencionar sólo algunos de los textos en el centro de los debates alemanes de la época. Un denominador común en los debates alemanes fue la centralidad dada al análisis de la forma de valor de la mercancía (y el problema del fetichismo que está implicado en este análisis, como veremos más adelante).

El foco en el análisis de la forma de valor de la mercancía fue impulsado por algunos estudiantes de Adorno –Hans-Jürgen Krahl (1943-70), Hans-George Backhaus (1929-) y Helmut Reichelt (1939-)–, quienes notaron que la cuestión de la forma de valor de la mercancía fue tratada de manera muy diferente por Marx en la primera edición de El Capital de 1867 –en la que se encontraba un apéndice, o Anhang, que trataba exclusivamente de la forma de valor– que en sus ediciones posteriores, donde aparentemente había popularizado su enfoque en un grado considerable. Profundamente desconcertados por los enigmas de la forma de valor presentados allí y en otras partes de la obra de Marx, y descontentos con las “soluciones” dialécticas ofrecidas por los teóricos de la Escuela de Frankfurt[6], estos jóvenes herederos (o heresiarcas, si se prefiere) de la tan aclamada Teoría Crítica se aventuraron en profundas especulaciones sobre los motivos de Marx para alterar su análisis del valor, el dinero y el fetichismo en las ediciones posteriores de El Capital.

Reconstruyendo la crítica marxiana de la economía política

Para autores como Krahl, Backhaus y Reichelt, el enfoque analítico de la forma revelaba un carácter incompleto en la estructura interna de El Capital, debido, según creían, tanto a una ambigüedad en el propio pensamiento de Marx como a la interferencia editorial de Engels. En consecuencia, apostaron por un programa metodológico de reconstrucción del sistema de pensamiento de Marx con el fin de apreciar la amplitud y profundidad teórica y práctica de su crítica de la economía política —un programa acertadamente resumido por los traductores del influyente artículo de Backhaus (1980, 96) “Sobre la dialéctica de la forma-valor”:

“Para nosotros, el análisis de la forma-dinero del trabajo social en el capitalismo es el primer paso de una crítica teórica del conjunto de la “sociedad moderna”, tal como la concibió Marx, que hará reconocible la necesaria crítica práctica revolucionaria. Esta crítica no se limita a la economía, sino que debe ir más allá de la base de una “crítica de la economía política” completa hasta la (según la afirmación programática) “superestructura” que surge sobre la base determinada por esta forma. Por lo tanto, este proyecto sistemático sólo puede hacerse efectivo cuando (i) se reconstruye el fragmento sistemático marxiano y (ii) se completa el fragmento hasta convertirlo en un sistema”.

El «fragmento” al que se refiere aquí es el primer capítulo de El Capital (“Mercancías y dinero”) y, en particular, la tercera parte de este capítulo, “La forma-valor o valor de cambio”. El sistema que hay que completar o reconstruir es la estructura del concepto de “capital en general”, de las formas determinadas del capital tal como aparecen en el capitalismo. El proyecto sistemático consiste, entonces, en el desarrollo lógico-dialéctico de la forma-valor del dinero a partir de la necesidad interna a priori de esta categoría misma.

Sin embargo, en opinión de estos autores, el propio Marx fue incapaz de completar esta tarea sistemática por una serie de razones relacionadas con lo que entonces se describió como preocupaciones “exotéricas” en la propia construcción de la teoría marxiana: es decir, preocupaciones consideradas externas a la estructura interna y necesaria de un análisis del capital en sí mismo (es decir, preocupaciones políticas o populares)[7]. La idea era que Marx (1999) había concedido coherencia dialéctica a las preocupaciones sobre la legibilidad popular, por lo que más o menos inadvertidamente había llegado a ocultar su verdadero método esotérico explicado mucho más claramente en el análisis del valor, el dinero y el capital en la edición original de 1867 de El Capital y el Anhang al mismo. En consecuencia, los autores se encargaron de reconstruir la dialéctica interna del capital en El Capital, mostrando cómo el núcleo de esta dialéctica ya estaba contenido en el elemento más simple distinguible en el análisis: a saber, en la mercancía con su doble naturaleza de valor (valor de uso y valor de cambio).

Es una u otra versión de este programa metodológico de “reconstrucción” la que ha resurgido recientemente en los discursos marxianos contemporáneos, en ocasiones bajo los nombres genéricos de Nueva Lectura de Marx, Crítica de la Forma-Valor, Crítica del Valor, y a veces más específicamente como una “dialéctica sistemática” (teoría de la forma-valor en su actual mutación anglófona) o alguna noción relacionada. Aunque las diversas tendencias contemporáneas de la crítica del valor comparten, de hecho, un énfasis en las cuestiones metodológicas relativas al análisis de la forma de valor de la mercancía, no son en absoluto meras variaciones de la misma Nueva Lectura de Marx, tal como la presentan a menudo sus partidarios y comentaristas[8].

Por el contrario, hay algunas diferencias teóricas —y, por tanto, políticas— muy fundamentales que no pueden esconderse bajo la alfombra de la “Nueva Lectura de Marx”. Por muy pegadizo que pueda sonar, la llamada Nueva Lectura de Marx es un término genérico que, hay que recordar, se aplicó retroactivamente y fue promovido conscientemente por los partidarios de una lectura específica, o eso sostenemos, más bien apolítica y (rayana en) neoescolástica de Marx —una lectura que se inscribe conscientemente en un linaje de venerable erudición marxiana y teoría crítica alemana—. Más que nadie probablemente, la voz principal de la actual Nueva Lectura de Marx, el matemático y estudioso de Marx Michael Heinrich, encajaría en esta categoría[9].

El malestar en la teoría marxiana del colapso [The Marxian Theory of Collapse and Its Discontents].

A principios de la década de 1990, Heinrich se embarcó en una ambiciosa exégesis de la obra de Marx. Como resultado, su obra sobre Marx, que comprende numerosos artículos y libros —el más popular en el mundo anglófono es quizás su manual An Introduction to the Three Volumes of Karl Marx’s Capital (Heinrich 2012)—, está ampliamente considerada como uno de los relatos más autorizados sobre Marx en lengua alemana.

Una afirmación central de la obra de Heinrich es que la crítica de Marx a la economía política fue una revolución teórica que sólo se llevó a cabo parcialmente y que, en última instancia, Marx permaneció constreñido dentro del campo de la economía política con el que inicialmente trató de romper. El carácter incompleto de la teoría crítica de Marx en su conjunto se debió, según Heinrich, a algunas “ambivalencias” fundamentales en la teoría del valor de Marx[10]. Por consiguiente, la teoría crítica del valor de Marx debe ser depurada de estas ambivalencias teóricas y restablecerse sobre la base de una sólida “teoría monetaria del valor” (en este punto y en varios otros, Heinrich está fundamentalmente de acuerdo con el enfoque de la escuela de la forma-valor seguido por Christopher J. Arthur y sus consortes, aunque Arthur opera con un énfasis más abiertamente hegeliano en la “dialéctica sistemática” supuestamente inherente a la obra madura de Marx en El Capital)[11].

La percepción de Heinrich de que la obra de Marx está plagada de ambigüedades e incoherencias teóricas internas le lleva a descartar la existencia de una teoría de la crisis y la necesidad inmanente de un colapso total del modo de producción capitalista. Heinrich rechaza explícitamente la potente idea expuesta por Marx, quizás con mayor claridad en los Grundrisse, de que el modo de producción capitalista tiende a socavarse a sí mismo y, a través de una serie discontinua de crisis cada vez más profundas, acabará colapsando —por así decirlo— por su propio peso. En su lugar, argumenta que, independientemente de lo que puedan creer los defensores de una “teoría marxiana del colapso” —Heinrich (2012, 177) menciona esta “teoría del colapso” como operativa en las teorías de Rosa Luxemburgo, Henryk Grossmann y, más recientemente, en el enfoque crítico del valor defendido por Robert Kurz y el entorno que le rodea (al que volveremos en un momento)—, la enigmática declaración sobre un colapso en los Grundrisse fue simplemente algo parecido a un error teórico por parte de Marx: “En sus obras posteriores Marx no retoma esta idea de los Grundrisse. Al contrario, Marx rechazó implícitamente sus anteriores argumentos a favor de un colapso”. En otras palabras, Heinrich niega rotundamente cualquier noción de una posible “crisis final” y “colapso”, acusando a Marx de sacar una “conclusión extremadamente rebuscada” sobre la base de meras observaciones empíricas carentes de una referencia conceptual adecuada (206-7).

El argumento de Heinrich (2012, 206-7) de que la teoría de la crisis planteada por Marx se basa en una extrapolación ilimitada a partir de observaciones empíricas sin fundamento (a efectos de este ensayo, omitimos los detalles específicos del argumento) le lleva a concluir que es del todo “asombroso que el propio Marx no se diera cuenta de lo débil que es el argumento”.

Robert Kurz: Wertkritik, Krisis y Exit!

Como se ha indicado, el argumento de Heinrich contra una “teoría marxiana del colapso” se desarrolló en una polémica y continua disputa teórico-política con Robert Kurz (1943-2012), cuya contribución al campo teórico de la crítica del valor consiste más que nada en la continua insistencia y elaboración de una teoría sobre una crisis terminal para el capitalismo.

El enfoque radical y específico de la crítica del valor seguido por Kurz se conoce como Wertkritik, o en español, “crítica del valor”, como los editores de Marxism and the Critique of Value (Larsen et al., 2014), la hasta ahora única introducción anglófona al tema, han optado por traducirlo. Como se señala debidamente en la introducción a esta aguda colección de traducciones de alta calidad de la teoría crítica radical del valor (Wertkritik), existe un riesgo inminente de confundir esta corriente radical de pensamiento con otras ramas contemporáneas de crítica del valor (como la de Heinrich) cuyos “orígenes precisos en la Alemania Occidental de los años setenta y ochenta siguen siendo objeto de cierta controversia”, como diplomáticamente dicen. Además, especifican que “Wertkritik en este sentido sistemático designa en la práctica el trabajo acumulado de probablemente no más de treinta o cuarenta individuos que forman dos colectivos orientados a la teoría que actualmente no cooperan, el núcleo central de cuyos miembros han vivido y trabajado durante años en la ciudad bávara septentrional de Nüremberg y sus alrededores, y cuya actividad principal ha sido producir dos revistas anuales —Krisis y Exit—, con Streifzüge, una publicación vienesa más panfletaria y vagamente aliada con Krisis, como tercera sede” (Mediations 2013, xi).

A pesar de las diferencias claramente identificables (la importancia concedida a la teoría de la crisis de Marx es un ejemplo de ello) que separa esta rama específica de la crítica del valor (Wertkritik) de las variantes marxistas más genéricas, a menudo se agrupan todas juntas bajo la misma narrativa historiográfica maestra de la Nueva Lectura de Marx[12], o de lo contrario se ignoran por completo[13].

Para complicar aún más las cosas, después de 2004, una parte de la gente que rodeaba a Krisis —entre ellos el propio Kurz, Roswitha Scholz y Anselm Jappe, entre otros— decidieron separarse de Krisis para formar Exit!, y empezaron a referirse a su teoría como Wertabspaltungskritik, enfatizando así, al ritmo de Scholz, la problemática de género inherente a la dinámica de la forma de valor misma. Este aspecto “disociativo” (y, por tanto, todo el giro feminista en la crítica del valor) queda lamentablemente relegado en la elección, seguramente más conveniente, de narrar la historia bajo el encabezado unificador de Wertkritik. Otra desventaja desafortunada en esta narración es la tendencia a borrar no sólo las diferencias internas dentro de la “escuela Wertkritik de Núremberg”, como se la ha llamado en otros lugares (véase Fleischer 2011), sino también, y mucho más gravemente, las diferencias teóricas más sustanciales en la controversia de una década entre Heinrich y Kurz, en la que (entre muchas otras cuestiones) la cuestión del estatus de una teoría de las crisis en Marx ocupa un lugar central. En las siguientes páginas reconsideraremos la crítica del valor asociada a la posición de Kurz para ver cómo y por qué hay que distinguirla de la de Heinrich y la llamada Nueva Lectura de Marx.

Polémicos y académicos

Como ya se ha mencionado, las dos ramas más importantes de la crítica del valor asociadas a Kurz son las revistas Krisis: Kritik der Warengesellschaft [Krisis: Crítica de la sociedad mercantil] y Exit! Krise und Kritik der Warengesellschaft [Exit! Crisis y crítica de la sociedad mercantil], constituyendo esta última un grupo escindido de la primera revista[14]. Krisis comenzó con el nombre de Marxistische Kritik [Crítica Marxista] a mediados de la década de 1980, pero cambió de nombre en 1989, distanciándose así de la mayor parte de lo que aparece bajo el epígrafe de marxismo. Kurz fue un autor extremadamente productivo dentro de este medio y llegó a escribir catorce libros antes de morir en 2012 a los 68 años. Hasta los tiempos recientes, ningún libro de Kurz había sido traducido al inglés y, aparte de la colección de ensayos comentada anteriormente —Marxism and the Critique of Value—, sólo se encuentran unas pocas (y a menudo muy dudosas) traducciones al inglés.

Kurz ha sido consistente en mantenerse alejado del mundo académico y de sus formas particulares de retórica política y marxista, no muy diferente de pensadores revolucionarios más antiguos como Amadeo Bordiga, Guy Debord y Jacques Camatte. Debido a su distancia de las instituciones académicas, Kurz no ha sido objeto del mismo tipo de atención que alguien como Heinrich, que es un académico profesional establecido y profesor de la Freie Universität, o como los dos teóricos de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas y Axel Honneth, ambos directores del prestigioso Instituto de Investigación Social de Frankfurt, supuestamente portadores de la llama de la “teoría crítica”.

Aunque Kurz ha preferido permanecer un tanto en la sombra, en 1999 recibió cierta atención del público en general —incluso aunque sólo fuera momentáneamente— debido a la publicación de su Schwarzbuch Kapitalismus (Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft) [El libro negro del capitalismo (Un canto de cisne a la economía de mercado)]. El libro tiene más de 800 páginas y contiene una exposición histórica inmensamente detallada del desarrollo capitalista y de los regueros de sangre que dejó tras su desastrosa estela. Como Kurz deja claro en el prefacio de la edición ampliada de 2009, el libro pretendía ser una pieza de historia a contracorriente, una intervención teórica en una época demasiado exaltada de euforia capitalista general. Cuando el libro vio la luz por primera vez en la segunda mitad de 1999, exactamente diez años después de la caída del muro de Berlín y al borde de la llamada «Nueva Economía”, el proclamado “fin de la historia” seguía siendo el lema del momento. En tal contexto de consenso neoliberal, Schwarzbuch Kapitalismus causó naturalmente revuelo, recibiendo elogios y críticas a partes iguales. No obstante, la obra de un teórico de ultraizquierda relativamente desconocido llegó a las páginas de los principales periódicos alemanes, como Frankfurter Rundschau, Süddeutsche Zeitung y Die Zeit, entre otros. Die Zeit publicó nada menos que dos reseñas del libro, una de ellas calificándolo de la publicación más importante en una década (Lohmann 1999).

Pero el estilo polémico de Kurz y sus excursiones teóricas, a menudo densas, no eran especialmente aptos para el éxito popular ni académico a largo plazo. Su enfoque ultracrítico y no precisamente cortés de los teóricos contemporáneos roza a veces la arrogancia despectiva. Y aunque cabría suponer que Kurz tendría al menos algo en común con otros defensores del pensamiento marxista y postmarxista, está claro que no es así, al menos según el propio Kurz. Consideremos, por ejemplo, este pasaje nada atípico de la introducción a su último libro, Geld ohne Wert [Dinero sin valor] (publicado póstumamente):

“Todos los conceptos «post» derivan de la ideología postmoderna y son fundamentalmente incompatibles con la crítica marxiana de la economía política, así como con el «tipo de teoría» y la comprensión conceptual que le pertenecen. El único propósito [de la ideología posmoderna] es sabotear cualquier avance teórico hacia la comprensión de la nueva situación histórica y ahogarlo en el eclecticismo. … El término «postmarxismo» resume todos los intentos de “postmodernizar” la teoría marxiana, es decir, de eliminar cualquier aspecto espinoso de esta teoría y, en lugar de superar críticamente el movimiento obrero y el marxismo de partido, virtualizarlo para hacerlo compatible con los intereses de la clase media. (Kurz 2012, 16)”

Este profundo desdén hacia toda la tradición del marxismo —desde el movimiento obrero tradicional hasta sus formas “posmodernizadas”— se expresa evidentemente también como uno de los rasgos distintivos del inimitable estilo de escritura de Kurz. El hecho de que Kurz no rehúya la polémica queda patente en la forma en que trata a Heinrich en el libro antes mencionado —Geld ohne Wert— que es básicamente una larga refutación de la interpretación de Heinrich sobre la teoría del valor de Marx, basada como está, según Kurz, en un “individualismo metodológico” que contrasta fuertemente con el enfoque más holístico del propio Marx.

Aunque —o exactamente debido a que— Heinrich es partidario de un enfoque “crítico del valor”, que superficialmente parece estrechamente emparentado con el de Kurz, se le convierte en la personificación de todo lo que está mal en el marxismo actual y, más concretamente, en la llamada corriente de la crítica del valor. Una tendencia que hoy, media década después de la prematura muerte de Kurz, parece estar cobrando impulso lentamente también en el mundo anglófono, donde algunos de los desacuerdos subrayados en este ensayo parecen estar siendo desatendidos en favor de una historiografía unitaria y, sin duda, algo más conveniente. Como señala Esther Leslie (2014, 410) —en una de las escasas reseñas anglófonas de la obra de Robert Kurz— hay “muchas discusiones sobre la procedencia y la genealogía del enfoque de la Wertkritik, y la mayoría de ellas son agrias y territoriales”. No es de extrañar que haya habido disputas, teniendo en cuenta la naturaleza altamente politizada de estos debates. Lo que está fundamentalmente en juego para alguien como Kurz va más allá de la narcisista idea académica de “ocupar un nicho” y, desde luego, no puede reducirse a una cuestión de “diferenciar su propia marca”, como Leslie, en un tono extrañamente sugerente, opta por enmarcarlo (422).

La cuestión más importante que hay que plantearse no es si las ideas de Kurz son “originales” o no, si son “reinvenciones” de discusiones existentes o “selecciones” de éstas, sino si tienen o no fuerza explicativa con respecto a la situación histórica actual, presentando una perspectiva adecuada de antagonismo al capital. Es exactamente la continua insistencia en la noción de crisis en Marx lo que permite a Kurz —en contradicción con Heinrich, y aparentemente también en contradicción con Leslie (2014, 416), quien encuentra que el enfoque de Kurz en las crisis señala la “debilidad de la teoría” y tiende hacia “una especie de inevitabilidad económica”— desarrollar una teoría adecuada del colapso del modo de producción capitalista.

Crisis y colapso

Parafraseando el relato de Leslie (2014, 416) sobre Kurz: “crisis” es el término privilegiado en toda la obra kurziana. No hay nada más que crisis, y es permanente. En otras palabras, la teoría de las crisis de Kurz corre como un hilo rojo a lo largo de toda su obra, desde Schwarzbuch Kapitalismus hasta Geld ohne Wert, y el mismo argumento central se encuentra en diferentes formas en los numerosos artículos y ensayos publicados a lo largo de los años, desde el primer ensayo de 1986 en Marxistische Kritik (que más tarde pasaría a llamarse Krisis), titulado “Die Krise des Tauschwerts” [La crisis del valor de cambio], hasta una de sus últimas iteraciones en el ensayo “Die Klimax des Kapitalismus” [El clímax del capitalismo] de la revista Konkret en 2012.

En resumen, Kurz diagnostica una crisis sistémica fundamental del capitalismo originada en el agotamiento de la fase final de acumulación de capital alrededor de los años setenta. Según Kurz, la última reestructuración del capital vino acompañada de una importante transformación tecnológica de la producción, lo que él denomina la “tercera revolución industrial”, que alteró profundamente la composición orgánica del capital —es decir, la proporción entre trabajo vivo y trabajo muerto (acumulado), o capital—. Con la automatización del proceso de producción, que hace —como efecto secundario necesario— que cada vez más personas sean superfluas para la producción de plusvalía, el capitalismo entra en abierta contradicción consigo mismo. Mientras lucha con sus propios presupuestos internos, el trabajo es necesario para la producción de valor, pero al mismo tiempo se hace superfluo para el proceso de producción mismo; el capital no es capaz de sostener ni su propio ciclo vital (es incapaz de valorizarse a sí mismo en grado suficiente) ni las crecientes poblaciones excedentes que son continuamente excluidas de su metabolismo.

Con la introducción de la computadora y la microelectrónica, cada vez más trabajadores son expulsados del metabolismo del capital; son simplemente excluidos y se han vuelto redundantes para la producción capitalista. La lógica expansiva del modo de producción capitalista contiene sus propias barreras y contradicciones internas. De la mano con el desarrollo del modo de producción capitalista, las posibilidades de expansión se agotan gradualmente, y el trabajo vivo, que es el punto de partida para la creación de plusvalor, es sustituido gradualmente por las máquinas y la tecnología. La competencia de los capitales individuales y su búsqueda de “ganancias” les obliga a sustituir a los trabajadores por una tecnología cada vez más avanzada, excluyendo así la verdadera fuente de plusvalor. De esta manera, según Kurz, la tercera revolución industrial constituye la última barrera para el modo de producción capitalista.

Que el capitalismo tienda al colapso no significa, sin embargo, que el capitalismo vaya a abolirse a sí mismo prontamente, ya que el potencial destructivo del colapso es indefinido y puede prolongarse durante décadas, volviendo aún más necesaria la crítica del modo de producción capitalista y de sus formas societales.

Una “crítica categórica”

De acuerdo con Kurz, una verdadera crítica revolucionaria debe aspirar a una ruptura “ontológica” completa con todo el edificio de la sociedad capitalista y la racionalidad ilustrada inherente a ella. Esto implica ir más allá del superficial paradigma de pensamiento marxista tradicional, para el que las categorías más básicas del capitalismo —trabajo, valor, mercancía, política, etc.— no son problemáticas en sí mismas y, contrariamente a Marx, adquieren un carácter “transhistórico”. El trabajo no es algo que haya que liberar, y el valor no es algo que haya que distribuir más equitativamente. Por el contrario: sólo un cuestionamiento radical de todas las categorías fundamentales de la economía capitalista bastará para cumplir los estándares que Kurz estableció para una auténtica crítica de la economía política.

Mientras que Heinrich y otros han tratado de valorizar el término Nueva Lectura de Marx para sus propios fines de marca, la relación de Kurz con ella se puede definir mejor negativamente, como un proceso continuo de distanciamiento y crítica. Para Kurz, la mayoría de los autoproclamados marxistas y los llamados teóricos críticos del valor, asociados o no a la Nueva Lectura de Marx, no eran más que falsos discípulos incapaces de comprender y comprometerse críticamente con el “evangelio” [gospel]. En el panteón sagrado del marxismo occidental y más allá, sólo unas pocas excepciones, que van desde el propio Marx hasta Benjamin y Adorno, están —aunque sólo sea hasta cierto punto— exentas de la mordaz crítica de Kurz. Pocos pensadores marxistas pasan el corte.

Kurz se basa más bien en ideas dispersas de figuras marginadas como el estudioso ruso de Marx Isaak Ilich Rubin y su colega Evgeny B. Pashukanis, o de una selecta línea de herejes comunistas de izquierda como Antonie Pannekoek y Guy Debord. En adición a este linaje de pensamiento para-marxiano, Kurz recurre en gran medida a estudiosos de la antropología y la historia como Marcel Mauss o Jacques le Goff, al igual que entre sus contemporáneos parece que alguien como Giorgio Agamben ocupa para él un lugar más destacado que la mayoría de los santos caballeros de la alineación marxista clásica, desde Bernstein a Badiou. Una excepción significativa a la aversión general de Kurz hacia los autoproclamados marxistas y postmarxistas es el historiador estadounidense Moishe Postone, que en la década de 1990 desarrolló un análisis del capitalismo que guarda un parecido sustancial con el de Kurz y al que se invoca continuamente como fuente de referencia positiva no sólo en la propia obra de Kurz, sino también en los textos producidos en las revistas Krisis y Exit!

Mucho más importante para Kurz que cualquier otra obra en particular es el libro seminal de Moishe Postone Time, Labour, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical Theory, que se distancia de lo que se denomina “marxismo tradicional” al analizar la forma de valor del capital como una estructura de dominación cuasi objetiva y socialmente mediada. Esto implica un cambio de enfoque basado en la noción de lucha de clases hacia  un análisis con respecto a la emergencia de un nuevo tipo de dominación social, mediada por la forma de valor, en la que el ser humano está subordinado a imperativos estructurales impersonales. Es la crítica de Marx a la economía política, “la puesta al desnudo de la ley económica del movimiento de la sociedad moderna”, la que Postone y, mutatis mutandis [cambiando lo que haya que cambiar], Kurz quieren actualizar. Así, lo más importante para Kurz es una crítica negativa de la sociedad capitalista y no la lucha de la clase obrera contra la burguesía; en otras palabras, el marxismo como crítica radical de la economía política y no como proyecto político cuya meta es la emancipación de la clase obrera.

Como tal, Kurz reconoce a Postone como un importante precursor de una crítica radical de la sociedad capitalista, a la par de alguien como Lukács, de quien deriva originalmente la noción de “crítica categórica”, pero no obstante es criticado junto con Heinrich por carecer de alguna teoría de la crisis. Por lo tanto, el movimiento central de la crítica del valor de Kurz es reinstalar el conflicto dentro de la forma más elemental de riqueza en la sociedad capitalista: a saber, la mercancía. Este conflicto esencial atraviesa todos los niveles del análisis y alcanza su punto culminante en la teoría de la crisis. La crisis no puede reducirse a una mera perturbación inesencial en una maquinaria que, por lo demás, funciona sin problemas, sino que debe reconocerse como un componente intrínseco de un “sistema de maquinaria” avanzado programado, por así decirlo, para autodestruirse. La revolución, en el verdadero sentido de la palabra, implica una ruptura con todas las categorías fetichistas derivadas de la forma de valor de la mercancía, una desfetichización de la racionalidad burguesa in toto [en su conjunto]. La forma de valor de la mercancía es una forma que ya contiene de manera latente el potencial de crisis, una esencia que —parafraseando a Hegel— no puede sino aparecer.

Una genealogía de la disidencia antipolítica

Como debería ser evidente a estas alturas, la teoría de la crisis implica una postura antipolítica consistente; no hay un programa proletario, no hay un plan político —ni en la obra de Marx ni en la propia teoría crítica del valor— sobre cómo se supone que debe tener lugar la emancipación. Todo lo que tenemos es una concepción negativa de un sistema al borde del colapso autoinfligido. Que Marx ensayara salvar la noción de “esperanza” revolucionaria conectando su crítica del capital con la entonces emergente clase obrera y que intentara teorizar a la clase obrera como el Sujeto histórico, el proletariado —destinado a abolir el capitalismo y acabar con la explotación, deshaciendo el robo por el capital de los frutos del trabajo de los obreros— fue poco más que un “error”, una mera expresión de las circunstancias históricas específicas de la época.

La evolución histórica desde Marx ha demostrado que la clase obrera es una parte interna del modo de producción capitalista y, en tal determinación, no constituye ningún tipo de desafío sistémico para el capital, argumenta Kurz. A través del movimiento obrero, la clase obrera ha luchado por el reconocimiento dentro del capitalismo, no por la supresión del capitalismo. La lucha de clases del movimiento obrero ha sido una competición interna dentro de las categorías inmanentes del capitalismo. El desafío es, en otras palabras, historizar a Marx e ir más allá del marxismo. Sólo así será posible restablecer la crítica radical de Marx al modo de producción capitalista. La emancipación ya no debe proyectarse en el futuro como una noción abstracta del proletariado como sujeto revolucionario, sino que debe estar conectada a un análisis crítico continuo del capitalismo como un sistema profundamente irracional al borde del colapso sistémico. La tarea no consiste en distribuir la riqueza de forma diferente, sino en alterar radicalmente el modo de producción sobre el que descansa el obsoleto programatismo del marxismo del siglo XX.

La crítica del valor se opone así no sólo al movimiento obrero establecido —en sus diferentes expresiones políticas y filosóficas, en su lucha por una distribución diferente de los bienes de la sociedad y en sus esfuerzos por frenar la avaricia pantanosa del capital—, sino también a los marxismos autoidentificados como revolucionarios que se han esforzado por revolucionar el capitalismo mediante una revisión socio-material en la que se supone que la propiedad de los medios de producción pasa de la burguesía a la clase obrera. La crítica del valor à la Kurz considera al proletariado como una parte interna del modo de producción capitalista; es, por así decirlo, una crítica postproletaria. Los proletarios unidos no destruirán el capitalismo; el capitalismo se derrumbará por sí mismo. Sin embargo, esta ruptura inevitable no implica en modo alguno una transición suave a un comunismo de lujo completamente automatizado, como algunos han argumentado recientemente (Srnicek y Williams 2015). No hay transición ligera a la vista, solo conflicto social y barbarie. Así pues, la cuestión es: ¿cómo (re)organizarse, más allá de formas históricamente obsoletas de políticas identitarias, ante un colapso planetario en curso?

Revolución: ¿teoría o movimiento?

El capitalismo está condenado. Se caracteriza por contradicciones irreconciliables presentes en las categorías fundamentales del modo de producción capitalista. Ese es el análisis de Kurz. El capitalismo va a autodestruirse inevitablemente. No debido a las acciones de la clase obrera ni a las acciones concertadas del movimiento obrero. El antagonismo entre el capital y el trabajo es interno, y no se trata de transformar a las clases trabajadoras locales en un sujeto consciente, el sujeto histórico. Para Kurz no existe un proletariado, en el sentido de una fuerza interna/externa capaz de acabar con la explotación capitalista. El proletariado está plenamente inscrito en el funcionamiento de la modernidad capitalista, y no hay ninguna perspectiva revolucionaria en la cultura de la clase obrera. No hay “formación de la clase obrera” en el sentido de la aparición de un sujeto rebelde capaz de trascender el capitalismo. Radicalizando la crítica de Debord al movimiento obrero establecido y a su lenta integración en el Estado del bienestar de la posguerra, Kurz no sólo rechaza las posturas reformistas y gradualistas que privilegian a la clase obrera y la consideran una especie de comunidad sin máculas capaz de enfrentarse a la “falsa” burguesía y a sus instituciones represivas, sino que también rechaza la noción del proletariado como clase para sí misma. No hay una esencia proletaria fuera del modo de producción capitalista desde la que lanzar un ataque al capitalismo. No hay oposición. Una “liberación” o el fin de la dominación no subjetiva del capital sólo puede tener lugar como eliminación de los fetiches fundamentales: mercancía, valor, trabajo y dinero. Las diferentes ideas de una revolución contra el capitalismo fracasarán todas inevitablemente a menos que sean capaces de desencadenar un proceso que vaya a las raíces del mal, acabando con las formas de dominación cuasi-objetivas que caracterizan al capitalismo. La Unión Soviética se erige como un trágico ejemplo de tales esfuerzos que se quedan en la superficie, tomando el poder pero reproduciendo necesariamente al final la producción de plusvalía, emprendida ahora en nombre del proletariado. Como deja claro Kurz, haciéndose eco de Debord, esto sólo equivale a que los trabajadores controlen de algún modo su propia alienación. La idea socialista de un Estado socialista en cualquiera de sus formas es una ilusión. No hay transición ni solución eurocomunista a la contradicción interna del capitalismo. No se trata de un modo mejor de dirigir la economía. Nunca lo ha sido.

Tal y como Kurz lo expresa en la introducción a la edición de 2009 de Schwarzbuch Kapitalismus, no existe una “fuerza social visible” capaz de llevar a cabo la “emancipación social” (27). Esto tiende a dar a su análisis un tono elegíaco; escribe en tono irónico. Pero Kurz ha dejado atrás la noción de sujeto revolucionario. Tanto si aparece bajo la forma de la clase obrera china, la multitud, el precariado o simplemente el proletariado, la idea de un sujeto revolucionario es un resto problemático de la ilusión ideológica de “libre albedrío” del sujeto burgués. Como idea y práctica de la revolución, el punto de vista de clase ha quedado obsoleto.

El grandioso abandono de la lucha de clases por parte de Kurz se ha encontrado con la crítica de otras partes de la ultraizquierda[15]. Que el movimiento obrero occidental establecido sólo haya contribuido, sin duda, a fortalecer la sociedad capitalista (aunque también, por supuesto, a asegurar los derechos de una larga lista de temas anteriormente excluidos del estatus “político”) no significa que los trabajadores no hayan intentado negar la relación capital-trabajo en una serie de situaciones históricas, desde la Comuna de París, pasando por Barcelona en 1936, hasta hoy. Como escribe Kurz, el movimiento obrero ha intentado arrebatar el poder a la burguesía y controlar el proceso de producción capitalista, controlando así su propia alienación y no poniendo fin a la dominación capitalista, pero también han rechazado el trabajo asalariado y se han negado a participar en la gestión de la producción de plusvalor; de nuevo, en otras palabras, un intento de negar el capital. El proletariado es —como escribe Maurice Blanchot (1971, 117), haciéndose eco de Marx— una identidad inestable caracterizada por una cualidad autocrítica, “tensa” y necesariamente “incómoda”, a la vez sujeto y objeto, mercancía y propietario de la mercancía.

Creemos que el análisis de Kurz de las contradicciones fundamentales del capital es muy importante, pero nos resistimos a aceptar que el rechazo de Kurz a la noción de lucha de clases. Por lo tanto, proponemos complementar su teoría crítica del valor con el análisis históricamente más sensible realizado por el grupo ultraizquierdista francés Théorie Communiste. Théorie Communiste surge del movimiento post-situacionista francés e italiano, posterior a Mayo del 68, y han estado activos desde finales de los años 70s publicando una revista con el nombre del grupo desde 1977. El enfoque de Théorie Communiste es mucho más histórico que el de Kurz, pero acaban llegando a conclusiones algo similares, aunque formuladas de forma algo diferente. Contrariamente a Kurz, Théorie Communiste se compromete de forma mucho más directa con la vieja empresa marxista: un análisis de la situación histórica, seleccionando los acontecimientos considerados de importancia destacada en el contexto histórico contemporáneo con vistas a situar al proletariado y permitirle emanciparse de la explotación y la alienación. Théorie Communiste no ha renunciado al proletariado, sino que utiliza ese concepto para continuar y actualizar el análisis ultraizquierdista y situacionista de la sociedad capitalista. Sin embargo, al igual que Kurz, Théorie Communiste sostiene que hemos cruzado un umbral decisivo en la historia del modo de producción capitalista con la reestructuración de la economía que tuvo lugar en los años setenta y ochenta en forma de nuevas tecnologías, externalización [outsourcing] e introducción de una enorme cantidad de crédito.

El grupo utiliza la distinción de Marx entre la subsunción formal y real del capital para dividir la historia de la lucha de clases en tres periodos, en el que hemos entrado en el último, la fase de subsunción real, en la que se hace posible por primera vez una superación del capitalismo. Los dos periodos anteriores son la primera y la segunda fase de la subsunción formal, que van desde 1830 hasta 1900 y después hasta 1970, cuando la lucha de clases tenía lugar en el marco de una serie de organizaciones, como el partido y el sindicato, que mediaban y sostenían la relación capital-trabajo en lugar de intentar atacarla. Todas las luchas anteriores tuvieron lugar como intentos de afirmar la perspectiva obrera de la relación capital-trabajo, liberando a los trabajadores de la explotación capitalista pero, en efecto, sin desmantelar las relaciones capitalistas básicas para poner a los trabajadores a cargo de la sociedad capitalista. Este ciclo de luchas es lo que Théorie Communiste denomina programatismo, que incluye tanto las luchas reformistas como las revolucionarias. La clase obrera era o tenía una identidad autónoma sometida pero existente que había que liberar. El programatismo es la autoafirmación del proletariado, ya sea mediante reformas sociales o mediante la toma socialista del poder. Había un programa: el programa reformista era la garantía de derechos a los trabajadores; el programa revolucionario era el establecimiento de un estado obrero. En ambos casos, la identidad del trabajador era tanto el punto de partida como el programa.

Hoy esta identidad ya no existe. Théorie Communiste argumenta eficazmente de este modo, uniéndose a Kurz en una crítica radical de cualquier intento de continuar el antiguo movimiento obrero. La reestructuración de la economía que ha tenido lugar durante los últimos cuarenta años ha fragmentado a la vieja clase obrera. Ya no es capaz de reproducirse a sí misma. La externalización, la precarización, el trabajo informal y el endeudamiento han disuelto las anteriores estructuras de clase. Por lo tanto, ya no hay autonomía obrera que afirmar. Pero esto no sólo debe lamentarse como la desaparición del “trabajador” y del movimiento obrero como posibilidad, argumenta Théorie Communiste. Nos enfrentamos a la vez a un límite y a una posibilidad en la medida en que el levantamiento revolucionario contra el capitalismo se hace posible por primera vez más allá de la idea de una gestión diferente de la economía capitalista. Ya no se trata de una gestión socialista del capitalismo, sino de la abolición del modo de producción capitalista y de la reproducción de la clase obrera como sujeto/objeto interno al capitalismo. Como señala Théorie Communiste (2009, 34),

“La dinámica de este ciclo es la brecha [écart] que algunas prácticas actuales crean dentro de lo que es el límite general de este ciclo de luchas: actuar como una clase. Actualmente, la actividad de clase del proletariado se desgarra cada vez más de manera interna: mientras siga siendo la acción de una clase, tiene como único horizonte el capital …simultáneamente, en su acción contra el capital es su propia existencia como clase a la que se enfrenta y que debe tratar como algo a suprimir”.

De este modo, Théorie Communiste nos da cuenta de cómo y por qué la resistencia de la clase obrera en los siglos XIX y XX siguió siendo parte integrante del desarrollo del capitalismo, cómo la clase obrera se convirtió en su propio proyecto e identidad que había que producir y no en una relación que había que negar. Esto ayuda a explicar la fusión del capitalismo con la clase obrera y su movimiento. Durante un largo periodo, el resultado de este proceso fue la integración o la recuperación. Pero desde los años 80, la fragmentación está a la orden del día. Los cambios postfordistas de la economía han destruido tanto al sujeto reformista como al revolucionario de la clase obrera en sus formas programáticas. Este es el trasfondo de la larga lista de protestas “negativas” que hemos visto la última década, desde Francia en 2005 a Grecia en 2008, Egipto y Estados Unidos en 2011, y así sucesivamente hasta el presente. Estamos viviendo la conclusión del periodo programático en el que los trabajadores desafiaron pero sobre todo afirmaron el capitalismo.

La lucha de clases del período de la subsunción formal nunca transgredió el capitalismo y, de hecho, sólo con la transición a una nueva era se ha hecho posible una revolución comunista en el sentido del fin del capitalismo. Poco a poco, la clase trabajadora puede problematizar las condiciones que la hacen parte del capitalismo, cuestionarlas y posiblemente transgredirlas. En este momento se trata sobre todo de un límite, de la incapacidad de los trabajadores para reproducirse como lo han hecho hasta ahora. Los jóvenes de las banlieues de las afueras de París, de Grecia, de Egipto, de todo el norte de África y de Oriente Medio, pero cada vez más también de Europa Occidental, se encuentran aislados de la economía capitalista. Son superfluos, redundantes, y no pueden entrar en el metabolismo del capital. Esta exclusión brutal es también una posibilidad, sostiene Théorie Communiste: la relación capital-trabajo se enfrenta a un límite histórico y se abre a algo diferente. En la lucha, los trabajadores se enfrentan directamente a su propia existencia como trabajadores, como parte del capitalismo, pero también a la posibilidad de poner fin a esta relación, es decir, a la revolución. La nueva ola de protestas tiene entonces una perspectiva revolucionaria, precisamente porque no puede plantear reivindicaciones, sino que debe acabar inmediatamente con las formas capitalistas básicas como la relación salarial y la propiedad privada en sus formas actuales. La revolución ya no puede ser una meta lejana, sino que debe presentarse ahora mismo en la lucha contra el capitalismo.

El análisis estructuralista de Théorie Communiste de la condición de posibilidad para el comunismo comparte hoy en día una serie de similitudes con la teoría radical de la crítica del valor de Kurz —el énfasis en el capitalismo como dominación sin sujeto y en la “complicidad” del trabajador, por ejemplo—, pero no deja de lado la noción de lucha de clases y de comunismo como “el movimiento real que suprime el estado de cosas existente”, como escribieron Marx y Engels. Como provocativamente afirma Théorie Communiste (2016, 17), la teoría crítica del valor es una teoría muerta porque carece de enemigo. La crítica del valor ha preferido hasta ahora avanzar en lecturas a gran escala de la estructura fundamental del capitalismo, mapeando la existencia de imperativos estructurales generales que determinan las decisiones políticas, sociales y económicas. Théorie Communiste está más en sintonía con las luchas en curso.

El contraste quizá ponga de relieve un problema general de la perspectiva de la crítica del valor. Su abandono de la lucha de clases acaba paradójicamente por eternizar la dominación capitalista, que, por así decirlo, se ha tragado todas las contradicciones de clase, sin dejar grietas ni fracturas. Mientras tanto, en parte lanzando invectivas que acusan al “marxismo tradicional” de ser “afirmativo” y “acrítico”, los defensores de la tradición reproducen la vieja postura vanguardista de la cabeza omnisciente que intenta movilizar a las masas dóciles. Existe el peligro de que los teóricos críticos del valor acaben encerrando a los desprovistos de bienes en su carencia, al tiempo que les gritan órdenes insultantes. Esta postura vanguardista, que divide a la gente en maestros y pupilos y luego intenta desesperadamente deshacer la separación[16], probablemente se volverá irrelevante a medida que la crisis empeore y las luchas continúen sus movimientos tartamudos por todo el mundo.

Traducción: Pablo Jiménez Cea

Referencias

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[1] Aunque Hardt y Negri (2012, 7) han tenido que moderar un poco su optimismo en Declaración, su análisis de los levantamientos de 2011, el tono general sigue siendo el mismo: «Los movimientos de revuelta y rebelión… nos proporcionan los medios no sólo para rechazar los regímenes represivos bajo los que sufren estas figuras subjetivas, sino también para invertir estas subjetividades en figuras de poder.» Y así una y otra vez.

[2] Para un relato rico y canónico, aunque no exento de problemas, de la Neue Marx Lektüre, véase Ingo Elbe (2010).

[3] Aquí nos centramos en el contexto de Alemania Occidental, ya que es en este entorno geográfico donde los debates produjeron resultados sustanciales en términos de desarrollo de una metodología crítica para entender la crítica marxiana de la economía política. No vamos a analizar aquí las razones históricas y políticas específicas de este hecho. Sin embargo, hay que reconocer que estos debates en Alemania Occidental no se desarrollaron de forma completamente aislada, sino que se basaron en parte en impulsos teóricos que vinieron de fuera, por así decirlo. Dos nombres que deberían mencionarse si se prestara la debida atención al contexto intelectual —lo que desgraciadamente no entra dentro del alcance del presente ensayo— serían Isaak I. Rubin (nacido en 1886; ejecutado durante la Gran Purga de 1937) y Evgeny B. Pashukanis (nacido en 1891; igualmente desaparecido durante las purgas de 1937). Ambos eran estudiosos soviéticos de Marx que hoy son ampliamente reconocidos como precursores de la metodología crítica de la forma-valor desarrollada posteriormente en el debate alemán. Entre las influencias teóricas más o menos contemporáneas a los debates de Alemania Occidental, Elbe (2010, 10) menciona a Louis Althusser, Jacques Rancière, Lucio Colletti, Moishe Postone y John Holloway.

[4] Es muy probable que Hans-Georg Backhaus (1997, 9) introdujera el término en el sentido específico que ha adquirido en la actualidad, aunque Elbe (2010, 31n8) sugiere que podría remontarse a 1973.

[5] El trabajo editorial se llevó a cabo bajo la autoridad de Pavel Veller y no formó parte de la primera edición de MEGA (Marx-Engels Gesamtausgabe), que cesó antes de su finalización ya en 1935 (Bellofiore y Fineschi 2009, 2).

[6] Como dijo Reichelt (1982, 166) en una polémica presentación oral, «había muy poco que aprender» de la Escuela de Fráncfort porque seguía «encallada en el punto de vista del sujeto burgués».

[7] La distinción los aspectos exotéricos y esotéricos de la teoría de Marx se remonta a Stefan Breuer (1977).

[8] Véase, por ejemplo, Endnotes (2010), Leslie (2014), y Mediations (2013).

[9] Pero la crítica se aplicaría —hasta cierto punto— también a nombres como Wolfgang Fritz Haug, Dieter Wolf, Ingo Elbe y otros asociados a la promoción de la marca «Neue Marx Lektüre». Para algunos comentarios críticos sobre la Neue Marx Lektüre, véase, por ejemplo, Reitter (2015).

[10] «Pero esta revolución científica, esta ruptura con el campo teórico de la economía política, no fue completa. En algunos puntos de su exposición Marx se aferró al campo con el que rompió en ese mismo momento. En el mismo texto podemos observar una ruptura con este campo y la presencia continua de algunos elementos de este campo» (Heinrich 2004).

[11] Desde el punto de vista de Arthur, Hegel es una referencia natural para la teoría de la forma-valor en la medida en que uno puede identificar, además de una dialéctica histórica, otro tipo de teoría dialéctica en Hegel, que se encuentra particularmente en escritos como la Ciencia de la Lógica y la Filosofía del Derecho. Según Arthur (2011, 2), esta otra dialéctica en Hegel —que desde una perspectiva teórica de la forma-valor proporciona la clave para entender el modo de presentación empleado por Marx en El Capital— “puede denominarse ‘dialéctica sistemática’ porque se ocupa de la articulación de categorías diseñadas para conceptualizar un todo concreto existente”.

[12] Este es el caso en Elbe (2010). Roswitha Scholz ha criticado a menudo la historiografía de Elbe por ser (euro)androcéntrica a expensas de un subconjunto de contribuciones marginadas del pensamiento marxiano que van desde la «Wertabspaltungskritik» —la perspectiva problemática de género que distingue la crítica del valor de Scholz, Kurz y el grupo Exit! de otras posiciones dentro de las críticas del valor— hasta la teoría poscolonial. Véase, por ejemplo, Scholz (2016).

[13] Este es el caso en la ambiciosa, pero problemática, historiografía global de Jan Hoff (2009).

[14] Ambas revistas tienen páginas web con amplios catálogos de textos de los autores asociados: véase http://www.krisis.org y http://www.exit-online.org. Según el grupo que se escindió y formó Exit!, la ruptura se produjo por diferencias relacionadas con la teoría de la disociación del valor de Roswitha Scholz, según la cual todos los aspectos de la vida humana no inmediatamente conciliables con la producción capitalista de valor se disocian y atribuyen a la mujer.

[15] Principalmente Guigou y Wajnsztejn (2004).

[16] Para utilizar una formulación rancieriana. Véase Rancière (1983). Para una crítica de la postura vanguardista, véase Bolt Rasmussen (2018).

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